Si la reina Leticia tiene o no amantes –tal y como propagan
algunos en redes– debería tenernos sin cuidado. Más preocupante es el propósito
de los que las agitan. Porque está claro que el fin último del cotilleo no es
la restauración de la República.
Objetivo: domar al Rey
El Viejo Topo
Españas 23 enero, 2024
Estas cosas siempre me interesaron poco; más bien, nada. Las cuitas amatorias de los Borbones son hereditarias, como la Corona. Esta vez es distinto. Llevamos meses viviendo en dos mundos enfrentados y paralelos. El primero, el oficial: entronización de la heredera, cantos, loas y alabanzas mil a la monarquía y a los ejemplares reyes. Nos hemos enterado de todo lo que hace la princesa Leonor hasta el mínimo detalle y, faltaba más, de sus posibles pretendientes. La prensa oficiosa del corazón nos llenó de titulares rimbombantes. La clase política y la prensa seria acompañó con entusiasmo la operación. Estabilidad, continuidad e institución reforzada.
Había, sin
embargo, otro mundo que tomaba las redes, que hablaba de escándalos amorosos
que tenían como referente principal a la reina Leticia, a la plebeya esposa del
Rey Felipe VI. Ana Pardo de Vera nos avisó de
un libro que iba a salir pronto de Jaime Peñafiel donde se daban datos de
diversas y recurrentes infidelidades de la reina. Aparecía un personaje
singular: Jaime Ignacio del Burgo como actor y delator de unas actividades que
dejarían a Don Juan atónito y apesadumbrado, un español de bien nunca hablaría
en público de su amante y menos si esta está casada. Todo es decadencia y
deshonor.
Sigamos. Estos
dos mundos entraron en conflicto. Uno siguió con su estrategia como si nada
pasara; eso sí, los grandes medios (los serios y los del corazón) hicieron todo
lo posible por ocultar lo que se movía en las redes y apoyar a una monarquía
acosada y acusada. El otro, el paralelo, a lo suyo. Hablando cada vez más alto
y fuerte de las infidelidades y dando supuestas informaciones que tenían
siempre a Don Jaime como delator e intérprete principal. Como diría el castizo:
los Borbones son así y hay que asumirlos tal como son. El Rey emérito nos ha
dado lecciones muy precisas de un estilo de ejercer la jefatura del Estado y,
sobre todo, de la infinita capacidad de los medios y de la clase política para
camuflarlo y marginar a los que se atrevieron a cuestionarlo.
Hay muchas
hipótesis. Un rey destronado, apartado vergonzosamente del país dispuesto a
saldar cuentas con una nuera ingrata y usurpadora; un periodista palaciego
despechado; un amante vengativo con afanes de notoriedad. Todo parece posible;
sin embargo, creo que hay algo más que tiene que ver con la coyuntura política,
más precisamente con la crisis de Régimen presente, con mayor o menor fuerza,
desde la crisis del año 9 de este siglo. Lo que ha cambiado, adelanto, es que
esta, la crisis política, tenía como causa y efecto un impulso plebeyo,
democrático y que ahora está claramente marcada por la revuelta de las elites;
los que mandan quieren más poder y están dispuesto a conseguirlo cueste lo que
cueste.
El papel del
Rey es muy importante para una estrategia restauradora. En el imaginario
reconstruido por las derechas unificadas Dios, Patria, Rey se ha ido
organizando en torno a una versión singular de la Constitución del 78
consistente en apropiarse de ella y, a la vez, desnaturalizarla. No están de
acuerdo con elementos sustanciales de la misma, pero la defienden con fiereza
para convertirla en un símbolo cada vez más desconectado de una realidad que
debería ordenar y dirigir; mientras, se va consolidando una «constitución
material» a la medida de los poderes reales y de su (creciente) influencia en
los aparatos e instituciones del Estado.
Se trata, en
definitiva, de fortalecer y de privilegiar el núcleo duro del texto
constitucional, a saber, el «principio monárquico». No es solo teoría. Esto se
hizo visible en el discurso del Rey del 3 de octubre del 2017. Ahí terminó algo
y empezó otra cosa. Terminó el ciclo de la renovación democrática y comenzó el
proceso de restauración aún inacabado. Felipe VI llamó a las fuerzas vivas, a
los que tienen los resortes del poder, a los sujetos básicos y fue escuchado;
fue entendido y seguido; más allá y más acá del Gobierno de Rajoy, más allá de
las derechas existentes y comprendido por una parte significativa del PSOE. La
autonomización y el activismo de los aparatos e instituciones del Estado se
hizo muy visible. La batalla sigue abierta hasta hoy.
Ahora las
derechas están a la ofensiva. Digirieron mal la derrota electoral y se preparan
para una guerra de desgate. El gobierno tiene demasiados frentes abiertos, no
gestiona bien los conflictos y sigue sin un proyecto de país visible, capaz de
ser compartido y de suscitar compromiso. Lo suyo es seguir, mantenerse,
haciendo del miedo a la derecha el eje de la cohesión de su gobierno y de
instrumento de vertebración de su contradictoria mayoría. Sánchez sigue el
consejo de Andreotti: lo que desgasta es la oposición.
Las derechas,
aquí y en todas partes, quieren más poder, mayor libertad para sus negocios y,
sobre todo, usar a fondo el Estado para cambiar a la sociedad y fortalecer su
poder de clase. Es el modelo Madrid. El miedo cambia de bando y está donde
siempre, en las clases subalternas, a las que hay que acostumbrarlas a venderse
en las condiciones fijadas por el capital y poner fin de una vez por todas a la
cultura de los derechos sindicales y sociales; para eso hace falta una derrota
política, cultural estratégica. La condición previa: liquidar el poder social y
sindical de las clases trabajadoras, romper los vínculos con los territorios,
dividir y diluir lo que queda de la autonomía política de los sectores obreros
más conscientes.
Lo que hay
detrás, a mi juicio, de esta ofensiva mediática en las redes es erosionar al
Rey para embridarlo, domarlo, debilitarlo para que juegue un papel central en
la restauración y el cambio de régimen en país. Convertirlo es custodio y
defensor de la Constitución, en su intérprete supremo. La transición: una
democracia militante que limite el pluralismo político y que excluya a los
extremos de la vida pública. No hay que engañarse demasiado, el verdadero
objetivo es el de siempre: poner fin al siglo de la revolución, desintegrar a
los trabajadores como sujeto político y norteamericanizar la vida pública. Todo
está ya muy avanzado. Georgia Meloni representa como nadie esta Europa
subordinada y sin proyecto.
Fuente: Público.