viernes, 14 de febrero de 2020

EN CHINO SE DICE: EL PELO DE LAMÓN NO TIENE LABO, Y EN CRISTIANO DICE LO QUE YA SE HA DICHO, QUE EL PELO DE LAMÓN NO TIENE LABO



China, “el hombre enfermo de Asia” 2.0
La “militarización” del coronavirus
Rebelión
Observatorio de la Política China
14.02.2020

A finales del siglo XIX, la maquinaria imperialista occidental, durante su infame misión “civilizatoria” de expolio generalizado en el Medio Oriente, África y Asia, tildó a China de ser el “hombre enfermo de Asia”. Tal retrato despectivo y racista de China fue esgrimido por las potencias imperialistas para legitimar sus aventuras coloniales. En un artículo publicado en 1897 en una revista de la prensa china del momento, el reformista confuciano Liang Qichao ( 梁啓超 ) escribió sobre el imperialismo occidental que estaba azotando a un imperio Qing ya en decadencia y fase terminal. Liang analizó cómo la prensa occidental de finales del siglo XIX se había convertido en un arma propagandística de los intereses imperialistas occidentales en China. Sobre ésta, Liang expresó: “leo la prensa occidental e informa sobre el desorden del sistema político chino…esto ha estado sucediendo durante las últimas décadas. Desde setiembre o octubre del año pasado (1896), la prensa, cada vez más, ha publicado descaradamente sobre lo salvajes e incivilizados que son los chinos y sobre la ignorancia, deshonestidad y vacuidad del confucianismo. El significado está claro: la prensa se moverá para eliminar a China de inmediato”. 
 
Si uno lee cómo los medios de comunicación occidentales, especialmente los anglosajones, están narrando los efectos globales del coronavirus, es fácil llegar a la conclusión de que la reflexión que hizo Liang a finales del siglo XIX recobra una gran fuerza para interpretar lo que está sucediendo en la actualidad. Bajo mi entender, la prensa occidental ha militarizado (weaponised en inglés) los efectos sociales y percepciones generados por el coronavirus. En la práctica, esto quiere decir que tales efectos y percepciones se han convertido en un arma que puede ser utilizada para atacar a un contrincante político y económico, en este caso el gobierno chino. Desde esta perspectiva, el coronavirus ha pasado de ser un problema de salud global a ser un problema de seguridad global que tiene que ser “securitizado”. Según los expertos en Relaciones Internacionales Ole Waever y Barry Buzan, la securitización es “un proceso a través del cual ciertos actores, como la prensa o el Poder ejecutivo, presentan ante el público la existencia de supuestas amenazas (militares o no militares) como un pretexto para desplegar ciertas medidas de emergencia”. La militarización y securitización del coronavirus por parte de la prensa occidental no es casual. El ávido lector no debería olvidar el contexto global de guerra comercial entre Estados Unidos y China.

Si bien es cierto que no pretendo frivolizar los serios efectos de salud del coronavirus ni eximir al gobierno chino de los errores cometidos a la hora de lidiar con el coronavirus y otras aventuras en su periferia, considero que es importante analizar de forma crítica tal fenómeno. ¿Cómo es posible que un virus con una tasa de mortalidad del 2,2% -según fuentes de la ONU y la Organización Mundial de la Salud publicadas el 31 de enero de 2020- haya causado tanto revuelo mediático? La respuesta se encuentra en la geopolítica actual de competición capitalista. Esta está teniendo un papel fundamental a la hora de configurar los procesos sociales, políticos y económicos causados por el coronavirus. Por un lado, la “militarización” del coronavirus promovida por los medios de comunicación ha permitido el ataque mediático hacia China, cuyo objetivo principal es generar un cuadro de desorden que cuestiona la gestión de la crisis por parte del Partido Comunista chino. El deterioro de un régimen que de momento no se puede lograr a través de las protestas de Hong Kong, se podría conseguir a través de una campaña mediática de desinformación global sobre el coronavirus. En este sentido, el medio alemán Deutsche Welle publicó un artículo donde se relacionaba la naturaleza autoritaria del gobierno chino con la expansión del virus. Sin embargo, los medios de comunicación occidentales se han olvidado de poner en portada las 10.000 muertes por gripe en Estados Unidos –el gran baluarte de la democracia liberal- entre 2019 y 2020. ¿Alguien se imagina al gobierno de España enviando un gigante Airbus para rescatar a los españoles residentes en Nueva York para evacuarlos de la crisis causada por la gripe en Estados Unidos? Por otro lado, la securitización del coronavirus ha permitido la implementación de medidas de emergencia, que a pesar de estar enmarcadas dentro de una campaña de rescate de ciudadanos occidentales residentes en China, considero que se deben entender como medidas que afectan a la economía china. Dicho en otras palabras, las misiones de rescate han sido un pretexto para “vaciar” de recursos humanos y económicos a China.

Respecto a los efectos económicos del coronavirus, el 3 de febrero de 2020, la BBC publicó un artículo donde comentaba que el Shanghái Composite index, el índice bursátil de las acciones que se negocian en la bolsa de Shanghái, había “caído un 8%, la mayor caída diaria de los últimos cuatro años”. Según el medio británico, empresas de materiales y manufactura y del sector del consumo fueron las más golpeadas por tal desplome. En un infame artículo titulado “China es el hombre enfermo de Asia” publicado en el Wall Street Journal, el profesor de Relaciones Internacionales Walter Russel Mead mencionaba que el “resultado a largo plazo del coronavirus será el fortalecimiento de una tendencia global de las compañías para “desinificar” sus cadenas de suministro”. En esencia, lo que Trump no ha conseguido durante los últimos impases de la guerra comercial con China, quizás será logrado a través de la militarización de los efectos y percepciones creados por la campaña de desinformación sobre el coronavirus.

En este contexto, el rampante racismo que ha experimentado la comunidad china en occidente no es fruto de la casualidad. Sino más bien de una irresponsable campaña mediática de unos medios liberales que otra vez más están apoyando unos intereses políticos y económicos que no se diferencian demasiado de aquellos a los que Liang Qichao criticó a finales del siglo XIX. Así pues, no tengan miedo del coronavirus, tengan miedo de una geopolítica agresiva que cada día que pasa nos lleva hacia el abismo colectivo.

Ferran Pérez Mena es doctorando en Relaciones Internacionales por la Universidad de Sussex (UK) Fuente: https://politica-china.org/areas/sociedad/china-el-hombre-enfermo-de-asia-2-0-la-militarizacion-del-coronavirus
 
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MIS QUERIDONGOS "INTELECUALES" PROGRES Y TAL, Y TÚ. EQUINO CABALLAR DE SANTIAGO ABASCAL, QUE A MI NO TIENES POR QUÉ DECIRME NADA, PORQUE YO A TI NO TE ESTOY DICIENDO NÁ DE NÁ, TRANQUILIDAD, QUE NO PASA NADA, LIBIA ES UN BARRIO DE BILBAO, Y USTED SEÑOR DE FACEBOOK, NO ME VENGA DICIENDO AHORA QUE NO HAGO CUANTO PUEDO PARA AMIGARME CON USTED A FIN QUE ME DEJE COMPARTIR LO QUE ESCRIBO. NO ME SEA USTED MALO, SEÑOR DE FACEBOOK, PELILLOS A LA MAR..., ¿HACE?



Libia
Caos político, interferencia extranjera


Ali Bensaad
Vientosur
13.02.2020

En Libia, las diferentes injerencias extranjeras justifican su presencia por el caos en el que naufragó el país, que sería el punto culminante de un fracaso de la política frente a la violencia y la fragmentación libia. El punto muerto de las diversas iniciativas políticas para remediar la situación y asegurar una transición consensual y pacífica, así como la perpetua discordia entre las élites, confirman ese fracaso. En algunas potencias extranjeras, ese cuadro alimentó la tentación de la solución militar y la confianza en un “caudillo”.

Sin embargo, si hay un fracaso de la política, es por haber sido eliminada desde el comienzo mismo de la transición. Su ausencia misma es lo que explica el fracaso de la transición en Libia.

Pilares del antiguo régimen en puestos claves

Esta marginación de la política comenzó cuando las élites reconvertidas del antiguo régimen se apropiaron formalmente de la dirección de la revolución. Mientras la insurrección se había desatado en la base, con movilizaciones locales y autónomas, los trásfugas del régimen y algunos exiliados organizaron paralelamente y con total precipitación el Consejo Nacional de Transición (CNT). Antiguos pilares del antiguo régimen se hicieron con puestos claves: el presidente del CNT, Mustafa Abdul Jalil había sido, hasta el comienzo de la insurrección, ministro de justicia de Muamar el Gadafi; Abdul Fatah Younis, su responsable militar, había sido ministro de Interior del dictador, y el presidente del directorio ejecutivo, Mahmoud Jibril, había sido superministro de economía del mismo Gadafi.

El CNT no logró asentar su autoridad ni crear relaciones estrechas con los diversos actores del levantamiento. Pero su activismo en el plano internacional para obtener apoyos le aseguró un reconocimiento que a su vez permitió que las antiguas élites se impusieran como representantes de la revolución, con el apoyo de Francia y de Qatar, los dos principales actores en el terreno que percibieron el interés de convertirse en intermediarios de su influencia, al igual que los islamistas apoyados por Qatar, como Abdelhakim Belhadj. Fortalecidas con esos apoyos, las élites controlaron la transición para “cambiar todo para que nada cambie”. Por cierto, desde su primera intervención pública, Abdul Jalil declaró que “solo Gadafi era responsable de los crímenes que habían sido cometidos”, una forma de cerrar la puerta a todo repaso crítico del antiguo régimen.

Promoción del clientelismo local

Contra las exigencias de los activistas de la revolución, que exigían un período de transición de al menos dos años para permitir que se constituyeran y se afianzaran partidos políticos y asociaciones, las antiguas élites lograron llamar rápidamente a elecciones. Pretendían aprovechar el aura adquirida en el liderazgo del CNT, los apoyos extranjeros acumulados y sobre todo, el control que ejercían de las redes de personalidades. También tenían el apoyo de los islamistas enardecidos por el éxito de sus pares en Egipto y en Túnez. Y además, Francia y Qatar influyeron para legitimar institucionalmente el poder real adquirido por sus clientes.

Las elecciones se celebraron con una relativa precipitación y un retroceso sobre las modalidades de la ley electoral por el cuestionamiento del cupo del 10 % reservado a las mujeres y la prohibición de los partidos en torno a bases religiosas o étnicas. Pero sobre todo, el argumento de los activistas a favor de la ausencia de tradiciones partidarias se volvió en su contra, ya que las bancas atribuidas a los partidos fueron mínimas y los dos tercios —una mayoría abrumadora— cayeron en manos de los “independientes”, cuya elección se hizo sobre una base estrictamente local que favoreció un clientelismo “despolitizado”. Si bien los islamistas quedaron reducidos a una minoría, bastante consistente sin embargo para tener capacidad de hacer daño, las elecciones permitieron el regreso de las antiguas élites, que lograron movilizar a la población para hacerse elegir en las redes clientelistas que representaban intereses dispares de localidades, tribus o familias dinásticas. Eso dio como resultado un Parlamento extremadamente fragmentado que puso al país camino a la ingobernabilidad, y a falta de instituciones capaces de refrenarlos, permitió que prosperaran los adalides y los islamistas radicales.

Para agregar aún más complejidad, los nuevos líderes revolucionarios impusieron una ley de exclusión política destinada a cortarles el camino a los actores del antiguo régimen. Reforzada y extendida a toda persona que desde 1969 hubiera asumido responsabilidades en diferentes niveles, la ley provocó la eliminación de gran parte de la élite política, incluso la que había adherido a la revolución.

A partir de entonces, la espiral de las luchas intestinas se disparó y abrió la puerta a la fragmentación y la militarización. Los islamistas radicales encontraron entonces la oportunidad para utilizar el terror contra la sociedad civil y los escasos núcleos del Estado que habían subsistido. En ese claroscuro resurgió el controvertido general Jalifa Hafter, quien bajo el estandarte del anti-islamismo intenta tomar el poder en Trípoli.

Reducida a una competición formal que despertó los intereses políticos personales sin haber planteado las bases de la reconstrucción del Estado, el fracaso de la política se había consumado definitivamente, y abrió el camino a la segunda guerra civil.

La segunda guerra civil y el ascenso de las injerencias exteriores La segunda guerra civil resultó un terreno fértil para la multiplicación de las intervenciones extranjeras que el ex primer ministro de Qatar resumió con la fórmula: “Los cocineros eran demasiado numerosos”.

Estas injerencias, estructuradas formalmente en torno a la cuestión del islamismo político, oponen por un lado a Qatar y Turquía, que lo promueven, y por el otro al eje Egipto-Emiratos Árabes Unidos-Arabia Saudita. La relación de fuerzas giró gradualmente en favor de ese último eje, favorecido por la revisión de la política regional de Qatar, que ordenó un relativo repliegue en Libia, y por el intento de golpe de Estado de julio de 2016 en Turquía, que obligó a Recep Tayyip Erdoğan a concentrarse en recuperar el control interior de su país.

La tutela de Egipto se impone en el este

La contigüidad de Egipto con Libia le dio a su eje una ventaja territorial considerable y explica la transformación de la dualidad institucional (dos gobiernos, dos parlamentos) en una territorialización este y oeste. Esa territorialización se suele interpretar desde el punto de vista de un regionalismo de Cirenaica recurrente, aunque a pesar de las fuertes particularidades de esa vasta región, su unidad es una conquista que ningún actor pone en duda.

Hafter se replegó al este porque allí encontró aliados en algunas de las tribus, frustradas por la desigual distribución de los recursos con el oeste. De ese modo, el general pudo sacar ventaja de la fuerte demanda de orden en esa región, donde históricamente se implantaron yihadistas y hay muchos exmilitares para reclutar, ya que Bengasi no sufrió los bombardeos de las instalaciones militares realizados por la OTAN.

Pero Hafter se replegó en esa región sobre todo porque allí pudo aprovechar el paraguas del potente Egipto, que ya gozaba de una influencia tradicional, entre otros motivos, gracias a una fuerte y antigua emigración de competencias. Egipto no solo movilizó su ejército y sus servicios para estructurar en el lugar al grupo militar de Hafter, sino que se inmiscuyó en toda la sociedad de Cirenaica. Sus múltiples consejeros se hicieron presentes en todos los sectores, e incluso hicieron importar el modelo egipcio de militarización de la economía. Así, el ejército de Hafter tomó el control de la economía, convirtiéndose en la “primera sociedad privada”.

La pericia y el apoyo francés

Por último, el regreso de Francia a una relación privilegiada con Arabia Saudita, tras una pausa de acercamiento con Qatar bajo la presidencia de Nicolas Sarkozy (2007-2012), modificó radicalmente la situación en favor de Hafter. Francia creyó encontrar en él al caudillo capaz de unificar el país, y puso algunos recursos a su disposición: abundantes envíos de armas vía Egipto, “consejeros”, apoyo a la inteligencia con recursos aéreos y despliegue de elementos de las fuerzas especiales y de la Dirección General de Seguridad Exterior (DGSE).

El descubrimiento de misiles Javelin en el cuartel general de la campaña del ataque de Trípoli revelado el 9 de julio de 2019 por el diario The New York Times reveló el giro de Francia hacia una participación directa, con medios sofisticados, en los combates que dividen Libia. Sin embargo, el aporte de Francia, por su estatus de gran potencia, fue sobre todo decisivo en el terreno diplomático, con la promoción internacional del mariscal como hombre de Estado. Hafter, a la sombra de las negociaciones, que siempre logra hacer fracasar, fue organizando sus diferentes tomas de territorios, incluido el ataque de Trípoli.

El rol directo de las potencias extranjeras

Fortalecidas por su aglomeración en torno a Hafter, estas potencias intentaron revertir la relación de fuerzas optando por la instalación de un poder autoritario por medio de las armas. La toma de Trípoli debía ser la última etapa para imponer el Estado en el territorio y la sociedad desde arriba y desde ese lugar central. Las potencias apoyaron, financiaron, armaron, participaron y en parte inspiraron el ataque del mariscal Hafter del 4 de abril de 2019 contra Trípoli, en vísperas de una conferencia nacional interlibia, que habría sido la primera en celebrarse en territorio libio, reuniendo una larga paleta de actores, y cuyo objetivo era la organización de elecciones. El ataque, cuyo propósito era hacer anular la conferencia, también quería cerrar definitivamente cualquier puerta a una solución política. La elección de iniciarlo el mismo día de la visita del secretario general de la ONU, António Guterres, fue una cruda señal enviada a la ONU para que se apartara del proceso político-militar en Libia.

Aunque parecía destinado a alcanzar una victoria rápida, en realidad el ataque se estancó desde el comienzo. Tras 9 meses, 2.000 combatientes, 300 civiles muertos, 150.000 desplazados y múltiples intentos por volver a lanzarla, la ofensiva sigue trabada. El voluntarismo geopolítico que condujo adelante el ataque había enceguecido a las fuerzas de Hafter, incapaces de comprender el rechazo que habían suscitado y que se alimentaba de un sentimiento antidictatorial fuertemente enraizado luego de la revolución.

Eso explica que el ataque haya tenido como efecto casi automático unir contra Hafter casi a la totalidad de las facciones de la Tripolitania. Fue un error de cálculo excepcional. La fe en el caudillo ni siquiera logró que surgiera su apóstol. El fracaso patente del ataque llevó a Hafter y sus aliados a una sangrienta huida hacia adelante, sin poder volver al proceso político que la ofensiva justamente tenía como misión destruir. Dicho regreso habría clausurado definitivamente las ambiciones del mariscal a nivel nacional y habría arruinado el empeño que sus aliados habían puesto en él desde hacía más de 5 años.

La continuación de una estrategia destructora se concretizó con ataques aéreos cada vez más letales que afectaron a civiles e implicaron directamente a la aviación emiratí y egipcia. Además, recientemente llegaron aviones sirios como refuerzo a Bengasi. La entrada en escena de Rusia en apoyo a Hafter amplía el espectro de las injerencias extranjeras. Las fuerzas rusas, constituidas de combatientes de la empresa de seguridad privada Wagner entrenados en sofisticadas técnicas de guerra, actualmente superarían el millar en el terreno. El aumento de su presencia respondería a una hemorragia de las fuerzas de Hafter1. En ese contexto de ascenso del nivel de injerencia internacional, Turquía redobló su apuesta y decidió el envío de tropas.

Turquía y Rusia muestran sus cartas

De este modo, las potencias extranjeras se volvieron actores mayores directos del conflicto. La implicación de dos miembros del Consejo de Seguridad (Rusia y Francia) neutralizó la instancia de la ONU, impidiendo cualquier acción para frenar las injerencias extranjeras y una escalada del conflicto. Hasta el día de hoy, en la ONU ni siquiera resultó posible votar una resolución condenando el ataque, y menos aún tomar la más mínima medida para intentar ponerle fin. El apoyo manifestado a Hafter por Francia y la disputa de influencia que ese país mantiene con Italia también llevaron a la neutralización de Europa en torno al asunto libio. Rusia y Turquía terminaron por preconizar la mediación. Enfrentados en campos opuestos, ambos países coinciden sin embargo en la necesidad común de reequilibrar sus relaciones con Europa, un desafío más importante que su posicionamiento mismo en Libia. Este acercamiento entre ambos y de cada uno de ellos con Europa se opera utilizando a Libia como palanca de negociación. Los intereses de ese país son escamoteados a merced de los regateos, y a costa de un aumento de las fracturas en su interior.

La negativa de Hafter de firmar en Moscú un acuerdo de alto el fuego bajo la presión de sus aliados —incluido Francia—, la reanudación de los combates y la violenta diatriba del presidente francés Emmanuel Macron contra la violación del embargo de armas a Libia por parte de Turquía (pero omitiendo el de las potencias contrarias) indican que el condominio turco-ruso será violentamente combatido por el grupo de países que apoyan a Hafter, y que Libia está destinada a seguir siendo un lugar de enfrentamientos susceptibles de volverse aún más violentos.

Ali Bensaad es professor universitario, Instituto Francés de geopolítica, Université Paris 8.

[PHOTO/ Bundesregierung/Guido Bergmann/Handout via REUTERS - Vista general de la cumbre de Libia en Berlín, Alemania, 19 de enero de 2020]

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GOBIERNO PROGRESISTA. ¿TRABAJA PARA DESHACER LO POCO QUE QUEDA DE IZQUIERDA POLÍTICA, POR TANTO, PARA QUE DENTRO DE CUATRO AÑOS LAS DERECHAS OFICIALES TERMINEN Y REDONDEEN LO QUE ESTÁ HACIENDO, O PARA MEJORAR LAS CONDICIONS DE VIDA DE LA INMENSA MAYORÍA DE LA POBLACIÓN QUE LA FORMAN TODOS AQUELLOS QUE VIVEN, O MALVIVEN, DE SU TRABAJO?


Los temas olvidados del nuevo gobierno: «De lo que no se puede hablar, es mejor callar».
DIARIO OCTUBTRE / 13.02.2020

Final del formulario
Eloy Baro.— Es la última frase del filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein en su “Tratado Lógico-filosófico” y parece muy apropiada para los significativos silencios del acuerdo de gobierno entre Unidas Podemos y PSOE. A veces, los silencios son más expresivos que las palabras y, en este caso, señalan claramente cuáles son los límites que el bloque de poder oligárquico-burgués impone al nuevo gobierno.

No son límites sólo sobre aquello que puede hacerse o cómo hacerlo, sino también sobre aquello que no debe ser sometido a debate. Podemos hablar sobre temas como Cambio Climático, Políticas Feministas, Despoblación o Política Fiscal, pero otros temas son tabúes.
La oligarquía hace suyos el verso de Neruda “Me gustas cuando callas porque estás como ausente” y, tal vez por convicción propia, tal vez por falta de ellas, o tal vez por su esfuerzo de presentarse como gestores fiables del capitalismo español, tanto UP como PSOE aceptan estar ausentes de muchas de las reivindicaciones e ideas que deberían formar del programa de cualquier gobierno que se pretenda, no ya revolucionario, sino simplemente de izquierdas.

Hay silencios evidentes sobre cómo se van a llevar a la práctica la mayoría de políticas y reformas que se plantean en el documento. La falta de medidas concretas en muchos puntos lo convierte en una especie de lista de deseos y buenas intenciones. Podría argumentarse que se trata de un documento de ideas generales, pero es que en muchos temas no se habla ni siquiera de aprobar leyes o normativas, sino de objetivos tan difusos como “promover Acuerdos”, “elaborar Planes” o “incentivar iniciativas”.

En los diversos apartados referidos a la Economía se recogen numerosas reformas, por ejemplo, sobre condiciones de trabajo, negociación colectiva, etc. ¿De qué no se habla? De aquello que la oligarquía jamás permitirá que sea cuestionado: el propio sistema económico capitalista y el sagrado concepto de propiedad. Se pueden plantear ciertas mejoras puntuales para la clase trabajadora (siempre supeditadas a que estén garantizadas “la rentabilidad y productividad”), pero jamás un cambio de sistema… No se menciona absolutamente nada sobre un nuevo sistema económico (la palabra Capitalismo no aparece) ni sobre la Banca, no ya para nacionalizarla, ni siquiera para crear una Banca Pública. Nada se dice sobre nacionalizar sectores estratégicos o recuperar empresas privatizadas. Ni una palabra sobre Reforma. Ni se menciona el famoso artículo 135 de la Constitución: se acepta expresamente el “cumplimiento de los mecanismos de disciplina fiscal” impuestos desde Bruselas. Del paro poco se habla y nada se dice sobre ampliar el periodo de cobro del subsidio; ni un solo objetivo de inversiones públicas directas que generen empleo. Lo mismo puede decirse de combatir la Despoblación; todo buenas palabras, pero ¿realmente alguien cree posible revertir la despoblación de tantas comarcas sin un enorme esfuerzo de inversiones públicas que generen trabajo e industrialicen esas zonas?

Sobre los Servicios Públicos se escribe bastante pero un concepto nuevamente desaparece del debate: lo privado. Ni una sola mención, ni un mínimo detalle que anime a pensar que algo va a hacerse contra la privatización. Por ejemplo, en el largo apartado sobre Educación, ni se mencionan los conciertos educativos. Tampoco se habla de gratuidad fuera de las Enseñanzas Obligatorias, nada sobre la gestión democrática de los centros. Sobre las Pensiones, alguna mínima mejora pero ni una palabra sobre los planes de pensiones privados y, como era de prever, ni una mención sobre la reforma del sistema de jubilación aprobado por el PSOE de Zapatero, nada sobre revertir el retraso en la edad de jubilación o la forma de cálculo de la pensión.

Se habla de Regeneración Democrática, pero queda claro aquello que está excluido del debate, aquellas instituciones que no deben ser cuestionadas. Ni una palabra sobre la Monarquía. Tampoco nada se dice sobre las Fuerzas Armadas ni sobre las fuerzas policiales. Se dice que se derogará la “Ley Mordaza” (recalcando que para asegurar la libertad de expresión y reunión “pacífica) pero nada se dice sobre el derecho a huelga ni sobre la represión contra sindicalistas y huelguistas. Como era previsible, ni una mención al Derecho de Autodeterminación de los pueblos, sólo una genérica apelación al diálogo en el conflicto catalán.

En el último apartado, poéticamente titulado “Una España Europea abierta al mundo” ni un cuestionamiento de la de la Unión Europea como estructura imperialista, ni de sus políticas económicas, ni del Banco Central Europeo, ni del Euro. Ni una palabra sobre la OTAN ni sobre las bases estadounidenses en nuestro territorio ni sobre la participación en misiones militares imperialistas. El límite impuesto por la Oligarquía es algo tan difuso como promover una “mayor autonomía de la UE en materia de seguridad”, es decir, ser menos comparsa del imperialismo yanqui y más del imperialismo franco-alemán.

Habría que resaltar muchos otros silencios y temas ausentes del documento. No tenemos espacio para todo ello. Al comienzo de este artículo se citó a Wittgenstein. Parafraseando a un pensador más irreverente, Groucho Marx, nuestra conclusión es que en numerosos temas PSOE y UP han considerado mejor permanecer callados y parecer un gobierno títere del bloque oligárquico-burgués, que hablar y despejar las dudas definitivamente.

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