viernes, 20 de mayo de 2016

LA DECADENCIA DEL IMPERIO USA

Un poder imperial en la cuesta abajo
UN DESAFIO AL PODER DE ESTADOS UNIDOS (I)

3/5

Rebelión
TomDispatch
17.05.2016

Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García.

Un poder occidental bajo presión

Por supuesto, hay mucho más que decir sobre los factores que inciden en la determinación de la política de un país que son dejados a un lado si adoptamos la convención estándar que supone que los países son los actores de los asuntos internacionales. Pero con una advertencia de ningún modo trivial como es esta, permitidnos que de todas maneras la adoptemos, al menos como una primera aproximación a la realidad. Entonces, la cuestión de quién gobierna el mundo nos conducirá inmediatamente a asuntos tales como el surgimiento de China en el poder mundial y el reto que esto representa para Estados Unidos y el ‘orden mundial’, la nueva guerra fría que se cuece a fuego lento en la Europa del Este, la Guerra Global contra el Terror, la hegemonía de Estados Unidos, la decadencia estadounidense y una variedad de consideraciones similares.

Los desafíos planteados por el poder de Occidente en el comienzo de 2016 están muy bien resumidos dentro del marco convencional por Gideon Rachman, columnista jefe de asuntos internacionales del Financial Times, de Londres. Empieza con una mirada general a la imagen del orden mundial: “Sin cesar desde el final de la Guerra Fría, la abrumadora supremacía del poder militar estadounidense ha sido el elemento central de la política internacional”. Eso es particularmente crítico en tres regiones: el Este de Asia, donde “... la marina de Estados Unidos se ha acostumbrado a considerar el Pacífico como un ‘lago estadounidense’”; Europa, donde la OTAN –es decir, Estados Unidos, a cargo de un sorprendente 75 por ciento del gasto militar de la Organización– “garantiza la integridad territorial de sus estados miembros”; y Oriente Medio, donde la existencia de enormes bases navales y aéreas de Estados Unidos “tranquiliza a los amigos e intimida a los rivales”.

El problema actual del orden mundial, continúa Rachman, es que “esos órdenes destinados a la seguridad están hoy siendo desafiados en las tres regiones” debido a la intervención rusa en Ucrania y Siria y debido a que China está convirtiendo sus mares territoriales junto al lago estadounidense en “aguas claramente en discusión”. La cuestión fundamental de las relaciones internacionales, entonces, es si acaso Estados Unidos “aceptaría que otras potencias importantes tengan ciertas zonas de influencia en su vecindad”. Rachman piensa que sí debería, tanto por razones de “difusión del poder económico en todo el mundo como por simple sentido común”.

Para mayor seguridad, existen formas de mirar al mundo desde distintos puntos de vista. Pero permitánosno atenernos a estas tres regiones que, con toda seguridad son muy importantes.

Los desafíos de hoy en día: Asia del Este
Comencemos por el “lago estadounidense”. Es posible que algunas cejas se arqueen con la información de mitad de diciembre de 2015 de que un bombardero B-52 de Estados Unidos en misión de rutina en el mar Meridional de China cruzó, sin proponérselo, el límite de dos millas marinas de una isla artificial construida por China, dijeron funcionarios de Defensa, empeorando una situación de división ya de por sí caliente entre Washington y Beijing”. Quienes están familiarizados con los nefastos acontecimientos de los setenta del siglo pasado, en la época de las armas nucleares, saben muy bien que este tipo de incidentes son los que a menudo acercaron peligrosamente el mundo a la ignición de una guerra nuclear que sería la última. No es necesario ser partidario de las acciones provocativas y agresivas chinas en el mar Meridional de China para percibir que en el incidente no estuvo implicado un bombardero chino con capacidad nuclear en el mar Caribe ni frente a las costas de California, zonas en la que China no pretende establecer un “lago chino”. Afortunadamente para el mundo.

Los líderes chinos comprenden muy bien que las rutas comerciales marítimas de su país están rodeadas de potencias hostiles desde Japón hasta el estrecho de Malacca y más allá, todas ellas respaldadas por abrumadoras fuerzas militares de Estados Unidos. Por consiguiente, China está expendiéndose hacia el oeste con cuantiosas inversiones y cuidadosos movimientos en pro de la integración. En parte, esos desarrollos están dentro del marco de la Organización de Cooperación de Shanghai (SCO, por sus siglas en inglés), que incluye a los países de Asia Central y Rusia, y pronto a India y Pakistán, junto con Irán en calidad de observador, un estatus que le ha sido negado a Estados Unidos, al que además se le pidió que cierre todas las bases militares en la región. China está construyendo una versión modernizada de las antiguas ‘rutas de la seda’, con la intención no solo de integrar la región a la zona de influencia china sino también de llegar a Europa y las zonas de producción petrolífera de Oriente Medio. Está destinando enormes cantidades de dinero a la creación de un sistema asiático integrado de energía y comercio con extensos ferrocarriles de alta velocidad y oleoductos.

Uno de los componentes del programa es una carretera que atreviese las cordilleras más altas del mundo hasta llegar al puerto de Gwadar, Pakistán –desarrollado por China– que protegerá las cargas marítimas de crudo de posibles interferencias de Estados Unidos. El programa también puede –así lo esperan en China y Pakistán– estimular el desarrollo industrial pakistaní, de lo que no se ha ocupado Estados Unidos a pesar de la importante ayuda militar; esto podría incentivar también la represión del terrorismo local, un tema muy serio para China en la provincia occidental de Xinjiang. Gwadar formará parte del ‘collar de perlas’, es decir, las bases construidas en el litoral del océano Índico para fines comerciales pero potencialmente también para uso militar, con la expectativa de que China sea un día capaz de proyectar poder hasta el golfo Pérsico por primera vez en tiempos modernos.

Todos estos movimientos siguen siendo inmunes al aplastante dominio militar de Washington, a menos que se produjera una guerra nuclear de aniquilación de la que Estados Unidos sería una víctima más.


En 2015, China también creó el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB, por sus siglas en inglés) del que es el principal accionista. En su inauguración –junio de 2015– participaron 56 países, entre ellos varios aliados de Estados Unidos, como Australia y Gran Bretaña, además de otros que lo hicieron desafiado los deseos de Washington. Estados Unidos y Japón no estuvieron presentes. Algunos analistas creen que el nuevo banco podría convertirse en un competidor de las instituciones nacidas en Bretton Woods (el FMI y el Banco Mundial), en las que EEUU mantiene el poder de veto. Existen también ciertas expectativas de que el SCO podría con el tiempo convertirse en el equivalente de la OTAN.

*++

VENEZUELA, AY, VENEZUELA (¿CUANDO NOS ENTERAREMOS QUE LA IZQUIERDA POLÍTICA NO NECESITA LÍDERES, SINO PUEBLO CON CONCIENCIA DE PUEBLO EN SÍ Y PARA SÍ?)



Estado de Excepción
DE RELATO HERÓICO A FARSA GROTESCA

 



20.05.2016

 

“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes 
de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces.
Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como
farsa. Caussidière por Dantón, Luis Blanc por Robespierre, la
Montaña de 1848 a 1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino
por el tío”… Carlos Marx, 18 Brumario de Luis Bonaparte


La amenazante sanción del decreto de excepción constituye quizás, el develamiento de una enorme parodia. Apoyado en un discurso barnizado de un léxico “socialista”, que busca hacer ver continuidad con el gobierno de Chávez allí donde solo hay ruptura con él, el presidente Nicolás Maduro acaba de dar otro paso en el camino de la liquidación del proceso bolivariano tal como lo conocimos en estas dos décadas.
 

La democracia participativa y protagónica, las formas novedosas de propiedad, la garantía irrestricta a los derechos humanos, los derechos sociales y políticos que allí se establecen, hicieron de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela una hoja de ruta progresiva de la que nunca se alejó el presidente Chávez.
 

Esa Constitución expresó un proyecto, perfectible es cierto, pero emancipador. Se trataba del sueño de completar la independencia política, de alcanzar la soberanía económica y de construir la justicia social. Una revolución política en un marco democrático. Hoy ese proyecto está agonizando.
 

Con el Decreto 2323, la tentación autoritaria que durante meses vino mostrando la cúpula del gobierno se encuentra frente al delgado límite de una medida extraordinaria que, de imponerse en todo su alcance, deroga, de hecho, las garantías y derechos constitucionales y suprime la república como forma de gobierno. Por medio del decreto el gobierno ha declarado a viva voz su voluntad de transformar un régimen político democrático, en uno bonapartista clásico: totalitario, reaccionario y represivo.
 

La compleja situación política, económica y social por la atraviesa el país ha entrado, de la mano de ese decreto, en un tiempo de turbulencias agudas que pueden desembocar en hechos impredecibles. Estamos presenciando la profundización de un conflicto por el poder entre las dos cúpulas políticas, tanto la del PSUV como la de la MUD, que hace tiempo están alejadas de las necesidades de los ciudadanos. Se trata de la disputa por el control de la distribución de la renta. En esa disputa el pueblo es un simple y sufrido espectador que paga las consecuencias.

Y como el objetivo es inconfesable, el decreto, en sus considerandos, abunda en generalidades. Denuncia todo tipo de supuestos ataques hacia el ejecutivo. No solo la oposición y la Asamblea, son acusadas abiertamente convirtiendo las intenciones de sus dirigentes en pruebas, sino que sugiere que todo aquel que dentro de las propias “filas” disienta, cuestione, critique o haga propuestas alternativas tendría el “vil” objetivo de tumbar al gobierno.
 

Por otra parte los artículos del decreto al no especificar cuáles derechos y garantías podrían ser suspendidos, diseñan, para la solución de los problemas que el mismo señala, un estado de carácter policial, enmascarado de “poder popular” con la función de “vigilancia” que le asigna a los CLAP y los Consejos Comunales.
 

Al mismo tiempo se sigue sin atacar las causas fundamentales de la crisis económica. El anterior decreto de emergencia económica fue un fracaso. Algunos pocos datos ilustrarán lo que decimos: La inflación anualizada que para el año 2015 estuvo alrededor del 200%, medida anualmente al mes de marzo de 2016 ya alcanzaba el 514%, sin tener en cuenta el alza en los precios de Abril que según el indicador “Petare” de Hinterenlaces supero los últimos 15 días de ese mes 24% de incremento en los precios. Cuando el desabastecimiento en alimentos y medicinas en diciembre del año anterior llegaba al 60% aproximadamente, en el mes de marzo de este año ese desabastecimiento llega al 75% en alimentos y 80% medicinas.
 

Hay todavía un dato que explica la actual situación: la reducción en las importaciones serán mayores: según el ministro Pérez Abad lo que se destinaría a importaciones de productos indispensables este año apenas alcanzaría $MM 15.000.- lo que significa una reducción de alrededor del 70 % en relación al año 2013. Mientras que entre el año pasado y lo que va de este, los pagos en Deuda Externa, según se lamenta el presidente Maduro alcanzaron la cifra de $MM 30.000.-
 

Por encima de todas las maniobras empresarias que condenamos, la base del desabastecimiento y la carestía internos está en esta política: Todos los dólares que ingresan al país para pagar deuda, y si algo sobra para alimentos y medicinas. Es la economía “productiva” que sin sonrojarse anuncia Pérez Abad, contra la que el pueblo en las colas ya ha empezado a rebelarse diariamente. Lo más grave es que con el decreto, el gobierno pretende forzar a la Fuerza Armada que rompa su tradición y raigambre bolivariana y defienda una política miserable contra el pueblo.
 

Pero lo que concentra el cinismo del documento se hace evidente en lo referente al Arco Minero y el tema de conservación del ambiente. Mientras que en uno de los numerales de los artículos se cuestiona la tala indiscriminada de bosques, en otros se ratifica la línea de profundizar el extractivismo depredador del Motor Minero que no solo destruye bosques y vida sino que convertiría en piedra y polvo seco 22% del territorio nacional. La inconsistencia de la argumentación es tal que queda a la vista cuando compara un fenómeno natural, previsible, como el del Niño, con las consecuencias depredadoras que provoca la minería para el suministro de agua y electricidad.
 

Por otra parte la acusación de Golpe de Estado permanente contra el ejecutivo que según el MG Cliver Alcalá Cordones no tiene fundamento, busca justificar el decreto y abre paso de cumplirse a una represión indiscriminada. En todo caso, lo que sí está dicho allí, es que el gobierno considera, sin mencionarlo, que la única acción hoy visible, para que el pueblo evalué su gestión y decida sobre su continuidad como es el Referendo Revocatorio, es un instrumento subversivo y lo iguala a las guarimbas. Rechaza de esta manera uno de los instrumentos democráticos más avanzados que tiene nuestra constitución. Rompe con el legado de Chávez en su obra instrumental más completa.

Al asimilar la puesta en marcha del Revocatorio con la destitución de Dilma Rousseff y la salida del PT del gobierno, la cúpula del PSUV desnuda toda la falacia de su discurso. Si lo que hubo en Brasil fue un “golpe” parlamentario forzando hasta la ilegalidad una cláusula constitucional, el Referendo Revocatorio no es una “opción” como se pretende desde el gobierno, es un derecho ciudadano que el Estado a través del CNE tiene el deber de facilitar, así lo ordena y muy explícitamente la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
 

Pretendiendo anular ese derecho, la cúpula del gobierno y el PSUV actúa de la misma manera que los parlamentarios brasileños que forzaron la salida de Dilma. Y todavía peor, porque en nuestro caso, con el Revocatorio es el poder constituyente, el soberano, el pueblo venezolano el que evalúa y decide. No se le está conculcando un derecho a la cúpula de la MUD. Se le está negando un derecho al pueblo venezolano que es quien al final evalúa y decide con su voto si el presidente continúa o es revocado.
 

El viejo Marx, analizando el golpe de estado que derrocando a la Republica llevó a la asunción del sobrino de Napoleón como emperador, escribía al inicio de su trabajo El 18 Brumario de Luis Bonaparte la frase con la que encabezamos este texto. La pertinencia de esa imagen para relacionarla con la situación actual en Venezuela, está dada por el hilo rojo que recorre el decreto presentado por la nomenclatura gobernante: convierte el relato heroico y esperanzador con el que Chávez expresó la voluntad de independencia, soberanía y justicia de todo un pueblo, en su opuesto, una farsa grotesca para lograr imponer la permanencia en el gobierno, como sea, de una cúpula corrupta hoy cuestionada por la mayoría del país.
 

La diferencia de la situación actual con aquella que analizaba Marx es que estas cúpulas han dado, con la sanción del decreto, un paso que los aleja todavía más del respaldo popular y los deja suspendidos en el aire. Los verdaderos bolivarianos, los chavistas sinceros, los socialistas democráticos, irreverentes y libertarios, ese pueblo que es la sangre y los nervios del Proceso Revolucionario, se enfrenta a un dilema, el apoyo al decreto de la ignominia o levantar la voz en la defensa irrestricta, de las garantías y derechos de la Constitución.
 

*++
 

LA DECADENCIA DEL IMPERIO USA


Un poder imperial en la cuesta abajo
UN DESAFIO AL PODER DE ESTADOS UNIDOS (I)
 


Rebelión

TomDispatch

17.05.2016

 

2/5

 

Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García.

 

La segunda superpotencia

Los programas neoliberales de la pasada generación concentraron la riqueza y el poder en unas poquísimas manos y debilitaron el funcionamiento de la democracia, igualmente originaron oposición, sobre todo en América latina pero también en los centros del poder mundial. La Unión Europea (UE), una de las iniciativas más prometedoras del tiempo posterior a la Segunda Guerra Mundial se ha tambaleado debido a las consecuencias de las rigurosas políticas de ajuste durante un periodo recesivo, condenadas incluso por los economistas del Fondo Monetario Internacional (si no por los mismos actores políticos del FMI). La democracia ha quedado mal parada con el traspaso de la toma de decisiones a la burocracia de Bruselas y los bancos del norte de Europa; su sombra se proyecta sobre las deliberaciones.

Los partidos de la corriente dominante han perdido seguidores rápidamente en beneficio de la izquierda y la derecha. El director ejecutivo del grupo de investigación EuropaNova, con sede en París, atribuye el generalizado desencanto a “un clima de resentida impotencia a medida que el poder real para determinar los acontecimientos se ha trasladado de los líderes políticos (que, en principio al menos, están sujetos a la política democrática) al mercado, las instituciones de la UE y las corporaciones”, en un todo de acuerdo con la doctrina neoliberal. Un proceso muy similar está produciéndose en Estados Unidos, por más o menos las mismas razones; una cuestión relevante y preocupante no solo para EEUU sino también, dado el poder que este detenta, para el resto del mundo.

La creciente oposición contra el asalto neoliberal pone de relieve otro aspecto crucial de esta convención estándar: deja a un lado al público, que con frecuencia considera inaceptable la condición de mero ‘espectador’, en lugar de ‘participante’, que se le asigna en la teoría democrática legal. Esta desobediencia siempre ha inquietado a las cases dominantes. Si nos atenemos a la historia de Estados Unidos, George Washington veía al pueblo común que formaba la milicia que él debía comandar como “una gente excesivamente sucia y asquerosa [que muestra] una inexplicable estupidez en las clases más bajas”.

En su magnífico análisis de las insurgencias –desde la “insurgencia estadounidense” hasta la contemporánea en Afganistán e Iraq– Violent Politics, William Polk llega a la conclusión de que el general Washington “estaba tan ansioso por deshacerse [de los combatientes que despreciaba] que estuvo muy cerca de perder la Revolución”. Ciertamente, “en realidad, eso podría haber sucedido” si Francia no hubiese intervenido masivamente y “salvado la Revolución”, que hasta entonces había sido ganada por las guerrillas –a quienes hoy llamaríamos “terroristas”– mientras que el ejército de Washington, al estilo del británico, “era derrotado una y otra vez y casi pierde la guerra”.

Un rasgo común de las insurgencias exitosas, escribe Polk, es que una vez que se disuelve el apoyo popular tras la victoria, el liderazgo reprime al “pueblo sucio y asqueroso” que realmente ganó la guerra mediante la lucha de guerrillas y el terror debido al temor de que este pueblo pueda desafiar sus privilegios de clase. El deprecio de las elites hacia “las clases más bajas” ha tomado variadas formas con el transcurso de los años. En los últimos tiempos, una expresión de ese desdén es el llamamiento a la pasividad y la obediencia (la “moderación democrática”) por parte de los internacionalistas liberales que reaccionaron ante las peligrosas consecuencias democratizadoras de los movimientos populares de los sesenta del pasado siglo.

Algunas veces, los países consienten en atender a la opinión pública provocando la furia de los centros de poder. En caso paradigmático fue el de 2003, cuando la administración Bush invitó a Turquía para que se uniera a la coalición que invadió Iraq. El 85 por ciento de los turcos se opuso a ello y, para asombro y horror de Washington, el gobierno turco adoptó el punto de vista de la población. Turquía fue amargamente condenada por su defección y comportamiento irresponsable. El subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz, nombrado por la prensa el “idealista en jefe” de la administración reprendió a los militares turcos por haber permitido la inconducta del gobierno y exigió un pedido de disculpas. La prensa, imperturbable por esta y muchas otras muestras de nuestro legendario “anhelo de democracia”, continuó con sus comentarios laudatorios en favor del presidente George W. Bush por su dedicación a la “promoción de la democracia; algunas veces lo criticó por haber pensado –ingenuamente– que un poder exterior pudiera imponer a otros sus anhelos democráticos.

La opinión pública turca no estuvo sola. La oposición a la agresión de Estados Unidos e Inglaterra en el mundo fue abrumadora. Según las encuestas, el respaldo a los planes bélicos de Washington apenas alcanzó al 10 por ciento fuera donde fuese. La oposición realizó grandes manifestaciones de protesta en todo el mundo, también en Estados Unidos; probablemente, fue la primera vez en la historia que una agresión imperial era cuestionada con tanta fuerza antes incluso de que se iniciara oficialmente. En la portada del New York Times, el periodista Patrick Tyler informó de que “es posible que todavía queden dos superpotencias en el mundo: Estados Unidos y la opinión pública mundial”.

Una manifestación de protesta sin precedentes en Estados Unidos fue la de quienes décadas antes habían condenado la agresión de las guerras estadounidenses en Indochina y cuya protesta alcanzó un nivel importante de influencia, incluso aunque fuese demasiado tarde. Hacia 1967, cuando el movimiento pacifista había cobrado una fuerza significativa, el historiador y especialista en Vietnam Bernard Fall advirtió de que “Vietnam, como la entidad cultural e histórica que es... está amenazada de extinción... mientras la campiña se muere acosada por los golpes de la mayor maquinaria militar jamás lanzada contra una zona de esta extensión”.

Pero el movimiento por la paz y contra la guerra se había convertido en una fuerza que no podía ser ignorada. Tampoco lo podía ser cuando Ronald Reagan llegó a la Oficina Oval resuelto a lanzar un asalto contra América Central. Su administración imitó al milímetro los pasos que John F. Kennedy había dado 20 años antes cuando desencadenó la guerra contra Vietnam del Sur, pero tuvo que retroceder ante la vigorosa protesta pública que había faltado en los sesenta del pasado siglo. El ataque fue suficientemente atroz. Sus víctimas aún están recuperándose. Pero lo que pasó a Vietnam del Sur y más tarde a toda Indochina, donde “la segunda superpotencia” impuso sus límites, fue incomparablemente peor.

Es frecuente que se sostenga que la enorme oposición pública a la invasión de Iraq no tuvo consecuencias. Esto me parece equivocado. Una vez más, a invasión fue suficientemente horrorosa y las secuelas absolutamente grotescas. Aun así, podrían haber sido mucho peores. El vicepresidente Dick Cheney, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld y el resto de los altos funcionarios de la administración Bush nunca habrían contemplado siquiera el tipo de medidas que el presidente Kennedy había adoptado 40 años antes sin una protesta importante.
*++