Libia
Caos
político, interferencia extranjera
Ali Bensaad
Vientosur
13.02.2020
En Libia, las diferentes injerencias extranjeras
justifican su presencia por el caos en el que naufragó el país, que sería el
punto culminante de un fracaso de la política frente a la violencia y la
fragmentación libia. El punto muerto de las diversas iniciativas políticas para
remediar la situación y asegurar una transición consensual y pacífica, así como
la perpetua discordia entre las élites, confirman ese fracaso. En algunas
potencias extranjeras, ese cuadro alimentó la tentación de la solución militar
y la confianza en un “caudillo”.
Sin embargo, si hay un fracaso de la política, es por
haber sido eliminada desde el comienzo mismo de la transición. Su ausencia
misma es lo que explica el fracaso de la transición en Libia.
Pilares del antiguo régimen en puestos claves
Esta marginación de la política comenzó cuando las
élites reconvertidas del antiguo régimen se apropiaron formalmente de la
dirección de la revolución. Mientras la insurrección se había desatado en la
base, con movilizaciones locales y autónomas, los trásfugas del régimen y
algunos exiliados organizaron paralelamente y con total precipitación el
Consejo Nacional de Transición (CNT). Antiguos pilares del antiguo régimen se
hicieron con puestos claves: el presidente del CNT, Mustafa Abdul Jalil había
sido, hasta el comienzo de la insurrección, ministro de justicia de Muamar el
Gadafi; Abdul Fatah Younis, su responsable militar, había sido ministro de
Interior del dictador, y el presidente del directorio ejecutivo, Mahmoud
Jibril, había sido superministro de economía del mismo Gadafi.
El CNT no logró asentar su autoridad ni crear
relaciones estrechas con los diversos actores del levantamiento. Pero su
activismo en el plano internacional para obtener apoyos le aseguró un
reconocimiento que a su vez permitió que las antiguas élites se impusieran como
representantes de la revolución, con el apoyo de Francia y de Qatar, los dos
principales actores en el terreno que percibieron el interés de convertirse en
intermediarios de su influencia, al igual que los islamistas apoyados por
Qatar, como Abdelhakim Belhadj. Fortalecidas con esos apoyos, las élites
controlaron la transición para “cambiar todo para que nada cambie”. Por cierto,
desde su primera intervención pública, Abdul Jalil declaró que “solo Gadafi era
responsable de los crímenes que habían sido cometidos”, una forma de cerrar la
puerta a todo repaso crítico del antiguo régimen.
Promoción del clientelismo local
Contra las exigencias de los activistas de la
revolución, que exigían un período de transición de al menos dos años para
permitir que se constituyeran y se afianzaran partidos políticos y
asociaciones, las antiguas élites lograron llamar rápidamente a elecciones.
Pretendían aprovechar el aura adquirida en el liderazgo del CNT, los apoyos
extranjeros acumulados y sobre todo, el control que ejercían de las redes de
personalidades. También tenían el apoyo de los islamistas enardecidos por el
éxito de sus pares en Egipto y en Túnez. Y además, Francia y Qatar influyeron
para legitimar institucionalmente el poder real adquirido por sus clientes.
Las elecciones se celebraron con una relativa
precipitación y un retroceso sobre las modalidades de la ley electoral por el
cuestionamiento del cupo del 10 % reservado a las mujeres y la prohibición
de los partidos en torno a bases religiosas o étnicas. Pero sobre todo, el
argumento de los activistas a favor de la ausencia de tradiciones partidarias
se volvió en su contra, ya que las bancas atribuidas a los partidos fueron
mínimas y los dos tercios —una mayoría abrumadora— cayeron en manos de los
“independientes”, cuya elección se hizo sobre una base estrictamente local que
favoreció un clientelismo “despolitizado”. Si bien los islamistas quedaron
reducidos a una minoría, bastante consistente sin embargo para tener capacidad
de hacer daño, las elecciones permitieron el regreso de las antiguas élites,
que lograron movilizar a la población para hacerse elegir en las redes
clientelistas que representaban intereses dispares de localidades, tribus o
familias dinásticas. Eso dio como resultado un Parlamento extremadamente
fragmentado que puso al país camino a la ingobernabilidad, y a falta de
instituciones capaces de refrenarlos, permitió que prosperaran los adalides y
los islamistas radicales.
Para agregar aún más complejidad, los nuevos líderes
revolucionarios impusieron una ley de exclusión política destinada a cortarles
el camino a los actores del antiguo régimen. Reforzada y extendida a toda
persona que desde 1969 hubiera asumido responsabilidades en diferentes niveles,
la ley provocó la eliminación de gran parte de la élite política, incluso la
que había adherido a la revolución.
A partir de entonces, la espiral de las luchas
intestinas se disparó y abrió la puerta a la fragmentación y la militarización.
Los islamistas radicales encontraron entonces la oportunidad para utilizar el
terror contra la sociedad civil y los escasos núcleos del Estado que habían
subsistido. En ese claroscuro resurgió el controvertido general Jalifa Hafter,
quien bajo el estandarte del anti-islamismo intenta tomar el poder en Trípoli.
Reducida a una competición formal que despertó los
intereses políticos personales sin haber planteado las bases de la
reconstrucción del Estado, el fracaso de la política se había consumado
definitivamente, y abrió el camino a la segunda guerra civil.
La segunda guerra civil y el ascenso de las
injerencias exteriores La segunda guerra civil resultó un terreno fértil para
la multiplicación de las intervenciones extranjeras que el ex primer ministro
de Qatar resumió con la fórmula: “Los cocineros eran demasiado numerosos”.
Estas injerencias, estructuradas formalmente en torno
a la cuestión del islamismo político, oponen por un lado a Qatar y Turquía, que
lo promueven, y por el otro al eje Egipto-Emiratos Árabes Unidos-Arabia
Saudita. La relación de fuerzas giró gradualmente en favor de ese último eje,
favorecido por la revisión de la política regional de Qatar, que ordenó un
relativo repliegue en Libia, y por el intento de golpe de Estado de julio de
2016 en Turquía, que obligó a Recep Tayyip Erdoğan a concentrarse en recuperar
el control interior de su país.
La tutela de Egipto se impone en el este
La contigüidad de Egipto con Libia le dio a su eje una
ventaja territorial considerable y explica la transformación de la dualidad
institucional (dos gobiernos, dos parlamentos) en una territorialización este y
oeste. Esa territorialización se suele interpretar desde el punto de vista de
un regionalismo de Cirenaica recurrente, aunque a pesar de las fuertes
particularidades de esa vasta región, su unidad es una conquista que ningún
actor pone en duda.
Hafter se replegó al este porque allí encontró aliados
en algunas de las tribus, frustradas por la desigual distribución de los
recursos con el oeste. De ese modo, el general pudo sacar ventaja de la fuerte
demanda de orden en esa región, donde históricamente se implantaron yihadistas
y hay muchos exmilitares para reclutar, ya que Bengasi no sufrió los bombardeos
de las instalaciones militares realizados por la OTAN.
Pero Hafter se replegó en esa región sobre todo porque
allí pudo aprovechar el paraguas del potente Egipto, que ya gozaba de una
influencia tradicional, entre otros motivos, gracias a una fuerte y antigua
emigración de competencias. Egipto no solo movilizó su ejército y sus servicios
para estructurar en el lugar al grupo militar de Hafter, sino que se inmiscuyó
en toda la sociedad de Cirenaica. Sus múltiples consejeros se hicieron
presentes en todos los sectores, e incluso hicieron importar el modelo egipcio
de militarización de la economía. Así, el ejército de Hafter tomó el control de
la economía, convirtiéndose en la “primera sociedad privada”.
La pericia y el apoyo francés
Por último, el regreso de Francia a una relación
privilegiada con Arabia Saudita, tras una pausa de acercamiento con Qatar bajo
la presidencia de Nicolas Sarkozy (2007-2012), modificó radicalmente la
situación en favor de Hafter. Francia creyó encontrar en él al caudillo capaz
de unificar el país, y puso algunos recursos a su disposición: abundantes
envíos de armas vía Egipto, “consejeros”, apoyo a la inteligencia con recursos
aéreos y despliegue de elementos de las fuerzas especiales y de la Dirección
General de Seguridad Exterior (DGSE).
El descubrimiento de misiles Javelin en el cuartel
general de la campaña del ataque de Trípoli revelado el 9 de julio de 2019 por
el diario The New York Times reveló el giro de Francia hacia una participación
directa, con medios sofisticados, en los combates que dividen Libia. Sin
embargo, el aporte de Francia, por su estatus de gran potencia, fue sobre todo
decisivo en el terreno diplomático, con la promoción internacional del mariscal
como hombre de Estado. Hafter, a la sombra de las negociaciones, que siempre
logra hacer fracasar, fue organizando sus diferentes tomas de territorios,
incluido el ataque de Trípoli.
El rol directo de las potencias extranjeras
Fortalecidas por su aglomeración en torno a Hafter,
estas potencias intentaron revertir la relación de fuerzas optando por la
instalación de un poder autoritario por medio de las armas. La toma de Trípoli
debía ser la última etapa para imponer el Estado en el territorio y la sociedad
desde arriba y desde ese lugar central. Las potencias apoyaron, financiaron,
armaron, participaron y en parte inspiraron el ataque del mariscal Hafter del 4
de abril de 2019 contra Trípoli, en vísperas de una conferencia nacional
interlibia, que habría sido la primera en celebrarse en territorio libio,
reuniendo una larga paleta de actores, y cuyo objetivo era la organización de
elecciones. El ataque, cuyo propósito era hacer anular la conferencia, también
quería cerrar definitivamente cualquier puerta a una solución política. La
elección de iniciarlo el mismo día de la visita del secretario general de la
ONU, António Guterres, fue una cruda señal enviada a la ONU para que se
apartara del proceso político-militar en Libia.
Aunque parecía destinado a alcanzar una victoria
rápida, en realidad el ataque se estancó desde el comienzo. Tras 9 meses, 2.000
combatientes, 300 civiles muertos, 150.000 desplazados y múltiples intentos por
volver a lanzarla, la ofensiva sigue trabada. El voluntarismo geopolítico que
condujo adelante el ataque había enceguecido a las fuerzas de Hafter, incapaces
de comprender el rechazo que habían suscitado y que se alimentaba de un
sentimiento antidictatorial fuertemente enraizado luego de la revolución.
Eso explica que el ataque haya tenido como efecto casi
automático unir contra Hafter casi a la totalidad de las facciones de la
Tripolitania. Fue un error de cálculo excepcional. La fe en el caudillo ni
siquiera logró que surgiera su apóstol. El fracaso patente del ataque llevó a
Hafter y sus aliados a una sangrienta huida hacia adelante, sin poder volver al
proceso político que la ofensiva justamente tenía como misión destruir. Dicho
regreso habría clausurado definitivamente las ambiciones del mariscal a nivel
nacional y habría arruinado el empeño que sus aliados habían puesto en él desde
hacía más de 5 años.
La continuación de una estrategia destructora se
concretizó con ataques aéreos cada vez más letales que afectaron a civiles e
implicaron directamente a la aviación emiratí y egipcia. Además, recientemente
llegaron aviones sirios como refuerzo a Bengasi. La entrada en escena de Rusia
en apoyo a Hafter amplía el espectro de las injerencias extranjeras. Las
fuerzas rusas, constituidas de combatientes de la empresa de seguridad privada
Wagner entrenados en sofisticadas técnicas de guerra, actualmente superarían el
millar en el terreno. El aumento de su presencia respondería a una hemorragia
de las fuerzas de Hafter1. En ese contexto de ascenso del
nivel de injerencia internacional, Turquía redobló su apuesta y decidió el
envío de tropas.
Turquía y Rusia muestran sus cartas
De este modo, las potencias extranjeras se volvieron
actores mayores directos del conflicto. La implicación de dos miembros del
Consejo de Seguridad (Rusia y Francia) neutralizó la instancia de la ONU,
impidiendo cualquier acción para frenar las injerencias extranjeras y una
escalada del conflicto. Hasta el día de hoy, en la ONU ni siquiera resultó
posible votar una resolución condenando el ataque, y menos aún tomar la más
mínima medida para intentar ponerle fin. El apoyo manifestado a Hafter por
Francia y la disputa de influencia que ese país mantiene con Italia también
llevaron a la neutralización de Europa en torno al asunto libio. Rusia y Turquía
terminaron por preconizar la mediación. Enfrentados en campos opuestos, ambos
países coinciden sin embargo en la necesidad común de reequilibrar sus
relaciones con Europa, un desafío más importante que su posicionamiento mismo
en Libia. Este acercamiento entre ambos y de cada uno de ellos con Europa se
opera utilizando a Libia como palanca de negociación. Los intereses de ese país
son escamoteados a merced de los regateos, y a costa de un aumento de las
fracturas en su interior.
La negativa de Hafter de firmar en Moscú un acuerdo de
alto el fuego bajo la presión de sus aliados —incluido Francia—, la reanudación
de los combates y la violenta diatriba del presidente francés Emmanuel Macron
contra la violación del embargo de armas a Libia por parte de Turquía (pero
omitiendo el de las potencias contrarias) indican que el condominio turco-ruso
será violentamente combatido por el grupo de países que apoyan a Hafter, y que
Libia está destinada a seguir siendo un lugar de enfrentamientos susceptibles
de volverse aún más violentos.
Ali Bensaad es professor universitario, Instituto Francés de
geopolítica, Université Paris 8.
[PHOTO/ Bundesregierung/Guido Bergmann/Handout via
REUTERS - Vista
general de la cumbre de Libia en Berlín, Alemania, 19 de enero de 2020]
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario