Para Hudson, la guerra es simplemente el primer paso de una lucha que
posiblemente dure unos 20 años. Lo que se juega Washington en Ucrania es cómo
evitar que el mundo se vuelva multipolar, Si EEUU pierde en Ucrania sería la
condena de muerte del mundo unipolar dominado por “la nación excepcional”
El Nuevo Orden de Estados
Unidos y la posición de Alemania
Michael Hudson
El Viejo Topo
15 noviembre, 2022
Alemania se ha
convertido en un satélite económico de la actual Guerra Fría de Estados Unidos
contra Rusia, China y el resto de Eurasia. A la República Federal Alemana, y a
otros países de la OTAN, se les ha reclamado que impongan sanciones comerciales
y de inversión a Rusia, que durarán más que la guerra de poder de hoy en
Ucrania.
El presidente
Joe Biden y sus portavoces del Departamento de Estado han declarado que Ucrania
es solo el escenario inicial de una dinámica mucho más amplia que está
dividiendo al mundo en dos grupos opuestos de alianzas económicas.
Esta fractura
global promete ser un combate de diez o veinte años para determinar si la
economía mundial será una economía dolarizada unipolar centrada en los Estados
Unidos o una economía de un Mundo Multipolar con una multidivisa centrado en el
corazón de Eurasia con economías mixtas, públicas y privadas.
El presidente
Biden ha caracterizado esta división como un conflicto entre democracias y
autocracias. Una terminología típica del doble discurso orwelliano. Por
«democracias» se refiere a los EEUU y a sus aliadas oligarquías financieras
occidentales.
Su objetivo es
cambiar la organización económica de las manos de los gobiernos electos a manos
de Wall Street y otros centros financieros bajo su control. Washington utiliza,
sin contrapesos, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial para
imponer la privatización de la infraestructura mundial, controlar la
tecnología, el petróleo, el gas, los alimentos, los minerales, los recursos
básicos y un largo etc.
Por
“autocracia”, Biden se refiere a los países que se resisten al dominio
económico comandado por los tiburones de financiarización y la privatización.
En la práctica, la retórica de la Casa Blanca significa no otra cosa que un
negocio en beneficio su propio crecimiento económico, a costa de los servicios
públicos y las riquezas de otras naciones que dependerían exclusivamente de los
dispositivos financieros controlados por EE.UU.
Lo que
básicamente está en cuestión es sí las economías serán sometidas al poder
financiero que se enriquece privatizando las infraestructuras básicas y los
servicios sociales o si los gobiernos tendrán suficiente independencia como
para promover una política destinada a elevar los niveles de vida manteniendo
en manos públicas la banca, la creación de dinero, la salud, la educación, las
comunicaciones y el transporte.
El país que
sufrirá más “daños colaterales” en esta fractura económica global es Alemania.
Su economía industrial es la más avanzada de Europa pero el acero, los
productos químicos, la maquinaria, los automóviles y otros bienes de consumo
dependen de las importaciones de gas, petróleo y metales rusos como el
aluminio, el titanio y el paladio.
Sin embargo, a
pesar que dos gasoductos del sistema Nord Stream fueron construidos para
proporcionar energía a bajo precio a los alemanes, los Estados Unidos han
exigido a Berlín que concluya la compra de gas ruso y en consecuencia
desindustrialice el país. Esto significa el fin de su supremacía económica. La
clave del crecimiento del PIB en Alemania, como en otros países, es el consumo
de energía barata para su tejido industrial.
Las sanciones antirrusas son sustancialmente una
política antialemana
El secretario
de Estado, Anthony Blinken, ha sostenido una y otra vez que Alemania debe
reemplazar el gas ruso, de bajo precio, por gas licuado estadounidense (GNL) de
alto precio. Para importar este gas, Alemania tendrá que gastar rápidamente más
de 5 mil millones de dólares para desarrollar una capacidad portuaria que le
permita descargar los buques-tanque con gas licuado estadounidense. El efecto
está claro: la industria alemana dejara de ser competitiva en un corto plazo.
Las quiebras se extenderán, el empleo disminuirá y los líderes pro-OTAN
alemanes se enfrentarán a una depresión crónica y a una caída del nivel de vida
de sus poblaciones.
La mayor parte
de la teoría política asume que las naciones actúan en su propio interés. De lo
contrario, son calificados como países satélites, es decir, no tienen
el control de su destino. Alemania ahora está subordinando su industria y su
nivel de vida a los dictados de Washington y de los intereses del sector
energético estadounidense. Lo está haciendo voluntariamente, no por la fuerza
militar, sino por la creencia ideológica de que la economía mundial debe ser
dirigida por los planificadores de la Guerra Fría del Pentágono.
Paralelos históricos
A veces es más
fácil comprender la dinámica actual alejándose de la situación inmediata para
mirar algunos patrones históricos del tipo de diplomacia política que está
dividiendo el mundo actual.
El paralelo más
cercano que se puede encontrar es los combates –en la Europa medieval– entre el
Papado Romano y los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. Ese
conflicto dividió a Europa en líneas muy parecidas a las de hoy. Una serie de
Papas no solo excomulgaron a varios reyes alemanes, y a Federico II, sino
también movilizaron tropas aliadas para luchar contra Alemania en el sur de
Italia y Sicilia.
Tras estas
guerras contra Alemania había una descarnada lucha por el poder: se trataba de
quién controlaba la Europa cristiana: entre el Papa establecido en Roma y
los reinos seculares europeos que reclamaban su independencia
Así como la
actual Guerra Fría es una cruzada contra las economías que amenazan el dominio
estadounidense, el antagonismo de Occidente contra Oriente durante el medievo
utilizó las Cruzadas como instrumento político-ideológico (1095-1291).
Un cisma que “ordenó” el mundo medieval
El Gran Cisma
que se produjo de la Europa Medieval en 1054 puede estar muy cerca de ser una
buena analogía con la actual Guerra Fría que Estados Unidos ha declarado contra
Rusia y China. En esa época el Papa León IX excomulgó a la Iglesia Ortodoxa con
sede en Constantinopla y a toda la población cristiana perteneciente a ella.
León IX impuso un solo obispado sobre los demás, el suyo, el de Roma. De esta
manera obtenía el control de todo el mundo cristiano de la época, incluidos los
antiguos Patriarcados de Alejandría, Antioquía, Constantinopla y Jerusalén.
Esta ruptura
creó más de un problema para la diplomacia romana: ¿cómo mantener todos los
reinos de Europa occidental bajo el control de Roma? ¿cómo reclamar el derecho
a recibir subsidios financieros de los reinos europeos?
Como ambos
objetivos requerían subordinar a los reyes seculares a la autoridad de Roma, en
1074 el Papa Gregorio VII decidió emitir 27 mandatos que enumeraron la
estrategia política-ideológica que le permitiría asegurar su poder sobre
Europa. Estas exigencias papales guardan un sorprendente paralelo con la actual
diplomacia estadounidense. En ambos casos, los intereses militares y terrenales
requieren de una sublimación en forma de cruzada ideológica para cimentar la
obediencia que requiere cualquier sistema de dominio. Su lógica es atemporal y
universal.
Los dictados
papales fueron radicales en dos aspectos. En primer lugar, elevaron al obispo
de Roma por encima de todos los demás obispados, creando de esta manera el
papado moderno. La cláusula 3 dictaminó que sólo el obispo de Roma (el Papa)
tenía el poder de investidura para nombrar, deponer o restituir al resto de los
obispos. La cláusula 12 le dio al Papa el derecho de deponer emperadores y la
cláusula 9 obligaba a «todos los príncipes a besar los pies del Papa» como
requisito previo a ser considerados gobernantes legítimos.
En una
circunstancia histórica parecida hoy en día, los gobernantes estadounidenses
reclaman el derecho a nombrar quién debe ser reconocido como jefe de estado de
una nación. En 1953 derrocaron al líder electo de Irán y lo reemplazaron por la
dictadura militar del Shah. Más recientemente, el Departamento de Estado
designó a Juan Guaidó como jefe de Estado de Venezuela en lugar de su
presidente electo, y le entregaron las reservas de oro de ese país
Este principio
de intervención les otorga a los estadounidenses el derecho de patrocinar las
“revoluciones de color”. Este tipo de “cambios de régimen” les ha permitido
instalar dictaduras militares, como las que crearon para las oligarquías
clientelares de América Latina y que ahora sirven los intereses corporativos y
financieros de los Estados Unidos. El golpe de estado de 2014 en Ucrania es
solo el ejercicio más reciente de este “derecho” estadounidense de nombrar y
deponer presidentes o primeros ministros.
¿Se parece la política del mundo actual a la de la
época de las cruzadas?
La intromisión
en los asuntos políticos europeos ha sido una constante de la política
estadounidense desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días.
Este supuesto “derecho” a elegir a los jefes de estado no admite fronteras:
hace solo un par de meses el presidente Biden insistió que se debe destituir a
Putin y poner en su lugar a otro líder (…que lógicamente debería ser
pro-estadounidense).
La segunda
característica radical de los dictados papales fue la supresión de toda
ideología y política que se apartara de la autoridad papal. La cláusula 2
establecía que solo el Papa podía ser llamado “Universal”. Cualquier desacuerdo
era, por definición, una herejía. La cláusula 17 establecía que ningún libro
podía considerarse canónico sin la autorización papal.
En términos
modernos –con el dios mercado gobernando en nuestras vidas– los Estados Unidos
hacen una demanda similar al declarar como herejes (el término que se usa ahora
es “revisionistas”) a aquellos países que no respeten sus reglas, unas reglas
impuestas por los “mercados libres” privatizados y financiarizados. En la
práctica esto significa que hoy los gobiernos nacionales no pueden tener una
política económica independiente porque sus políticas deben estar subordinadas
a los intereses de las élites financieras y corporativas centradas en Estados
Unidos.
Hoy en día la
demanda de universalidad de la Nueva Guerra Fría está envuelta con la retórica
de la «democracia». Una definición de democracia que tiene como ejemplo
la “democracia estadounidense” y que específicamente se
manifiesta “a favor de las privatizaciones como parte de la nueva
religión creada por el neoliberalismo, donde el dios dinero está por sobre
todas las cosas”.
Esta política
económica ha llegado a ser considerada “ciencia”, por un cuasi Premio Nobel de
Economía. Lo de “ciencia”, en este caso, es un eufemismo postmoderno utilizado
para justificar los programas de austeridad del FMI, el favoritismo fiscal para
los ricos y la basura neoliberal de la Escuela de Chicago.
Los dictados papales
detallaron una estrategia para asegurar el control unipolar sobre los reinos
seculares. Dogmatizaron la primacía del Papa sobre los reinos seculares,
particularmente sobre los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico.
La cláusula 26
le dio al Papado la autoridad para excomulgar a cualquiera que “no estuviera en
paz con la Iglesia Romana”. Ese principio enlazaba con la siguiente cláusula,
que permitía al Papa “absolver a los súbditos que renunciaran a la fidelidad a
los hombres malvados”. Esta disposición estaba destinada a alentar la versión
medieval de las “revoluciones de color” y provocar cambios de régimen en
aquellos reinos que no aceptaban los dictados papales.
El factor que
le permitió al Papado aplicar con éxito esta política fue la creación de un
antagonismo con aquellas sociedades y pueblos que no estaban sujetas al control
papal: por ejemplo, los musulmanes que ocupaban Jerusalén, los cátaros
franceses, los judíos en Europa y cualquier persona que fuera simplemente
declarada “hereje”. Y, sobre todo, el odio hacia aquellas regiones que eran lo
suficientemente fuertes como para resistir el pago de los tributos monetarios
que exigían los Papas.
Guardando las
distancias hoy tenemos equivalentes a esa gran “autoridad ideológica” que le
permitió al Papa el poder de excomulgar a los “herejes” que se resistían a sus
demandas de obediencia y tributo.
Las acciones
equivalentes de hoy en día las dictaminan la Organización Mundial del Comercio,
el Banco Mundial y el FMI; instituciones que no solo dictan periódicamente las
prácticas económicas a los gobiernos sino que también establecen «condiciones»
que deben acatar todos los países bajo pena de sanciones de los EE.UU. En otros
términos, una versión moderna de la excomunión, una pena que se aplica a los
países que ahora no aceptan la soberanía estadounidense.
Está claro para
cualquier persona medianamente informada que los países satélites de EEUU deben
seguir sin chistar los dictados del FMI y del Banco Central y aceptar las
guerras que ha hecho la OTAN en los últimos 30 años. Como dijo Margaret
Thatcher para justificar las privatizaciones neoliberales que destruyeron el
sector público británico, There Is Not Alternative (TINA).
En el campo
jurídico la cláusula 19 dictaminó que el Papa no podía ser juzgado por nada ni
nadie. Lo mismo pasa hoy día con Estados Unidos, que no acata ni respeta los
dictámenes del Tribunal Penal Internacional.
Las sanciones económicas como castigo a los herejes
Mi intención es
enfatizar las analogías existentes con las políticas estadounidenses. Las
sanciones comerciales son una forma de excomunión. Han dejado patas arriba al
Tratado de Paz de Westfalia de 1648 que plasmó en un documento el principio que
cada país y sus gobernantes deben ser independientes de la intromisión extranjera.
El presidente
Biden caracteriza la interferencia estadounidense como un argumento para su
antítesis entre “democracia” y “autocracia”. Por democracia se refiere a una
oligarquía clientelista bajo el control de Estados Unidos, que crea riqueza financiera
al reducir los niveles de vida de los trabajadores, en oposición a las
economías mixtas (público/privadas) que promueven los niveles de vida y la
solidaridad social.
Como mencioné,
al excomulgar a la Iglesia Ortodoxa con sede en Constantinopla, el Gran Cisma
creó una fatídica línea que ha dividido Occidente de Oriente durante el último
milenio. Esa división fue tan importante que Vladimir Putin la citó en su
discurso del 30 de septiembre de 2022, al describir la ruptura con las
economías occidentales centradas en EEUU y la OTAN.
En los siglos
XII y XIII, los reyes alemanes, los normandos (que conquistaron Inglaterra) los
reyes franceses –y de otros países– fueron repetidamente amenazados con ser
excomulgados y finalmente la mayoría tuvo que sucumbir a las demandas papales.
El conflicto se mantuvo hasta el siglo XVI cuando Martín Lutero, Enrique VIII y
Zuinglio finalmente lograron crear una alternativa protestante a Roma, lo que
hizo que el cristianismo occidental fuera multipolar.
Las cruzadas como elemento cohesionador del Imperio
¿Por qué tomó
tanto tiempo? La respuesta es que las Cruzadas proporcionaron una tremenda
potencia ideológica organizativa. Las Cruzadas es la analogía medieval con la
Nueva Guerra Fría entre Oriente y Occidente. Sus ideólogos crearon una
justificación espiritual que les permitió movilizar el odio contra «el otro»,
representado, esta vez, por el Oriente musulmán, los judíos y los disidentes
cristianos europeos.
La “ideología”
de las Cruzadas se puede asemejar con la actual inconmovible “fe” en la
doctrina neoliberal del «libre mercado» que digitaliza la oligarquía financiera
y con la hostilidad estadounidense hacia China, Rusia y otras naciones que no
siguen a pies juntillas el credo privatizador.
En la actual
Guerra Fría, “la fe neoliberal de Occidente” ha movilizado el miedo y el odio
hacia “el otro”. Esta vez le tocó el turno a las naciones que siguen un camino
independiente, que son demonizadas como “regímenes autocráticos” llegando a
fomentar el racismo, como se ha hecho evidente con la rusofobia y la cultura de
cancelación.
Así como la
transición multipolar del cristianismo occidental requirió la creación de una
alternativa protestante en el siglo XVI, la ruptura de Eurasia con el Occidente
de la OTAN debe ser consolidada por una ideología alternativa sobre cómo
organizar las economías mixtas (públicas y privadas) y su infraestructura
financiera.
Las iglesias
medievales en Occidente fueron vaciadas de sus limosnas y donaciones para
contribuir con “el céntimo a Pedro” y otros subsidios al papado para las
guerras que estaba librando contra los gobernantes que se resistían a las
demandas del Papa.
Inglaterra jugó
el papel de gran víctima que juega Alemania hoy. Se recaudaron enormes
impuestos ingleses para financiar las Cruzadas que luego se desviaron para
luchar contra Federico II, Conrado y Manfredo en Sicilia. Ese dinero fue
sufragado por los banqueros papales del norte de Italia (lombardos y
cahorsinos) y se convirtió en una deuda que se transmitió a toda la economía.
Los barones de
Inglaterra libraron una guerra civil contra Enrique II en la década de 1260,
poniendo fin a su complicidad con las demandas económicas de Roma. Pero, lo que
acabó con el poder del papado fue el final de su guerra contra el Oriente
musulmán. Cuando los cruzados perdieron Acre en 1291, el Papa perdió el control
sobre la cristiandad. Ya no había un “mal” que combatir, y el “bien” había
perdido su centro de gravedad y coherencia.
En 1307, Felipe
IV (“el Hermoso”) se apoderó en París de las riquezas de los Templarios, la
gran orden bancaria militar de la Iglesia. Otros gobernantes también
nacionalizaron a los Templarios y los sistemas monetarios fueron arrebatados de
las manos de la Iglesia. Sin un enemigo común definido y movilizado por Roma,
el Papa perdió su poder ideológico unipolar sobre Europa occidental.
El equivalente
moderno a la nacionalización de los Templarios y de las finanzas papales
debería ser que los países se negaran a participar en esta Nueva Guerra Fría
promovida por Estados Unidos y, que rechazaran el patrón dólar y el sistema
bancario/ financiero estadounidense. Esto ya está sucediendo. Cada vez más
países ven a Rusia y China no como adversarios sino como grandes oportunidades
para obtener ventajas económicas mutuas.
La promesa rota de beneficio mutuo entre Alemania y
Rusia
La disolución
de la Unión Soviética en 1991 prometía el fin de la Guerra Fría. El Pacto de
Varsovia se disolvió, Alemania se reunificó y los diplomáticos estadounidenses
prometieron el fin de la OTAN, porque ya no existía la amenaza militar
soviética.
Los líderes
rusos se entregaron a la esperanza de que, como lo expresó el presidente Putin,
se crearía una economía paneuropea desde Lisboa hasta Vladivostok. Se esperaba
que Alemania, en particular, tomara la iniciativa de invertir en Rusia para que
este país reestructurara su industria con líneas más eficientes. Rusia pagaría
por esta transferencia tecnológica suministrando gas y petróleo, además de
níquel, aluminio, titanio y paladio.
Occidente se
comprometió a que la OTAN no se expandiría amenazando con una
Nueva Guerra Fría, y mucho menos que respaldaría a Ucrania, conocida como la
cleptocracia más corrupta de Europa y dirigida por partidos extremistas que se
identificaban con el nazismo alemán.
Ahora, ¿cómo se
explica qué el potencial de beneficio mutuo entre Europa Occidental y las
antiguas economías soviéticas se haya convertido en un patrocinio a la
cleptocracia ucraniana?
La destrucción
del oleoducto Nord Stream resume esta dinámica en pocas palabras. Durante casi
una década, Estados Unidos ha demandado constantemente que Alemania termine su
“dependencia” de la energía rusa. A estas demandas se opusieron Gerhardt
Schroeder, Angela Merkel y los líderes empresariales alemanes. Señalaron una
obvia lógica económica; había que asegurar el comercio entre las manufacturas
alemanas y las materias primas rusas.
A esta altura
el gran problema de Estados Unidos era cómo evitar que Alemania aprobara el
oleoducto Nord Stream 2. Victoria Nuland, el presidente Biden y otros políticos
estadounidenses demostraron que la forma de hacerlo era incitar al odio hacia
Rusia.
Entonces, la
Nueva Guerra Fría se enmarcó como una nueva gran Cruzada. Curiosamente, así
describió George W. Bush el ataque estadounidense a Irak para apoderarse de sus
pozos petroleros.
El golpe de
Estado de 2014 financiado por Estados Unidos creó un régimen títere en Ucrania
que pasó ocho años bombardeando indiscriminadamente las provincias orientales
de habla rusa. De esta manera la OTAN provocó una respuesta militar rusa. La
incitación tuvo éxito y la respuesta rusa fue debidamente etiquetada como una
atrocidad no provocada.
La decisión
rusa de proteger a los civiles del Donbass fue desde el comienzo
instrumentalizada por los medios controlados por la OTAN como una manera de
justificar las sanciones impuestas a Rusia desde febrero. Una campaña de este
tipo era condición previa para demonizar «a todo lo ruso» y así dar inicio a
una moderna cruzada del poder financiero envuelto en la bandera de «los valores
occidentales».
El resultado es
que el mundo se está dividiendo en dos campos: por un lado una OTAN centrada en
Estados Unidos y por el otro una emergente Coalición Euroasiática. Un
subproducto de esta dinámica ha sido dejar a una Alemania incapaz de seguir una
política económica independiente construyendo relaciones comerciales mutuamente
ventajosas con Rusia (y también con China).
El canciller
alemán Olaf Scholz viajó recientemente a China para solicitar a la nación
asiática que deje de subsidiar su economía, o en caso contrario Alemania y
Europa impondrán sanciones al comercio con China. No hay forma de que China
pueda satisfacer esta ridícula demanda, como tampoco se le puede exigir a
Estados Unidos o a cualquier otra economía que deje de subsidiar sectores clave
como los chips para ordenadores.
El Consejo
Alemán de Relaciones Exteriores es el brazo económico neoliberal de la OTAN.
Ahora este influyente organismo está promoviendo la desindustrialización
alemana y propugnando la dependencia económica de los Estados Unidos, de este
modo excluye el comercio alemán con China y Rusia. Claro, si tiene éxito
promete ser el último clavo en el ataúd económico de Alemania.
Otro
subproducto de la Nueva Guerra Fría ha sido poner fin a cualquier plan
internacional para detener el calentamiento global. La piedra angular de la
diplomacia económica estadounidense es que sus compañías petroleras (y las de
sus aliados de la OTAN) controlen el suministro mundial de petróleo y del gas.
De eso se trató
la guerra de la OTAN en Irak, Libia, Siria, Afganistán y Ucrania. El asunto no
es tan abstracto ni idealista como “Democracias vs. Autocracias”. Se trata
sencillamente de la capacidad de Estados Unidos para controlar a otros países
interrumpiendo su acceso a la energía y a otras necesidades básicas.
Sin la
narrativa del “bien contra el mal” en esta Nueva Guerra Fría, las sanciones de
EE. UU. perderán su razón de ser, no se justificarían de ninguna manera las
restricciones impuestas al comercio entre Europa Occidental, Rusia y China.
En Ucrania se desarrollan las primeras batallas por un
mundo multipolar
Este es el
contexto de la lucha de hoy en Ucrania: El Pentágono hará todo lo que este en
sus manos para que Alemania y Europa dependan totalmente de los suministros de
gas licuado estadounidense (GNL). La guerra en Ucrania es simplemente el primer
paso de una lucha que posiblemente dure unos 20 años. Lo que se juega
Washington en Ucrania es cómo evitar que el mundo se vuelva multipolar. Si
Estados Unidos pierden en Ucrania seria la condena de muerte al mundo unipolar
dominado por “la nación excepcional”
El truco
consiste en tratar de convencer a los alemanes para que dependan de la
seguridad militar proporcionada por Estados Unidos. Lo que Alemania
supuestamente necesita es protección en una guerra contra China y Rusia, porque
según los militares estadounidenses Rusia pretendería “ucranizar” toda Europa.
Los gobiernos
occidentales no han hecho ningún llamamiento para un fin negociado en esta
guerra, porque no se ha declarado ninguna guerra en Ucrania. Estados Unidos no
declara sus guerras en ninguna parte, porque eso requeriría una declaración
formal del Congreso. Con esta triquiñuela los ejércitos de EEUU y de la OTAN
con total impunidad bombardean naciones y pueblos, organizan revoluciones de
colores, se entrometen en la política interna e imponen graves sanciones que en
este caso llevarán a la ruina a Alemania y sus vecinos europeos.
¿Cómo pueden
las negociaciones “poner fin” a una guerra que no tiene declaración formal o
que en realidad es una estrategia a largo plazo de dominación mundial?
La respuesta es
que no puede haber un final hasta que se establezca una alternativa al conjunto
de instituciones internacionales centradas en el poder de Estados Unidos. Este
paso requiere la creación de nuevas instituciones que reflejen una alternativa
a la visión neoliberal centrada en el capital financiero.
Finalmente
quiero recordar a Rosa Luxemburg. Ella caracterizó correctamente la gran
disyuntiva de nuestro tiempo, “el socialismo o barbarie”. Esta dinámica
política sigue presente hoy y la he esbozado en mi libro reciente, The
Destiny of Civilization.
Este documento
fue publicado por el sitio electrónico alemán https://braveneweurope.com/michael-hudson-germany-position-in-americas-new-world-order.
Fuente: Observatorio de la crisis.
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