Grecia
Acuerdo
neocolonial y punto de bifurcación en Siryza
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24.07.2015
Por el otro,
que la clave pasaba por imprimir a la Europa del pacto social, un programa de
reformas progresivas, democráticas, basada en instituciones representativas
posnacionales, democracias ampliadas, control ciudadano y transparencia,
fundada en los valores de la solidaridad. Frente a una derecha soberanista,
reluctante de los valores universales, nostálgica del Estado schmidtiano,
chovinista, xenófoba, que consideraba al Estado nación como la única entidad
colectiva con capacidad de ejercer soberanía e identidad colectiva, la
izquierda europea, en su gran mayoría, se embarcó casi por instinto en este
camino, aceptando la convergencia europea y su Constitución.
Pero la
deliberación democrática igualitaria estaba plagada, como lo acabamos de
presenciar, de deficiencias estructurales. Ni la deliberación estuvo libre de
coacciones comunicativas, ni todos estuvieron en la misma posición para dar
opinión libre ni tuvieron las mismas oportunidades de darse a entender. Pero
esta visión procedimental, normativa, ocultaba las auténticas relaciones de
poder y con ella despolitizaba, como lo denunció Chantal Mouffe, los
antagonismos políticos que están en la raíz de la subjetividad democrática.
Efectivamente, el consenso tecnoburocrático naturalizó las desigualdades de
poder bajo el manto igualitario del libre mercado y las instituciones técnicas
que debían regular la participación en él. Este consenso implicó el dominio
antidemocrático de la tecnicatura de Bruselas y en la crisis griega se reveló,
para una porción considerable de la población, la desconexión constitutiva
entre consenso liberal y democracia, y reabrió el campo de la política
nuevamente.
Grecia
reintrodujo el campo de las opciones democráticas convocando al referéndum, y
al hacerlo rompió el consenso despolitizante de la burocracia, que
institucionaliza la dictadura de los mercados. Vaciada de opciones
alternativas, la democracia política se hizo cada vez más insustancial cuanto
más se la invocó. El éxito del Frente Nacional o los nacionalistas británicos e
italianos, radica en haber reintroducido opciones políticas frente al consenso
liberal de la coalición liberal-socialdemócrata, un consenso de élites para
asegurar la gobernanza europea del libre mercado. Syriza había arrebatado a la
derecha demagógica las banderas democráticas de la soberanía popular, y por
primera vez en décadas, quizá desde la revolución portuguesa del 74, la
izquierda pudo constituirse en alternativa de poder, marcando un camino de
confrontación a la persistente des-democratización operada durante décadas por
el social-liberalismo.
Pero el
referéndum, que marcaba un punto de inflexión y abría la posibilidad de pensar
otra Europa, de marcar alternativas a la dictadura neoliberal de las finanzas,
esa posibilidad se derrumbó en menos de 48 hs, cuando el Primer Ministro Alexis
Tsipras se desdijo y sostuvo que fuera del euro no había opciones. Así las
cosas, el referéndum no sólo no constituyó un cambio de opción sino que remarcó
la claudicación del ejecutivo.
La gran
pregunta que se hacen todos es ¿por qué? ¿Por qué con semejante apoyo popular
el primer gobierno de izquierda, sostenido en un triunfo popular arrasador,
decidió retroceder firmando un memorándum peor que el anterior? Dejando de lado
las explicaciones psicologistas, dos parecen ser los factores que podrían dar
pistas de semejante desbarranque. Por un lado, la presión interna en favor de
permanecer dentro del euro. Tsipras convenció a buena parte de la población de
votar No con la promesa de que servía para negociar mejor, no para retirarse. A
pesar de las posiciones de la Plataforma de Izquierda, todo el programa de
Siryza, empezando por el programa electoral de Tesalónica, se basó en la
ilusión de que podía ser compatible con la zona euro, es decir, que se trataba
de un programa y luego, una negociación al interior de un ámbito considerado
natural e inexorable. Esta ambigüedad respecto a dejar de lado la austeridad
pero no romper con la UE, podía entenderse como una concesión momentánea al
consenso mayoritario, pero que debía ser superado en cuanto se demostrara, como
se demostró en cinco meses de negociación, que eran incompatibles económica y
políticamente. Este consenso puede explicarse por el recuerdo de los
padecimientos de posguerra, la inflación y el mercado negro, el sentimiento de
pertenecer a occidente en la frontera con el mundo eslavo y el mundo musulmán,
una promesa de modernidad y progreso e incluso por la sensación de riqueza de
los primeros años del euro, desde 2002 hasta 2008. Hasta la postura contemporizadora
de Obama y el FMI ante la dureza alemana les había hecho creer que, finalmente,
podía arribarse a un acuerdo. Pero la negativa final de Merkel, que ofreció una
salida acordada el euro por cinco años, descalabró todas las hipótesis e hizo
enmudecer a la parte griega.
El arte de una
política transformadora no es sólo reflejar el estado de ánimo o montarse sobre
la opinión pública sino también y sobre todo moldearla, construir nuevas
relaciones de fuerza y nuevas percepciones. Naturalmente, Tsipras no quiso
tampoco cargar con el severo ajuste sobre los ahorros en euros de la población,
pues una moneda débil hubiera inevitablemente licuado activos y tenencias. La
formación de una nueva moneda devaluada implicaba una parálisis de por lo menos
dos años, que la oposición cargaría en los hombros de Siryza. Pero era la única
forma de emprender la transición hacia otra experiencia radicalmente distinta
al austericidio ofrecido por el Eurogrupo. Implicaba, una transformación severa
del cuadro precedente, incluido su política exterior, el default y no pago de
la deuda y probablemente la nacionalización del sistema bancario, además del
control de capitales y la regulación industrial. Tsipras se negó a contemplan
el “plan B” de emisión de derechos de pago para suplir la bancarrota del euro.
Pero es en los
momentos decisivos donde se requieren liderazgos claros y con sentido
histórico. Es verdad que Grecia estuvo prácticamente sola ante los restantes 18
países del Eurogrupo, pero no lo estaba menos Hugo Chávez cuando denunció “olor
a azufre” en las Naciones Unidas y se transformó, pocos años después, en la
vanguardia de una política exterior independiente en América latina. También
podemos mencionar a Ecuador cuando auditó su deuda y aplicó una quita del 70%,
o la nacionalización de los hidrocarburos y la expulsión del embajador
norteamericano en Bolivia y también el planteo firme de Argentina ante el
chantaje de los fondos buitres. La firma del memorándum por el gobierno de
Tsipras implica una enorme frustración adicional, porque implicó una reversión
del referéndum que iba en el sentido esperado.
La disputa no
está concluida, pues habrá que ver la resistencia que genere la aplicación
concreta de las medidas de ajuste, y qué fenómenos políticos se derivarán de
esa dinámica de confrontación. Pero está claro que una experiencia y un ciclo
han terminado, con la peor de las derrotas, que es la claudicación antes de que
finalice la batalla y cuando esta podía ganarse. Los movimientos democráticos y
la izquierda en Europa han sufrido una importante derrota. Habrá un proceso de
reorganización y continuación de muchas batallas pendientes. En particular al
interior de Siryza. Cuanto más abajo se va, más rechazo genera el acuerdo,
demostrando el espíritu de lucha de la base militante. Mientras que sólo cuatro
ministros o vice ministros han rechazado el acuerdo y han sido reemplazados, 32
parlamentarios de Siryza, la Plataforma de Izquierda en su conjunto, han dicho
no, mientras que en Comité Central 109 miembros, más del 50%, han rechazado el
memorándum. Si se hiciese un Congreso partidario, algo que el gabinete
rechazará por todos los medios, esta cifra ascendería incluso más. Gremios como
el de los funcionarios públicos, dirigidos por miembros sindicales de Siryza,
se han lanzado a conflictos contra el acuerdo. La Plataforma de Izquierda se ha
transformado en el eje articulador de la oposición al entendimiento. Esto es
así pues el Partido Comunista de Grecia, que llamó a impugnar el voto en el
referéndum y le ha dado la espalda al proceso más rico de recomposición de la
izquierda desde los años 70, es incapaz de capitalizar la crisis al interior
del partido de gobierno.
Sin embargo, la claudicación de Tsipras ha dado aire a
diversas corrientes sectarias, tan fuertes en Grecia como en Argentina, que se
jactan de no haber “caído en las ilusiones” de Siryza o que ya “habían
anticipado” el desenlace, encontrando el fundamento de la derrota en la
estrategia equivocada de construir “formaciones anticapitalistas amplias” en
vez de “partidos revolucionarios”. La “anticipación”, en política, es una
contradicción en los términos. No había ninguna fatalidad, no estaba escrito en
ningún lado que Tsipras daría marcha atrás del referéndum en 48 hs y con el 62%
de apoyo. No estaba ni en la naturaleza social de Siryza ni en ningún otro
fundamento ontológico. Los escépticos, lo eran mucho antes y no tenían entre
sus hipótesis la posibilidad misma del referéndum.
Como lo dijimos más arriba, hubo formaciones y líderes valientes, como Chávez,
que no provenían de un partido revolucionario. Se trata, una vez más, de
dinámicas políticas, de luchas abiertas, de una historia por hacer y no ya
trazada en el ADN “de clase” de ninguna formación. Ideas de este tipo han
repetido esta letanía ante cualquier proceso popular no conducido por ellos
mismos. Estaba sí, dentro de las posibilidades, puesto que Alexis Tsipras
siempre rechazó la acusación de querer salirse del euro. Se trataba de una
apuesta y una lucha política al interior de la única formación de izquierda que
logró transformarse en vehículo de aspiraciones y expectativas de millones de
griegos, aunque no fuese un partido revolucionario puro y conviviesen en él
sectores heterogéneos. Hablando en términos de probabilidades, eran mucho
mayores que surgieran fenómenos progresivos, luchas vivas, en el seno de Siryza
que de los grupos sectarios o del PKK, perdido como está hace ya tiempo en su
propio mundo. Lo confirma la Plataforma de Izquierda, hoy en el corazón de la
lucha contra la austeridad en el nervio central del proceso político.
Como dijo Marx, el movimiento real vale más que mil programas. Este proverbio
hoy, luego de la crisis del socialismo real, en un continente donde no hay
ninguna situación revolucionaria ni mucho menos, al revés, donde la derecha
levanta cabeza y la clase trabajadora no da muchas muestras de resistencia, en
fin, hoy, ese proverbio tiene más actualidad que nunca. ¿Quiere decir que no
valen los programas? No, al revés, sólo desde el movimiento real pueden surgir
los auténticos programas revolucionarios, es decir, populares, y no las recetas
repetidas de memoria que valen para todo momento y lugar. Como lo revela la
complejidad de la situación europea, el desafío de pensar estratégicamente la
relación entre internacionalismo práctico, soberanía nacional e intereses
populares, no es apta para formulismos que se cortan y pegan. En definitiva,
tal como lo han formulado las corrientes críticas al interior de Siryza, sólo
desde el corazón del proceso político que cristalizó en Siryza se podía y se
debía intervenir, aprender, aportar e instalar una agenda anti-capitalista en
una Europa que se está revelando más conservadora de lo que se creía. Sólo
desde allí podía intentar resolverse la contradicción entre eurofilia y
austerofobia. Un dilema que sigue abierto y que tendrá nuevos capítulos, en
Grecia y fuera de ella. El plan es inviable. En las puertas de su fracaso se
reabrirán los interrogantes sobre los beneficios de la Europa hiper
capitalista. Mientras tanto, los trabajadores resistirán ajustes, cierres y
privatizaciones. Habrá nuevos temblores políticos y batallas parlamentarias.
Nuevos capítulos de una trama abierta y en disputa. No apta para los
festejadores de fracasos y devoradores de migajas.
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