Una crisis de verdad y
muchas mentiras como respuesta
Juan
Torres López
Blog Ganas de escribir
14 Jun 2011
Publicado en REACCIONA. Aguilar Ediciones Madrid 2011
El premio Nobel de
Economía Joseph Stiglitz titula los capítulos cuatro y cinco de su libro
sobre la crisis Caída libre. El libre mercado y el hundimiento de la
economía mundial de forma bien significativa: El fraude de las hipotecas
y El gran atraco estadounidense. Me parece que lleva razón porque los
engaños y las mentiras continuadas que vienen acompañando a la crisis
son su principal característica.
En este texto quisiera referirme a algunas de estas mentiras, a las
que me parecen más escandalosas y que más han circulado precisamente
porque eran las más efectivas para lograr el fin que se pretendía
divulgándolas: la desmovilización ciudadana ante el reforzamiento del poder de
los de siempre. Algo que sólo se puede conseguir si se le oculta a la gente lo
que de verdad sucede y si al mismo tiempo se desvía su atención de los
asuntos capitales a los más intrascendentes o si se crea un clima de
shock, de temor y de incertidumbre.
«ESTO ES POCA COSA, UNA
SIMPLE PERTURBACIÓN FINANCIERA »
Los dirigentes y responsables políticos y económicos más poderosos
trataron de quitar importancia desde el primer momento a la crisis que se
venía encima. El presidente del Gobierno español negó durante largo tiempo que
hubiera crisis; una desaceleración si acaso, decía. En el mes de junio de
2007, cuando ya se había empezado a mostrar la calamitosa situación de la
banca hipotecaria de Estados Unidos, el subdirector gerente del Fondo Monetario
Internacional hablaba de «la favorable situación económica mundial» y el
director gerente, el español Rodrigo Rato, afirmaba en agosto que la economía
internacional hacía frente a «turbulencias en los mercados financieros»
pero que «mantendrá su buena marcha». En octubre de ese mismo año el Comité
Monetario y Financiero Internacional de la Junta de Gobernadores del Fondo
Monetario Internacional expresaba en un comunicado que la economía mundial
«continúa estando respaldada por puntales económicos sólidos» (Las referencias
de estas declaraciones y de los datos que ofrezco en este texto pueden
encontrarse en mi libro La crisis de las hipotecas basura. ¿Por qué se cayó
todo y no se ha hundido nada?, 2010).
El Banco de España también difundía este tipo de opiniones. En el Informe Anual
de 2007 (escrito a mediados de 2008) todavía se refería a lo
ocurrido en el año analizado como un «episodio de inestabilidad financiera»
y sólo señalaba «algunas incertidumbres sobre la continuidad del
crecimiento de la economía» pero «en horizontes más alejados».
¿Estaban en la inopia los funcionarios mejor pagados del mundo, los economistas
más reputados, eran simplemente ignorantes e incompetentes
o sencillamente mentían?
Seguramente sufran una mezcla de todo ello.
Como dice Joseph Stiglitz, es lógico que los banqueros centrales no hicieran un
análisis realista de la situación porque sólo leen lo que les da la razón. El
análisis diferente al suyo simplemente no existe para ellos. Como tampoco
cuenta para los economistas pagados por las grandes empresas y los bancos
(como en España ocurre con los 100 famosos que trabajan financiados por ellos
en torno a FEDEA), que no tienen en cuenta más que el pensamiento que les da la
razón y nunca el que muestra tesis diferentes a las suyas. Es muy
fácil comprobar que hay una doctrina económica oficial que se repite en los
centros de poder, en las universidades y en los medios de comunicación sin
dar entrada a enfoques que la pongan en cuestión. Eso es lo que explica
que esos dirigentes y economistas liberales se hayan acostumbrado
a mirar el mundo sólo a partir de sus postulados y que al llegar
la crisis no tuvieran en cuenta a quienes, desde otro tipo de análisis más
realistas, advertían del peligro.
Pero aun así es difícil creer que se trate sólo de un simple desconocimiento si
se tiene en cuenta que insistían en quitar importancia a los hechos cuando
esas advertencias eran ya casi un clamor generalizado.
«NADIE PUDO PREVER LA
CRISIS . SE NOS ECHÓ ENCIMA DE REPENTE »
La crisis se podía prever fácilmente y se previó por muchos economistas
por la sencilla razón de que no ha sido un caso aislado ni mucho menos. De 1945
a 1970, cuando había control de capitales y un claro predominio del
capitalismo nacional basado en la producción de bienes y servicios, las
crisis financieras se pueden contar con los dedos de una mano y sobran.
Pero desde esa fecha, y sobre todo a medida en que se fueron liberalizado
los mercados financieros para dar plena libertad a los movimientos de
capital, las crisis financieras de todo tipo se han hecho casi una constante:
los economistas Gerard Caprio y Daniela Klingebiel han contabilizado en un
estudio para el Banco Mundial 117 crisis bancarias sistémicas en 93 países
desde 1970 hasta 2003, y 113 episodios de estrés financieros en 17.
Muchos economistas adelantaron lo que iba a ocurrir o incluso
advirtieron a sus autoridades de lo que se estaba gestando. Pero lo que
ocurrió fue que éstas se cruzaron de brazos sencillamente porque lo que
buscaban no era servir a los intereses públicos sino a las grandes
empresas y corporaciones financieras que sólo querían cada vez más
libertad de movimientos y menos control y supervisión, es decir, que
las autoridades miraran a otro lado. Dos casos individuales pueden servir
como prueba de lo que digo para no tener que mencionar docenas de referencias
bibliográficas. El primero es el de Brooksley Born, que fue presidenta de la
Commodity Futures Trading Commission de Estados Unidos a finales de la
década de 1990. Compareció numerosas veces ante el Congreso de Estados Unidos
para reclamar la regulación de los llamados productos derivados (como las
hipotecas basura que se iban transformando en sucesivos productos para los
mercados especulativos) por considerar que estaban resultando excesivamente
peligrosos para la estabilidad financiera. Pero no obtuvo nada más que
negativas y votos en contra de los dirigentes económicos conservadores de
las administraciones de Clinton y Bush. Era mujer y sensata y la
despreciaban: «Greenspan dijo a Brooksley que ella esencialmente no sabía
lo que estaba haciendo y que podía causar una crisis financiera»,
reconoció más tarde uno de los directivos de esa Comisión, según hemos narrado Lina
Gálvez y yo en nuestro libro Desiguales. Mujeres y hombres en la
crisis financiera (2010).
El segundo caso es el del gobernador del Banco de España nombrado por el
Partido Popular, Jaime Caruana, y del ministro español de Economía Pedro
Solbes. Ambos negaron en su momento que los problemas económicos que aparecían
en el horizonte tuvieran excesiva gravedad a pesar de que, según se ha
sabido después, los dos habían sido advertidos del peligro nada más
y nada menos que por los inspectores del Banco de España. Es cierto que
éstos no les anunciaron expresamente, una crisis como la que poco después se
produjo pero ¿qué otra cosa se podía esperar cuando se estaba produciendo lo
que ellos denunciaban?: la «complaciente actitud del gobernador del Banco de España
ante la creciente acumulación de riesgos en el sistema bancario español
derivados de la anómala evolución del mercado inmobiliario nacional durante sus
seis años de mandato» (El Mundo, 21 de febrero de 2011).
Curiosamente, pocas semanas después de que los inspectores denunciaran ese
comportamiento de Caruana, éste fue sustituido y destinado al Fondo
Monetario que ya dirigía Rodrigo Rato. ¿Porque ninguno de los dos se enteraba
de nada o porque ambos sabían demasiado?
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«ESTAMOS DECIDIDOS (…) A ALCANZAR LAS REFORMAS NECESARIAS EN LOS
SISTEMAS FINANCIEROS MUNDIALES »
La frase aparece en el documento de conclusiones de la primera reunión del G20
sobre la crisis. Parecía muy firme pero lo cierto es que también los líderes
mintieron entonces cuando se mostraban tan decididos a actuar porque casi
dos años y medio después las reformas necesarias brillan por su ausencia.
En aquella primera cumbre del G20 dijeron: «Las instituciones financieras deben
cargar asimismo con su responsabilidad en la confusa situación actual
y deberían asumir la parte que les corresponda para superarla, lo que
incluye reconocer sus pérdidas, aumentar su transparencia y mejorar sus
prácticas de gobierno interno y gestión del riesgo».
Un año después el propio Fondo Monetario reconocía que la mitad de las pérdidas
de los bancos no habían aflorado. Tras la cumbre, y en lugar de aumentar
la transparencia de la banca, las autoridades permitieron que valorase sus
activos deteriorados a precio de adquisición y no al actual de
mercado, lo que supone un engaño gigantesco a sus clientes y al
conjunto de la sociedad. Los cambios acordados para dar algo más de solvencia
al sistema bancario pero sin cambiar su modus operandi se han dejado para
dentro de algunos años, si es que se llegan a adoptar; y, como todo el
mundo sabe, en lugar de hacer que los bancos cargaran con su responsabilidad se
adoptó el criterio de que había que salvarlos. Los líderes que dijeron a la
sociedad que estaban decididos a poner fin a «la era de la
irresponsabilidad», palabras de Obama, terminaron por «no tocar nada» (según
una persona tan poco sospechosa como Felipe González) y dar billones de
dólares y euros a los irresponsables que han terminado por endeudar
a los Estados y por «incubar una nueva crisis dentro de cinco años»,
según el ex presidente socialista (El Economista, 28 de octubre de 2009).
En su discurso sobre el estado de la Nación de 2009 Obama afirmaba con
grandilocuencia: «No podemos volver al statu quo. Tenemos que poner fin
a la especulación irresponsable». Año y medio más tarde los
especuladores siguen practicando terrorismo financiero (la expresión es del
Presidente de la Junta de Andalucía), han puesto contra las cuerdas a naciones
soberanas y los organismos internacionales denuncian que de nuevo provocan
en los mercados de materias primas subidas especulativas de precios que darán
lugar a millones de muertes adicionales por falta de alimentos. Pero
siguen campando a sus aires sin que las autoridades hagan nada para pararle
definitivamente los pies.
El G20 también prometió «erradicar los paraísos fiscales», en palabras de
Rodríguez Zapatero al iniciarse una de las cumbres, y «acabar con la era
del secreto bancario». En lugar de hacerlos desaparecer lo que se ha conseguido
es suavizar la definición más estricta de paraíso fiscal que elaboró la OCDE en
2000 mientras que el secreto bancario sigue practicándose sin problemas. Era
mentira que esos líderes estuvieran decididos a acabar con la
«irresponsabilidad» de la banca, de las grandes empresas y de los
especuladores. Lo que han hecho ha sido justamente lo contrario, han trabajado
para ellos y el resultado está a la vista: todo sigue prácticamente
igual y sus beneficios se disparan mientras que bajan los salarios
y aumenta y se encarece la deuda que habrán de pagar las personas
corrientes por su culpa.
«HAY QUE SALVAR A LOS BANCOS »
El origen más inmediato de la crisis y su desarrollo es bien sabido.
Aprovechando la burbuja inmobiliaria y para obtener cada vez más recursos
para seguir creando deuda, que es el negocio de los bancos, éstos vendían los
contratos hipotecarios. Pero lo que se inició como un negocio bueno
y seguro que daba rendimientos extraordinarios a inversores de todo el
mundo comenzó a cambiar cuando los bancos empezaron a colocar en los
mercados millones de hipotecas muy arriesgadas de personas que dejarían de
poder pagarlas si cambiaba a peor su situación. Cuando esto ocurrió, las
iniciales hipotecas y los sucesivos productos que se iban creando
a partir de ellas se convirtieron en basura financiera que arruinaba
a quien hubiera invertido en ellas como les pasó a miles de bancos
e inversores.
En lugar de dejar que los bancos que habían actuado irresponsablemente quebrasen,
como le suele ocurrir a cualquier empresa, las autoridades cedieron
a su poder y los salvaron: les proporcionaron cientos de miles de
millones de euros para que resolvieran lo que decían, que era un problema
pasajero de liquidez y pudieran volver a ofrecer crédito a las
empresas y consumidores. Pero eso era un diagnóstico equivocado o, mejor
dicho, concebido sólo para hacer lo que convenía a los bancos. En realidad
éstos no tenían una carencia temporal del liquidez sino que habían perdido en
la ruleta financiera todas sus apuestas, estaban quebrados y el dinero que
recibían de los gobiernos y los bancos centrales caería en saco roto, sólo
serviría para tapar de forma parcial el agujero gigantesco que tenían
y siguen teniendo, y no se destinó a financiar la creación de
actividad y empleo. Eso provocó que miles de empresas cerraran y que
aumentara el desempleo en todo el mundo, una situación que en España se agravó
porque la falta de financiación y de demanda hizo estallar la burbuja
inmobiliaria y que se perdiera gran parte del empleo que se había creado
en el sector de la construcción y en actividades afines.
Cuando salvar a la banca (a los banqueros que habían provocado la crisis)
no sólo resultó insuficiente sino que agravó el problema de falta de actividad
y desempleo, los gobiernos no tuvieron más remedio que poner en marcha
programas masivos de gasto para evitar el colapso de las economías. Con ellos
se frenó su caída pero, al ser insuficientes y no estar acompañados de la
recuperación del crédito bancario, ni de controles del capital especulativo, ni
de las reformas financieras necesarias, no lograron que la actividad volviera
a los niveles anteriores a la crisis. Es más, se provocó así
un problema adicional:
una nueva explosión de la deuda, es decir, un nuevo meganegocio bancario.
El incremento del gasto público para salvar a la banca, por un lado,
y para evitar el colapso, por otro, añadido a la pérdida de ingresos
públicos como consecuencia de la menor actividad económica, produjeron un
incremento extraordinario del déficit y de la deuda pública. Los Estados
recurrieron a fuentes de financiación igualmente extraordinarias.
En Estados Unidos y Reino Unido sus respectivos bancos centrales, la
Reserva Federal y el Banco de Inglaterra, se dispusieron enseguida
a financiar a sus gobiernos, proporcionando créditos de diferentes
tipos, comprando su deuda o simplemente creando más dinero. El Banco
Central Europeo, dominado por tesis mucho más torpes, fundamentalistas
y cómplices con los bancos privados, no lo hizo y obligó a que
los gobiernos tuvieran que resolver esa circunstancia extraordinaria
recurriendo a los mercados, es decir, a los mismos bancos
y fondos financieros que provocaron la crisis y que, al contrario que
los gobiernos, tenían barra libre en el Banco Central Europeo para disponer de
liquidez. Sólo cuando la presión especulativa había hecho caer a Grecia
e Irlanda, y Portugal y España estaban amenazadas en firme,
decidió intervenir el Banco Central Europeo comprando deuda, aunque de forma
tardía, tímida y vergonzante.
Con la abundante liquidez que recibían de los bancos centrales al 1 por ciento
los bancos y los fondos especulativos pudieron disfrutar de una posición
de privilegio y de poder frente a los gobiernos y eso les
permitió imponerles condiciones para suscribir su deuda. Los obligaron
a abandonar los programas de rescate de la economía y a que en
su lugar aplicaran las medidas liberalizadoras que venían esperando conseguir
desde hace años a pesar de que no tenían nada que ver con los problemas
que habían originado la crisis: o se aplicaban nuevas reformas del gasto
público recortando derechos sociales, del mercado de trabajo para facilitar la
posición y el beneficio de las grandes empresas, de las pensiones para
incentivar al máximo la presencia de los bancos y seguros privados, o de
los servicios públicos para ponerlos a disposición del capital privado
o no habría financiación. Y si no la daban ellos se tendría que
recurrir al Fondo Monetario que la prestaría pero con las mismas o peores
condiciones.
Al final ha quedado demostrado que la idea de que era necesario salvar
a los bancos para poner a salvo a la economía era otra mentira.
Con ello no se iba a garantizar que se recuperase la actividad y el
empleo sino sólo que se reforzara el poder financiero y político de los
banqueros y los especuladores. que era lo que estos buscaban
y lo que finalmente se ha conseguido. Cuando lo han recuperado con la
ayuda de los gobiernos y con el dinero de la gente, han vuelto a las
andadas, renovando sus ataques especulativos e imponiendo a los
gobiernos nuevas medidas de reformas y sometimiento.
«PARA SALIR DE LA CRISIS Y CREAR EMPLEO HAY QUE REFORMAR EL MERCADO DE
TRABAJO , LIMITAR EL GASTO PÚBLICO Y REFORMAR LAS PENSIONES »
Otro engaño que acompaña a la crisis consiste en decir a la población que
lo que hay que hacer para superarla es llevar a cabo las reformas
orientadas a recortar los derechos sociales que se vienen realizando.
Es mentira que haya que disminuir el gasto para salir de la crisis porque los
déficit y la deuda no se han producido porque los gobiernos sean unos
manirrotos y el gasto social sea excesivo, como suele divulgar la opinión
neoliberal predominante. En España había superávit presupuestario antes de que
estallase la crisis y nuestro gasto social está casi veinte puntos por
debajo de la media de los países de nuestro entorno. Es al revés, para salir de
la crisis hace falta más demanda, más capital social y más gasto orientados,
eso sí, con equidad y hacia una actividad económica y un modo de vida
sostenibles.
Es también mentira que la reforma laboral que se aprobó siguiendo las
propuestas de la gran patronal y la banca sea conveniente para disminuir
el paro y salir de la crisis.
Puede ser que a una empresa en concreto le convenga que el coste del
trabajo (salario y cotizaciones sociales) sea más reducido. Pero para
todas las empresas en su conjunto la caída de la masa salarial es perjudicial
porque el salario se transforma prácticamente en su totalidad en demanda para
las empresas, de modo que cuanto menor sea menos ventas y menos beneficios
tendrán.
A diferencia de lo que sostienen los economistas neoliberales financiados por
la banca y la gran empresa, es mucho más razonable asumir que por mucha reforma
laboral que se haga para abaratar el despido o para facilitar la
negociación a las empresas o la contratación, si las empresas no
disfrutan de demanda, si no venden lo que producen porque no hay poder
adquisitivo suficiente, no crearán empleo alguno. Las grandes empresas pueden
encontrar demanda en mercados internacionales y por eso apuestan por bajar
la masa salarial en España pero las pequeñas y medianas (que son las que
crean prácticamente la totalidad del empleo) resultan en realidad perjudicadas
cuando se beneficia a las grandes con este tipo de reformas porque ellas
necesitan un amplio mercado interno para salir adelante.
Además es mentira que el problema del empleo en España esté en el mercado de
trabajo. Está en el modelo de crecimiento, en el predominio de actividades de
bajo valor añadido y dependiente, en el tamaño tan reducido de las
empresas como consecuencia del gran poder que tienen las más grandes del tipo
de redes interempresas que operan preferentemente en mercados globales,
en la falta de formación de gran parte de la población y en la escasez de
capital social que pueda dinamizar la formación y la innovación y que
permita competir por una vía diferente a la de abaratar la mano de obra,
en la gran oligopolización de los mercados, o en el excesivo poder político de
la banca que le permite imponer condiciones favorables a sus beneficios
pero letales para la creación de riqueza productiva, entre otros factores. os
problemas que hay que plantear para poder crear empleo son éstos y no los
del coste salarial o del despido.
También se ha aprovechado la situación de amenaza de los mercados para sacar
adelante nuevos recortes en el sistema público de pensiones, siempre con el
objetivo de disminuir su poder adquisitivo y así hacer más necesario el
ahorro privado que controlan los bancos.
Detrás de los argumentos que de forma habitual oímos para recortar las
pensiones hay también numerosas mentiras que se quieren convertir en verdades
solo a base de repetirlas.
Es cierto que el gasto público en pensiones aumenta normalmente a medida
que envejece la población porque depende del número de pensionistas, que suele
ser mayor cuanto mayor sea la longevidad de la población, y de la cuantía
de la pensión que reciban, lo que suele venir de la mano del desarrollo social.
Pero también ocurre, aunque esto se lo suelen callar quienes difunden el
alarmismo demográfico, que a medida que se va dando este proceso de
desarrollo aumenta también la productividad, de modo que un volumen de personas
empleadas cada vez menos numeroso pueden sostener con su actividad a mayor
número de personas inactivas.
Se engaña a la gente cuando en lugar de contemplar esas dos circunstancias
de manera conjunta (aumento del gasto y de la productividad) se insiste en
la primera como el origen de un futuro desastre financiero afirmando que el
envejecimiento continuado de la población hará que llegue un momento (ahora dicen que en torno a 2050) en el que el gasto público en pensiones
(dado el número de pensionistas y la «generosidad» de nuestras pensiones)
será insoportable, deduciendo entonces que no queda más remedio que empezar ya a reducir la cuantía de la pensión (ampliando el periodo de
cálculo) y el número de pensionistas (aumentando la edad de jubilación).
Se miente porque, si de verdad se quisiera garantizar el equilibrio financiero
del sistema público de pensiones, que depende tanto de sus gastos y de sus
ingresos, no se deberían poner sobre la mesa sólo propuestas para la reducción
de los gastos sino también otras dirigidas a incrementar los ingresos del
sistema. Lo lógico sería hablar también de los factores de los que dependen
estos últimos: cómo aumentar el empleo y sobre todo el de la población
femenina, cómo aumentar el peso de los salarios en la renta total para que así
haya más capacidad de aportar cotizaciones sociales, o cómo incrementar la
productividad. O incluso, aunque es un mecanismo de financiación de las
pensiones públicas a mi juicio menos adecuado, cómo mejorar el sistema
fiscal para hacer ingresos al sistema por la vía de los Presupuestos Generales
del Estado.
SE MERECEN QUE LES
DIGAMOS ¡BASTA !
Todas estas no son las únicas mentiras. Las autoridades y los financieros
mintieron antes de la crisis cuando afirmaban que los mercados serían capaces
por sí solos de hacer frente a cualquier riesgo financiero. Mintieron las
agencias de calificación al calificar como buenas las hipotecas basura que
difundían sus clientes. Mienten los líderes políticos y los economistas
que trabajan financiados por la banca y las grandes empresas cuando dicen
que hay que privatizar las cajas de ahorros para salvarlas, cuando han sido los
bancos privados los causantes de la crisis y lo que hay que hacer, por el
contrario, es disponer de una banca pública que no reproduzca sus
irresponsabilidades. Mienten que no han acertado nunca haciendo previsiones ni
adelantándose a la crisis y ahora nos dicen ahora que saben lo que pasará
con las pensiones dentro de cincuenta años o lo que hay que hacer para
salir de ella. Mienten sin parar.
Pero no han sido sólo los poderosos los que han engañado. Se han engañado
también a sí mismas todas las personas que permanecen impasibles frente
a tanta mentira creyendo que sólo se trata de un incidente, de una mala
noche en una mala posada, del que nos sacarán los gobiernos como lo han hecho
en otras ocasiones porque, al fin y al cabo, nunca pasa nada
y siempre se termina volviendo a vivir como antes. Pueden cerrar los
ojos y seguir engañándose pensando que a ellas no les va
a afectar o que sus problemas se solucionarán pronto. Pero más les
vale ser realistas y darse cuenta de que tienen que reaccionar porque lo
que ocurre es que se nos está viniendo encima el edificio que ingenuamente
creímos que era confortable y seguro. Vienen a por todos nosotros y no van
a parar hasta que lo tengan todo si no les hacemos frente.
Las mentiras y el fraude están claros así que lo que conviene hacer
también lo está: dar la vuelta a lo que nos vienen diciendo. Es decir,
frenar el poder político de la banca impidiendo que acumule privilegios
económicos y que se adueñe de medios de comunicación y de
universidades. Hay que poner firmes a los banqueros y someterlos al poder
representativo, es urgente someter las finanzas a la voluntad ciudadana
y a las necesidades sociales, primar la creación sostenible de riqueza
tasando las transacciones financieras y controlando los movimientos
especulativos del capital, imponer principios imperativos de justicia fiscal
global y someter todas las decisiones económicas al debate social
auténticamente democrático y participativo. Hemos de reclamar que se
investigue el comportamiento y la responsabilidad de los banqueros que
produjeron la crisis y que engañaron a miles de clientes y el de
las autoridades, como el mencionado Caruana, que ocultaron lo que se gestaba
y permitieron que la economía se viniera abajo para que los bancos
y las grandes empresas siguieran saliendo a flote. Hay que impedir
que miles de familias sigan perdiendo sus casas y sus patrimonios por la
avaricia y los engaños de la banca y hay que poner fin a las políticas de recortes
de derechos porque no es verdad que nos vayan a sacar del hoyo donde nos han
metido los multimillonarios y los grandes capitales, sino que nos van a hundir
más aún. Hay que salir a la calle a reclamar justicia y poner fin a tanta
mentira.
Aún está usted a tiempo. ¡No se deje engañar más y reaccione de una
vez!
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