El
centro del mundo sigue deslizándose hacia Oriente, y lo que hace Occidente para
evitarlo acelera ese desplazamiento. Ucrania ha puesto sobre el tapete hasta
las cartas marcadas, y la reacción china, sosegada pero firme, no ha hecho más
que empezar.
China: la cuenta atrás comenzó
Manolo
Monereo
El Viejo Topo
31 marzo, 2023
“China no
amenaza a Estados Unidos. Nadie puede amenazar a EEUU… China ha cometido, a
ojos de EEUU, un gran pecado: desarrollar su economía hasta el mismo tamaño que
la de EEUU” (Paul Keating, antiguo primer ministro de Australia. Marzo de 2023)
La verdad de
Taiwán está en Ucrania; la verdad de Ucrania está en Taiwán. No se trata de un
juego de palabras ni de un acertijo. Ambos temas están dialécticamente
relacionados y son parte de una estrategia global, con diferencias y
similitudes. ¿Qué les da sentido?: la (contra)ofensiva norteamericana. Crisis
de hegemonía y ofensiva norteamericana marcarán esta fase histórica. A los EEUU
hay que tomárselos siempre en serio, estudiarlos minuciosamente y tomar nota de
lo que dicen, de lo que hacen y de lo mucho que callan. Cuando Biden dijo que
los EEUU han vuelto, significa que la gran potencia del norte no está dispuesta
a admitir el cuestionamiento de su dominio y que defenderá su “orden” y sus
“reglas” con uñas y dientes.
El factor
tiempo es decisivo. El equipo dirigente organizado en torno a Biden vive
dramáticamente la situación actual del mundo y teme la transición hacia un
mundo multipolar. Las diferencias con Donald Trump tenían que ver con su
incapacidad para definir una estrategia operativa a la altura de los desafíos
de la época, con sus decisiones erráticas e incoherentes, con sus desprecios a
los aliados y sus devaneos con Rusia. Hablaba mucho, hacía poco y no se
enfrentaba con decisión a los problemas. Echarlo del poder se convirtió en una
verdadera cruzada; lo consiguieron, empleando todos los medios disponibles a su
alcance, todos los medios; terminará en la cárcel o algo peor. Biden y su
equipo tenían prisa, mucha prisa. Los problemas se acumulaban; la sociedad
norteamericana emitía señales de crisis; las fracturas sociales y territoriales
eran cada vez más evidentes, la involución política y los conflictos identitarios
ponían de manifiesto una guerra civil latente. Había que tomar la iniciativa y
contraatacar antes de que fuese demasiado tarde.
La crisis
sistémica del 2008 fue la señal de que las capas tectónicas que organizan las
relaciones internacionales se estaban moviendo en dirección contraria a los
intereses geopolíticos de los EEUU. Una vez más, el epicentro de la crisis
económica estaba en el “país indispensable” y fue China quien acabó rescatando
a la economía internacional. Era el dato crucial que evidenciaba que el mundo
estaba cambiando de base y que ya no se podía gobernar sin el imperio medio. En
paralelo, Rusia reconstruía su economía, su tejido productivo, su eficiente
complejo militar-industrial y, lo fundamental, recuperaba su centralidad en una
Eurasia en proceso de reorganización. Irán había salido –con dificultades y
problemas no menores– como la gran beneficiada de las guerras fracasadas de los
EEUU en Afganistán, en Irak, en Líbano, en Libia, Siria. Otros –India,
Alemania, Indonesia, Turquía– miraban a la gran potencia emergente y buscaban
acuerdos económicos ventajosos. Biden llegaba para romper esa dinámica, usando
a fondo su control sobre las instituciones internacionales, el peso del dólar
y, es lo decisivo, su clara superioridad político-militar.
Una gran
potencia como EEUU por definición tiene capacidad para operar en diversos
escenarios y con agendas múltiples. No hay nada más que leer los informes
periódicos que realiza su Centro Nacional de Inteligencia para tomar nota de su
conocimiento preciso de las tendencias de fondo que están gobernado esta
transición geopolítica, del peligro que supone la consolidación de China como
potencia rival económica, política y militar. La administración norteamericana
tiene desde hace años una estrategia –densa, compleja, múltiple– para frenarla,
debilitarla y provocar una crisis en su núcleo dirigente. Le han dedicado mucho
dinero, muchos esfuerzos organizativos, una tenaz y permanente intervención
sobre élites críticas y una vigorosa y sistemática estrategia comunicacional.
El imperialismo colectivo de Occidente no descansa nunca; está siempre
vigilante, máxime cuando lo que está en juego es su hegemonía.
El modelo
Ucrania se va a repetir, de una u otra forma, con Taiwán. Quien tiene el
predominio en el sistema-mundo tiene el poder para definir las líneas de
fractura y trabajar sobre ellas. De facto hay tres escenarios, interconectados
entre sí, que expresan esta ofensiva norteamericana. El primero, Europa; línea
de demarcación definida, al menos, desde el 2014 en Ucrania. El segundo, el Mar
de China Meridional con Taiwán como línea de separación y de conflicto
político-militar; y el tercero, en el África Subsahariana con el Sahel como
frente móvil que define territorios en disputa y lugar de enfrentamiento entre
las grandes potencias.
Oriente Próximo
vive un proceso de cambios acelerados, de redefinición radical de las alianzas
internas y de sus tradicionales mecanismos de inserción en la economía
internacional. Síntesis y resumen de estas mutaciones es el acuerdo entre Irán
y Arabia Saudita gestionado por China. No voy a insistir sobre lo que esto
significa, está delante de nuestros ojos y pone fin a una historia de control y
de poder. Hay que tomar nota de dos aspectos especialmente significativos: la capacidad
de China para forjar consensos y ofrecer salidas a viejos conflictos y, lo
fundamental, lo mucho que ha avanzado –como realidad y proyecto– la
multipolaridad percibida como oportunidad para liberarse de viejas ataduras con
las potencias coloniales y como autonomía para definir políticas en función de
los intereses nacionales de cada uno de los países. La guerra en Ucrania, el
conflicto entre la OTAN y Rusia, no se ve de la misma forma en el Occidente
colectivo que en el Sur global. ¿Qué es lo que hay de fondo? Que detrás de la
crisis de hegemonía de EEUU existe algo más decisivo, de más transcendencia
histórica: el fin del dominio político-militar y cultural de Occidente.
¿Por qué
Taiwán? Básicamente, por tres razones: 1) Para China la reunificación con esta
isla es un elemento definitivo –seguramente el más importante hoy– para superar
un largo siglo de humillaciones y guerras civiles que estuvieron a punto de
destruirla como Estado-Civilización; 2) China nunca podrá ser una gran potencia
si no es capaz de controlar su Mediterráneo, es decir el Mar de China
(Meridional y Oriental); en su centro está Taiwán. 3) Esta isla es el eje de
reorganización de la primera (y decisiva) línea de asedio y contención del
poder naval chino y dispositivo-trampa para administrar el conflicto con el
viejo imperio medio.
La estrategia,
insisto, ha sido muy pensada y está en pleno desarrollo. Lo primero, fortalecer
y estructurar un conjunto de alianzas político-militares que vayan
progresivamente cercando a China. Lo están organizando por círculos
concéntricos. El núcleo decisivo es el AUKUS, el acuerdo entre Australia, Gran
Bretaña y EEUU: los anglosajones al mando y sin interferencias europeas. El
círculo siguiente lo conforman los protectorados militares, Japón, Corea del
Sur y, ahora más claramente, Filipinas. En un tercer nivel están un conjunto de
países que, sin estar definidos, son claves para el posicionamiento final; en
su centro están India, Indonesia y Malasia. EEUU está jugando fuerte
militarizando la región, impulsando un rearme de grandes proporciones y
nuclearizando, aún más, la zona. La entrega a Australia de B-52 y B-1 con
armamento nuclear y el desarrollo conjunto de submarinos impulsados por energía
nuclear evidencian un salto de calidad y la férrea determinación
norteamericana.
Esta política
de alianzas se concreta en lo que se ha llamado “estrategia de las cadenas de
islas”. La primera involucra a Corea del Sur, Japón, Filipinas, Taiwán y
Singapur. La segunda incluiría además de Japón, Islas Bonin, las Marianas
(EEUU), Guam y las Carolinas y habría una tercera mucho más amplia que partiría
de las Aleutianas, Hawai y Oceanía. Como se puede observar, EEUU se toma en
serio que el centro de gravedad del poder mundial se traslada a Oriente y que
no está dispuesto a aceptar o a negociar el fin de su hegemonía en ese
hemisferio. Se prepara para la guerra y la provocará si lo considera necesario.
Esto exigirá tiempo, una eficaz política de alianzas, aislar económica y
tecnológicamente a China e impulsar una estrategia comunicacional-cognitiva que
criminalice ante el mundo a China y a su Presidente.
Taiwán es la
línea de fractura y de conflicto organizada por los EEUU. Llevan muchos años
trabajando en esta dirección. Lo primero ha sido impulsar el separatismo en la isla.
El Partido Progresista Democrático (PPD) traduce políticamente un proyecto de
“construcción nacional” que minimiza el peso de la tradición china, crea una
“comunidad imaginaria” compleja que determina y hace necesario –es el objetivo–
un país independiente. En segundo lugar, los países del AUKUS están fomentando
aceleradamente el rearme de la isla formando a sus militares y forjando
relaciones con otros ejércitos, destacadamente el japonés y el filipino. En
tercer lugar, y de forma calculada, EEUU va integrando, de una u otra forma, a
Taiwán en las relaciones económicas, políticas y diplomáticas internacionales.
Su “status especial” se amplía y se desarrolla como si fuese realmente un país
independiente.
Taiwán es un
termostato estratégico gobernado por los EEUU. Este tiene la capacidad para
graduar la intensidad del conflicto; es decir, será más o menos grave según le
interese. El juego de poder está definido. China (lo sabe la comunidad
internacional) quiere una reunificación pacífica con la isla; ahora bien, irá a
la guerra si Taiwán declara unilateralmente su independencia. La presidencia
actual de la isla piensa y actúa como si Taiwán fuese ya un país independiente
y, por tanto, no tienen por qué declararla. EEUU está en condiciones de
gobernar el conflicto multiplicando la apuesta hasta llevarla al límite. ¿Eso
qué significa? Incrementar sustancialmente la ayuda militar, desacoplar
económicamente a Taiwán de China, dotarla de un armamento cada vez más
sofisticado y potenciar su papel internacional como país independiente. Cuando
el círculo se vaya cerrando, forzará a China a que opte entre aceptar su derrota
estratégica o responder militarmente. Nunca hay que olvidarlo: por ahora, los
EEUU, el imperialismo colectivo de Occidente tienen la supremacía
político-militar e intentarán sacar ventaja de ello.
Esto, es bueno
entenderlo, no solo depende de EEUU sino de una China que tiene fuerza,
sabiduría histórica y una capacidad de trenzar alianzas en aumento. El factor
tiempo, como siempre, será decisivo. EEUU no tiene tiempo que perder; China
tiene un tiempo propio que le hace ganar proyección y autonomía estratégica
cada día. Pronto todo un conjunto de políticos europeos, empezando por Pedro
Sánchez, irán a hacerse la foto con Xi Jinping; es razonable. Sin embargo, no
se debe de olvidar que el concepto estratégico de la OTAN
aprobado en Madrid asume la política de EEUU contra China y convierte, de
hecho, a la UE en un aliado subalterno de la Administración norteamericana.
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