miércoles, 16 de abril de 2025
Locos por la guerra
Asoma en el horizonte una nueva burbuja: la derivada del
gasto en armamento. Un gasto colosal que pretende contrarrestar una amenaza en
verdad inexistente. El pato lo pagarán los de siempre. Una vez más, el capital
trata de salirse con la suya.
Locos por la guerra
El Viejo Topo
16 abril, 2025
¡ÁRMATE PARA
SALVAR EL CAPITALISMO FINANCIERO!
“Por grande que
sea una nación, si ama la guerra perecerá; Por más pacífico que sea el mundo,
si olvida la guerra estará en peligro.”
Wu Zi
“Cuando decimos
sistema de guerra nos referimos a un sistema como el actual, que asume la
guerra, aunque sea planificada y no combatida, como fundamento y culmen del
orden político, es decir, de las relaciones entre los pueblos y entre los
hombres. Un sistema donde la guerra no es un acontecimiento sino una
institución, no es una crisis sino una función, no es una ruptura sino una
piedra angular del sistema, una guerra siempre desaprobada y exorcizada, pero
nunca abandonada como una posibilidad real.”
Claudio
Napoleoni, 1986
La llegada de
Trump es apocalíptica en el sentido literal de la palabra: desecha lo que
cubre, quita el velo, revela. La agitación convulsiva del magnate tiene el gran
mérito de mostrar la naturaleza del capitalismo, la relación entre la guerra,
la política y el beneficio, entre el capital y el Estado, habitualmente oculta
por los mecanismos democráticos, los derechos humanos, los valores y la misión
de la civilización occidental.
La misma
hipocresía está en el centro de la narrativa construida para legitimar los
840.000 millones de euros de rearme que impone la Unión Europea mediante el uso
del estado de excepción a los Estados miembros. Armarse no significa, como dice
Draghi, “los valores que fundaron nuestra sociedad”; y han “garantizado a sus
ciudadanos la paz, la solidaridad y, con el aliado estadounidense, la
seguridad, la soberanía y la independencia duradera”; sino que significa salvar
el capitalismo financiero.
No hay
necesidad de grandes discursos ni análisis documentados para enmascarar la
insuficiencia de estas narrativas. Bastó otra masacre de 400 civiles palestinos
para exponer la verdad de la charla indecente sobre la singularidad y la
supremacía moral y cultural de Occidente.
Trump no es un
pacifista, simplemente reconoce la derrota estratégica de la OTAN en la guerra
de Ucrania, mientras que las élites europeas rechazan la evidencia. Para estos
últimos, “paz” significa volver al estado catastrófico al que han reducido sus
naciones.
La guerra debe
continuar porque para ellos, como para los demócratas y el Estado profundo
estadounidense, es el medio para salir de la crisis iniciada en 2008, en un
proceso similar a la gran crisis de 1929. Trump cree que puede resolver los
problemas privilegiando la economía sin renunciar a la violencia, al chantaje,
a la intimidación, a la guerra. Es muy probable que ni uno ni otro tengan éxito
en su intento porque tienen un enorme problema: el capitalismo, en su forma
financiera, está en profunda crisis y desde su mismo centro, EE.UU., llegan
señales “dramáticas” para las élites que nos gobiernan. El capital, en lugar de
converger hacia Estados Unidos, huye hacia Europa. Una gran noticia, síntoma de
grandes rupturas impredecibles que corren el riesgo de ser catastróficas.
El capital
financiero no produce bienes sino burbujas –que se inflan en Estados Unidos y
estallan en detrimento del resto del mundo–, auténticas armas de destrucción
masiva. Las finanzas estadounidenses absorben valor (capital) de todo el mundo,
lo invierten en una burbuja que, tarde o temprano, estallará, obligando a las
poblaciones del planeta a la austeridad, a los sacrificios para compensar sus
fracasos: primero la burbuja de Internet, luego la burbuja subprime que provocó
una de las mayores crisis financieras de la historia del capitalismo, abriendo
las puertas a la guerra. También intentaron inflar la burbuja del capitalismo
verde –que nunca despegó– y la burbuja incomparablemente mayor de las empresas
de alta tecnología. Para tapar los agujeros de los desastres de la deuda
privada vertidos sobre las deudas públicas, la Reserva Federal y el Banco
Central Europeo inundaron los mercados de liquidez, que en lugar de “gotear”
hacia la economía real, sirvió para alimentar la burbuja de alta tecnología y el
desarrollo de fondos de inversión, como los llamados “Big Three”: Vanguard,
BlackRock y State Street –un trío que representa el mayor monopolio de la
historia del capitalismo, gestionando 50.000 billones de dólares, accionista de
referencia en todas las empresas más importantes que cotizan en Bolsa. Ahora
esta burbuja también se está desinflando.
Ni siquiera
reducir a la mitad la capitalización bursátil de la Bolsa de Wall Street nos
acercaría al valor real, infinitamente inferior, de las empresas de alta tecnología,
cuyas acciones han sido infladas por los fondos para mantener altos los
dividendos para sus “ahorradores” –los demócratas, en realidad, también
contaban con reemplazar la asistencia social con finanzas para todos, como
antes habían elogiado la vivienda para todos los estadounidenses.
Ahora el tren
de la salsa está llegando a su fin. La burbuja ha llegado a su límite y los
valores están cayendo con el riesgo concreto de un colapso. Si a esto le
sumamos la incertidumbre que las políticas de Trump –que representan unas
finanzas que no son las de los fondos de inversión– están introduciendo en un
sistema que los propios fondos habían conseguido estabilizar con la ayuda de
los demócratas, podemos entender los temores de los “mercados”. El capitalismo occidental
necesita otra burbuja porque funciona como una reproducción de lo mismo de
siempre. El intento de Trump de reconstruir la industria manufacturera en
Estados Unidos está condenado al fracaso.
La identidad
perfecta de “producción” y destrucción
Europa, que
gasta mucho más que Rusia en armas (el 55% del gasto mundial en armamento se
atribuye a la OTAN, “sólo” el 5% a Rusia), ha decidido lanzar un importante
plan de inversiones de 800.000 millones de euros para aumentar aún más el gasto
militar.
En Europa
todavía siguen activas redes políticas y económicas y centros de poder que
remiten a la estrategia representada por Biden, derrotado en las últimas
elecciones presidenciales. Por ello, Europa es el espacio propicio, hundida en
la guerra, para construir una burbuja basada en armamentos que compense las
crecientes dificultades de los “mercados” estadounidenses. Desde diciembre, las
acciones de las empresas productoras de armas ya son objeto de especulación,
subiendo cada vez más y actuando como refugio para el capital que considera
demasiado arriesgada la situación en Estados Unidos. En el centro de la
operación se encuentran fondos de inversión entre los mayores accionistas de
las principales empresas armamentísticas. Tienen participaciones significativas
en Boeing, Lockheed Martin y RTX e influyen en la gestión y las estrategias de
estas empresas. Europa también es un actor del complejo militar-industrial: las
acciones de Rheinmetall, la empresa alemana que fabrica el Leopard y es el
mayor productor de municiones de Europa, han subido un 100% en los últimos
meses, superando al mayor fabricante de automóviles del continente, Volkswagen,
en términos de capitalización de mercado, la última señal del creciente apetito
de los inversores por los valores relacionados con la defensa. Evidentemente,
Rheinmetall tiene como principales accionistas a Blackrock, Société Générale,
Vanguard, etc.
La Unión
Europea quiere recaudar los ahorros continentales y canalizarlos hacia el
armamento, con consecuencias catastróficas para el proletariado y una mayor
división de la Unión. La carrera armamentista no puede funcionar como un
“keynesianismo de guerra” porque las inversiones en armas ocurren en una
economía financiarizada y ya no industrial. Construida con dinero público,
proporcionará ganancias a una pequeña minoría de individuos privados, mientras
empeorará las condiciones de la gran mayoría de la población.
La burbuja
armamentística producirá inevitablemente los mismos efectos que la burbuja
estadounidense de alta tecnología. Después de 2008, las sumas de dinero
obtenidas para invertir en la burbuja tecnológica nunca “llegaron” al
proletariado estadounidense. En cambio, han producido una desindustrialización
cada vez más intensa, empleos no cualificados y precarios, salarios bajos,
pobreza generalizada, la destrucción del poco bienestar heredado del New Deal y
la consiguiente privatización de todos los servicios.
Esto es lo que,
sin lugar a dudas, producirá la burbuja financiera en Europa. La
financiarización conducirá no sólo a la destrucción completa del Estado de
bienestar y a la privatización definitiva de los servicios, sino también a una
mayor fragmentación política de lo que queda de la Unión Europea. Las deudas,
contraídas por cada Estado por separado, deberán ser pagadas y producirán
enormes diferencias entre los Estados europeos en su capacidad para saldarlas.
El verdadero
peligro no es Rusia sino Alemania. El rearme de 500 mil millones –con otros 500
mil millones listos para infraestructuras– es un paso crucial en la
construcción de la burbuja. La última vez que el país teutónico se rearmó,
causó desastres mundiales: basta pensar en los 25 millones de muertos solo en
la Rusia soviética, la Solución Final, etc. De ahí la famosa frase de François
Mauriac: «Amo tanto a Alemania que prefiero dos de ellas». A la espera de los
desarrollos ulteriores del nacionalismo y de la extrema derecha –que ya alcanza
el 21%– que inevitablemente producirá el movimiento «Deutschland ist zurück»,
impondrá la hegemonía imperialista habitual a los demás países europeos. Los
dirigentes alemanes abandonaron rápidamente el credo ordoliberal, que tenía un
fundamento político, no económico, y abrazaron plenamente la financiarización
angloamericana, fijándose el mismo objetivo: comandar y explotar a Europa. El
Financial Times informa sobre una decisión tomada por Merz, un hombre de
Blackrock, y el ministro de Hacienda Kukies, un hombre de Goldman Sachs, con el
apoyo de los partidos de “izquierda” SPD y Die Linke, quienes, como sus
predecesores en 1914, están asumiendo una vez más la responsabilidad de la
carnicería futura.
Sólo el plan
alemán parece tener credibilidad en el marco del proyecto europeo en su
conjunto. En cuanto a los demás Estados, veremos quién tendrá el coraje de
recortar aún más radicalmente las pensiones, la sanidad, la educación, etc.,
por una amenaza inventada.
Si el anterior
imperialismo interno alemán se basaba en la austeridad, el mercantilismo
exportador, la congelación de salarios y la destrucción del Estado del
bienestar, el próximo se basará en la gestión de una economía de guerra
europea, jerarquizada en los diferenciales de tipos de interés a pagar para
reembolsar la deuda contraída.
Los países ya
muy endeudados –Italia, Francia, etc.– tendrán que encontrar compradores para
los bonos emitidos para pagar la deuda en un “mercado” europeo cada vez más
competitivo. A los inversores les resultará conveniente comprar bonos alemanes,
más precisamente los emitidos por las empresas armamentísticas que serán objeto
de especulación al alza, y bonos gubernamentales europeos, que sin duda son más
seguros y rentables que los de los países altamente endeudados. El famoso
“spread” seguirá teniendo su importancia, como en 2011. Los miles de millones
necesarios para financiar los mercados no estarán disponibles para el Estado
del bienestar. El objetivo estratégico de todos los gobiernos y oligarquías de
los últimos cincuenta años, es decir la destrucción y privatización del gasto
social para la reproducción del proletariado, se logrará. Veintisiete egoísmos
nacionales lucharán entre sí sin ningún interés, porque la historia –que, según
algunos, «somos los únicos que sabemos lo que es»– nos ha arrinconado, inútiles
e irrelevantes después de siglos de colonialismo, guerras y genocidios.
La carrera
armamentista va acompañada de una constante justificación de la guerra contra
todos –es decir, Rusia, China, Corea del Norte, Irán, los BRICS– que no se
puede abandonar y que corre el riesgo de concretarse porque esa delirante
cantidad de armas debe, en cualquier caso, “ser consumida”.
La lección de
Rosa Luxemburg, Kalecki, Baran y Sweezy
Sólo los incautos
pueden decir que están asombrados por lo que está sucediendo. Pero todo se
repite en un contexto diferente, un capitalismo financiero y ya no industrial
como en el siglo XX.
La guerra y los
armamentos han estado en el centro de la economía y la política desde que el
capitalismo se volvió imperialista. Y son también el corazón del proceso de
reproducción del capital y del proletariado, en feroz competencia entre sí.
Reconstruyamos
rápidamente el marco teórico proporcionado por Rosa Luxemburg, Kalecki, Baran y
Sweezy, firmemente enraizado, a diferencia de las inútiles teorías críticas
contemporáneas, en las categorías de imperialismo, monopolio y guerra, que nos
ofrece un espejo de la situación contemporánea.
Partamos de la
crisis de 1929, que tiene sus raíces en la Primera Guerra Mundial y en el
intento de salir de ella con la activación del gasto público mediante la
intervención estatal. Según Baran y Sweezy en la década de 1930 el problema era
el volumen del gasto público, que no podía contrarrestar las fuerzas depresivas
de la economía privada monopolista:
Considerado
como una operación de rescate para la economía estadounidense en su conjunto,
el New Deal fue por tanto un fracaso manifiesto. Incluso Galbraith, el profeta
de la prosperidad sin órdenes de guerra, reconoció que en el decenio de
1930-1940 “la gran crisis” nunca terminó.
Sólo se
superará con la Segunda Guerra Mundial: «Luego vino la guerra, y con la guerra
vino la salvación […] el gasto militar hizo lo que el gasto social no había
logrado» porque el gasto público pasó de 17,5 a 103,1 mil millones de dólares.
Baran y Sweezy
demuestran que el gasto público no produjo los mismos resultados que el gasto
militar porque estuvo limitado por un problema político que sigue siendo
nuestro. ¿Por qué el New Deal y el gasto público resultante no lograron
alcanzar un objetivo que “estaba a nuestro alcance, como lo demostró
posteriormente la guerra”? Porque la lucha de clases estalló por la naturaleza
y la composición del gasto público, es decir, por la reproducción del sistema y
del proletariado.
Dada la
estructura de poder del capitalismo monopolista estadounidense, el aumento del
gasto civil casi había llegado a su límite. Las fuerzas que se oponían a una
mayor expansión eran demasiado poderosas para ser vencidas.
El gasto social
compitió con las empresas y las oligarquías o las perjudicó, quitándoles poder
económico y político.
Como los
intereses privados controlan el poder político, los límites del gasto público
se establecen rígidamente sin ninguna consideración por las necesidades
sociales, por vergonzosamente obvias que puedan ser.
Y estos límites
se aplicaban también al gasto, a la sanidad y a la educación, que, en aquel
momento, a diferencia de hoy, no estaban en competencia directa con los intereses
privados de las oligarquías.
La carrera
armamentista permite un aumento del gasto público por parte del Estado, sin que
esto se transforme en un aumento de los salarios y del consumo por parte del
proletariado. Entonces, ¿cómo invertir el dinero público, para evitar la
depresión
económica que
trae consigo el monopolio, evitando el fortalecimiento del proletariado? Gastar
“en armamento, en más armamento, en cada vez más armamento”; Michael Kalecki,
trabajando en el mismo período, pero centrándose en la Alemania nazi, consigue
dilucidar otros aspectos del problema. Contra cualquier economicismo –que
siempre amenaza la comprensión del capitalismo por parte de las teorías
críticas, incluso las marxistas– destaca la naturaleza política del ciclo del
capital:
La disciplina
fabril y la estabilidad política son más importantes para los capitalistas que
las ganancias actuales.
El ciclo
político del capital, que ahora sólo puede garantizarse mediante la
intervención estatal, debe recurrir al gasto en armamento y al fascismo.
También para Kalecki el problema político se manifiesta en “la dirección y los
objetivos del gasto público”. La aversión a la «subvención al consumo de masas»
está motivada por la destrucción que provoca «de los fundamentos de la ética
capitalista “ganarás el pan con el sudor de tu frente” (a menos que vivas de
las rentas del capital)».
¿Cómo podemos
garantizar que el gasto público no se traduzca en aumento del empleo, del
consumo y de los salarios y, por tanto, en fuerza política del proletariado?
Las oligarquías resuelven el problema con el fascismo. De esta manera, la
maquinaria estatal queda bajo el control del gran capital y de los dirigentes
fascistas y “la concentración del gasto estatal en armamento”, mientras que “la
disciplina fabril y la estabilidad política quedan garantizadas mediante la
disolución de los sindicatos y los campos de concentración. La presión política
sustituye aquí a la presión económica del paro”. De ahí el inmenso éxito de los
nazis entre la mayoría de los liberales, tanto ingleses como estadounidenses.
El gasto en
guerra y armas sigue siendo central para la política estadounidense incluso
después del final de la Segunda Guerra Mundial, porque una estructura política
sin una fuerza armada, es decir, sin un monopolio sobre su ejercicio, es
inconcebible. El tamaño del aparato militar de una nación depende de su
posición en la jerarquía mundial de la explotación.
Las naciones
más importantes siempre necesitarán más, y el alcance de sus requerimientos (de
fuerza armada) variará dependiendo de si hay o no una lucha intensa entre ellas
por el primer lugar.
El gasto
militar continúa creciendo en el seno del imperialismo:
Por supuesto,
la mayor parte de la expansión del gasto gubernamental tuvo lugar en el sector
militar, que aumentó de menos del 1 a más del 10 por ciento del PNB, y que
representó alrededor de dos tercios del aumento total del gasto gubernamental
desde 1920. Esta absorción masiva del superávit en preparativos militares ha
sido el hecho central de la historia estadounidense de la posguerra.
Kalecki señala
que en 1966 “más de la mitad del crecimiento del ingreso nacional resultó en un
aumento del gasto militar“. Ahora, en el período de posguerra, el capitalismo
ya no puede contar con el fascismo para controlar el gasto social. El
economista polaco, “alumno” de Rosa Luxemburg, señala:
Una de las
funciones fundamentales del hitlerismo fue superar la aversión del gran capital
a las políticas anticíclicas a gran escala. La gran burguesía había dado su
consentimiento al abandono del laissez-faire y al aumento radical del papel del
Estado en la economía nacional, con la condición de que el aparato estatal
fuera colocado bajo el control directo de su alianza con la dirección fascista.
El destino y
contenido del gasto público estaba determinado por los armamentos. En los
Treinta Años Gloriosos, al tener que abandonar el fascismo que aseguraba la
dirección de los gastos públicos, los Estados y los capitalistas se vieron
obligados a un compromiso político. Las relaciones de poder determinadas por el
siglo de revoluciones obligan al Estado y a los capitalistas a hacer
concesiones que, sin embargo, son compatibles con que las ganancias alcancen
tasas de crecimiento hasta entonces desconocidas. Pero incluso este compromiso
es demasiado porque, a pesar de los.grandes beneficios, “los trabajadores se
vuelven “recalcitrantes” en tal situación y los “capitanes de la industria” se
muestran ansiosos de “darles una lección”
La
contrarrevolución, iniciada a fines de la década de 1960, tendrá en su núcleo
la destrucción del gasto social y el deseo feroz de orientar el gasto público
hacia los intereses únicos y exclusivos de las oligarquías. El problema, a
partir de la República de Weimar, nunca ha sido el de una intervención genérica
del Estado en la economía: la cuestión es cómo el Estado mismo fue investido
por la lucha de clases y obligado a ceder a las reivindicaciones de las luchas
obreras y proletarias.
En los tiempos
de la Guerra Fría, sin la ayuda del fascismo, la explosión del gasto militar
requiere una legitimación, asegurada por una propaganda capaz de evocar
continuamente la amenaza de una guerra inminente, de un enemigo a las puertas
dispuesto a destruir los valores occidentales: “Los creadores oficiales y no
oficiales de la opinión pública tienen la respuesta preparada: Estados Unidos
debe defender al mundo libre de la amenaza de la agresión soviética (o china)”.
Kalecki, para
el mismo período, especifica: «Los periódicos, el cine, la radio y las
estaciones de televisión que trabajan bajo la égida de la clase dominante,
crean una atmósfera que favorece la militarización de la economía».
El gasto en
armamento no sólo tiene una función económica, sino también de producción de
subjetividades subyugadas. La guerra, al exaltar la subordinación y el mando,
“contribuye a crear una mentalidad conservadora”.
Mientras que el
gasto público masivo en educación y bienestar tiende a socavar laposición
privilegiada de la oligarquía, el gasto militar hace lo contrario. La
militarización favorece a todas las fuerzas reaccionarias (…) determina un
respeto ciego a la autoridad; Se enseña e impone una conducta de conformidad y
sumisión; y cualquier opinión contraria se considera antipatriótica o incluso
traidora.
El capitalismo
produce un sujeto que, precisamente por la forma política de su ciclo, es un
sembrador de muerte y destrucción, más que un promotor de progreso. Richard B.
Russel, senador conservador del sur de Estados Unidos desde los años 1960, nos
lo dice, citado por Baran y Sweezy:
Hay algo en los
preparativos para la destrucción que induce a los hombres a gastar dinero de
forma más irreflexiva que si se tratara de fines constructivos. Por qué sucede
esto no lo sé. Pero en los treinta años aproximadamente que llevo en el Senado,
he llegado a comprender que, al comprar armas para matar, para destruir, para
borrar ciudades de la faz de la tierra y para eliminar grandes sistemas de
transporte, hay algo que hace que los hombres no calculen el gasto con el mismo
cuidado que emplean cuando se trata de pensar en viviendas dignas y en
asistencia sanitaria para los seres humanos.
La reproducción
del capital y del proletariado se ha politizado gracias a las revoluciones del
siglo XX. La lucha de clases, que también afectó a esta realidad, puso de
manifiesto una oposición radical entre la reproducción de la vida y la reproducción
de su destrucción, que desde los años 30 no ha hecho más que profundizarse.
¿Cómo funciona
el capitalismo?
La guerra y los
armamentos, prácticamente excluidos de todas las teorías críticas del
capitalismo, funcionan como discriminantes en el análisis del capital y del
Estado. Es muy difícil definir el capitalismo simplemente como un “modo de
producción” como lo hizo Marx: economía, guerra, política, Estado, tecnología
son, de hecho, elementos estrechamente entrelazados e inseparables. La “crítica
de la economía”; no basta para producir una teoría revolucionaria. Ya con la
llegada del imperialismo se había introducido un cambio radical en el
funcionamiento del capitalismo y del Estado, que Rosa Luxemburg dejó
meridianamente claro. Según esta última, la acumulación tiene dos aspectos: el
primero concierne a la producción de plusvalía –en la fábrica, en la mina, en
la explotación agrícola– y a la circulación de mercancías en el mercado. Considerada
desde esta perspectiva, la acumulación es un proceso económico cuya fase más
importante es una transacción entre el capitalista y el asalariado. El segundo
aspecto tiene como escenario el mundo entero, una dimensión global que no puede
reducirse al concepto de «mercado» y sus leyes económicas.
Los métodos
empleados aquí son la política colonial, el sistema de préstamos
internacionales, la política de esferas de interés y la guerra. La violencia,
el fraude, la opresión, la depredación se desarrollan abiertamente, sin
máscara, y es difícil reconocer las leyes rigurosas del proceso económico en el
entrelazamiento de la violencia económica y la brutalidad política.
La guerra no es
la continuación de la política, sino que siempre ha coexistido con ella, y esto
queda claro si observamos el funcionamiento del mercado mundial. Aquí, donde la
guerra, el fraude y la depredación coexisten con la economía, la ley del valor
nunca ha funcionado realmente. El mercado mundial parece muy diferente del que
Marx describió. Sus consideraciones ya no parecen válidas. O, mejor dicho, es
necesario precisarlas: sólo en el mercado mundial el dinero y el trabajo se
harían adecuados a su concepto, llevando a término su abstracción y su
universalidad. Por el contrario, lo que podemos observar es que el dinero, la
forma más abstracta y universal del capital, es siempre la moneda de un Estado.
El dólar es la moneda de los Estados Unidos y reina suprema sólo como tal. La
abstracción del dinero y su universalidad (y sus automatismos) son apropiados
por una “fuerza subjetiva” y son gestionados según una estrategia que no está
contenida en el dinero.
Las finanzas,
como la tecnología, también parecen ser objeto de apropiación por parte de
fuerzas subjetivas “nacionales” que están lejos de ser universales. En el
mercado mundial no triunfa el trabajo abstracto como tal, sino que se encuentra
con otros tipos de trabajo radicalmente diferentes (trabajo servil, trabajo
esclavo, etc.).
La acción de
Trump, habiendo dejado caer el velo hipócrita del capitalismo democrático, nos
revela el secreto de la economía: ésta sólo puede funcionar a partir de una
división internacional de la producción y de la reproducción definida e
impuesta políticamente, es decir, con el uso de la fuerza que implica también
la guerra.
La voluntad de
explotar y dominar, gestionando simultáneamente las relaciones políticas,
económicas y militares, construye una totalidad que nunca puede cerrarse sobre
sí misma, sino que permanece siempre abierta, separada de conflictos, guerras y
depredaciones. En esta totalidad escindida convergen todas las relaciones de
poder y se gobiernan. Trump interviene en diversos aspectos de la vida política
y cotidiana estadounidense al mismo tiempo que pretende imponer a Estados
Unidos un nuevo posicionamiento global, tanto político como económico. Actúa de
lo micro a lo macro: acción política que los movimientos contemporáneos no
tienen en sus horizontes de pensamiento.
La construcción
de la burbuja financiera, proceso que podemos seguir paso a paso, se produce de
la misma manera. Los actores que contribuyen a su producción son numerosos: la
Unión Europea, los Estados que deben endeudarse, el Banco Europeo, el Banco
Europeo de Inversiones, los partidos políticos, los medios de comunicación y la
opinión pública, los grandes fondos de inversión (todos estadounidenses) que
organizan el traslado de capitales de una Bolsa a otra, las grandes empresas.
La burbuja económica y sus automatismos sólo podrán funcionar cuando el
choque/cooperación entre estos centros de poder haya dado su veredicto. Hay que
disipar la ideología de que este proceso es “automático”. El “piloto
automático” sobre todo en el plano financiero, existe y funciona sólo después
de haber sido establecido políticamente: no existía en los Treinta Años
Gloriosos porque se había decidido políticamente en esa dirección; Está
funcionando desde finales de la década de 1970, gracias a una voluntad política
explícita.
La
multiplicidad de actores que trabajan desde hace meses se mantiene unida por
una estrategia. Hay dos elementos subjetivos que intervienen de manera
fundamental. Desde el punto de vista capitalista, existe una lucha encarnizada
entre el “factor subjetivo” de Trump y el “factor subjetivo” de las élites
derrotadas en las elecciones presidenciales, que aún tienen fuerte presencia en
los centros de poder de EEUU y Europa.
Pero para que
el capitalismo funcione también hay que tener en cuenta un factor proletario
subjetivo. Desempeña un papel decisivo: o se convertirá en el portador pasivo
del nuevo proceso de producción/reproducción del capital o tenderá a rechazarlo
y destruirlo. Dada la incapacidad del proletariado contemporáneo, el más débil,
el más desorientado, el menos autónomo e independiente de la historia del
capitalismo, la primera opción parece la más probable. Pero si no logra oponer
su estrategia a las continuas innovaciones estratégicas del enemigo, capaces de
renovarse continuamente, caeremos en una asimetría de relaciones de poder que
nos retrotraerá a una situación anterior a la Revolución Francesa, en un
nuevo/ya visto “ancien régime”.