martes, 7 de julio de 2009

CARTAS DE AMOR

(Coria del Río, Sevilla)
(2)

Esto es lo que podríamos llamar ir a por lana y salir trasquilado. He ido a Coria del Río, siguiendo en lo que he podido el trazado de la antigua línea del tranvía Puebla del Río- Sevilla. La idea inicial era la de llegar a Casa Márquez, porque frente a ella tenía la parada, y en ella hacíamos noche mamá, usted y yo, para tomar el primer tranvía que por la mañana salía para Sevilla.
Lógicamente no conocía al señor que estaba detrás de la barra, un señor bajito, más grueso que fino, de un habla algo cascada que le hace remarcar su acento andaluz, y amable, más que nada, o sobre todo, entrañable y amable.
Se ha liado la cosa como usted no se puede imaginar en el momento en que le pregunté si era el dueño del establecimiento. Y lo era.
De tradición me dijo: mi abuelo, mi padre, ahora yo, y mi nieto que viene a ayudarme de vez en cuando a meter cervezas en la nevera. Y hasta este punto bien, normal. Conversación de barman y cliente más o menos dado al palique.
Le dije yo de donde era y de quién era hijo, y que cuando era niño pasaba allí la noche, en una habitación de la planta de arriba, con un balcón grande, por el que yo me asomaba para observar el cableado del tranvía y el brillo de las vías por las noches, y al punto de la mañana, y por aquí empezó la entrañable y larga conversación entre Juan Márquez y yo. Conversación que en más de un punto se tintaba de nostalgias. Él con su madre, Josefita la ditera, de cuando venía a la Isla a vender tejidos, con los que mamá nos hacía la ropa a usted y a mi, y yo con ustedes, con mamá y con usted.
Enfrascados en la conversación, en la que Juan Márquez con su voz cascada, apacible y profunda, acabó por tomarme claramente la delantera, y así me dijo que en las mismas habitaciones en las que habíamos pernoctado nosotros cuando íbamos a Sevilla, se habían alojados siendo maletillas, toreros tales como Vicente Fernández “El Caracol”, al que le ayudó a ser torero uno de los Hermanos Peralta, y el “Ciclón Alemán”, Sí, un torero Alemán.
También me dijo que en aquella misma casa en la que estábamos conversando, en el “saloncito”, habían cantado en diferentes épocas de sus respectivas carreras Juanito Valderrama; José el de La Tomasa; El Turronero; El Beni de Cádiz; Manuel Vallejo y Camarón.
Fíjese en la de cosas que me enteré en el Bar J. Márquez, buscando cosas de mi niñez. Cualquier historiador de la tauromaquia y del cante flamenco me hubiera envidiado de estar tan cerca de una fuente de historia viva como es Juan Márquez. ¿A que sí?
*

CARTAS DE AMOR

(Castillo de Oropesa)
(1)

Va por lo menos para doce años que le debo carta. Ya sabe que para algunas cosas me retraso un poco. ¡Pero que le podría decir de estos retrasos míos que no sepa, si fue usted el que me engendró!
Camino de Usagre, en el que me acompaña siempre aunque no venga conmigo, al igual que en otras tantísimas cosas, vi el cartelón grande de la autovía que indica la entrada a Oropesa, y como siempre que paso por ese lugar, me vino a la cabeza aquella frase que me dijo más de una vez al pasar por allí: “un día que tengamos tiempo nos tenemos que parar en ese pueblo para ver el castillo.”
Sin usted, pero con usted, he parado hoy en Oropesa, por fin, para ver su castillo. Anduve a lo largo de la muralla del castillo por el repecho de una calle estrecha y quebrada para pasar al pie de la iglesia, y girando a la derecha llegar a la plaza.
El castillo es como todos los castillos, sean mostrando sus esqueléticas ruinas o sus esplendores pasados: el certificado oficial de que allí donde se ven sus ruinas o permanece su pasado esplendor, un día la injusticia estuvo bien guardada. Y junto al castillo que certifica la injusticia reinante en su día, la iglesia, también de piedra y monumental para corroborarlo.
Juntos, castillo e iglesia, a pesar de que la historia oficial hable de grandeza y glorias, no indica otra cosa que allí quedó asentada por siglos la pobreza y la desigualdad entre las personas, siendo la tierra rica y los castellanos trabajadores, como los andaluces, vascos, murcianos, aragoneses o cualquier otro pueblo llano y sin derecho per se al monumento.
La tierra seca y ancha de Castilla, los esfuerzos y sudores de los castellanos por arrancar de esa tierra seca y ancha el sustento diario, y no sus castillos, es lo que explica el carácter austero y a veces seco del castellano.
El aspecto de Oropesa es el general que puede verse en cualquier pueblo castellano con algo de historia. Calles limpias, algunas empinadas, estrechas y retorcidas, y una plaza rectangular, amplia, de grandes aceras llenas de terrazas con toldos para parar el sol. Dando cara a la plaza, una biblioteca popular que data del año 1946, en la que debajo de su balconada puede leerse un letrero en el que se apela a las bondades que tiene la lectura. Algunas lecturas, podría habérsele añadido, porque hay lecturas y lecturas.
Obvio resulta decirlo. Lo especial que ha tenido mi visita a Oropesa es que la he hecho solo cuando teníamos pensado haberla hecho los dos juntos, y lo que me llamó especialmente la atención del pueblo, fue que sin ser un pueblo pequeño, tampoco puede ser dicho que sea grande, y sin embargo, tiene tres carpinterías.
La primera con la que me topé está en la calle que baja de la iglesia a la plaza. Tiene la puerta de dos hojas de madera vieja.
Las vigas del techo le servían de estanterías en las que estaban muy bien colocadas las molduras; al fondo, la figura gris gastado de la sierra de cinta y dos bancos de madera, que sin decirlo decían que sobre ellos se habían cepillado muchas maderas; el suelo con un mullido amacerado de serrín y virutas, y frente a los bancos de madera, una estufa con una pila de madera muy bien dispuesta.
Viendo aquella carpintería me llegó el recuerdo de la primera que vi en el pueblo de mamá, en Usagre, siendo yo niño, porque la que teníamos frente a casa, en nuestro pueblo, la de Salvador, no se hacían muebles. Sólo se hacían portalones para los almacenes, trineos y gradas para los arrozales, cajas para las carriolas y carros.
Un repartidor de mercancías, al que le pregunté por aquella carpintería, me dijo que había dos más iguales, y como ya le he dicho que Oropesa no es un pueblo pequeño, pero tampoco puede decirse que sea muy grande, deduje por mi cuenta, que debía tener una gran tradición carpintera.
Cuando ya me iba, paré en el Parador Nacional, un edificio de piedra y lujoso, de antigua propiedad de un Señor de época pasada. Tiene una placita redonda y no muy grande ante su puerta principal, con árboles altos, gruesos y copados, y bancos de piedra, en los que había dos indigentes con pinta sucia, una especie de macuto a sus pies y una botella de vino.
Les ofrecí un cigarro que me aceptaron, y ellos a mi vino que no acepté. Ya sabe usted que yo no bebo nada, excepto café y agua.
Bajo la fronda de uno de aquellos árboles me tumbé en un banco de piedra, descalzo y con el sombrero de paja cubriéndome el rostro me dormí, yo creo que menos de media hora antes de proseguir el viaje, y mientras me dormía, retazos de recuerdos, inconexos y de todo tipo, pasaron por mi cabeza.
Reparé especialmente en uno de ellos: en el de los cuentos de caballeros que salvaban a la princesa de los dragones de siete cabezas, que usted me contaba de niño antes de dormirme por las noches, y me llevó a ese pensamiento en concreto, las pinturas que con motivos de la Edad Media aparecen en muchas de las paredes de Oropesa. Pero lo de estas pinturas, a lo que me inducía a pensar mirándolas, lo dejo para otra carta siguiente.
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PATXI, MENOS LOBOS, JO MÍO

(Dos contra uno)

El lendakari Patxi, mitad socialista sistémico mitad PP, pero no ganador de la elecciones vascas, porque las elecciones las ganó el Partido Nacionalista Vasco, dice el hombre que por fin los vascos tienen un gobierno que mira para todos y no para unos poquitos. Pero esto es lo que dice él, que viene a ser parejo con lo que digo yo cuando afirmo, como hago ahora, que soy Superman en su versión de burócrata volante, porque según una encuesta reciente, de cada tres vascos dos dicen que ¡miau! (es que miau en vasco no sé como se dice).
Pero que de tres vascos dos digan que no están de acuerdo con el matrimonio de conveniencia entre el PSOE y el PP, y que de ese marital acuerdo entre ambos no vislumbran ellos ni un final rápido ni feliz con ETA, es algo que al lendakari Patxi si la trae bien floja, a pesar, eso sí, de que él dice que gobierna para todos los vasco y yo que soy Superman, y como en este caso el sesenta y cinco por cien de los vascos, no para mí, sino para el lendakari, son tontos y no saben por donde les da el aire, pues va el hombre y reinterpreta el sentir mayoritario de los vasco diciendo que sí, que ese desacuerdo con su política es ahora, pero que más adelante los vascos se van a enterar de lo equivocaditos que y al final verán que él tiene razón, que gobierna para todos los vasco.
Es decir, que el lendakari toma el poder, porque la mayoría de los vascos no se lo han dado, y a cuenta de eso, de un tomo, el responde con un te daré. O sea, lo propio del mejunje de la politiquería común e imperante, de la que caber esperar más problemas y menos soluciones. Eso sí, eso fijo, para la mayoría de los ciudadanos.
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