lunes, 11 de octubre de 2021

El último combate de un profeta desarmado

 

A pesar de lo mucho que se ha escrito sobre Bartolomé de Las Casas en todo el mundo, la obra de sus últimos años es poco conocida todavía. Y sin embargo, constituye uno de los capítulos más apasionantes de la historia de las ideas del siglo XVI.

El último combate de un profeta desarmado



Francisco Fernández Buey

El Viejo Topo

10 octubre, 2021 


 A pesar de lo mucho que se ha escrito sobre Las Casas en todo el mundo, la obra de sus últimos años es poco conocida todavía. Y, sin embargo, constituye uno de los capítulos más apasionantes de la historia de la ideas del siglo XVI. Varios factores han contribuido a este desconocimiento. El primero de ellos es, desde luego, el cambio de clima cultural que se produjo en España a partir de 1559, después de la detención del arzobispo Carranza y del regreso de Felipe II a Valladolid. La censura de libros impuesta entonces por Fernando Valdés impidió a Las Casas seguir publicando. De hecho, ninguno de los escritos lascasianos del período 1559-1565 fue conocido en su época, salvo por los destinatarios de los mismos (en el caso de las cartas o memoriales) o por un número muy limitado de amigos y correligionarios. Varios de estos escritos han ido apareciendo, mucho tiempo después, en bibliotecas francesas o alemanas. En general, el desfase entre la magnitud de la obra escrita por Las Casas a lo largo de su vida y el número de lectores que la misma debió de tener en la España de la década de 1550 ya era enorme. La circunstancia en que se publicaron hizo que incluso los Tratados de 1552 se hayan leído entonces mucho más en América (en México, Guatemala, Nicaragua o Perú) que en España. El desfase entre la actividad pública del procurador de los indios entre 1559 y 1565, una actividad que siguió siendo notabilísima, y el pequeñísimo número de lectores que tuvo a partir del momento en que la censura inquisitorial le prohibió publicar, hace de Las Casas un caso bien insólito en los comienzos de la Europa moderna. Y seguramente es por ahí, en este contraste, por donde debe buscarse el origen y persistencia de la “leyenda” que desde el siglo XVII ha ido unida a su nombre.

En los años que le quedaban de vida desde el encarcelamiento de Bartolomé Carranza de Miranda, con una edad ya muy avanzada para la época, Las Casas tuvo tres objetivos íntimamente relacionados entre sí. El primero de ellos fue luchar por la liberación del amigo encarcelado y procesado. Con tal motivo, declaró a su favor ante el tribunal de la Inquisición, escribió a los compañeros dominicos que estaban en América para negar los cargos contra el arzobispo de Toledo y buscó, y halló, documentación jurídica y teológica para fundamentar la causa del procesado contra las acusaciones de Fernando Valdés. 

Su segundo objetivo entre 1559 y 1563 fue continuar la ya prolongada batalla contra las encomiendas, y particularmente contra la perpetuación de éstas en Perú; una batalla en la que había tenido como principal aliado en la Corte a Bartolomé Carranza de Miranda. También en esto acumuló información jurídica que permitiera fundamentar sin lugar a dudas la ilegalidad de la enajenación de tierras y personas propuesta por los encomenderos y aceptada por Felipe II. Para el trabajo de fundamentación jurídico-teológica de estas dos causas contó, primero en Valladolid, y luego en Toledo y Madrid, con la ayuda y asesoramiento de juristas y teólogos que sabían más que él de teoría y que le proporcionaron numerosos materiales a este respecto. 

El tercer objetivo del viejo Las Casas fue tratar de convencer a los compatriotas de que solo la restitución de lo expoliado a los indígenas en las Indias podía limpiar el peor baldón de la historia de España. En este sentido, entre 1561 y 1564, tomó la pluma para disipar las dudas de quienes aún las tenían, probar la ilegalidad de la explotación por los españoles de las minas americanas y profetizar que, si no se realizaba la restitución, de todas las historias de la historia la de España sería la más triste porque terminaría mal. La última palabra de Las Casas, la que corona los tres objetivos, fue ésta: aprender la palabra del otro, la lengua de la otra cultura. Cosa tanto más de apreciar cuanto que en Castilla la palabra propia había sido secuestrada por el poder político-religioso.

Primer apartado del capítulo VII del libro de Francisco Fernández Buey  La gran perturbación. Discurso del indio metropolitano.

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