lunes, 20 de febrero de 2023

Salvemos la utopía

Tirar la palangana de agua sucia con el niño dentro: eso hemos hecho con frecuencia. No hemos sabido separar el grano de la paja, y hemos descalificado, abjurado, negado la única luz –por muy fugaz que fuera– que podía sacar del subsuelo a los de abajo. Salvemos la utopía Carlo Formenti El Viejo Topo 20 febrero, 2023 foto Si asumimos las definiciones de socialismo y comunismo que se pueden obtener de los textos «canónicos» de los padres fundadores –ver en particular la Crítica del Programa de Gotha de Marx y/o el Anti-Dühring de Engels– ninguna de las sociedades que hoy se definen como socialistas, de China a Cuba, vía Vietnam, Bolivia y Venezuela, podría definirse como tal. Esto porque en esos textos se argumentaba que el socialismo se caracteriza no sólo por la socialización de los medios de producción, sino también por la eliminación de la producción mercantil y de las relaciones monetarias. Después de la Revolución de Octubre, estos criterios se atribuyeron exclusivamente al comunismo consumado, mientras que requisitos menos estrictos se asociaron al socialismo, como la transición del capitalismo al comunismo. Ya en 1921 Lenin, habiendo rechazado las tesis de quienes afirmaban la posibilidad/necesidad de pasar directamente del capitalismo al comunismo, argumentaba que la transición sería larga y caracterizada por la persistencia de las relaciones mercantiles y monetarias. Si pasamos luego de la NEP de Lenin a las reformas posmaoístas en China, es claro que, si aplicáramos los requisitos de Marx y Engels, tendríamos que reconocer que nunca ha habido una «verdadera» sociedad socialista (y mucho menos comunista) en la historia. En cambio, Lenin, respondiendo a las acusaciones de quienes sostenían que en Rusia no se había logrado el socialismo sino una forma de capitalismo de Estado, escribió (en 1918): «También estamos lejos del final del período de transición del capitalismo al socialismo […]. Sabemos lo difícil que es el camino que lleva del capitalismo al socialismo, pero tenemos el deber de decir que nuestra república de soviets es socialista, porque hemos emprendido ese camino. Por lo tanto, tenemos razón al decir que nuestro estado es una república socialista de soviets”. Entonces, ¿por qué negar al Partido Comunista de China el derecho a llamar socialista a la República Popular China? Por supuesto, el «socialismo al estilo chino» está muy lejos del modelo canónico anterior. Analizándolo en su obra maestra Adam Smith en Beijing, Giovanni Arrighi llegó a las siguientes conclusiones: la sociedad de mercado (que debe distinguirse de la sociedad de mercado capitalista) no es incompatible con la sociedad socialista ya que existen modos mixtos de desarrollo económico (es decir, basados en la combinación de economía estatal y economía de mercado) que no son reducibles a los mecanismos de acumulación capitalista analizados por Marx: China es un ejemplo de este tipo de desarrollo (que, según Arrighi, es una variante de las modalidades previas a la colonización del país por el imperialismo occidental). El punto crucial común a todos los procesos de construcción del socialismo en curso hoy en Asia y América Latina consiste en que se trata de revoluciones que se dieron en países que pertenecen a las periferias y semiperiferias del mundo, de modo que los partidos que las han impulsado debían resolver en primer lugar el problema de garantizar las necesidades esenciales de poblaciones sometidas a siglos de miseria, opresión y explotación. La solución, con distintas variantes, fue dilatar el proceso de construcción del socialismo en un largo tiempo, permitiendo amplios márgenes de libertad al mercado sin por ello aflojar el control político del Estado sobre la economía, pero sobre todo impidiendo que los capitalistas convirtieran en poder político su poder económico. Todo esto requiere un cambio de paradigma en la teoría marxista a partir de: 1) el reconocimiento de que no existe un camino predefinido para la transición del capitalismo al socialismo; 2) del reconocimiento de que este camino ya no puede concebirse a partir del contexto histórico, económico-social y político-cultural de los países occidentales. Lo que no significa que la relación deba invertirse, es decir, que la construcción del socialismo en los países capitalistas avanzados deba inspirarse en los modelos adoptados por las revoluciones que tuvieron lugar en los países periféricos o semiperiféricos, sino que es hora de darse cuenta que el proceso asumirá (cuando y si sucede) formas peculiares en cada país. Desde el momento en que se acepta la idea de que los procesos de construcción del socialismo pueden ser los más diversos, surge sin embargo una pregunta: ¿Hasta qué punto podemos imaginar todavía un lugar de aterrizaje común para todos estos procesos? En otras palabras: ¿podemos pensar todavía en el comunismo realizado como una etapa real y concreta del devenir histórico, si no como el punto de llegada de este devenir, en el sentido en que Marx habla del comunismo como el «fin de la prehistoria»? El lector advertido ya habrá entendido que lo que se acaba de formular es una pregunta retórica que implica una respuesta negativa. De hecho, el escritor está convencido de que es necesario otro cambio de paradigma si queremos preservar el núcleo vital del marxismo: se trata de liquidar el providencialismo y el mesianismo propios de gran parte de la cultura socialcomunista del siglo XX (vicios de los cuales incluso el propio Marx no estaba libre). El ejemplo más claro de esta tendencia nos lo ofrece un autor como Ernst Bloch que, en su obra más conocida, El principio esperanza, nos da una descripción de la sociedad comunista como un verdadero paraíso en la tierra, un mundo nuevo en el que todas las contradicciones y todos los conflictos (no solo de clase, sino también étnicos, religiosos, generacionales, de género, etc.) serán reparados en una comunidad caracterizada por un amor universal del que la misma naturaleza será parte activa. Otra lectura profética-escatológica de la obra de Marx la encontramos en Enrique Dussel, uno de los máximos exponentes de la Teología de la Liberación. En sus Metáforas teológicas de Marx, Dussel cita y comenta innumerables pasajes –desde sus primeros trabajos hasta las últimas versiones de El capital– en los que el filósofo de Trier utiliza imágenes del Antiguo y Nuevo Testamento para construir una verdadera “demonología” del capital. Para Dussel no se trata de metáforas triviales, sino de una verdadera «teología negativa» cuyo objetivo no es tanto revelar la realidad material de la explotación que las ilusorias promesas de la religión judeocristiana ayudan a mistificar, sino más bien demostrar cómo el mensaje del cristianismo primitivo está en oposición antagónica al culto pagano del fetiche del capital que exige el sacrificio del trabajo vivo (y con el cristianismo «domado» que se ha convertido en cómplice de este culto). Dussel está convencido, como Bloch, de que la tarea del revolucionario es establecer el reino de Dios aquí en la tierra, El Lukács de la Ontología del ser social se mueve en una dirección completamente diferente donde, mientras reclama para el análisis histórico el estatus de la única forma de conocimiento científico aceptable desde el punto de vista marxista, por un lado señala en el trabajo la fuente de una apertura ininterrumpida al cambio a medida que se acumulan los productos del trabajo social, revelando más posibilidades y lanzando nuevos retos; por otro lado, niega la existencia de «leyes» universales inmanentes al proceso histórico, invitándonos a despedirnos tanto de los residuos evolucionistas como positivistas que lastran algunas páginas del propio Marx, y de lo profético, «destinal» (es decir, idealistas) de la caída «necesaria» del capitalismo y el advenimiento «necesario» primero del socialismo y luego del comunismo. En cuanto a la cuestión de si el comunismo debe ser considerado un momento real de la historia o una idea reguladora, un horizonte utópico, Lukács va más allá de este dilema al escribir que“todas las utopías que se mueven a nivel filosófico no pueden (y generalmente no quieren) incidir directamente sobre el futuro inmediato […] la objetividad y la verdad directa de la utopía pueden también ser muy problemáticas, pero precisamente en esta naturaleza problemática reside su valor para el desarrollo de la humanidad está constantemente en juego, aunque a menudo de manera confusa”. Desde un punto de vista abstracto, meramente doctrinario, se podría argumentar que la pérdida de credibilidad del mito del comunismo como paraíso en la tierra es un hecho positivo, en la medida en que se trata de un relato en contradicción con los propios fundamentos filosóficos del marxismo, dado que no es posible afirmar que el motor de la historia es el conflicto y, al mismo tiempo, que en la sociedad futura cesarán todos los conflictos. Por el contrario, en un nivel concreto, la satanización del comunismo tras el fracaso del experimento soviético y la propaganda arrolladora de los partidos, gobiernos, instituciones, medios de comunicación, escuelas y universidades occidentales debe ser combatido en la medida en que pretende extinguir cualquier esperanza de las clases bajas en la posibilidad de mejorar sus condiciones de vida. Fuente: Avanti.it