jueves, 31 de diciembre de 2020
La Guardia Civil detiene a unos morlaquetes traficantes de armas amigados con traficantes de drogas. Que no es que hayan terminado ni con el tráfico de armas ni el tráfico de drogas, que nadie se me vaya a escandalizar por esto. Si a los representantes del pueblo les entra unas rabietas intrínsecas para legislar contra la existencia de los paraísos fiscales, a lo mejor obstaculizaban el tráfico de drogas y armas, y de paso ayudaban a la Hacienda Española a que recaudara todo lo que debía recaudar, que bien vendría para paliar y erradicar las causas del covid-19, que oyes, aunque llevan cuarenta años sordos, porque todavía no se han enterado que los paraísos fiscales valen para que las grandes empresas junto a los grandes zurrupetos evadan sus impuestos, quien nos dice que en 2021 no la emprenderán contra los evasores fiscales con una ley por aquí, otra por allí, más dos por al parte de arriba, a la altura del garganchón, y tres por la parte de abajo, tal que por la rodilla, en plan zumbe, que ya digo, y de paso o el narcotráfico y el tráfico amigable de armas, que algo es algo. Que no se puede pedir todo de golpe y porrazo.
Desmantelan en España un grupo de traficantes de armas y se topan con un ‘museo nazi’
Diario octubre / diciembre 31, 2020
Uno de los detenidos tenía en su vivienda un sofisticado taller clandestino para modificar armas de guerra.
Guardia Civil española
En la ciudad española de Málaga, la Guardia Civil desarticuló un grupo de traficantes de armas que las comerciaba entre narcotraficantes del sur del país. Durante los registros se incautaron 160 armas de fuego, entre ellas fusiles de asalto, así como numerosos cartuchos y una granada con un kilo y medio de explosivo militar.
Los tres cabecillas del grupo,
que operaba desde hace más de tres años, fueron detenidos. Se trata
de dos ciudadanos alemanes y uno británico, a los que “se les imputan los
delitos de integración en grupo criminal, tráfico y depósito de armas, tráfico
de municiones, tráfico de drogas y falsedad documental”, según un comunicado de
la Guardia Civil.
En la vivienda de uno de los detenidos de
nacionalidad alemana, que residía en Coín “bajo la falsa apariencia de un
jubilado extranjero”, los agentes hallaron un sofisticado taller
clandestino donde se cree que modificaban armas de guerra previamente
adquiridas en países del Este.
El segundo alemán, vinculado a
colectivos de extrema derecha y a movimientos nazis, se encargaba del
almacenaje y de ocultar las armas, que guardaba en una nave alquilada.
Allí, y en particular en su domicilio, tenía un ‘museo’ de
objetos, uniformes y banderas de temática nazi. Mientras, el
británico, detenido con anterioridad por tráfico de drogas, se
ocupaba de las ventas como intermediario entre los alemanes y los
narcotraficantes.
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Ni los niños vienen de Paris (Al menos hasta el día de hoy no venían), ni todo lo que reluce es oro, ni es izquierda todo lo que se dice que es de izquierda (Análisis del Partido Comunista Obrero Español –P.C.O.E.-)
El gobierno “progresista” allana el camino al fascismo
DIARIO OCTUBRE / diciembre 31, 2020
Final del formulario
Y el gobierno del que forma parte
mantiene incólumes las reformas laborales del corrupto y reaccionario gobierno
de Rajoy, la Ley Mordaza, se mantiene el pensionazo dado por el Gobierno de
Zapatero que hace que se incremente la edad de jubilación y se reduzcan la
cuantía de las pensiones, ya de por sí miserables, mientras están dando dineros
públicos a manos llenas a los empresarios a la par que los salarios se
estancan, congelan el salario mínimo interprofesional, priorizan los intereses
económicos de los monopolios a la salud del pueblo, la deuda pública se
acrecienta y la clase trabajadora constata como se depauperan sus condiciones
vitales. Es decir, mientras la socialdemocracia podemita, los pseudofalangistas
del PSOE y el oportunismo más asqueroso de IU/PCE en su gobierno antiobrero
sirve a los empresarios, a la burguesía, éstos hacen su trabajo ideológico al
objeto de ir aupando al fascismo a la toma del gobierno, puesto que el Estado
es fascista desde 1939, y de ir sembrando el anticomunismo. Ahí tenemos a los
juntaletras reaccionarios, auténticos parásitos que los capitalistas alimentan
para inocular el anticomunismo con sus embrollos y trolas, como Jiménez
Losantos o Pío Moa y sus libelos, por no hablar de los esbirros del micrófono
como Herrera, Alsina y demás reaccionarios de las ondas radiofónicas y
televisivas poniendo un día sí y otro también a parir al comunismo,
culpabilizándolo absolutamente de todo pues, según ellos, éste se halla en el
Gobierno.
La ofensiva ideológica es clara,
mientras el Gobierno de socialfascistas y oportunistas sigue sirviendo a los
monopolios, mientras sigue arremetiendo contra el pueblo al no alterar, en lo
absoluto, las políticas efectuadas durante estas cuatro décadas, mientras la
clase obrera comprueba como la desigualdad se acentúa, como se depauperan sus
condiciones de vida y se les niega el derecho al trabajo, mientras comprueban
que los desahucios se siguen produciendo y la juventud obrera no tiene futuro
ni perspectiva alguna, en definitiva, mientras constatan la inactividad de ese
Gobierno de supuesta izquierda para subsanar sus problemas cotidianos, cada día
más acuciantes, los fascistas señalan la culpa de la situación miserable del
pueblo trabajador al comunismo con argumentos como que “Pedro Sánchez es un
revolucionario que con Iglesias quieren sovietizar España”, o que “hay
un virus más dañino aún que la COVid-19, el comunismo anidando en las
instituciones públicas”, por no hablar de que “La ETA y el FRAP están en
el gobierno” o, incluso, culpabilizando directamente al comunismo de la
COVID-19, como aquellos que abrazan el clerofascismo.
Y mientras, los fascistas se desgañitan
culpando al comunismo de todo, a pesar de que tanto el gobierno “progresista”
como los fascistas son iguales de burgueses y de capitalistas y, cómo no,
enemigos acérrimos del comunismo y de la clase obrera.
Los supuestos “comunistas” del
Gobierno de “progreso”, no han dudado en estos días navideños, mediante
la Fiscalía Anticorrupción – nombrada por la Fiscal General del Estado que, a
su vez, está nombrada por el Gobierno – pedir al Juzgado Central de Instrucción
número 5 el archivo de la pieza Entidades en la que se investiga si el Banco
HSBC junto con el Banco de Santander y BNP Paribas colaboraron en la fuga de
capitales hacia Suiza realizada por evasores entre 2005 y 2008 con la intención
de ocultarlos del erario público español atentando contra la Hacienda Pública.
¡Ahí tenemos a los supuestos comunistas de Jiménez Losantos y demás escoria
fascista del Gobierno! Los mismos que untan con dineros a estos sicarios de la
plumilla y del micrófono, la banca, los grandes capitalistas, los ladrones de
cuello blanco, son los beneficiados por el Gobierno del PSOE y de
PODEMOS-IU-PCE ¿Esta es la sovietización de España de la que habla Pío Moa cuándo
resulta que el Gobierno pide la inmunidad de los ladrones de cuello blanco,
cuando pretenden salvar la monarquía que simboliza todas las esencias fascistas
del Estado, mira hacia otro lado ante el fascismo institucionalizado en el
Ejército a la par que reprime a los pocos militares que se oponen a este? Por
no hablar de la concentración bancaria que se está produciendo en el Estado
español y que el gobierno está estimulando siguiendo a pies juntillas las
directrices de la Unión Europea.
La izquierda real está fuera del
Parlamento y del Gobierno, la única alternativa al capitalismo y toda su
podredumbre es el comunismo por eso los fascistas pretenden grabar en el
cerebro de los trabajadores que todo lo malo que acontece es por culpa del
comunismo y los comunistas cuando, en realidad, no es más que los efectos del
sistema caduco y criminal que defienden: el capitalismo.
La forma de actuar de los capitalistas,
de los diferentes esbirros del capital –todos ellos iguales de anticomunistas –
nos muestra cual es el único adversario que ellos conciben y admiten: El
Comunismo. Y es que la burguesía sabe, a carta cabal, que la única alternativa
a su tiranía y a la barbarie capitalista es que el pueblo trabajador sea quien
imponga su dictado, que tenga en sus manos todos los medios de producción
implicando ello su avance inexorable hacia la consecución del comunismo. La
burguesía es plenamente consciente de que el mundo o será comunista o no será y
trata de impedirlo con y por todos los medios, por ello hoy, y siempre, toca
atizar al comunismo, porque es la única tabla de salvación que tiene y porque
ya huelen que el proletariado dirigido por su ideología, el marxismo-leninismo,
vamos mandar al capitalismo donde le corresponde, que no es otro sitio que el
estercolero de la historia, y con él a todos los parásitos que viven de engañar
y embrutecer a la clase obrera.
¡El fascismo no
pasará!
¡Por la República
Socialista!
¡Socialismo o
barbarie!
Madrid, 30 de diciembre de 2020
COMITÉ EJECUTIVO DEL PARTIDO COMUNISTA
OBRERO ESPAÑOL (P.C.O.E.)
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La literatura como ejercicio mental para el desciframiento, conocimiento y explicación de la realidad
Los nuevos viajeros en el
tiempo
El Viejo Topo
31.12.2020
Prólogo
EN DONDE EL LECTOR ES INFORMADO DE UNA CONVERSACIÓN IMAGINADA EN UN SIGLO PRECEDENTE, Y EN DONDE SE DESCRIBE EL PROPÓSITO DEL AUTOR DE ESTE LIBRO
Mi primer
encuentro con La máquina del tiempo de H. G. Wells fue
inocente. Cuando lo saqué de un estante de la biblioteca no tenía ni idea de
que fuera considerado un clásico de la literatura. Me atraía simplemente la
promesa que encerraba aquel título tan sensacional. Cuando abrí la primera
página de texto y me encontré con la frase “El Viajero en el Tiempo (pues esta
debe de ser la manera más apropiada de referirse a él) nos estaba hablando de
un tema muy abstruso”, ya no pude echarme atrás. Una cuantas páginas más
adelante, Wells había pintado una escena de un grupo de caballeros de la época
victoriana reunidos en una sala de estar, y yo tenía la sensación de estar
sentado entre ellos.
En dicha
escena, el elegante y misterioso anfitrión está explicando las propiedades de
la tercera dimensión y teorizando sobre la naturaleza de la cuarta. Se entabla
una discusión muy animada: uno de los personajes, identificado como “el
psicólogo”, exclama: “¡Podríamos viajar hacia atrás en el tiempo y comprobar lo
que hay de cierto en el relato convencional de la batalla de Hastings, por
ejemplo!” Otro personaje, un “hombre muy joven” dice: “Y luego está el futuro…
¡Piénsenlo! ¡Podríamos invertir todo nuestro dinero, dejar que se acumularan
los intereses y viajar al futuro para cobrarlos!” Siguen unos minutos de
educado debate y de pronto el Viajero en el Tiempo pide disculpas y se levanta.
Sus invitados oyen el sonido de sus pasos alejándose por el pasillo y momentos
más tarde regresa con una maqueta de exquisita factura y la coloca con mucho
cuidado encima de una mesa y cerca de una lámpara. Extiende una mano hacia el
aparato, y con el dedo acciona una pequeña palanca. Se produce un leve
movimiento de aire que hace parpadear la vela de la repisa de la chimenea. La
máquina se va desvaneciendo hasta convertirse en una pálida imagen residual y
al cabo de un momento desaparece completamente. A excepción de la lámpara, la
mesa está vacía. El Viajero en el Tiempo informa a sus invitados de que la
máquina todavía existe. Simplemente ha sido trasladada a otro momento del
tiempo.
Acabé de leer
el libro en unas horas. Sólo años después supe que la intención de Wells al
escribirlo era hacer un comentario social sobre la división de clases. El hecho
de que se haya convertido en una especie de manual de ciencia ficción sobre el
viaje en el tiempo es una profunda ironía. De todos modos, la inocencia con que
yo leí el libro me convirtió en uno de sus típicos lectores. Lo que a mí me
interesaba no eran las teorías sociales del autor, ni siquiera esos extraños
seres llamados los morlocks y los eloi. Lo que más me gustó fueron las
magníficas escenas que hay al final del libro, los últimos momentos de una
Tierra moribunda, una oscura criatura arrastrándose lentamente por una playa, y
en el horizonte marino, un enorme Sol de color rojo.
Todavía más
intrigante era la posibilidad del viaje en el tiempo y la tecnología que podía
convertirlo en realidad. Leí de nuevo la conversación del principio del libro y
encontré más cosas interesantes a valorar. Los escépticos podían expresar
libremente su opinión, y el Viajero en el Tiempo se les anticipaba y rebatía
sus objeciones con elegancia y humor. Su argumento era razonable, su
demostración persuasiva. Aunque el perfil de la máquina no se describía con
claridad, sus detalles –un poco de marfil aquí, un poco de metal pulido allí–
sugerían un mecanismo intrincado. El Viajero en el Tiempo llamaba la atención
de sus invitados para que se fijasen en una especie de barra que “emitía un
resplandor brillante […] como si hubiera en ella algo de irreal”. En ningún
momento se nos dice para qué sirve esa pieza o por qué parece estar ya casi situada
en otra dimensión, pero el detalle contribuía a crear la impresión de que
estábamos ante algo maravilloso. Y eso bastaba. Se pronunciaban unas cuantas
palabras más, un dedo accionaba una pequeña palanca, y la máquina desaparecía.
Naturalmente, lo que se omitía en este salto de la teoría a la demostración era
una explicación de cómo funcionaba aquella máquina, cómo
conseguía exactamente entrar y atravesar un reino que el Viajero en el Tiempo
llamaba la cuarta dimensión. Más adelante en el libro se dan unas descripciones
más detalladas de una máquina a escala natural. El diseño general de la misma
no deja traslucir las representaciones más parecidas a un carruaje o a un
trineo de las versiones cinematográficas: tiene un sillín y una especie de
panel de control con diales y palancas, y el Viajero en el Tiempo se sienta a
horcajadas en ella como si fuera una bicicleta. Respecto a la “sensación” que
produce viajar por el tiempo, el libro lo deja casi todo a la imaginación del
lector. “Me temo que no soy capaz de transmitir unas sensaciones tan peculiares
[…] Son demasiado desagradables”. Pero sí explica que, de modo semejante a
cuando uno está montado en una montaña rusa, la experiencia produce la
aterradora sensación de que has sido arrojado de cabeza al espacio y de que vas
a estrellarte contra algo en cualquier momento.
Así pues, el
libro nos dice qué aspecto tiene la máquina. También nos dice qué se siente al
viajar en ella. Se nos dice todo esto. Pero nunca se nos dice exactamente cómo
se las arregla una máquina para viajar por el tiempo. Por supuesto, Wells no lo
sabía. La conversación que tiene lugar en la sala de estar del Viajero en el
Tiempo es tan sólo un fragmento de exposición narrativa para cimentar y hacer
plausibles los episodios más fantásticos que vienen a continuación. Todo esto
estaba muy bien. Pero mi imaginación, la propia de un niño de doce años, se
sintió ligeramente desairada, y tuve la misma sensación de insatisfacción
cuando, mucho más tarde, volví a leer de nuevo aquel pasaje. Por ello, hace
unos años, me quedé gratamente impresionado cuando supe que, en cierto modo,
aquella conversación de la sala de estar victoriana había continuado, y que
todavía prosigue. Los físicos teóricos y los astrofísicos han pensado bastante
–de una forma seria y prolongada, además– en el tema que Wells pasó por alto:
el del cómo del viaje en el tiempo.
Durante las
décadas de 1930 y 1940, primero, y la de 1970, después, un matemático y tres
físicos llevaron a cabo investigaciones tentativas sobre el tema del viaje al
pasado. El trabajo de cada uno de ellos fue debidamente referenciado y
debidamente olvidado. Las investigaciones se reanudaron de nuevo a finales de
la década de 1980, pero no sin antes tener que superar un obstáculo formidable:
las dudas relativas a la respetabilidad de este tipo de investigación. Los
científicos tienen unos intereses profesionales que atender: comités de tesis y
tribunales de oposición a los que complacer, directores de departamento y
rectores universitarios a los que causar una buena impresión, y reputaciones
que cuidar. Además, su forma de ganarse la vida depende en muchos sentidos de
otras personas. Aparte de dar clases y conferencias, y de escribir artículos,
se espera de los científicos universitarios que ellos mismos generen una parte
sustancial de los fondos necesarios para financiar sus investigaciones. Los
comités encargados de asignar estos recursos, a su vez, están compuestos por
personas que también tienen que cuidar su reputación; y a ningún comité le
gusta ser conocido por ingenuo, derrochador o por ser un blanco fácil. Por
todas estas razones, los físicos que durante las décadas de 1960 y 1970
investigaron la posibilidad del viaje en el tiempo sentían la preocupación de
que su interés pudiera ser calificado de trivial. Esto no quiere decir que se
negasen totalmente a sacar el tema. De hecho, lo mencionaban a menudo en las
conversaciones que tenían entre ellos, y algunos incluso publicaron trabajos
que incluían alusiones al tema, al menos de una forma oblicua. Pero las conversaciones
eran informales, y los trabajos procuraban disfrazar su contenido (al menos
para un lector profano en la materia) utilizando expresiones más o menos opacas
como “violación de la causalidad” y “curvas temporales cerradas”.
En 1988, las
cosas cambiaron mucho. En setiembre de ese año, la revista especializada Physical
Review Letters publicó un artículo de tres páginas con un título
bastante sensacionalista: “Agujeros de gusano, máquinas del tiempo y estado de
energía débil”. El artículo dejaba muy claro que se trataba de un trabajo
eminentemente teórico, y que no era nada probable que alguien pudiera construir
pronto una máquina del tiempo. Hacerlo requeriría, entre otras cosas, una
cantidad de energía suficiente como para mover unas masas de un tamaño
equivalente a la de varios soles, a unas velocidades relativísticas, o la
capacidad de extraer agujeros de gusano microscópicos de la espuma cuántica e
hincharlos por un factor de 1035 (es decir, un 1 seguido de 35 ceros) –y en
cualquier caso, la capacidad de crear y manipular una clase de materia que
nunca ha sido observada directamente. Sin embargo, la publicación de ese
artículo fue un hito bastante significativo. Era la primera vez que alguien
proponía un medio para emprender un viaje al pasado en el universo conocido.
Fue también en este momento cuando la idea de las máquinas del tiempo pasó del
campo de la ciencia ficción al ámbito de la ciencia.
El artículo
produjo una pequeña conmoción en la comunidad de físicos teóricos. De repente,
el tema de las máquinas del tiempo se había vuelto algo más respetable. Casi
inmediatamente, lo que había empezado siendo un goteo de publicaciones fue
creciendo hasta convertirse en un verdadero torrente, y las máquinas del tiempo
se convirtieron en tema de discusión en seminarios y congresos internacionales.
Quienes lideraban esta investigación eran figuras de primerísima importancia:
entre ellos estaban Frank Tipler, Stephen Hawking y el físico del Caltech Kip
Thorne.
En 1992 se
celebró un seminario dedicado en gran parte al tema en el Aspen Center for
Physics, en Aspen, Colorado. Allí, los físicos tuvieron la oportunidad de
conversar largo y tendido, y la libertad de considerar los aspectos más
filosóficos del viaje en el tiempo: las paradojas causales que pueden resultar
del hecho de cambiar la historia, cuestiones relativas al libre albedrío, los
universos alternativos y la naturaleza de una civilización que tuviera el poder
de mandar señales al pasado. En los años subsiguientes, estas ideas fueron
abordadas de una forma más completa y también fueron publicadas. En ese momento
la conversación se había ya ramificado en muchas direcciones. Algunos trabajos
exploraban los problemas que el viaje en el tiempo planteaba a la lógica; otros
discutían los retos que planteaba a la física. Y otros revisaban las ideas
sobre el espacio-tiempo y estrafalarios conceptos como el de un pasado y un
futuro que se ramificaban. En el momento en que este libro entraba en prensa,
las revistas de física más respetables habían publicado más de doscientos
artículos sobre el tema de las máquinas del tiempo, y los propios físicos
habían producido diez o doce libros sobre el tema.
Los científicos
cuyo trabajo se describe en este libro han expandido la conversación imaginada
por Wells, ampliándola para incluir en ella una variedad de máquinas del
tiempo, y profundizándola al invocar, no solamente a la geometría, sino también
a la relatividad, la mecánica cuántica y (al menos tentativamente) la gravedad
cuántica. También han hecho que la conversación fuera más rigurosa, proponiendo
y sometiendo a prueba diversas hipótesis (no en el laboratorio, sino a la
manera de los físicos teóricos, es decir, por medio de toda clase de
“experimentos mentales”), y luego descartándolas totalmente, o aceptándolas para
construir a partir de ellas nuevas hipótesis.
Con todo ello,
el ambiente de aquella sala de estar victoriana iluminada con una lámpara de
gas ha sobrevivido. Los invitados del Viajero en el Tiempo no se sentirían
fuera de lugar en los seminarios celebrados en las aulas con paneles de roble
de Cambridge o Princeton, ni en las del Caltech’s Bridge Laboratory. Aunque
probablemente sí se sentirían algo desorientados en otros locales. De hecho,
los físicos que se ocupan de este tema lo hacen en cualquier lugar. Se reúnen
casualmente en los pasillos que hay frente a las aulas, y más deliberadamente
frente a una taza de té o café. Asisten a congresos internacionales donde
participan en mesas redondas, presentan ponencias propias y asisten a las
ponencias presentados por otros. Últimamente, se han estado llamando por
teléfono o intercambiando correos electrónicos casi a diario, discutiendo su
trabajo o interesándose por el trabajo de otros. Ponen sus ideas por escrito, a
menudo en colaboración. Muestran los primeros borradores de sus trabajos a sus
colegas, y les piden su opinión y que les planteen preguntas y objeciones.
Algunos cuelgan el producto de su trabajo en la red antes de publicarlo y lo
revisan a la luz de los comentarios que les hacen aquellos de sus colegas que
los han leído allí. Finalmente, analizan con mucho cuidado las obras publicadas
por otros, y cuando descubren algún error en ellas reaccionan con una pasión
que sorprendería a muchos no físicos.
Obviamente,
sigue habiendo algo de ciencia ficción en este tema. El viaje en el tiempo es
uno de los subgéneros más prolíficos en el campo de la ciencia ficción, y la
influencia de la ciencia ficción en los científicos es innegable.
Muchos de los
científicos que aparecen en este libro no tienen ningún empacho en admitir que
se sintieron estimulados a seguir una carrera científica leyendo obras de
ciencia ficción, aunque, a su debido tiempo, la mayoría de ellos descubrió que
la ciencia era mucho más excitante y satisfactoria. Muchos opinan como
Einstein, que en cierta ocasión comentó que la ciencia ficción distorsiona la
ciencia y produce a la gente la ilusión de que la entiende sin tener una
verdadera comprensión de ella. De acuerdo con estos puntos de vista, en un
primer momento tomé la decisión de prescindir completamente de la ciencia
ficción en este libro, pero a medida que avanzaba en su redacción me fui
topando cada vez más con obras de ciencia ficción que anticipaban las ideas de
físicos y filósofos sobre la naturaleza del tiempo, que ilustraban estas ideas
de una forma espectacular y llena de color, y que constituían auténticos
filones de pensamientos y de lúcidas explicaciones de las mismas ideas que los
físicos estaban estudiando. Era evidente que desterrar completamente a la
ciencia ficción de mi relato hubiera sido una estupidez.
La influencia
de los físicos sobre la ciencia ficción era, como ya me esperaba,
significativa. Para tomar un ejemplo fácil, el agujero de gusano
–ese hipotético
“atajo en el espacio”– fue descubierto por Ludwig Flamm como solución a las
ecuaciones de campo de Einstein en 1916, y posteriormente fue estudiado por
Einstein y por Nathan Rosen en la década de 1930. Desde entonces se ha
convertido en un elemento indispensable para los autores de ciencia ficción
cuyos argumentos requieren unos viajes interestelares razonablemente rápidos.
Hay otras muchas influencias de este tipo, y algunas de ellas son
sorprendentemente directas. En 1974, el físico Frank Tipler publicó una idea
para deformar el espacio-tiempo en la más prestigiosa revista de física
teórica, la Physical Review D. En 1979, el escritor de ciencia
ficción Larry Niven se apropió del concepto, y también del título, bastante
farragoso –“Los cilindros rotatorios y la posibilidad de una violación global
de la causalidad”– para uno de sus relatos de ciencia ficción. En la primavera
de 1985, Carl Sagan estaba revisando el manuscrito de su novela de ciencia
ficción Contact y quería asegurarse de que su descripción de
la distorsión del espacio-tiempo era precisa. Le pidió al físico Kip Thorne que
leyera el manuscrito. Thorne accedió a su petición y sugirió varias
correcciones que Sagan incorporó más tarde a su novela.
En general, yo
me esperaba encontrar una fuerte influencia de la ciencia sobre la ciencia
ficción. Lo que no me esperaba, en cambio, era la existencia de una fuerte
contracorriente –es decir, una influencia perceptible de la ciencia ficción
sobre la ciencia. Pondré dos ejemplos. Tras contestar la pregunta que le había
hecho Sagan, Thorne se sintió cada vez más intrigado por sus implicaciones, y
su posterior trabajo sobre el tema le llevó a escribir el artículo que puso en
marcha la investigación más amplia que es el tema de buena parte de este libro.
Unos cuantos años más tarde, el autor de ciencia ficción y físico Robert
Forward tomó una serie de notas para una novela que incorporaba una idea que
Thorne y algunos de sus colegas habían descrito en sus publicaciones, y le
pidió a Thorne que las leyese y se las comentase. Thorne así lo hizo, y durante
el proceso entró en contacto con una de las ideas de Forward que citaría en uno
de sus artículos posteriores. A medida que avanzaba en mi investigación, me fui
topando con influencias similares a estas por todas partes. Me di cuenta de que
si mi intención era la de contar la historia reciente de la idea del viaje en
el tiempo, hacer caso omiso del papel de la ciencia ficción haría que mi relato
fuera no sólo menos interesante, sino absolutamente engañoso.
Seguí
albergando dudas, sin embargo. Vivimos en un momento de la historia en el que
la realidad y la ficción a menudo se confunden, en ocasiones con consecuencias
potencialmente peligrosas. Encuestas recientes sobre el conocimiento de las
ciencias que tienen los norteamericanos han puesto de relieve la existencia de
unas lagunas alarmantes –y eso en un momento en el que parecemos estar rodeados
de amenazas a la salud y al bienestar. La lista de dichos peligros es tan larga
como familiar. Están los problemas globales: el cambio climático y sus
consecuencias, el bioterrorismo y la guerra química, la ingeniería genética,
las probables deficiencias del sistema de defensa con misiles. Y están también
los problemas de tipo más personal: vigilancia electrónica, tecnología de
células madre, drogas alucinógenas.
Es cierto que
el uso inadecuado de la ciencia y la tecnología es en cierto modo responsable
de algunos males sociales y medioambientales. Pero es igualmente cierto que la
ciencia y la tecnología nunca han sido tan importantes para nuestra
supervivencia a largo plazo. Un mayor reconocimiento público de la
investigación científica nos beneficiaría a todos. Como dijo el propio Wells,
“la historia es cada vez más una carrera entre la educación y la catástrofe”.
Pensando en todo esto, he procurado mantener la distinción entre hechos y ficciones
lo más clara posible. Por consiguiente, este relato hará alusión a una obra de
ciencia ficción únicamente cuando un determinado científico haya reconocido la
influencia que dicha obra habrá ejercido sobre él, o cuando yo crea que ofrece
un buen modo de esclarecer determinada teoría o idea. Pero para que no
interfieran en el relato principal, he procurado relegar las referencias del
segundo tipo a las notas del final del libro
En el campo de
la física teórica, y especialmente en el de la astrofísica, la ciencia de
verdad puede ser considerablemente más difícil que la ciencia ficción. Pero el
hecho de abordar esta dificultad trae consigo su propia recompensa: para poder
entender la distorsión del espacio-tiempo, por ejemplo, hemos de refrescar
nuestros conocimientos de geometría, tanto en sus variantes euclidiana como no
euclidiana. Igualmente, cualquier discusión sobre viajes en el tiempo requiere
hacer breves incursiones narrativas en los campos de la astrofísica, la
relatividad especial y general, y la mecánica cuántica. Este libro tendrá que
repasar necesariamente algunos de estos temas. El camino, por tanto, será algo
difícil en algunos trechos. Pero es muy probable que nos sintamos satisfechos
después de recorrerlo.
¿Es posible
viajar en el tiempo? La relatividad especial y la general permiten un tipo de
viaje uni-direccional hacia el futuro. Pero aquello que entendemos normalmente
por viaje en el tiempo –es decir, los viajes de ida y vuelta al pasado y al
futuro, volviendo al presente– es algo muy distinto. Por lo que respecta a la
viabilidad de estos empeños, la opinión preponderante es
decididamente agnóstica. Simplemente no lo sabemos. Además, la mayor parte de
los investigadores están de acuerdo en que no podemos saberlo
hasta que tengamos un entendimiento más perfecto de la gravedad cuántica, y es
posible que pase una década o más antes de que estemos en posesión de este
conocimiento.
¿Significa esto
que hemos de esperar hasta entonces para pensar seriamente en la idea del viaje
en el tiempo? Los personajes que aparecen en este libro no han querido esperar.
Como les gusta recordar a los historiadores de la ciencia, los científicos son
humanos, y como tales tienen las debilidades propias de los humanos. Sería poco
razonable esperar de ellos que trabajasen siempre de una forma metódica y paso
a paso –proponiendo una teoría para explicar un fenómeno, ideando experimentos
para verificar la teoría, implementando los experimentos, y así sucesivamente.
Demostraríamos desconocer la naturaleza humana si esperásemos de ellos que
nunca alteraran el orden de estos pasos, que nunca se adelantasen a sí mismos.
De hecho, puede argumentarse que muchos avances se han producido
precisamente porque se han dado algunos pasos sin respetar la
secuencia habitual. El matemático francés Henri Poincaré observó en cierta
ocasión: “Es posible contemplar el espectáculo de un universo estrellado sin
preguntarse cómo se formó: tal vez deberíamos esperar y no buscar una solución
hasta que hayamos reunido pacientemente todos los elementos […] Pero si siempre
hubiéramos sido tan razonables, si nuestra curiosidad no fuera impaciente, es
probable que nunca hubiésemos llegado a crear la Ciencia y que nos hubiésemos
tenido que contentar con llevar una existencia trivial”.
En un futuro no
muy lejano los físicos tendrán un conocimiento más perfecto de la gravedad
cuántica. En ese momento probablemente aparecerá otro libro acerca del viaje en
el tiempo y ofrecerá respuestas más precisas a las cuestiones aquí planteadas.
Mostrará que algunas líneas de investigación habrán resultado ser viables,
descartará otras e introducirá nuevas líneas que todavía no han sido
imaginadas. Mientras, no es demasiado pronto para contar lo que ya se sabe, que
es mucho.
Los hombres y
mujeres cuyas ideas se describen en las páginas de este libro han pensado
seriamente y en profundidad en un tema que la mayoría de nosotros dejamos atrás
cuando dejamos de ser niños, y al hacerlo han entablado una discusión plagada
de intuiciones asombrosas. En cierto sentido, como ellos mismos admitirán, es
posible que se estén precipitando. Pero esto forma parte de su encanto.
Efectivamente, habrían complacido a Poincaré, pues todos y cada uno de ellos,
en cierto modo, son poco razonables, curiosos e impacientes. Su historia es el
tema de este libro, y el objetivo que me ha movido a contarla es triple:
primero, rastrear la idea del viaje en el tiempo a lo largo de varias décadas;
segundo, ofrecer un punto de vista sobre la vida y la obra de este fascinante
grupo de pensadores; y finalmente, pagar una deuda que tengo desde hace mucho
tiempo con un muchacho de doce años –y, espero, con otros muchos como él.
Prólogo del
libro de David Toomey Los nuevos viajeros en el tiempo. Un viaje a las
fronteras de la física.
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