sábado, 14 de noviembre de 2020

MADRID AÑOS 50

Historia. La historia no cambia porque los trabajadores estamos siempre en la misma historia: sin saber de historia. La historia cambiará cuando empiece a cambiar la estructura económica en la que se asienta (misma estructura económica misma historia con a lo sumo otros collares pero con los mismos perros). Pero esto ya es otra historia que comenzará cuando los trabajadores entendamos la economía que estamos utilizando todos los días de forma inconsciente. Esto se dirige al que quiera y sepa leer, al que no quiera ni sepa leer no lo molestamos.

 

La gran guerra y la burguesía barcelonesa: opciones políticas y componentes ideológicos

  

Soledad Bengoechea

Vientosur

13.11.2020

 

Huelga de la Canadiense 1919

 

Soledad Bengoechea

 Vientosur 

13.11.2020

En los 10 años que separan el inicio de la Gran Guerra (1914-1918) hasta la llegada de Primo de Rivera al poder (1923) aparecieron nuevas opciones políticas. En aquel tiempo, las calles de Barcelona se teñían de sangre obrera y patronal mientras las clases acomodadas auspiciaban y luego bendecían el golpe de estado. En este artículo se trata, someramente, el comportamiento de la patronal barcelonesa en el terreno abonado de finales de 1918 y principios de 1919. Atemorizada ante la creciente amenaza que significaba el incremento de la CNT, los empresarios idearon diferentes alternativas para neutralizarla buscando en el cajón de sastre de las estrategias tradicionales y en nuevas fórmulas que aparecían en aquellos años convulsos. En lugar de propiciar un partido único, como ocurrió en el caso de Italia, su estrategia fue crear un Sindicato Patronal Único: la Federación Patronal de Barcelona, semejante a la Confindustria italiana fundada en 1910. La Federación Patronal estaba articulada en asociaciones patronales que habían nacido a finales del siglo XIX, y hablaba de revolución, de nacionalismo, de orden, de jerarquía, de disciplina. Este Sindicato Patronal planteaba una postura que la plana mayor del empresariado la respaldada: el corporativismo, basado en la sindicación obligatoria y única para patronos y obreros. El Estado debía ser privado de la conducción de la política económica, que pasaría a ser pilotada por ellos. La Federación Patronal tuvo apoyos externos: la financiación del gran capital, así como un fuerte aparato militar y policial. E incluso se benefició de la complicidad de una milicia paramilitar, la burguesía armada del Somaten, que le respaldó en los momentos de mayor conflictividad, cuando se temió el levantamiento del pueblo, negando al Estado el monopolio de la violencia. Y contó, también, con un sindicato amarillo, los Sindicatos Libres, que provenía del tradicionalismo.

Nuevas maneras de hacer política: las asociaciones políticas, los militares. El antiparlamentarismo

Cuando estalló la Gran Guerra, en la que España se mantuvo neutral, los empresarios catalanes percibieron enseguida la posibilidad de realizar grandes negocios en el sector de la exportación. Se hacía evidente que los países en liza necesitarían mantas para las trincheras, uniformes, botas y correajes para los soldados, etc. No obstante advertían un problema: en el gobierno estaba el conservador Eduardo Dato y temían que no contemplase estas nuevas posibilidades. Ello acentuó un sentimiento inherente en la burguesía catalana: las asociaciones económicas tenían que incidir en los órganos de gobierno, compartiendo o sustituyendo las funciones propias de los partidos políticos. El mismo año de comenzada la guerra más de treinta representares de las corporaciones económicas catalanas más importantes, encabezadas por el presidente de la Mancomunitat, Enric Prat de la Riba, enviaron sus quejas al rey. Ponían de manifiesto su recelo hacía la actuación de unos gobiernos que “sea por radicar lejos de las regiones periféricas en donde España alcanza su máxima intensidad económica […] en vez de actuar como los gobiernos de los demás estados, no llega a darse cuenta de los conflictos mientras se preparan”. El final de la guerra puso fin a la expansión económica y la crisis de los sectores que más habían crecido durante el conflicto. En Vizcaya en las industrias siderúrgicas y metalúrgicas. En Cataluña en el textil. Al optimismo inicial siguió la decadencia. Los beneficios acumulados sirvieron de poco. Durante estos años, un discurso muy crítico respecto a los partidos políticos se fue acentuando, al tiempo que desde las corporaciones económicas se fortalecía una oratoria que planteaba canales corporativos. Una mayoría de los líderes de estas corporaciones eran políticos que jugaban en dos frentes distintos pero complementarios: desde su posición de políticos presentaban proyectos al Parlamento; por su condición de industriales utilizaban vías más directas (escribían al rey, al presidente del gobierno, al ministro de hacienda). Dado que las propuestas que los políticos catalanes en el Parlamento a veces se veían frustradas por la oposición, a partir de la especial coyuntura abierta por la guerra los industriales utilizarían los canales de tipo más directo como práctica cotidiana.

Otro fenómeno característico de estos años fue el reforzamiento del pretorianismo. Durante el verano de 1917, en España -pero sobre todo en Cataluña- tuvo lugar una grave crisis política y una huelga general que cuestionaba el sistema. Aunque los generales se desvincularon del movimiento de oficiales de las Juntas de Defensa, que tenían un interés estrictamente corporativo, el poder militar iría en aumento a medida que se desgastaba el Parlamento. En otro orden de cosas, se ha de tener en cuenta que el rey también era el jefe supremo de los ejércitos. Por tanto, y como hacían muchos empresarios, los militares acudían al monarca en lugar de a las Cortes para defender sus intereses. Asimismo, el menosprecio que muchos militares sentían hacia la clase política era el nexo que les acercaba a buena parte de la burguesía catalana, una parte de la cual constituía la base de la Lliga Regionalista, partido catalán fundado en 1901. Los patronos utilizarían este malestar de los militares; los militares se aprovecharían del creciente sentimiento de rebeldía antigubernamental inherente a la patronal. En estos años, en diferentes ocasiones, la obsesión del peligro “rojo” hizo perder de vista al gobierno el peligro que representaba el tamden de patronos y militares.

Durante la primavera de 1918, los “junteros” se volvieron a insubordinar. Su protesta movilizó la burguesía catalana y sus propuestas se encarrilaron en dos direcciones: una apostaba por un gobierno de militares, pero dirigido por un civil; otra por una dictadura militar. La actitud del monarca consiguió frenar la insubordinación, sobre todo al poner al conservador Antonio Maura al frente de un gobierno de concentración. La Lliga pudo colocar a Francesc Cambó de ministro de Fomento. Cambó había apostado siempre por gobiernos de concentración que permitieran a los catalanes tener un peso en la política española; solo así podría obtener de forma pacífica un estatuto de autonomía.

A finales de 1918, cuando finalizaba la guerra europea, por las calles barcelonesas corrían rumores de caídas de imperios que parecían inamovibles, al tiempo que las noticias que llegaban del triunfo de los bolcheviques exacerbaban los ánimos de una clase obrera enrolada masivamente en el sindicato anarcosindicalista revolucionario CNT, que percibía ya el paro a que la condenaba el fin de las exportaciones. A mediados de noviembre, en pleno otoño, Maura dejaba el poder y entre algunos sectores de la burguesía barcelonesa cobraba vida una propuesta que hablaba de crear un frente patriótico que coordinase todas las derechas españolas. La línea de la oferta era indiscutiblemente contrarrevolucionaria, no ocultaba que su finalidad era poner fin al sistema liberal e imponer una dictadura que acabase con una temida revolución. El proyecto lo hizo público un tradicionalista, el conde de Santa María de Pomés, en una conferencia que al caer la tarde pronunció en la sala de actos del Centro de Defensa Social, entidad formada por miembros marcadamente tradicionalistas, ante un selecto grupo de burgueses. Ataviado con el traje oscuro de rigor, subió a la palestra. Al avanzar en el discurso su voz se elevó hacia notas agudas, estridentes. La creciente determinación de acabar con la democracia parlamentaria, utilizando la violencia si era necesario, se hizo explícita en una de las frases pronunciadas por el aristócrata al comentar una alocución que el tradicionalista Donoso Cortés había pronunciado setenta años antes en el Parlamento, que entre otras cosas decía: “La significación de España en el mundo a la hora de la paz y de las derechas españolas a la hora de la guerra”. Teniendo como modelo a Cortés, Pomés señalaba “cuando la legalidad basta para salvarla [la sociedad], la legalidad. Cuando no basta, la dictadura”. En aquel contexto, contando con el apoyo de muchos industriales catalanes, se fundó un nuevo partido, La Unión Monárquica Nacional (UMN), que pretendía ser el eje de una federación de las derechas más duras de orientación españolista. Emergía la reclamación de un poder autoritario para contrarrestar la amenaza de una revolución. Un dirigente de la UMN fue el fabricante de pianos Jaime Cussó, que presidió el Fomento del Trabajo Nacional desde febrero de 1918 hasta 1922, es decir, durante los años más duros que en el aspecto social vivió la ciudad de Barcelona.

Autonomía y corporativismo

Al tiempo que los sectores monárquicos y españolistas intentaban colocar las bases de una gran coalición electoral que aglutinase todas las clases conservadoras, es decir, mientras tradicionalistas y monárquicos de la UMN se agitaban buscando una unión de las derechas que fuese capaz de parar una temida revolución instigada por la CNT, el rey estimulaba a Cambó a tirar adelante la autonomía catalana -presentación del primer proyecto de estatuto- con el fin de superar la múltiple crisis política y social existente en España, como señala Borja de Riquer en su obra “Alfonso XIII y Cambó. La monarquía y el catalanismo político”. Bajo el impacto de los proyectos del presidente norteamericano Wilson, los regionalistas, por un lado, con el apoyo de sectores del republicanismo moderado por otro, buscaron ahora una victoria parcial en la lucha por alterar la estructura del estado centralista, y se lanzaron a la tercera campaña autonomista del siglo. La Mancomunitat asumió el proyecto como propio, consignando unas bases para la elaboración del estatuto. Para reforzar la petición autonomista, jóvenes catalanistas salieron a la calle, y por las Ramblas se sucedían sus manifestaciones con el correspondiente enfrentamiento contra grupos españolistas, muchos de los cuales estaban compuestos por oficiales del ejército.

Todo ello ocurría a finales de noviembre de 1918, mientras las hojas de los árboles alfombraban las calles de Barcelona. Aunque el gobierno se negaba a parlamentar sobre el estatuto de autonomía, desde la Mancomunitat se comenzó a redactarlo. Había un punto muy interesante: se querían crear unos organismos técnicos interventores que actuasen como mediadores en los conflictos sociales. Desde algunas plumas de intelectuales y desde grupos industriales se pedía que la Mancomunitat tuviese funciones legislativas, que este organismo contase con plena autoridad en materia obrera (algo que en 1919 se volvería a pedir ante lo que se calificaba de inacción del gobierno en el tema de la represión de los anarcosindicalistas). En este contexto, el sentimiento de no estar tutelados por el estado y la desconfianza hacia el parlamentarismo llevaron a ciertos sectores burgueses a elaborar distintos discursos. Desde el tradicionalismo se esperaba que la autonomía contemplase un proyecto corporativo, es decir, que se facilitase la reaparición de los antiguos gremios medievales –donde supuestamente desaparecería la lucha de clases- y el restablecimiento del derecho catalán.

Por esas mismas fechas, dos corporaciones económicas muy relevantes, como la Cámara de Comercio de Barcelona y el Fomento del Trabajo Nacional, también dirigieron sendos escritos a la Mancomunitat y al propio gobierno. Les presentaban un proyecto nuevo, un proyecto corporativo: la sindicación profesional obligatoria y única para patronos y obreros. La finalidad de la propuesta era llegar a constituir órganos de representación de patronos y obreros que fuesen los que resolviesen las cuestiones de índole laboral y social. Es decir, se planteaba una organización corporativa de la política. La sindicación obligatoria y única, en el fondo el corporativismo que años después se instauraría bajo la dictadura del general Franco, prohibiría la existencia de sindicatos independientes. El sistema corporativo trataba de despojar a los trabajadores de sus órganos de representación, intentaba realizar, según principios tecnocráticos y solidaristas, la colaboración de las clases productoras bajo el control del régimen, pero preservando la propiedad privada y la división de clases. En definitiva, se trataba de defender los intereses de clase de la burguesía mediante una concepción orgánica del poder que emanaría desdearribaEllo significaría, principalmente, privar a los obreros del sindicato CNT, al tiempo que sometería a todos los patronos a unas mismas normas asociativas.

Desde el gobierno del liberal conde de Romanones se hizo un intento de institucionalizar las relaciones de trabajo y de abordar el problema social y presentó al Instituto de Reformas Sociales (IRS), creado en el año 1903, el proyecto de sindicación forzosa. Ello ocurrió un frío día de enero. El IRS se opuso al proyecto. Negativa que tenía dos explicaciones: por una parte, el peso de los socialistas en esta organización (ellos tenían el sindicato UGT); de otra, la resistencia de la patronal en otros lugares de España donde la UGT y los sindicatos católicos, reformistas, no revolucionarios, eran mayoría.

Esta negativa, y las dificultades que existían para conseguir el estatuto de autonomía, movilizaron a uno de los fundadores de la Lliga Regionalista, Lluis Ferrer-Vidal. Este industrial y político era un hombre alto, algo entrado en carnes, de porte afable. Usaba gafas, lucía un gran bigote negro y exhibía una notable alopecia. Ingeniero, publicista y político catalanista, era un hombre de gran cultura y estaba dotado de un indudable carisma. Durante su vida, estrechó relaciones con las corporaciones económicas catalanas más importantes: presidió el Fomento del Trabajo Nacional, la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País y la Cámara de Industria de Barcelona. El sentimiento de no estar tutelado por el estado y la desconfianza hacia el parlamentarismo llevaron a Ferrer-Vidal a solicitar el establecimiento de un corporativismo solo para el mundo industrial catalán. Lo hizo en un artículo titulado “Sindicalismo, no. Sindicación, sí”. El proyecto, en gran parte extraño a la política, apelaba y reivindicaba el pensamiento del obispo Torras i Bages y el del presidente de la Mancomunitat, Enric Prat de la Riba. Estaría asentado sobre unos sindicatos obligatorios, pero después estos sindicatos, que eran considerados como herramientas de lucha, quedarían diluidos en la corporación. En su seno, amos y obreros ostentarían la categoría de productores. Estas peticiones se daban en un contexto europeo revolucionario. La Revolución de Noviembre alemana de 1918, por ejemplo, fue un momento crucial en la historia contemporánea, que convirtió en una posibilidad real el ascenso de los trabajadores al poder.

Al mismo tiempo que las grandes corporaciones económicas y la Lliga Regionalista emitían, al menos de palabra, la pretensión de volver a un pasado supuestamente idílico, sin lucha de clases, aparecía en Barcelona otro discurso, un discurso con los que unos sectores sociales querían abrirse paso. Las clases medias, extrañas a la política, luchaban por encontrar un lugar entre la gran burguesía y el proletariado. Habían aumentado con el desarrollo capitalista y en tiempos de crisis se prestaban a la lucha antiproletaria. El discurso no miraba atrás, sino que trataba de adaptar el estado a las nuevas condiciones de desarrollo capitalista. Tampoco buscaba las soluciones en el ámbito catalán; su punto de mira era toda España: era el discurso autoritario que elaboraban algunos patronos sindicalistas, durante unos años que Pere Gabriel ha calificado de tiempos de sindicatos.

Eran tiempos de sindicatos obreros y patronales

Como se comentaba anteriormente, en una Barcelona sometida a la crisis económica de finales de la Gran Guerra, las noticias que hablaban del triunfo de los bolcheviques habían sido un factor más de desastibilización. La ciudad era un polvorín y los anarcosindicalistas, enardecidos ante la visión de un futuro triunfo revolucionario, durante los meses de junio y julio de 1918 habían celebrado el llamado Congreso de Sants. Durante sus actos se organizaron en sindicatos únicos de ramos o industria, con lo cual se pensaba ganar más agilidad organizativa para la lucha. La ilusión de que la revolución era un horizonte aprensible, sobre todo si se conseguía generar una dinámica vaguística en toda España, llevó a los líderes cenetistas (Salvador Seguí (el Noi del Sucre), Ángel Pestaña) a realizar un viaje de propaganda que dio como resultado ganar una cantidad de adeptos considerable (la CNT siempre planteó la revolución social como española, y no solamente catalana, pero Cataluña era percibida como una región fundamental para la revolución general al reunir las condiciones idóneas para ser su motor). Mientras, en Cataluña, la afiliación crecía de día en día de tal manera que en 1919 la CNT afirmaba tener más de cuatrocientos mil afiliados. A partir de ahora, el anarcosindicalismo se convirtió en un reto singular, en el caballo de batalla del empresariado. Los documentos que emanan de la patronal revelan, a menos de palabra, que sus enemigos eran los cenetistas, no los obreros en general. Ante una clase obrera sindicalizada los empresarios se prepararon para dar una respuesta también de tipo sindical.

El proceso de sindicación patronal no era un fenómeno nuevo, ceñido a la problemática de la Gran Guerra; se ha de mirar hacia atrás. Pero la especial coyuntura abierta con la guerra aceleró su desarrollo. Así, si bien desde finales del siglo XIX la gran patronal, pero también la mediana y la pequeña y sectores del artesanado como el textil, el metal y la construcción se organizaban en sindicatos de oficio, fue a partir de 1910 cuando comenzaron a articularse en federaciones. Los industriales de la construcción, sometidos a continuas tensiones con unos obreros muy combativos (trabajaban temporalmente, sufrían accidentes…), al tiempo que muy ligados a los vaivenes de la política local (por ejemplo, era importante conseguir contratos para la realización de obras públicas y obtener favores para la edificación de determinados bloques de viviendas, etc.) fueron uno de los grupos patronales más beligerantes. Ellos, en momentos concretos, coyunturales (junto con los patronos del metal que se negaban a conceder a los obreros una reducción de la jornada laboral argumentando que no podrían competir con el extranjero), constituyeron el núcleo de la Federación Patronal de Barcelona. Dentro de la Federación, desde antes de la guerra, fueron ganando posiciones unos argumentos que hablaban de acción directa, de articular la totalidad de “las clases medias” y de exportar su modelo organizativo, de tipo sindical, fuera de Cataluña, al igual que pretendían los hombres de la CNT. El discurso patronal era el siguiente: si se había de evitar –o ganar- una revolución provocada por una huelga general se necesitaba el respaldo de todo el empresariado español para responder con un locaut también general. Con esta ilusión, ya en 1914, con la idea de influir corporativamente en los órganos estatales, bajo la batuta de patronos catalanes, madrileños y aragoneses se había constituido en Madrid la Confederación Patronal Española. No es difícil imaginar la presión que, a lo largo de los años, esta organización haría sobre los políticos. ¿O, tal vez la política es plenamente autónoma respecto a la economía? El hecho es que Cataluña, la zona de España más industrializada de entonces, no solía tener políticos en Madrid, pero sí que lideraba esta patronal. Bueno, la historia es un proceso complejo.

Durante la esplendorosa primavera de 1918, mientras los cenetistas anunciaban la celebración de su próximo Congreso, se producía un cambio en la dirección del sindicato patronal de la construcción barcelonés: Félix Graupera Lleonart, de cuarenta y cinco años de edad, propietario y contratista de obras, se hacía con su dirección. Era un hombre de carácter fuerte, con un rostro adornado con un gran bigote negro. El 5 de enero de 1920, en pleno locaut, fue víctima de un atentado en una calle de Barcelona, del que salió ileso. No tuvo tanta suerte años después. En el verano de 1936, poco después de iniciada la guerra civil española, unos anarquistas acabaron con su vida en Arenys de Mar, lugar donde veraneaba. Pero volvamos a la primavera de 1918. La Federación Patronal de Barcelona, en manos de Graupera, se convirtió en una organización de carácter autoritario. Para ello hacía un discurso imperativo: también demandaba la sindicación obligatoria y única para patronos y obreros. Igualmente, con la ilusión de conseguir la máxima cohesión patronal, Graupera ponía todo su empeño para que en la Federación Patronal no tuviesen cabida las discrepancias o disensiones, y para que la organización ofreciese el máximo de servicios a los federados (las llamadas listas negras de obreros, caja de resistencia para poder resistir las huelgas y hacer frente a los locauts), e incluso llegó a dar protección a los obreros “adictos”. También pretendía que su sindicato (y la Confederación Patronal Española) tuviese una representación oficial que fuese escuchada en los organismos políticos sociales. Esta pretensión, ambiciosa, requería una serie de medidas, entre otras cosas porque este deseo implicaba que la organización tendría que contar con una administración de carácter burocrático. Además de la caja de resistencia, la Federación dispondría de un fondo monetario importante para hacer frente a los gastos de la entidad. A partir de que estas medidas, dos abogados, los hermanos Fernando y Tomás Benet, comenzaron a tener protagonismo en el seno de la organización.

En el contexto de la huelga de ”La Canadiense”, que tuvo lugar durante el invierno y la primavera de 1919, en Barcelona apareció una nueva forma organizativa en el campo sindical. Como consta en el Archivo del del Gobierno Civil de Barcelona, apadrinados por un militar, el comandante Bartolomé de Roselló –que también era funcionario de Gobernación Civil- en esa época se fundaron los Sindicatos Libres (al mismo tiempo, el 23 de marzo de 1919, bajo la batuta de Mussolini, en Italia se fundaban los “Fasci italiani di combattimento”). Los Sindicatos Libres –muy minoritarios en sus inicios- estaban liderados por un grupo de jóvenes carlistas radicales, y surgían coincidiendo con la llamada a la acción del pretendiente legitimista don Jaime. No era desconocida la larga trayectoria de violencia de los tradicionalitas; de hecho, hasta entonces, ellos y los mauristas habían sido los únicos grupos de derechas que tenían una retórica de agitación en las calles. Ante la negativa del gobierno de conceder la sindicación forzosa, la apuesta por los Libres revela el deseo de determinados sectores sociales (probablemente algunos grupos patronales y militares, incluso elementos ligados a Gobernación Civil) de dar paso a un sindicalismo diferente del confederal. No se puede obviar que la oferta tenía la voluntad de combinar dos estrategias la integradora y la represiva. Por un lado hay que tener en cuenta el carácter violento de los Sindicatos Libres. La acción de sus pistoleros fue sistemáticamente sufrida y contestada por los anarcosindicalistas y por terroristas vinculados a la CNT. Pero también hay que tener en cuenta que los Libres llegaron a rivalizar con la CNT también en el terreno estrictamente sindical minando así la fuerza hasta entonces incontestable del sindicato anarcosindicalista.

Con anterioridad se ha puesto de manifiesto como los Sindicatos Libres se fundaron en la primavera de 1919, al tiempo que las escuadras fascistas italianas. En Cataluña no había masas de veteranos desmovilizados a las cuales acceder para rellenar las filas de las organizaciones paramilitares; eso favoreció que se recurriese a grupos históricamente beligerantes, como el tradicionalismo, a algún sector de militantes de sindicatos católicos, a obreros que por su oficio estaban próximos a los patronos –como los chóferes-, al gran número de parados, a otros trabajadores “adictos” o que no querían afiliarse a la CNT pero, no obstante, necesitaban un “paraguas” donde guarecerse. No todos los obreros eran revolucionarios. Por otra parte, y en esta misma línea, también en Italia en el año 1910 se había fundado la Confindustria con el objetivo de tutelar los intereses de las empresas industriales ante los sindicatos de trabajadores. Se dice que la Confindustria fue acusada de haber apoyado económicamente al fascismo. Pues bien, tenía las características de sindicato patronal, como aquí la Federación Patronal.

He aquí una muestra, sorprendente a, repecto:

“Los fascistas [italianos], ya algo más engrosadas sus filas, luchaban denodadamente para neutralizar y combatir estos efectos. Pero vino entonces un nuevo factor a alentarles el combate. Fueron los burgueses, los industriales y los terratenientes, los que prestaron su ayuda a los fascios locales que ya empezaban a frecuentar contactos entre sí. Y sin vacilaciones se reanudó bárbaramente, con ferocidad inaudita, la batalla contra los comunistas primero, contra los socialistas después, y más tarde contra todo lo que no significara un sentimiento acendrado de italianidad, de arraigo a la patria y al lar nativo”.

“Los nuevos ideales políticos”, “Producción, Tráfico y Consumo” (órgano de la Federación Patronal de Barcelona/Cataluña).

La idea de un locaut se impone

Durante los últimos meses de 1918, se ha dicho ya, el fin de la Gran Guerra anunciaba un nuevo orden mundial. En Barcelona, la conflictividad aumentaba de día en día. Las clases acomodadas se habían dado cuenta de que no podían combatir la subversión solo con medidas represivas, sino que era preciso también luchar en el terreno de las ideas: era preciso integrar las masas –de patronos y obreros- con ofertas políticas. Como se ha visto, se mezclaban nuevas y viejas fórmulas integradoras, sin olvidar que, si todo ello fallaba, quedaba la salida de aumentar la represión. En aquel ambiente, se buscaba un “Mesías, un Redentor”. Significativamente, este Mesías tenía que salir del mundo empresarial, no de los partidos políticos. Como señalaba uno de sus dirigentes, un industrial de la construcción: “Que inspire una confianza y una fe ciega en cuanto diga y cree que debe hacerse para contrarrestar el crecimiento y desarrollo del sindicato obrero”.

En ese contexto, la Federación Patronal seguía una línea dura, de carácter autoritario; ya no escondía sus verdaderas intenciones: suplantar algunas competencias del gobierno planteando un contrato de trabajo que debería ser implantado cuando “ella estime conveniente”. Con este discurso, claramente beligerante, los patronos federados se alejaban de las vías políticas porque la imposibilidad de llevar a cabo tal medida por procedimientos pacíficos y legales era evidente. Entonces, la Federación Patronal empezó a hablar de decretar un locaut, un paro patronal que comenzaría en Barcelona pero que llegaría a paralizar toda España. La ilusión era que un clima de desorden podría crear un ambiente favorable para la ascensión de ofertas totalitarias. El locaut se decretó en un Segundo Congreso Patronal celebrado en Barcelona en octubre de 1919. Asistieron más de 4000 mil congresistas de toda España que dejaron claras sus expectativas: “El motivo de la reunión del Congreso es el abandono en que el Gobierno ha tenido hasta ahora a la clase patronal. Estamos dispuestos a todo, incluso a ir a la revolución”. Esta declaración de intenciones tenía un riesgo. Por ello, una de las primeras medidas que esta organización tomó fue la de crear una comisión secreta que permitiría una mayor capacidad de movimientos y una seguridad a los hombres que tendrían que adoptar las decisiones más importantes. Este carácter secreto impide conocer con exactitud de donde salieron las órdenes que iría dando la Federación. Solo destacar que, durante todo el locaut el mismo alcalde de Barcelona, Antoni Martínez Domingo, que al tiempo era el presidente de la Junta Local de Reformas Sociales, se quejaba de desconocer quienes eran los hombres que habían decretado el locaut, que comenzó el 3 de noviembre de 1919 y finalizó el 26 de enero de 1920. Incluso admitía desconocer cual era el ramo industrial más importante que estaba detrás de tal acción de fuerza.

La vía del locaut tomaba fuerza. Además de ser una herramienta política desestabilizadora, responder con esa medida a las huelgas obreras se consideraba una estrategia revolucionaria; era la otra cara de la huelga general. También el locaut era una medida efectiva para ser aplicado en un momento de sobreproducción e, incluso, la ocasión idónea para rebajar salarios y deshacerse de los obreros más conflictivos. Por la Navidad de 1918, mientras en algunas casas de Barcelona se ponían belenes y se cantaban villancicos, la Federación Patronal fortaleció más su organización. Fue entonces cuando a sus cajas llegaron fondos considerables. Y cuando se afilió a la organización una asociación patronal muy importante: el Centro de Contratistas de Obras Públicas, liderado por Joan Miró Trepat, de la empresa Construcciones y Pavimentos, S.A. Fuentes obreras acusaron repetidamente a este personaje de ser el inductor y protector de bandas de pistoleros capitaneadas por Bravo Portillo o el barón de Koëning. Fuera o no fuera cierta esta incriminación, lo que si es relevante es que Miró tuvo un papel importante en esa asociación hasta el punto en que en algunos documentos de archivo aparece como el líder de la Federación Patronal. De lo que tampoco hay duda es que la empresa entró en la Federación pisando fuerte: su cotización mensual permitió aumentar el personal que trabajaba en ella. Esta cuestión nos lleva a tratar el tema de la financiación de la Federación. A medida que pasaba el tiempo, los fondos con los que contaba aumentaron vertiginosamente. En palabras de sus dirigentes: “Una compañía pagaba anualmente 150.000 pesetas y otra, de entrada, había aportado 100.000”. Es evidente que el gran capital financiaba esta organización dirigida por las clases medias.

Contando con esta financiación la Federación Patronal no dudó en declarar el locaut. Poseía recursos suficientes para tutelar las empresas que pudiesen presentar problemas ante la paralización de la ciudad. En un estudio publicado en este mismo blog, ya puse de manifiesto quién estaba en aquellos momentos detrás de la Federación Patronal: Sabemos que la lideraban patronos de la construcción, algunos de ellos de la importancia de un Miró y Trepat, en representación de la no menos relevante Asociación de Contratistas de Obras Públicas de Cataluña, y que también la engrosaban patronos de la madera, los carreteros, los cocheros, los industriales del hierro, los navieros y, aun, los empresarios de entidades productoras de energía. Además, por noticias emanadas del Fomento del Trabajo Nacional, también conocemos cómo se había enrolado en la Federación Patronal la misma Federación de Fabricantes de Hilados y Tejidos de Cataluña. Pues bien, los directivos de esta organización eran empresarios textiles que ocupaban cargos relevantes en el Fomento del Trabajo Nacional. Por conducto de la Cámara Industrial, se sabe que “poco a poco [en 1919] fueron sumándose a la Federación Patronal las demás fuerzas patronales organizadas en Cataluña, pues era tal la situación del trabajo en Cataluña, que la Federación Patronal podía contar con la adhesión espiritual y material de todos los patronos, incluso de aquellos que por convicción y temperamento eran enemigos de las asociaciones de resistencia ya que ello era consecuencia fatal del abandono del Poder público, que entregaba a la propia defensa a un sector social”.

Durante los acontecimientos de la huelga de “La Canadiense”, y de la huelga general que la siguió, las clases acomodadas de Barcelona habían sentido verdadero temor. Parecía que la revolución acechaba por todos los rincones. Entonces dejaron de lado el tema del estatuto de Autonomía para centrarse en la salvaguarda de sus intereses. Aquellos acontecimientos fueron los motores que les llevaron a elaborar dos estrategias encaminadas a salvar el sistema: fortalecer el sindicato patronal liderado por la construcción, y establecer una serie de compromisos con un militar que se convirtió en una figura clave en Barcelona durante el año 1919: el Capitán general de Cataluña Joaquín Milans del Bosch, precisamente uno de los fundadores de la “Canadiense”. Milans era una persona respetable, un militar ilustre, un ferviente patriota que no puso reparos en defender los intereses de la burguesía. Patronal y Capitanía formaron un tamden perfecto: para los militares, el sindicato patronal representaba el aval financiero y social que necesitaba; para los patronos, Milán significaba la salida de las armas; era evidente que para sostener el autoritarismo de la Federación Patronalhacía falta un fuerte aparato militar.

Este contexto se inscribe dentro del período caracterizado por el fenómeno llamado “terrorismo –o pistolerismo- barcelonés”. Fue inseparable del escenario internacional, al tiempo que en un marco de la radicalización de los llamados grupos de acción anarquistas, de la concreción de un Sindicato Patronal Único, de la creación de los Sindicatos Libres y de los lazos establecidos entre patronos y militares. La compenetración de estos dos sectores sociales –patronos y militares- llegó al límite cuando en 1919 miles de hombres salieron armados a las calles barcelonesas enrolados en la milicia burguesa del Somaten bajo las órdenes del propio Milans. Muchos de estos hombres eran dirigentes de la Lliga Regionalista, que dejaron de lado el supuesto españolismo del militar para ofrecerle su apoyo. Era fácil imaginar que se estaba engendrando un clima de violencia. Como meses después declaraba Cambó: “Cuando en el mes de marzo último estalló la huelga general nosotros, los regionalistas, prestamos nuestro concurso leal a la autoridad, sin mirar que esta fuera encarnada por el general Milans del Bosch, del cual teníamos recibidos toda clase de agravios”. Al mismo tiempo, desde la Federación se impulsaba un cuerpo de policía paralela, también a las órdenes de Bravo Portillo, hombre de confianza de Milans. Bravo y sus hombres detuvieron un gran número de obreros, y Milans y la patronal les concedieron la suficiente autoridad para administrar la represión y controlar los poderes civiles, así como para hacer temblar el gobierno de Romanones ante la amenaza del ejército.

La buena sintonía que se estableció entre la patronal y Milans del Bosch puede apreciarse nítidamente en las notas de prensa de la época. Veamos sucintamente uno de los actos de reconocimiento de la Federación Patronal al Capitán General. Algo que ya puse de manifiesto en un artículo anterior publicado en este blog. Un acto que constituyó un espectáculo de afirmación monárquica y españolista. Aunque asistían los dirigentes de la Liga Regionalista, un partido catalanista, toda la burguesía, grande o pequeña, capitanes de industria, empresarios, tenderos, comerciantes, profesionales liberales se gritaron consignas a favor del ejército, de España y de la Corona. Y lo que realmente es muy preocupante: en el ambiente se percibían rumores que clamaban «abajo los políticos». ¿Qué indica todo esto? Que entre las urnas y los sables la opción de la Federación era clara. No era un secreto para nadie que los patronos y los militares estaban amenazando al gobierno con un golpe de estado. Pero de momento no lo consiguieron. ¿Por qué? Bueno, es posible que también tuvieran que contar con el beneplácito del rey. Ello solo se consiguió unos años después, en septiembre de 1923.

Esta actuación sirvió de paradigma para actuaciones posteriores. A partir de ahora, y hasta la llegada de Primo de Rivera en 1923, Barcelona se convirtió en una amenaza latente para los sucesivos gobiernos, hasta tal punto que estos tuvieron que ceder que Gobernación Civil de Barcelona se convirtiera, de hecho, en una dependencia de capitanía, desde la que se fomentó una especie de terrorismo de estado. Desde entonces, la envejecida fórmula del estado de la Restauración tuvo que aceptar su debilidad y el hecho de que si quería sobrevivir tenía que dejar subsistir, e incluso definir claramente, una esfera independiente de su acción, dejando paso al ejército.

Una sucinta reflexión

Después de todo lo expuesto parece necesario plantarse una serie de cuestiones: ¿por qué después de estas alternativas unitarias de la derecha y de la extrema derecha un sindicato patronal único liderado, formalmente, por unos industriales de la construcción que hacían continuos llamamientos a las clases medias consiguió imponer sus condiciones? ¿Por qué razón el Fomento del Trabajo Nacional, que en 1914 había intentado constituirse como una única corporación circunscrita al territorio catalán, parecía que dejaba el control de los acontecimientos en manos de la Federación Patronal? Parecía, sí, porque, en realidad, a la altura de 1919 el Fomento del Trabajo Nacional también estaba detrás de todas las maniobras de la Federación. En realidad, ésta hacía funciones de ser su sindicato patronal. Las preguntas son complejas pero asumiendo el reto, en base a investigaciones previas, pasamos a destacar algunos de los elementos que parecen determinantes para entender las cuestiones planteadas. En este sentido, no se puede olvidar que los estatutos del Fomento le prohibían inmiscuirse en conflictos sociales, es decir, el Fomento no podía actuar como un sindicato de resistencia. En esta línea, también, se ha de recalcar el peso que en Cataluña tenía el sindicalismo –obrero y patronal-, es decir, es necesario incidir en el hecho de que en aquellos momentos la sociedad catalana se encontraba más cohesionada en torno a los sindicatos que no de los partidos políticos; eso, evidentemente, favorecía el triunfo de una opción sindical patronal, relegando a un segundo plano la oferta de un partido único de derechas.

El hecho de que el desarrollo organizativo del sindicato patronal hubiese sido paralelo y mimético del que habían llevado a cabo los anarcosindicalistas hacía que ambos presentasen unas características similares. Esta vertebración permitiría al sindicato patronal tener una mayor agilidad para la lucha contra los cenetistas, por encima de cualquier otro modelo organizativo. Por otra parte, en este ascenso de la Federación no se puede obviar el carácter autoritario de sus líderes carismáticos (Félix Graupera, Joan Miró y Trepat, Tomás y Fernando Benet, Felipe Pons Solanas, entre otros). Ello entrañaba amenazas de futuras coacciones e incluso la de recorrer a la violencia, no solo contra los obreros, sino contra los patronos que no siguieran sus consignas mientras les sometían a una férrea disciplina. Por ultimo, no se puede obviar que dentro de la Federación iban ganando terreno los sectores más españolistas, que consiguieron el apoyo de la Confederación Patronal Española, con sede en Madrid, y, sobre todo, el soporte del Capitán General de Cataluña. Todos estos elementos son fundamentales para entender como un sindicato patronal se hizo con el control de la ciudad.

Añadamos otras precisiones. Por un lado, no puede menospreciarse el hecho de que el sindicato patronal presentaba unas características de cajón de sastre. Es decir, a diferencia de un partido político un sindicato pone más el acento en la organización que en la ideología. Por ello, su pragmatismo doctrinal le permitía asumir y representar diferentes posicionamientos. La facultad de representar todos los intereses queda perfectamente constatada en dos puntos claves: en el tema del nacionalismo y en la misma concepción del diseño del modelo político estatal, ya fuera monárquico o republicano. A pesar de que la Federación nunca se definió como monárquica –de hecho muchos de sus afiliados más representativos eran republicanos- (Julio Marial Tey, Pich y Pon, Alexandre Plana, Artur Gallart i muchos otros), estuvo muy próxima a la Unión Monárquica Nacional, de la que a veces parecía su brazo de acción. Por otra parte, si bien tradicionalmente algunos de los gremios adheridos a la Federación se mostraban abiertamente catalanistas (como el Gremi de Ferrers, de Pintors), se ha visto como hacía años la Federación había apostado por un proyecto estatal. Pues bien, a pesar de que desde 1919 la posición españolista prevaleció, se ha comprobado como los regionalistas daban soporte a la decisión tomada por Milans del Bosch, revelando su pragmatismo político al relegar sus peticiones autonomistas para dar prioridad a salvaguardar el orden. De hecho, a medida que avanzaba la conflictividad social y aumentaba el recelo de los regionalistas hacia la democracia liberal, se afianzaba una unión que a muchos le parecería contra natura: una unión de los catalanistas con los hombres de la Unión Monárquica Nacional, una unión de las derechas catalanes en contra del gobierno, una cohesión que marcaba distancias con los partidos dinásticos.

Siguiendo en esta línea interpretativa, se puede resaltar otro punto: tradicionalmente a las industrias de la construcción han ido a parar capitales procedentes de otros sectores. Por ejemplo, por motivos de trabajo, los industriales de la edificación mantenían relaciones muy estrechas con el empresariado del metal, e incluso con profesionales liberales, como arquitectos, ingenieros, etc. Igualmente, el hecho de que algunos industriales del textil hiciesen inversiones inmobiliarias permitía que hubiese vinculaciones entre los patronos de estos sectores, al tiempo que potenciaba la defensa de unos intereses comunes. El mismo Fernando Fabra y Puig, marqués de Alella, propietario de la vivienda donde tenía la sede la Federación Patronal (Rambla de Canaletes, 6), era un importante industrial textil, pero, a la vez, tenía intereses en otras industrias, entre ellas la de la construcción (concretamente en Construcciones y Pavimentos, afiliada a la Federación Patronal).

No hay duda, por otra parte, que si bien por un lado el talante combativo de la Federación podía inquietar a los regionalistas, contaba también con unas bases que tenían una gran disposición para la movilización, compuestas por pequeños y medianos patronos, comerciantes, artesanos. Probablemente, la divergencia en el tema del nacionalismo entre la Lliga y la Unión Monárquica impulsó al gran capital a apoyar a estas clases medias emergentes enroladas en un Sindicato Patronal Único. Eran pequeños burgueses que temían perderlo todo y que por ello aspiraban a una mayor participación y dirección de la vida social y política nacional y que por ello también prometían actuar en la calle con en fin de combatir el desafío obrero y de defender el proyecto de sindicación obligatoria y única –sin esperar así que se aprobasen los trámites parlamentarios propios del sistema parlamentario.

En definitiva, el fenómeno aquí analizado resalta por su novedad y originalidad, dentro de los límites en cuanto que un fenómeno histórico pueda ser original. Una élite emergente, las clases medias, que si bien en un principio tuvo una reacción autónoma de la gran burguesía, más tarde podría considerarse que fue “la tropa de la reacción”. No se puede obviar que los que en realidad dominaron la situación fueron los hombres del gran capital enrolados en el Fomento del Trabajo Nacional y en otras asociaciones burguesas. El conjunto no reconocía la autoridad política que detentaba el poder, contestaba el sistema establecido y quería establecer un sistema corporativo. Y no dudaba en hacer esta propuesta para el conjunto de España.

Es notorio que el espíritu de revuelta contra el orden establecido empujó a las clases medias y a la burguesía, convencidas ya de no ser tuteladas por el gobierno, a organizar formas de autodefensa para reafirmar los derechos de la propiedad. El discurso no ocultaba su aversión por la democracia y el estado liberal. Pero este movimiento, que se autodefinía como revolucionario, fue truncado por el régimen autoritario de Primo de Rivera en 1923, que estableció un corporativismo basado en la sindicación libre dentro de la corporación obligatoria. La CNT se clausuró y los Sindicatos Libres y la UGT experimentaron un gran crecimiento. Todo ello tuvo como escenario aquella Barcelona de los años de la primera posguerra europea.

Soledad Bengoechea, miembro del Grupo de Investigación Consolidado “Treball, Institucions i Gènere” (TIG), de la UB y de ·TOT Historia. Associació Cultural”.

Referencias: este artículo se ha elaborado a partir del libro de la autora: “El locaut de Barcelona (1919-1920)”, Curial, 1998, después de introducir actualizaciones.

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