Fuentes: La Marea [Foto:
La reportera en una de las salas de trabajo de El Imparcial, en Hermosillo,
México]
Llevamos semanas pegados a
medios que nos informan de un nuevo conflicto en territorio europeo. La guerra
desangra Ucrania dejando un reguero de muerte y destrucción, y los principales
medios han emplazado nuevamente a sus reporteros para que sean los ojos y la
voz que nos transmitan la actualidad de la guerra. Casi no prestamos atención
al hecho de que muchos de esos reporteros son precisamente mujeres, algo
normalizado impensable hasta hace poco tiempo.
El nuevo auge del feminismo
y la labor de investigadoras como Ana Muiña o Araceli Pulpillo han ayudado a
recuperar la genealogía de pioneras del periodismo como Carmen
de Burgos, Teresa de Escoriaza o Josefina Carabias. Por su
parte, la labor de reporteras contemporáneas como Rosa María Calaf, Carmen
Sarmiento o Mónica G. Prieto han apuntalado ese reconocimiento. Y,
sin embargo, la figura fundamental de Cecilia García de Guilarte, sigue
envuelta en el manto del olvido. Hablamos precisamente de una
mujer que debería ocupar por derecho propio un lugar destacado dentro de la
historia del reporterismo de guerra -sin contar su dedicación al mundo del
periodismo literario y su fecunda producción novelística y teatral-.
La reportera de la que
hablamos nació en Tolosa inmersa en un ambiente obrero, por lo que pronto se
sintió implicada en la problemática social de la época. Su padre, y principal
referente, era militante de la CNT y empleado de la Papelera, donde también
trabajaría ella una temporada intentando dar rienda suelta a su conciencia
social. “A mí la República me hizo anarquista; (…) porque resultó una República
tan pachucha y tan así… Y hacerse anarquista (…) era lo menos que un joven
podía hacer en aquellos tiempos en lo tocante a protestar”. Por otro lado, la
joven estudiaría, por decisión de la madre, en el colegio de las Hijas de
Jesús. De ello le quedaría una peculiar mezcla de socialismo cristiano que,
como apunta Manuel Aznar en el libro Cecilia G. de Guilarte de Tabernilla y
Lezamiz, es una forma “muy característica del anarquismo finiscular
y por ello parece otra enseñanza aprendida de su padre”.
De niña ya había destacado por una insaciable voracidad lectora
y una vocación escritora que la lleva, con tan solo 11 años, a publicar su primer
relato sobre el vuelo del Plus Ultra, a ganar un premio de cuentos a los 17 y a
escribir artículos para el periódico confederal canario En
Marcha. A los 20 publica relatos breves en La
Novela Ideal de Federico Urales y Teresa Mañé, y en la que
colaboran intelectuales más o menos cercanos al mundo libertario y social, como
Leopoldo Alas Clarín, Miguel de Unamuno, José Nakens, Francisco Giner de los
Ríos, Anselmo Lorenzo, Ricardo Mella o Teresa Claramunt. Y a esa misma edad
está ya trabajando para el prestigioso semanario Estampa de Madrid,
en el que publica algunos reportajes sonados. La trayectoria de la periodista
vasca es, sin duda, meteórica.
En el
frente
Pero los años más intensos
y fecundos serán los de la guerra civil, el primer conflicto bélico que va a
ver la incorporación masiva de mujeres para cubrir lo que ocurre:
fotoperiodistas como Gerda Taro, Margaret Michaelis, Kati Horna, reporteras
como Gerda Grepp, Lise Lindbæk, Maria Osten… También españolas, como las
hermanas Margarita y Carmen Nelken (más conocida por el pseudónimo de
Magda Donato), ocupan un espacio destacado en las crónicas
periodísticas que vuelan esos días; si bien es cierto que la mayoría trabaja
desde la retaguardia, en oficinas o gabinetes de prensa.
No es el caso de Cecilia,
que destacará por sus visitas al frente de batalla, llegando incluso a
empotrarse en unidades militares. Ella no ha nacido para seguir las
indicaciones de Victoria Kent, cuando insta a limitar la colaboración femenina
a la retaguardia: “Las mujeres tenemos nuestra misión que cumplir (…) Los
hombres tienen su puesto de combate en los campos. Las mujeres lo tenemos
combatiendo el hambre de la ciudad”.
Con la sublevación
fascista, deja su trabajo en Madrid y vuelve a su tierra natal para
poner la pluma al servicio de la causa antifascista en el donostiarra Frente
Popular, órgano oficial de la Junta de defensa de Guipúzcoa y
donde están representadas todas las fuerzas leales a la República. Esos
primeros días, la joven reportera se estrena como corresponsal de guerra
acompañando al grupo Los Temerarios al frente de Irún, donde deben tomar
posiciones avanzadas. Son días intensos, vividos frenéticamente y sus crónicas
son una mezcla de propaganda y aventura, de acción en estado puro. Días también
de mazazos en lo personal: en Irún morirá su hermano, Félix, luchando contra
los militares sublevados. Pero la vida del diario republicano será efímera, el
último número de Frente Popular verá la luz el 12 de septiembre, día previo a
la caída de San Sebastián.
Estabilizado el frente en
Vizcaya, la reportera se incorporará a la redacción del periódico CNT
del Norte en enero de 1937, en cuya redacción, haciendo gala
del ideal libertario, todos los integrantes, de director a redactores, cobran
el mismo salario. Y es para este medio para el que la reportera consigue su
primera gran exclusiva, la entrevista al aviador alemán Karl Gustav Schmidt,
único superviviente del derribo de su aparato (Otro aviador había sido linchado
por la multitud hasta la muerte como represalia por el bombardeo de Bilbao).
En ella, Cecilia
muestra el lado humano de un enemigo amedrentado todavía por lo que ha vivido
apenas unas horas antes en las calles bilbaínas, aunque totalmente “alienado
por la propaganda nazi”. La entrevista supone un punto de inflexión
en la trayectoria de la tolosarra, que se sentirá “más periodista que nunca”
recorriendo las calles y los frentes en busca de la noticia. Así, entre enero y
febrero de 1937, acude varias veces a la línea de fuego para compartir
experiencias con los milicianos vascos en una serie de reportajes de estilo
directo y desenfadado que combinan reportaje y entrevistas. De esos días es
también una figurada entrevista al Jesucristo de la Gran Vía bilbaína, al que
considera como un referente en la lucha social. Se trata de otra muestra de ese
socialismo cristiano tan sorprendente para la época.
A medida que avanzan las crónicas
de guerra, estas empiezan a adoptar un tono sombrío, alejado
del entusiasmo de los primeros meses. Son significativas aquellas en las que,
en el frente asturiano, cubre la ofensiva sobre Oviedo: “En estas casas se
siente con más intensidad que nunca el dolor de esta guerra suicida. De cara al
sol, con fijeza extraña en los ojos inmóviles, unos cuerpos jóvenes ponen la
nota de un gris oscuro en el verde y azul de este día espléndido. Es tan corta
la distancia que nos separa del enemigo que unos
pocos cuerpos bastan para cubrir la semialfombra de carne joven”.
Textos crudos y realistas
que ya no dejan espacio a la poesía guerrera: “Máquinas automáticas caminan
hacia adelante, movidas por un resorte y solo se detienen cuando una bala rompe
la pieza que mueve el mecanismo. Así estos hombres, a los que la bomba
de mano deshacía la cabeza sobre las ametralladoras que
manejaban. Crispadas en agonía sus manos. Ni un documento. Nada que los
identifique. Destrozados sus rostros, nadie diría a qué raza pertenecen estos
cuerpos. Son, no una prolongación de la máquina: son un tornillo más. Es la
guerra”.
Además, la
reportera huye del triunfalismo e incluso consigue sortear la censura militar
en artículos que se alejan de la tónica propagandística de otros medios:
“Que sepan los que, a fuerza de barajar lo de ‘valientes milicianos’ y
‘fantástica derrota del enemigo’, han terminado por no creer en las derrotas ni
en el valor, que las casas de Oviedo, de gruesos cimientos, nos han de costar
muchos combates y no pocas víctimas”.
A la vuelta de Asturias
repite exclusiva entrevistando a un prisionero italiano capturado en la bolsa
de Bermeo, con quien empatiza: “No tiene el orgullo y la
pretensión de fortaleza como los germanos”, pues el prisionero, un supuesto
comunista obligado por Mussolini a venir a la guerra española personaliza “la
Italia que muere en España, por no morir de hambre en su tierra”. Tras la caída
del frente Norte, la periodista consigue pasar a la zona
republicana y, recién casada, se dedicará a labores domésticas y el cuidado de
su hija hasta la derrota de la guerra y el exilio a Francia, donde continuará
su labor periodística colaborando en Le Soud-Ouest.
La estancia en el país
vecino será corta y la familia toma rumbo a México, donde los comienzos son
complicados, y las penurias económicas la llevan a publicar algunas novelas de
corte romántico para la editorial Delly, que ella misma denomina “novelas
para cambiarlas por pan, sentimentalonas y rosas”, pero
rápidamente destacará por una intensa actividad intelectual y cultural, que la
llevará a ser considerada como una de las figuras que más contribuye al mundo
de la cultura en el exilio, y, de hecho, participará en la fundación del Ateneo
Español en el país azteca.
En lo político, sufrirá una evolución que la aleja del
anarquismo y la acerca a Izquierda Republicana, organización de cierta
relevancia entre los exiliados en México. En su libro Un barco
cargado de… confiesa; “Ya se había marchitado mi ilusión
anarquista, pero creo que algo del polen de esa flor ha quedado para siempre en
mi corazón”.
En su estancia mexicana
alternará su dedicación al periodismo con trabajos como el de guionista de radio
o la docencia. En Hermosillo, capital del Estado de Sonora, será nombrada jefa
del departamento de Extensión Universitaria y directora de la revista
Universidad de Sonora. La frenética actividad desplegada le
ayudará a integrarse en el país de acogida, pero sin olvidar su origen, por lo
que seguirá colaborando con las publicaciones de la comunidad vasca del exilio:
Eusko Deya, Tierra Vasca, Gernika…
Y, por supuesto, se
dedicará de manera incansable a la producción literaria, cuyas novelas y obras
de teatro destacan por la inclusión de mujeres indígenas y una continua llamada
de atención a la doble discriminación social y de género
que viven las mujeres originarias. Profundizará, además, en
aquella temática esbozada en obras anteriores, presentando casi siempre, tal y
como recalca Blanca Gimeno en Cecilia G. de Guilarte. Un
discurso valiente en el exilio español de 1936 en México “un personaje femenino
extranjero fuerte e independiente, que ejerce un cierto activismo social a
través de profesiones o tareas destinadas tradicionalmente a hombres”. Estos
personajes “son claves que sirven de modelo a las protagonistas que buscan la
realización personal, mujeres fuertes y profesionales cuyos trabajos, en la
mayoría de las ocasiones, están relacionados con la escritura”.
El regreso
a España
Con el tiempo, la nostalgia
y los continuos traslados por el territorio azteca van haciendo mella en su
ánimo. Lo que sumado al grave accidente de tráfico que sufre en 1959 y en el
que casi pierde la vida, le hacen reconsiderar la posibilidad de regresar a
España y a su Tolosa natal, lo que llevará a cabo en 1964. Dejó
en México a su marido –que se había negado a pisar suelo
español mientras viviera Franco– y a Marina, la mayor de sus hijas. Pero la
vuelta no será como se había imaginado.
Según explica su hija Ana
María en el libro de Blanca Gimeno, “los años en el exilio le hacen idealizar
a España y los españoles, y por eso el choque con la realidad es aún más duro”.
El regreso a España en 1963 le muestra su rostro más severo y la realidad que
se encuentra es muy diferente a la imaginada. La situación social y política de
país siguen siendo muy difíciles y pesa la ley del silencio frente a una
derrotada que vuelve del destierro. La escritora añora ahora México y siente
que se encuentra ante un segundo exilio, al que, en todo caso, va a
sobreponerse nuevamente gracias a su reincorporación al periodismo y a la
literatura.
Colaborará con La
Voz de España en San Sebastián, donde publica una serie de
artículos de carácter biográfico bajo los títulos de Los años de las verdes manzanas (marzo
– octubre de 1968) y Un barco cargado de… (enero
– marzo de 1972) hasta que deba abandonar por las presiones de la dictadura.
Y sigue escribiendo novela sin parar: en 1968 envía Todas las vidas al
premio Planeta, donde es finalista.
Un año más tarde consigue
el éxito con Cualquiera que os dé muerte, ganando el premio
Águilas de novela en Murcia, dotado de 250.000 pesetas. Y Cecilia no se
esconde: en la rueda de prensa afirma haber sido anarquista de joven y seguir
siendo republicana: “Me marché porque me dio coraje perder la contienda. He
regresado porque me da coraje estar fuera de España contra mi voluntad”.
La sorpresa del público es
notable y al alcalde no le llega la camisa al cuello, ¡la
ganadora del premio es mujer y además republicana! A
partir de ese momento recibirá el apodo de “Madre coraje”.
Con el tiempo, irán
apareciendo los lógicos achaques de la edad y Cecilia fallece el 4 de
julio de 1989 en su casa de Tolosa a causa de un infarto,
dejándonos un indispensable puñado de textos pioneros en el reporterismo de
guerra español y una ingente producción literaria cargada de personajes
femeninos, fuertes e independientes que se rebelan contra la estructura
patriarcal que les ha tocado vivir.
Fuente: https://www.lamarea.com/2022/08/24/cecilia-g-de-guilarte-olvidada-pionera-del-reporterismo-de-guerra/
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