La crisis de extinción pone al
borde del abismo a un millón de especies
Por Katy Daigle, Julia Janicki
Rebelion
| 04/01/2023
Fuentes: La
marea climática [Imagen: Una hembra de lince ibérico es liberada junto a otros
cuatro ejemplares como parte del proyecto europeo Life LynxConnect en la sierra
de Arana (Granada). REUTERS/Jon Nazca]
En un escenario de tasa de extinción normal, se habrían necesitado un
mínimo de 800 años (y un máximo de 10.000) para el elevado número de
extinciones de vertebrados que hemos visto en el último siglo. En este punto,
es urgente proteger y conservar el planeta y la vida que habita en él.
La naturaleza
está en crisis y la situación no hace sino empeorar. A medida que las especies
desaparecen a un ritmo no visto en 10 millones de años, más de un
millón de ellas se encuentran actualmente al borde de la extinción.
Según la comunidad
científica, los humanos están impulsando esta crisis de extinción a
través de actividades que se apoderan de los hábitats de los animales,
contaminan la naturaleza y alimentan el calentamiento global. El acuerdo
mundial para proteger la naturaleza acordado el 19 de diciembre durante
la COP15 es potencialmente positivo, y los científicos
instan a las naciones del mundo a garantizar que el acuerdo sea un éxito.
Cuando se
pierde una especie animal desaparece con ella todo un conjunto de
características: genes, comportamientos, actividades e interacciones con otras
plantas y animales que pueden haber tardado miles o millones –incluso miles de
millones– de años en evolucionar.
También se
pierde la función que esa especie desempeñaba dentro de un ecosistema, ya sea
polinizar determinadas plantas, remover los nutrientes del suelo, fertilizar
los bosques o mantener a raya a otras poblaciones animales, entre otras cosas.
Si esa función era crucial para la salud de un ecosistema, la desaparición de
los animales puede provocar la transformación de un paisaje. Si se
pierden demasiadas especies, los resultados pueden ser catastróficos y provocar
el colapso de todo el sistema.
Desaparecidos para siempre
En los últimos
cinco siglos, cientos de animales únicos han desaparecido en todo el mundo,
como el ave no voladora Dodo, extinguida de la isla Mauricio a
finales del siglo XVII.
En muchos
casos, la culpa ha sido del ser humano –primero por la pesca o
la caza, como en el caso de la subespecie de cebra Quagga, de Sudáfrica, cazada
hasta su extinción a finales del siglo XIX– y, más recientemente, por
actividades que contaminan, perturban o se apoderan de hábitats salvajes.
Antes de que
una especie se extinga, ya puede considerarse «funcionalmente extinguida». Es
decir, que no quedan suficientes individuos para garantizar su supervivencia.
Las extinciones más recientes han permitido a los humanos interactuar con los
últimos individuos conocidos de algunas especies, conocidos como endling.
Cuando se extinguen, es el final de esas líneas evolutivas, como ocurrió en
estos casos emblemáticos:
– Toughie fue el último individuo conocido de la rana
arborícola de extremidades marginales de Rabb. El hongo quitridio había
aniquilado a todas las especies de su especie, salvo unas pocas docenas, en su
hábitat natural de Panamá. En su última morada, el Jardín Botánico de
Atlanta, Toughie llamaba en vano por una pareja que no
existía. Murió en 2016.
– La historia
de la paloma mensajera Martha es un cuento con
moraleja para la conservación: en la década de 1850 todavía había millones de
palomas mensajeras, pero acabaron siendo cazadas hasta su extinción, ya que las
medidas de conservación solo se tomaron cuando la especie había pasado el punto
de no retorno. Martha, la última, murió en 1914 en el zoo de
Cincinnati.
– El Solitario
George, encontrado en 1971, era la última tortuga de
la isla Pinta de Ecuador. Desde el siglo XVII, se cazaban unos 200.000
ejemplares por su carne. Posteriormente, tuvieron que competir por el alimento
tras la llegada de las cabras a la isla en la década de 1950. Los científicos
intentaron salvar la especie mediante la cría en cautividad antes de que George muriera
en 2012.
– Ben o Benjamin era el
último tilacino conocido en el mundo, un carnívoro marsupial
también conocido como tigre de Tasmania. El animal recibió el estatus de
protección solo dos meses antes de que Benjamin muriera en
1936 en el zoológico de Beaumaris, en Tasmania.
Al límite
Hay algunas
especies que pronto podrían verse reducidas a sus propios confines. La vaquita
marina, la marsopa más pequeña del mundo y en peligro crítico de extinción
en México, solo cuenta con 18 ejemplares en libertad, ya que sus poblaciones
han sido devastadas por las redes de pesca.
La subespecie de rinoceronte
blanco del norte, el segundo mamífero terrestre más grande después de
los elefantes, no tiene esperanzas de recuperarse tras la muerte del último
macho en 2018. Solo quedan una hembra y su hija.
Estas historias terminales importan –explican
los científicos–, precisamente porque muchas extinciones ocurren fuera de
nuestra vista. «En algún lugar del núcleo de nuestra humanidad,
reconocemos a estas criaturas, nos conmueve su historia y sentimos compasión –y
tal vez también una obligación moral– por ayudar», cuenta Paula Ehrlich,
presidenta y directora ejecutiva de la Fundación E.O. Wilson para la
Biodiversidad.
El rinoceronte blanco del norte no es solo una parte del mundo, cuenta la experta. Es un mundo en sí mismo (con su propio ecosistema) que además siega los campos cuando pasta, fertiliza las tierras por las que camina, y tiene insectos que se posan en su piel y que luego las aves atrapan para alimentarse. «Comprender todo lo que un animal es y hace por el mundo nos ayuda a entender que nosotros también formamos parte de la naturaleza, y que la necesitamos para sobrevivir», afirma Ehrlich.
La tortuga de
la isla Pinta Solitario George en su refugio del Parque Nacional de Galápagos
el 15 de septiembre de 2008. REUTERS/Guillermo Granja.
Extinción a lo largo del tiempo
A diferencia de
los endlings, la mayoría de las especies desaparecen en la
naturaleza sin que la gente se dé cuenta. Los científicos cuentan 881
especies animales extinguidas desde 1500, fecha de los primeros registros de la Unión
Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la autoridad
científica mundial sobre el estado de la naturaleza y la vida salvaje. Sin
embargo, se trata de una estimación extremadamente conservadora de
la extinción de especies en los últimos cinco siglos, ya que solo representa
los casos resueltos con un alto grado de certeza.
Si incluimos
las especies animales que los científicos sospechan que podrían
extinguirse, la cifra se dispara a 1.473. El listón está muy alto
para declarar extinguida una especie, una tarea aleccionadora que los
científicos ya se muestran reacios a realizar.
«Es difícil
demostrar lo negativo, demostrar que no se puede encontrar», afirma Sean
O’Brien, ecologista que dirige la organización sin ánimo de lucro NatureServe,
que trabaja para establecer datos definitivos sobre las especies
norteamericanas. «Y es emocional. Un botánico no quiere declararla
extinta porque ese acto se siente como un fracaso».
Entre los vertebrados
terrestres, o animales terrestres con columna vertebral, 322
especies han sido declaradas extintas desde 1500. Si añadimos el número de
especies posiblemente extinguidas, la cifra asciende a 573.
Para los
anfibios amantes de la humedad, vulnerables tanto a la contaminación
como a la sequía, la situación es especialmente sombría, ya que la tasa de
extinción ha aumentado en las últimas décadas. Solo 37 especies han sido
declaradas extintas con un alto grado de certeza desde 1500, pero los
científicos sospechan que más de otras 100 han desaparecido en los últimos
30-40 años, según un estudio de 2015 publicado en la revista Science Advances.
Los últimos
avistamientos registrados aumentan con el tiempo, sobre todo a partir de
mediados del siglo XIX, cuando comenzó la Revolución Industrial. Esto demuestra
que los animales han estado cada vez más en peligro, pero también que nuestro
conocimiento de la naturaleza ha mejorado a medida que estudiamos y
vigilamos más especies.
Hay muchas
especies reseñables entre las que han desaparecido desde 1500. El Dodo se vio
por última vez en 1662, 65 años después de su primera aparición. La tortuga de
la isla Pinta se vio por última vez en estado salvaje en 1972.
Algunas
desapariciones han provocado protestas públicas, como la
declaración de extinción en 2016 de la pequeña especie de murciélago
pipistrelle de la Isla de Navidad, visto por última vez en 2009. Fue la primera
extinción de mamíferos registrada en Australia en 50 años.
Perder cientos de especies en unos 500 años puede no parecer significativo cuando hay millones más que aún viven en el planeta. Pero la velocidad a la que están desapareciendo las especies no tiene precedentes en los últimos 10 millones de años. «Estamos perdiendo especies más rápido de lo que pueden evolucionar», señala O’Brien.
Wuru, un dugongo hembra de cuatro años, nada en su tanque del Acuario de Sídney
el 4 de junio de 2009. REUTERS/Tim Wimborne.
Extinciones masivas
Muchos animales
se han extinguido de forma natural o por causas ajenas a la actividad humana.
En un medioambiente sano, a medida que las especies mueren de forma natural,
otras nuevas evolucionan y se mantiene un equilibrio evolutivo. Esto es lo que
los científicos consideran una tasa de extinción normal o de
fondo.
Pero cuando la
tasa de extinción es tan alta que más del 75% de las especies del mundo se
extinguen en un plazo relativamente corto de menos de 2 millones de años, se
considera que se ha producido una extinción masiva.
Esto ha ocurrido cinco veces en los últimos 500 millones de años, lo que sabemos gracias al estudio del registro fósil de la Tierra, con
capas y capas de sedimentos que han enterrado los restos de animales a lo largo
del tiempo. Cuando se encuentra una capa con un número grande y diverso de
animales, los especialistas pueden ver que se produjo una mortandad masiva. Es
por ello que los científicos advierten de que hemos entrado en una
sexta extinción masiva.
Según el
artículo publicado en 2015 por Science Advances, en un
escenario de ritmo de extinción normal, habrían sido necesarios un
mínimo de 800 años (y un máximo de 10.000) para que se produjera el
elevado número de extinciones de vertebrados que hemos visto en el último
siglo.
«A pesar de
nuestros mejores esfuerzos, se estima que la tasa de extinción sigue
siendo 1.000 veces mayor que antes de que los humanos entraran en escena»,
cuenta Ehrlich. «A este ritmo, la mitad habrá desaparecido a finales de siglo».
Desconocida y aún amenazada
Por malo que
parezca, los científicos afirman que la realidad es, probablemente, aún peor.
Fijarse solo en las extinciones de especies no da una imagen completa,
en parte porque los especialistas son muy conservadores a la hora de decir que
una especie ha desaparecido. Por ejemplo, aunque Toughie era
el último individuo conocido de su especie, la UICN la clasifica como «en
peligro crítico, posiblemente extinta».
Y lo que es más
importante, existe una inmensa reserva de especies que aún no hemos
descubierto. Los científicos han identificado alrededor de 1,2 millones de
especies en el mundo, pero calculan que hay unos 8,7 millones. Eso nos deja
unos 7,5 millones de especies que creemos que existen pero de las que
no sabemos nada, ni siquiera si están en peligro o no.
«Sabiendo lo
que sabemos sobre el impacto del cambio climático y la pérdida de hábitat, es
difícil imaginar que miles, si no millones, de especies no estén en proceso de
extinción en estos momentos», explica O’Brien.
La conservación da esperanzas ante el declive de las poblaciones
La UICN utiliza
una serie de categorías para describir el estado de una especie como forma de
identificar cuáles están en problemas y cuándo hay que ayudarlas. Pero el hecho
de que una especie esté clasificada como «preocupación menor» o «casi
amenazada» no significa que sus poblaciones sean estables.
Los leones
africanos, por ejemplo, llevan décadas catalogados como «vulnerables»,
pero su número descendió un 43% entre 1993 y 2014, cuando se
dispuso de los últimos datos poblacionales. Los dugongos, mamíferos marinos
regordetes también conocidos como vacas marinas, figuran en la lista mundial
como «vulnerables», incluso cuando la caída de sus poblaciones en África
Oriental y Nueva Caledonia se actualizó a «en peligro» en diciembre.
El declive de
una o varias poblaciones de una especie puede marcar el inicio de una tendencia
hacia la extinción.
A pesar de lo
preocupante que pueda parecer la situación a escala mundial, hay
motivos para la esperanza. El recién adoptado Marco Global para la
Biodiversidad de Kunming-Montreal durante la COP15 guiará los
esfuerzos mundiales de conservación durante esta década hasta 2030. Entre otras
cosas, el acuerdo prevé proteger el 30% de las zonas terrestres y marinas del
planeta para finales de la década.
«Es abrumador
pensar que hay especies al borde de la extinción», afirma O’Brien. «Pero luego
los conservacionistas con los que trabajo me recuerdan lo mucho que le importa
a la gente».
Entre 1993 y
2020, medidas de conservación como la restauración del hábitat o la
cría en cautividad ayudaron a evitar la extinción de hasta 32 especies
de aves y hasta 16 de mamíferos en todo el mundo, según las estimaciones
conservadoras de un estudio de 2020 publicado en la revista Conservation Letters.
«La ciencia
está democratizando la información para que cada país sepa qué tiene que hacer
y dónde», explica Ehrlich, de la Fundación Wilson, que trabaja para identificar
los mejores lugares del mundo para proteger la biodiversidad y dar prioridad a
la naturaleza. Antes de morir el año pasado, Edward O. Wilson abogaba
por poner la mitad del planeta bajo conservación y calculaba que así se
salvaría el 85% de las especies del mundo.
«Humildemente,
tenemos que hacer todo lo que podamos para protegerlas ahora», remata Ehrlich.
«Entendemos mejor la compleja red de vida que sustenta la naturaleza, y a
nosotros, como parte de la naturaleza».
Reportaje de Katy Daigle en
Washington D.C. y Julia Janicki en París. Edición de Diane Craft.
Fuente: https://www.climatica.lamarea.com/crisis-extincion-millon-especies/