Investigación sobre la
gestión de la pandemia
Kaosenlared
20 Mar, 2021
En su libro “Planète malade” [“Planeta enfermo”], el periodista Michel Collon hace un balance y critica la gestión de la pandemia de Covid-19 por parte de los gobiernos occidentales. A continuación, presentamos una entrevista que le hizo Amanda Ioset del semanario suizo Gauchebdo, a propósito de su extensa investigación.
¿Por
qué es importante publicar un libro así hoy?
Esta
pandemia es un sufrimiento infligido a millones y millones de personas, tanto
si han sido infectadas por el Covid, como si viven con el temor de contagiarse
y transmitirlo. Debido a la mala gestión de la pandemia por parte de nuestros
gobiernos, la población también ha sufrido enormes dificultades sociales,
económicas y financieras. Muchas personas han perdido su empleo o están en
peligro de perderlo. Muchas pequeñas empresas han cerrado o tendrán que cerrar.
Por un lado, como ciudadano particular, yo estaba un poco perdido a la hora de encontrar información fiable. Por otra parte, como periodista que ha trabajado sobre la desinformación, reconocí en el manejo de la crisis por parte de los medios de comunicación (convencionales y comerciales) muchas de las características de lo que he llamado propaganda de guerra. Es decir, no tratar a las personas como adultos, desestimar las voces discrepantes y ciertos debates, ocultar los intereses económicos y la historia de nuestro sistema de salud pública. Europa Occidental y Estados Unidos se han enfrentado a un cuello de botella en los hospitales. Este es el resultado de cuarenta años de neoliberalismo. Era absolutamente necesario hacer un balance de esto y criticarlo.
¿Por
qué los países occidentales no se han inspirado en lo que se ha hecho en Cuba o
Vietnam para combatir el virus?
Occidente, acostumbrado a gobernar el mundo y a decir a los pueblos del Sur lo que tienen que hacer, padece una terrible arrogancia colonial y etnocentrismo. Los problemas sólo se ven a través del prisma de lo que ocurre en casa, de nuestros intereses científicos y de investigación. El resto es inferior a nosotros por definición. Es la herencia de cinco siglos de colonialismo y de una educación que ha presentado al hombre blanco europeo como superior. El propio Richard Horton, director de The Lancet –la revista científica y médica más prestigiosa del mundo– ha dicho que decenas de miles de muertes de Covid se debieron a la arrogancia colonial de Occidente. Nuestros gobiernos, los medios de comunicación y algunos de nuestros científicos simplemente no quisieron escuchar la experiencia de China, el primer país del mundo en enfrentarse a este complejo y desconcertante nuevo virus. Deberíamos haber enviado investigadores, médicos y sociólogos directamente a China para ver cómo los chinos habían gestionado la crisis, qué había funcionado y qué había fracasado, y aprender de ellos. En cambio, Occidente se quedó dormido durante dos meses, convencido de que eso no ocurriría aquí.
Algunos
dicen que los países que han gestionado mejor la crisis no son ejemplos porque
son dictaduras o islas…
Este
argumento no se sostiene. Para evitar cuestionar los dogmas del neoliberalismo,
muchos quieren convencerse de que no era posible hacerlo mejor. En mi opinión,
los países socialistas como China, Cuba, Vietnam o los gobiernos comunistas
como el de Kerala, se las han arreglado muy bien a base de tomarse el virus en
serio, dictando medidas rápidas y radicales, reaccionando en cuanto se produjo
la primera contaminación (o incluso antes). Acompañaron las medidas con una
movilización general, la creación de hospitales de campaña cuando los
hospitales estaban desbordados, el establecimiento de pruebas, rastreos y cuarentenas.
A esto se añadía una dimensión social y humana que aquí faltaba totalmente, con
médicos, estudiantes de medicina, enfermeras y simples voluntarios que iban de
casa en casa para aplicar pruebas y hablar con la gente, ver cómo estaban,
ayudarles en su vida cotidiana. Creo que los países socialistas han tenido
buenos resultados, y esto debería hacer reflexionar a quienes utilizan la
etiqueta de dictadura para definirlos: las “dictaduras” pueden proteger a su
pueblo mientras que las “democracias” no? Hay que buscar el error…
Ser una isla puede ayudar, pero no es un criterio decisivo. Gran Bretaña es una isla y la situación allí es catastrófica. En cuanto a Nueva Zelanda, que se ha desenvuelto muy bien, al igual que otros países tiene también comercio internacional y riesgos. Con la globalización, ya ningún país es una isla. Por otro lado, algunos países asiáticos como Corea del Sur y Singapur, que no son islas y que son democracias según los defensores del sistema capitalista, también se han manejado bien. En primer lugar, porque no cedieron al frenesí neoliberal de desmantelar los servicios sanitarios y preventivos. Y en segundo lugar, porque habían aprendido las lecciones de la epidemia de SARS en 2003.
En
los países occidentales, tras un año de pandemia, los gobiernos están perdiendo
la confianza de una parte importante de la población. ¿Por qué?
Por
varias razones. Primero, porque durante dos meses dijeron que el virus no
llegaría aquí y que no debíamos preocuparnos. En segundo lugar, dijeron que el
virus llegaría pero que estábamos preparados, que teníamos máscaras y pruebas,
lo cual no era cierto. Luego dijeron que las máscaras no servían para nada,
luego que teníamos que llevarlas, luego exageraron obligándonos a llevarlas,
incluso al aire libre.
En segundo lugar, para acabar con la epidemia, deberían haber parado todo drásticamente durante unas semanas, rastrear y analizar a todo el mundo, poner en cuarentena a los afectados y volver a poner en marcha la economía con los demás. En lugar de hacerlo, los gobiernos occidentales tomaron medidas a medias, sin dejar de trabajar para proteger los intereses financieros de las grandes empresas y las grandes multinacionales. En Italia, el mapa de la contaminación y de las muertes corresponde exactamente al de las zonas en las que la patronal italiana, reunida en el grupo Confindustria, pidió que se siguiera trabajando y que se presionara a los trabajadores para que siguieran yendo a trabajar.
¿Por
qué habría que cerrar las fábricas si la mayor parte de la contaminación se
produce en el ámbito privado?
¡Pero
las personas que infectan a sus familias deben haber contraído el virus en
alguna parte! En Bélgica, la inspección de trabajo constató que una de cada dos
empresas no cumplía las medidas de distanciamiento y protección, pero apenas
hubo sanciones. Es lo de siempre: negocios.
Según
su investigación, la dimensión de proximidad y prevención de los sistemas
sanitarios ha sido decisiva en los países socialistas.
Hay una evolución muy peligrosa en la asistencia sanitaria en Occidente. Las grandes empresas, las multinacionales, la bolsa y los intereses financieros buscan nuevas fuentes de beneficio. Por ello, el deporte, la cultura, la educación y, por supuesto, la sanidad se están mercantilizando. La gente paga cada vez más por la asistencia sanitaria cuando debería ser gratuita. Esta es la condición para una buena salud pública. Se destina mucho dinero público a la gran industria farmacéutica, mientras que los grandes hospitales se convierten en auténticas cajas de ahorro, donde hay que tratar al mayor número de pacientes, por el mayor número de cosas posibles y lo más rápido posible. Este desarrollo ha destruido la calidad, a pesar de que hay muchos avances tecnológicos y científicos. La salud debería ser considerada un derecho, pero se ha convertido en una mercancía.
¿Han
aprendido algo los gobiernos de la primera oleada?
No
lo esencial. Creo que es un gran error no hacer frente a la pandemia de forma
rápida y contundente. Reaccionar con rapidez y contundencia para eliminar el
contagio. Debería haber una estrategia rápida y global, que no tenga como
objetivo lograr un control más o menos efectivo del número de enfermos. El
objetivo debería ser romper la cadena de transmisión y eliminar por completo la
enfermedad en el territorio, aunque sea temporalmente.
Sin
embargo, un año después, tenemos un conocimiento más preciso de cómo se propaga
el virus. En los hospitales, sabemos mejor cómo evitar que la enfermedad sea muy
grave y cómo salvar a la gente, por lo que los hospitales están menos
congestionados.
¿Cuál
es su posición respecto a la vacunación contra el Covid-19?
Creo
que el asunto de las vacunas ilustra una vez más, y por desgracia, todos los
defectos de la gestión capitalista respecto a los problemas de salud y a la
gestión occidental del Covid. En primer lugar, para no parar la economía y no
tomar las medidas radicales necesarias, desde el principio se impuso a la
población la idea de que la vacuna era la única solución y que lo resolvería
todo. No soy anti vacunas, las vacunas han salvado muchas vidas de ciertas
enfermedades. Pero la historia demuestra que para ser “segura”, una vacuna,
igual que un medicamento, necesita un largo período de experimentos de verificación
que deben ser evaluados, no por quienes la producen y venden, sino por
controles externos.
En segundo lugar, hemos favorecido las vacunas de las empresas occidentales, que son muy caras por el proceso de fabricación, la conservación y… ¡por la sed de beneficios de las multinacionales farmacéuticas! Están terriblemente interesados en vendernos la vacuna más cara posible, que puede no ser fiable y que en cualquier caso no será suficiente para resolver todos los problemas. Está claro que ha habido una guerra comercial por la vacuna. Es absolutamente escandaloso que la salud y la supervivencia social y psicológica de millones de personas dependa del dinero de los accionistas y especuladores. El asunto de las vacunas confirma que la salud debe convertirse en un servicio público, como dice Jean Ziegler. Las grandes farmacéuticas deben ser nacionalizadas.
Frente
a todo lo que describe, el ciudadano se encuentra algo indefenso.
Es cierto que la situación es muy angustiante. Pero lo que ha sido muy alentador es la demostración de solidaridad, la dedicación de las enfermeras, de los cuidadores y de otros profesionales importantes en la vida social. En ese momento quedó claro quién es esencial. La población también fue muy solidaria. Vimos que los países socialistas o de tendencia progresista fueron capaces de gestionar bien la pandemia y que la atención sanitaria pública basada en el principio de precaución y no en los intereses comerciales, fue eficaz. Hay razones para aprender e inspirarse en esto. Hemos visto que países como Cuba, un pequeño país pobre, sometido a una guerra económica dirigida por Estados Unidos con la complicidad de Europa, fue capaz de enviar equipos médicos incluso a Italia. Todo esto da motivos para la esperanza, siempre que reflexionemos sobre las lecciones que debemos aprender de lo ocurrido.
En
la Suiza francófona, la RTS [Radio Televisión Suiza] fue condenada por la
Autoridad Independiente de Reclamaciones de Radio y Televisión (AIEP) por su
cobertura sesgada del envío de médicos cubanos al extranjero. ¿Qué opina de
esto?
Eso
es muy positivo. Creo que deberíamos presentar quejas e intentar conseguir el
mismo tipo de decisión en Francia y Bélgica. Y, sobre todo, creo que todo el
mundo debería presionar a los grandes medios de comunicación para obligarles a
abrir el debate, incluso a las opiniones que no comparten.
Es necesario acabar con este conformismo absolutamente erróneo: en los medios de comunicación dominantes, sólo se puede debatir si se está de acuerdo en lo esencial. Como no me hago ilusiones sobre un cambio rápido en este sentido, creo que cada ciudadano debe aprender la lección de que le corresponde informar, difundir lo que considera válido y serio, hacer preguntas, participar en los debates, incluso sobre aspectos científicos, para tratar de comprender y promover la libertad de debate en todos los ámbitos. ¿Podremos ser capaces de garantizar el derecho a una información válida?
Traducido
del francés por América Rodríguez para Investig’Action
Fuente: Gauchebdo
www.investigaction.net/es/investigacion-sobre-la-gestion-de-la-pandemia/
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