domingo, 6 de noviembre de 2022

España: El Gobierno pretende controlar la inflación a costa de reducir los salarios

 

España: El Gobierno pretende controlar la inflación a costa de reducir los salarios

 

DIARIO OCTUBRE / noviembre 4, 2022

 

Remontémonos al año 2010: José Luis Rodríguez Zapatero impone un recorte del 5% en el salario de los trabajadores públicos y se convierte en el primer presidente que rebaja el sueldo de los funcionarios.

 

Hasta el momento, ningún gobierno había reducido los salarios públicos, aunque sí los habían congelado; primero el de Felipe González en el 94 y posteriormente el de José María Aznar en el 97, lo que obtuvo, por cierto, una contundente respuesta en forma de huelga en la función pública.

Después del recorte de Zapatero, se suceden años de congelación salarial, seguida por la retirada de la paga extra de las navidades de 2012, ejecutada por Rajoy, tras la que llegan más años de congelación; después, subidas salariales irrisorias del 1% en 2016 y 2017 y del 1,75% y 2,5% en 2018 y 2019 respectivamente, años en los que los capitalistas españoles dejan atrás definitivamente la crisis de 2008. Los dos siguientes años se cierran con ligeras subidas del 2 y del 0,9%. Para 2022, el Gobierno decreta sin negociación con las organizaciones sindicales una subida del 2%, pero la inflación se dispara en los últimos meses del año y el incremento salarial previsto se convierte en una pérdida de poder adquisitivo ante el incontrolado incremento de los precios.

Es necesario hacer este reciente recorrido histórico de los salarios del sector público para comprobar cómo se ha fraguado una perdida de poder adquisitivo que no se reduce únicamente a la última década, sino que viene de lejos. Pero volvamos al presente. Año 2022. Inflación por las nubes con registros que no se veían desde hace décadas. La subida impuesta del 2% se torna ridícula con una tasa de variación anual del IPC del mes de septiembre que se sitúa en el 8,9% y ante una situación que puede derivar hacia una forma de estallido social, la socialdemocracia entra en juego cumpliendo su papel histórico de garantizar la paz social mediante el reparto de migajas.

El Acuerdo contempla un incremento salarial fijo durante el período 2022-2024 que se situaría en el 8% y que se podría incrementar hasta un máximo de un 9,5% según diversas variables. Unas cifras que se manifiestan ridículas ante los datos de la inflación que se situaba en el 9% en septiembre, tras varios meses por encima de los dos dígitos y con un IPC armonizado que se sitúa en el 9,3% en comparación con el mismo mes de 2021.

Conscientes de que ni se les pasa por la cabeza elevar los salarios al ritmo de la inflación con una propuesta únicamente para el año 2023, el Gobierno socialdemócrata realiza una oferta a tres años. Conscientes de que su propuesta salarial es ridícula si la comparamos con los precios, el Gobierno lo vende no como un simple acuerdo salarial, sino que supone, en su relato, nada más ni nada menos, el fin de los recortes del Gobierno de Rajoy y la eliminación definitiva de las medidas del funesto RDL 20/2012, de 13 de julio. Cabría preguntarse por qué el gobierno progresista ha tardado 5 años desde que llegó al ejecutivo en derogar un decreto tan sumamente perjudicial para los intereses de los trabajadores del sector público.

Además, la propuesta recoge algún elemento de digitalización y teletrabajo por aquí, algún guiño a la igualdad de género y de atracción y retención del talento por allá, y una vez alcanzado el Acuerdo con los sindicatos CCOO y UGT, el Gobierno lo vende como un “compromiso de impulsar una Administración del siglo XXI”. Si lo que pretendían era avanzar en el empobrecimiento generalizado de los trabajadores, tan propio de este siglo, el acuerdo sin duda lo consigue.

Los promotores del acuerdo lo dan por bueno dada la compleja situación internacional y la inestabilidad política. Es momento, de nuevo, “de arrimar el hombro, de ser conscientes de la difícil realidad que vivimos y de no ser tan ambiciosos. No se trata de un acuerdo para avanzar, sino para no retroceder más”. Pero es que cuando no es la crisis financiera, es la pandemia y cuando no la guerra. Este sistema siempre cuenta con chivos expiatorios que permiten justificar el constante empobrecimiento al que se sometido la mayoría social.

Sin embargo, suscribir un acuerdo salarial por debajo del IPC es asumir la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores públicos, que se añade a décadas de pérdida constante de poder adquisitivo, 20% solo en los últimos 10 años. Hay que tener en cuenta que entre septiembre de 2021 y mayo de 2023, la inflación estará en torno al 20%. Aceptar propuestas salariales como la realizada por el Gobierno, muy por debajo de la inflación, supone transigir con recortes encubiertos. Y lo peor, es que se llega a este acuerdo sin un proceso movilizador; se ha prescindido de la fuerza de la clase obrera en la negociación.

La estrategia del Gobierno es clara: pretende “controlar” la inflación mediante la contención salarial; primero en el sector público, donde controla directamente los salarios, marcando así la tendencia y los límites para las luchas que se pueden dar en las negociaciones de los salarios del sector privado, donde recordemos que las subidas salariales pactadas en los convenios colectivos hasta julio aumentaron únicamente un 2,56%, con una brecha cada vez mayor entre los sueldos y la inflación.

En resumen, nada nuevo bajo el sol: el Gobierno decide empobrecer a la clase obrera y pauperizar los servicios públicos, mientras los capitalistas aumentan sus márgenes de beneficio. Es necesario decir las cosas claras y romper con la lógica del mal menor: ni el Gobierno es un aliado, ni es preciso apoyarle ante el temor de la llegada de las fuerzas más reaccionarias. La única garantía de frenar a la reacción es organizarse ante cualquier ataque de los capitalistas y sus gestores, incluso de aquellos que se disfrazan de amigos pero que gobiernan contra la mayoría social.

FUENTE: nuevo-rumbo.es

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Escrivá, aprendiz aventajado de Romanones. [¿Privatización? La verdad es que yo me sé chistes bastante más buenos. Y ahora, si nos dejamos de eufemismos, triquiñuelas semánticas y telemendengues varios, a las privatizaciones de las pensiones (igual que otras tantas) hay que llamarle robo de los dineros de los trabajadores por parte de los grandes capitales mediando sus secuaces políticos, los que muy hipócrita y cínicamente, dicen ser los representantes de los que resultan robados, los trabajadores. Colorín colorado, este cuento no se ha acabado, porque los grandes capitales, con sus alpargateros de la política, para mantener en pie el capitalismo tienen que seguir robando a los trabajadores todavía más. Quien tenga los ojitos y las orejitas que Dios le dio póngase a mirar y escuchar, porque de otro modo el zoquetazo que le espera no es flojo.]

 

Dar gato por liebre suele ser una especialidad de nuestros políticos. Y en el tema de las pensiones, sobre el que todos sabemos que el proyecto final –aunque sea a largo plazo– es el de la privatización total, el felino suele estar bien disfrazado


Escrivá, aprendiz aventajado de Romanones


Ildefonso Suárez Garrido

El Viejo Topo

6 noviembre, 2022 

 

Se atribuye al tres veces presidente del gobierno del periodo de La Restauración, Romanones, la siguiente frase dirigida a los diputados del Congreso: “Vosotros aprobad las leyes y dejadme a mí los reglamentos”.

Bajo esta frase subyace la idea de que las leyes son un texto teórico, pero que su práctica (la realidad de su aplicación) recae en el reglamento de las mismas. Un Reglamento que “bien articulado” puede alterar completamente el sentido de la Ley e introducir cambios que beneficien selectivamente a grupos políticos o financieros determinados.

Esto es lo que ha ocurrido con la Ley de impulso de los Planes de Pensiones de Empleo (en realidad, planes privados de pensiones) y su reglamento. En el proyecto de Reglamento que se sometió a información pública, ya se aumentó la comisión financiera prevista por manejar los fondos de pensiones que se crearan al 0,4% en lugar del 0,3% que siempre había hecho el gobierno. El “truco” estuvo en establecer un 0,3 para las entidades gestoras de los fondos y un 0,1% para las entidades depositarias, que pertenecerán al mismo grupo. Pensemos que en la motivación de la necesidad de la Ley se prevé que en unos años (bastantes) estos fondos alcancen los 300.000 millones de euros. ¡Bingo!, sin comerlo ni beberlo ya son 300 millones anuales de beneficios anuales más para la gran banca sin hacer nada.

Pero en el Reglamento definitivo ha vuelto a saltar la sorpresa o la puñalada trapera, según se mire. Por arte de birlibirloque aparece la posibilidad de cobrar nuevas comisiones de hasta un 0,55% más si los gestores del fondo deciden invertir literalmente en “..en otros fondos de pensiones abiertos, instituciones de inversión colectiva o en entidades de capital riesgo que no pertenezcan al mismo grupo de la entidad gestora..”. Dicho en “román paladino” si un fondo decide invertir en otros fondos de pensiones, letras del tesoro, productos derivados de gran riesgo, u otros instrumentos que no sean propios, podrá repercutir, aparte del 0,4% hasta un 0,55% añadido. La repera, traca y champán. De golpe pueden ser 1.650 millones de € anuales más a repartirse entre todas las entidades financieras.

Conociendo los criterios “morales y solidarios” de la Banca y otras entidades financieras, ¿alguien duda que se pondrán de acuerdo en hacer inversiones cruzadas para “rentabilizar” sus comisiones? ¿Qué organismo controlará que esto no se produzca? ¿Dónde queda el tope del 0,3% de comisión máxima para estos planes tan cacareados por el gobierno? ¿Cómo es posible un cambio tan importante entre el primer Reglamento expuesto a información pública y el definitivo publicado en el BOE? ¿Qué personas o grupos de intereses presentaron estas propuestas de modificación tan ventajosas para la oligarquía financiera y tan perjudiciales para los posibles depositantes? ¿Por qué el gobierno se ha olvidado del 0,3% máximo? ¿Conocían los diputados y diputadas que votaron favorablemente la ley que en el Reglamento se iban a aumentar de tapadillo las comisiones a cobrar?

Me temo lo peor, ni lo conocían, porque no se les dijo, ni lo conocen porque no se leen los reglamentos. Pero este es un caso de libro en el que el reglamento altera considerablemente el espíritu de la Ley, con la que por otra parte no estoy de acuerdo en su totalidad porque supone un “caballo de Troya” para el debilitamiento y destrucción del Sistema Público de Pensiones, pero ese es otro tema. De nuevo, han ganado los grandes grupos financieros, porque las comisiones definitivamente aprobadas no se alejan de lo que hoy es el mercado privado, y se ha tomado el pelo al conjunto ciudadano y especialmente a quienes creyeron a pies juntillas que los lobbies financieros se conformarían con un, para ellos, ridículo 0,3%. ¡Es el mercado amigo!, que diría el exministro del PP Rato.

Si yo fuera diputado de los de haber votado a favor, me sentiría engañado y frustrado. Con mi voto se ha aprobado una Ley que se ha visto alterada en una parte sustancial con el Reglamento, con “nocturnidad y alevosía”. Desconozco los intríngulis jurídicos, pero me choca que el reglamento haya sido publicado en el BOE en la sección de Presidencia y no en la del Ministerio de Escrivà y desde el Consulado General de España en Fráncfort. ¿Tanta prisa hay? ¿Hay cola ya para formar estos fondos y crear las entidades gestoras?

En definitiva, una jugada maestra, por torticera, del ministro Escrivà y, en definitiva, de todo el gobierno, un triunfo para la oligarquía financiera, y un mal trago para el Sistema Público de Pensiones y para los futuros pensionsitas.

Sr Escrivà, no le deseo suerte en la implantación de estos mal llamados Planes de Pensiones de Empleo que tanto ha peleado. Nos va nuestro futuro a las personas que nunca hemos representado, como usted, los intereses de la Gran Banca.

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