La hegemonía neoliberal ha perdido el optimismo histórico. Ya no se presenta ante el mundo como portador de certidumbres imaginadas, horizontes plausibles, conquistables y realizables a mediano plazo. ¿Cuáles son los retos hoy para la izquierda?
La globalización neoliberal en crisis
El Viejo Topo
25 septiembre, 2021
Vivimos la articulación imprevista de cuatro crisis que se retroalimentan
mutuamente: una crisis médica, una crisis económica, una crisis
ambiental, y una crisis política. Una coyuntura de enorme perplejidad
y angustia. Pareciera que la sociedad y el mundo hubieran perdido el rumbo, una
dirección hacia dónde ir, su destino. Nadie sabe lo que va a pasar en el corto
y mediano plazo, ni puede garantizar si habrá un nuevo rebrote o si surgirá un
nuevo virus, si la crisis económica se intensificará, si saldremos de ella, si
tendremos trabajo o ahorros. Esto da lugar a una parálisis del horizonte
predictivo, no solamente en los filósofos, que es algo normal, sino en la gente
común, en los ciudadanos y ciudadanas, en las personas que van al mercado, en los
trabajadores, obreros, campesinos, en los pequeños comerciantes. El horizonte
predictivo es la capacidad imaginada de proponernos cosas a mediano plazo,
cosas que muchas veces no suceden, pero guían nuestra acción y nuestro
comportamiento. El horizonte predictivo se ha roto, se ha
desintegrado. Nadie sabe lo que va a suceder.
La suspensión del tiempo
Es en este
sentido que propongo la categoría de un “tiempo suspendido”. A
pesar de que suceden cosas, a pesar de que brotan conflictos, problemas,
novedades, cada día estamos viviendo una suspensión del tiempo. Hay un
movimiento del tiempo cuando hay un horizonte, cuando podemos al menos imaginar
hacia dónde vamos, hacia dónde nos dirigimos. Se trata de una experiencia muy
desgarradora, una experiencia nueva que estamos viviendo, en el sentido de que
no existe una dirección hacia dónde ir, lo cual es angustiante.
La suspensión
del tiempo arrastra un conjunto de síntomas y consecuencias. La primera de
ellas es lo que podríamos denominar “un ocaso de época”. El mundo está
asistiendo al prolongado, conflictivo y agónico cierre de la globalización
neoliberal. Estamos en un proceso emergente de desglobalización
económica que se ha ido acentuando, pero que comenzó hace cinco o diez años
atrás con idas y vueltas. La primera oleada de globalización se dio en el siglo
XIX, hasta principios del XX, y la segunda a finales del siglo XX, entre 1980 y
el 2010. Esta segunda oleada de globalización ha entrado en un proceso
de una deshilachamiento parcial, en un proceso de desglobalización económica
parcial. Hay cuatro datos que permiten afirmar esta hipótesis:
Primero, el
comercio mundial tenía una tasa de crecimiento, entre 1990 y 2012, de dos a
tres veces por encima de la tasa del crecimiento del PIB global. Desde el 2013
hasta el 2020 es menor o, en el mejor de los casos, igual a la tasa del
crecimiento del PIB. El comercio, que es la bandera de los mercados
globalizados, se ha reducido, según informes de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE.
El segundo dato
es que los flujos transfronterizos de capital, que entre 1989 y 2007 habían
crecido del 5% al 20% respecto al PIB mundial, pasaron a tener una tasa menor
al 5% entre 2009 y la actualidad.
El tercer dato
es la salida de Inglaterra de la Unión Europea, el Brexit, que ha establecido
un límite a la expansión, al menos por el lado de Occidente, de esta
articulación de mercado, economía y política europea. Por su parte, Estados
Unidos inicia con el gobierno de Trump un proceso gradual de repatriación de
capitales bajo el lema “América Primero”. En su gobierno, Trump desplegó una
guerra comercial contra China, pero también contra Canadá y luego contra
Europa. Destapó viejos fantasmas de seguridad nacional para intentar impedir
que China tome el liderazgo mundial y controle la red 5G. Además, el COVID-19
ha acelerado los procesos de reagrupación de las cadenas de valor esenciales,
para que no se repitan procesos que se dieron en Europa cuando, entre países
supuestamente pertenecientes a la misma unión comercial, se peleaban en la
frontera por los respiradores e insumos médicos. Este control les permite no
depender de insumos de China, Singapur, México o Argentina, o del país que
fuera. Entonces, tenemos un escenario paradójico con China y Alemania aliadas
por el libre comercio y Estados Unidos e Inglaterra aliados en una mirada
proteccionista de la economía y del mundo. En los años 80, estos dos últimos
países encabezaron la oleada globalizadora con Ronald Reagan y Margaret
Thatcher, y ahora son sus líderes los que encabezan una mirada proteccionista y
los comunistas, a la cabeza de China, los que convocan a todo el mundo a abrir
fronteras y a no impedir que la globalización se detenga.
Un último dato
de esta desglobalización parcial que estamos viviendo es el documento que acaba
de publicar el Fondo Monetario Internacional. Hay un monitor fiscal y un
reporte de la economía mundial que presenta un conjunto de recomendaciones
sorprendentes, paradójicas, e incluso chistosas viniendo del FMI: “hay que
prorrogar los vencimientos de la deuda pública”. Es decir, están proponiendo
que los países no paguen su deuda pública, que prorroguen y que establezcan
mecanismos de repagos para los siguientes años. No se olviden que el FMI junto
con Merkel y el Deutsche Bank fueron los que se impusieron sobre Italia, luego
sobre Irlanda y finalmente sobre Grecia, para obligar a que asuman sus
compromisos de endeudamiento. El informe sugiere “incrementar los impuestos
progresivos a los más acaudalados”, no es el programa de un partido de
izquierda radical, es la recomendación del Fondo Monetario. También, propone
impuestos “a las propiedades más costosas, a las ganancias de capital, y a los
patrimonios”, siendo incluso más radical que algunas propuestas que se habían
manejado en los grupos de izquierda del continente. Sigue con “modificar la
tributación de las empresas para asegurarse de que paguen impuestos”. Es decir,
pide ser más audaces y modificar el sistema tributario porque hay muchos ricos
que han evadido los impuestos. Cierra con una sugerencia para la tributación
internacional a la economía digital, apoyo prolongado a los ingresos de los
trabajadores desplazados e incremento de la inversión pública. Se trata de un
programa de reformas que hace un año era impensable, era una herejía que
viniera de estos organismos internacionales que funcionan como el cerebro del
capitalismo mundial.
Esto está
marcando una modificación del espíritu de la época. Algo está cambiando. Se
acabó el recetario de austeridad fiscal, la amenaza de que espantar a los ricos
imponiéndoles impuestos nos hará perder riqueza y empleos. Hay una modificación
de los parámetros epistemológicos con los que este sector del capital mundial
estaba mirando lo que se viene en términos de esta articulación de la crisis
ambiental, médica, económica y social. Evidentemente,
hay un miedo a las clases peligrosas y a los estallidos sociales que está
llevando a un cambio de 180º de las posiciones de políticas económicas que
impulsan estos ideólogos del capitalismo mundial, y que habían comandado todo
el neoliberalismo desde los años 80 hasta el 2020, en términos de reducción del
Estado, de la inversión pública, de los impuestos a la gente rica y de apoyos
sociales a los trabajadores. No sabemos si será temporal, pero se trata de un
giro sustancial.
El desgaste de la hegemonía neoliberal conservadora
Un segundo
efecto de este tiempo suspendido es lo que podemos calificar como un estupor y
cansancio de la hegemonía neoliberal conservadora implementada en los últimos
40 años. No es que se acabó, puede durar un buen tiempo más, pero ha perdido su
capacidad de regeneración, de impulso irradiador y de articulación de
esperanzas. El neoliberalismo se mantiene por la inercia, por la fuerza de la
herencia pasada. Esto lo visualizamos en la crisis de los instrumentos que habían
sido fetichizados para organizar el futuro.
El
neoliberalismo utilizó tres instrumentos para crear un relato, un imaginario,
falso en los hechos, pero creído por mucha gente sobre quiénes organizaban el
futuro: el mercado, la globalización y la ciencia. El mercado globalizado ha mostrado que no es un sujeto cohesionador. Frente
a la crisis del virus y a la expansión de los contagios, ningún mercado hizo
nada. Al contrario, los mercados escondieron la cabeza como avestruces y lo que
salió a relucir como la única y última instancia de protección social fueron
los Estados. La globalización, como un ideario de modernización, mejora de la
vida y de expansión ilimitada de las oportunidades, ya no tiene la capacidad
para contener a los descontentos, para organizar a la gente que tiene miedo ni
para calmar las preocupaciones de los angustiados. La ciencia, en la que se
depositó de manera imaginada y tergiversada una potencia ilimitada y una
capacidad infinita para transformar y resolver los problemas de la humanidad,
ahora muestra sus límites. Hay cosas que los humanos no podemos resolver,
enfrentar o remontar, fruto de nuestras propias acciones. La ciencia también
tiene un horizonte de época, puede resolver muchas cosas y otras no. Se
requiere mucho tiempo, esfuerzo, recursos y una modificación de los
comportamientos para que la ciencia pueda abarcar y resolver los problemas que
estamos ocasionando, especialmente por nuestra manera de haber roto metabólica,
orgánica y racionalmente nuestra relación con la naturaleza.
Todo esto
significa que la hegemonía neoliberal ha perdido el optimismo histórico. Ya no
se presenta ante el mundo como portador de certidumbres imaginadas, horizontes
plausibles, conquistables y realizables a mediano plazo. Las certezas
imaginadas del futuro se han quebrado y este es ahora el nuevo sentido común.
Ahora nadie puede decir cuál es el destino de la humanidad. La humanidad nunca
tiene un destino, siempre es una incertidumbre, pero las grandes hegemonías lo
que hacen es crear un imaginario del destino de la humanidad. Las ideologías y
las hegemonías tienen una facultad performativa: la capacidad de crear lo que
enuncian. Esta capacidad es la que perdió la hegemonía neoliberal planetaria
porque ya no tiene la fuerza de despertar entusiasmo, crear adherencias
duraderas, ni proponer un horizonte factible en el tiempo. Es un momento de
cansancio y de estupor hegemónico, un momento que habilita una nueva
materialidad de la hegemonía, que se vuelve porosa. Ya no se presenta como un caudal imbatible que va hacia un lado, sino como
aguas estancadas, donde se filtran otro tipo de sustancias, otro tipo de
elementos. Por lo tanto, estas aguas estancadas de la hegemonía conservadora
hablan de la parálisis del horizonte predictivo. Repito: no es el fin ni del
neoliberalismo económico ni de la hegemonía neoliberal. Es un momento de
cansancio, de agotamiento y debilitamiento que puede arrastrarse incluso
todavía años, cada vez con más dificultades, con menos irradiación, con menos
entusiasmo, con menos capacidad de generar adherencias duraderas y
legitimidades activas.
Ruptura del consenso neoliberal político y económico
La tercera
característica de este ocaso es la ruptura del consenso neoliberal político y
económico. Desde los años 80, la hegemonía neoliberal pudo desarrollarse en los
ámbitos económicos y discursivos porque fusionó dos cosas: la economía de libre
mercado y la democracia representativa. Esto le dio mucha fuerza. Había una
retroalimentación entre el horizonte económico que buscaba reducir el Estado,
entregar los bienes públicos a los actores privados, regular y fragmentar la
fuerza laboral, reducir salarios y derechos, con un sistema de democracia
representativa. Luego de la caída del muro de Berlín y del comunismo como una
alternativa a la sociedad capitalista, todas las élites, sean de izquierda o
derecha, habían apostado por el neoliberalismo, con un sentido un poco más
social o más empresarial, porque compartían el mismo horizonte sobre el destino
de la humanidad.
Luego de 40
años, ese núcleo de economía de libre mercado y democracia representativa
comienza a dislocarse y disociarse, mientras surge un neoliberalismo cada vez
más enfurecido. Esta es una de las características de la época. Cada
año vamos a tener un replanteamiento de la propuesta neoliberal, cada vez más
enfurecida, autoritaria, racista, xenofóbica, antiliberal, antifeminista, cada
vez más vengativa, cada vez más fascista. Es lo que ha pasado en América Latina
y en otras regiones del mundo. El caso del golpe en Bolivia, la situación de
Brasil, Estados Unidos, Polonia y muchos otros países. Hay un neoliberalismo
cada vez más autoritario, como una manera de atrincherarse, cuando sus fuerzas
y su capacidad de atracción van menguando.
Además, por
primera vez, la democracia comienza a presentarse como un estorbo para las
perspectivas neoliberales. Se perdió el
optimismo de los años 80 y ahora se miran con sospecha las banderas
democráticas porque hay una divergencia entre las élites. Es decir, por un
lado, hay élites que propugnan por continuar con el neoliberalismo: hay que
enriquecer a los ricos, voltear de arriba abajo a los pobres, seguir
privatizando y manteniendo la austeridad fiscal; y, por otra parte, hay élites
y bloques sociales dispuestos a implementar otro tipo de políticas más híbridas:
preocuparse de los pobres, replantearse los temas de la propiedad, los
impuestos, el potenciamiento de lo común, entre otras cuestiones. Esta
divergencia y la falta de un mismo horizonte de expectativas compartido
preocupan a las élites neoliberales que comienzan a mirar con sospecha, recelo
y distancia a la propia democracia y a los procesos electorales.
Tendencias de la suspensión del tiempo en el futuro inmediato
En este tiempo
suspendido y de quiebre del horizonte predictivo podemos identificar cuatro
tendencias para el futuro inmediato.
La primera está
sucediendo en el debate de los grandes centros pensantes del capitalismo
mundial: la revitalización de los Estados como sujeto
protagónico. Esto ocurre bajo dos modalidades. La primera es la revitalización
de la utilización de recursos públicos para atenuar las pérdidas o ampliar las
ganancias empresariales. Esta es la vieja modalidad neoliberal que busca
achicar el Estado, pero para agrandar sus riquezas con los bienes comunes que
están bajo control o bajo propiedad del Estado. Actualmente, se está utilizando
dinero público para la compra de acciones de las grandes empresas que han visto
afectada su producción o comercialización por el confinamiento de los últimos
meses.
Según un
informe del Fondo Monetario Internacional, en octubre de 2020 las economías
avanzadas habían utilizado capital propio de los Estados equivalente a un 11%
de sus PIB en préstamos y garantías, y un 9% en gasto adicional. Es decir, las
economías avanzadas, como Estados Unidos, Inglaterra, España, Italia, Alemania,
Noruega, Suecia, Dinamarca, Japón o Canadá han utilizado entre el 15% y el 20%
de sus PIB para comprar acciones de empresas, nacionalizar las pérdidas
corporativas, entregar crédito a los bancos o amortiguar la reducción de
ganancias de las empresas. Se trata de una revitalización del Estado,
pero en términos de monopolios privados.
Otra modalidad
de revitalización que pugna también por sobresalir es la del Estado en su
dimensión de comunidad, que busca la protección social, mejorar salarios,
ampliar derechos, aumentar la inversión pública, proteger a los más débiles,
invertir en salud y en educación, crear empleos o nacionalizar empresas
privadas para generar recursos públicos en favor de la gente.
Todo Estado
tiene estas dos dimensiones. Como señala Marx, “el Estado es una comunidad
ilusoria”, que tiene la dimensión de los bienes comunes (la riqueza es un bien
común, los impuestos son un bien común, las identidades son bienes comunes),
pero son bienes comunes de administración monopólica. Lo que están haciendo las
fuerzas conservadoras es utilizar los bienes comunes para beneficio privado, a
través del potenciamiento de lo monopólico del Estado; en tanto que las fuerzas
sociales progresistas se esfuerzan por la ampliación del Estado como comunidad
con bienes para ser distribuidos y utilizados por la mayoría de la población.
Hacia dónde se incline el Estado dependerá de las luchas sociales, de la
capacidad de movilización, de gobernabilidad vía parlamento y en las calles, de
la acción colectiva, etcétera.
Una segunda
tendencia del momento actual es el uso del excedente económico de cada
sociedad. En los siguientes meses y años se van a incrementar las
luchas sociales, políticas e ideológicas entre los distintos partidos,
conglomerados, grupos de presión, clases y movimientos sociales, para
determinar quién se va a beneficiar con los recursos públicos que son escasos.
Con necesidades muy grandes y bienes escasos, ¿se beneficiará al sector
empresarial, trabajador, campesino, obrero, medio? ¿A la burocracia, a los
terratenientes, a los hacendados o a los banqueros? Los Estados se están
endeudando una o dos generaciones por delante y están emitiendo más dinero para
que haya circulante y movimiento económico. Ahí aparecen dos querellas: por
el uso de ese dinero y por quién va a pagar ese dinero.
La tercera
tendencia es lo que podemos definir como apertura cognitiva de la
sociedad. En la medida en que las viejas certidumbres se vuelven más
rudimentarias y ásperas, y que el horizonte predictivo de la sociedad
neoliberal se achica, la gente comienza a abrir su capacidad y disposición para
recibir nuevas ideas, creencias y certidumbres. Los seres humanos no pueden
permanecer indefinidamente sin horizontes de predicción más o menos estables y
de mediano plazo. Es una necesidad humana porque necesitamos “terrenalizar”,
necesitamos anclar la proyección de nuestras vidas, acciones, trabajo,
esfuerzos, ahorros, apuestas académicas y amorosas en un tiempo más o menos
previsible. Cuando eso no se da, se busca por donde sea. Esta es la base para
el surgimiento de propuestas muy conservadoras, cuasi fascistas, que es lo que
está sucediendo en algunos países del mundo. En Bolivia, los perdedores de las
elecciones han ido a rezar ahí, han ido a hincarse ante los cuarteles para
pedir que los militares tomen el gobierno. La salida ultraconservadora,
fascistoide reunió a toda la gente que se metió en el golpe de Estado: Añez,
Carlos Meza, Tuto Quiroga, la Organización de Estados Americanos, OEA. Esto es
algo nunca había sucedido en el continente, ni en los años 70, en el
continente. Ahora vemos esas imágenes patéticas del abandono de la racionalidad
política para pedir este tipo de salidas.
La cuarta
tendencia son los gigantescos retos para las fuerzas progresistas y de
izquierda del planeta para enfrentar la gravedad de este horizonte predictivo
quebrado y diluido. Simplemente voy a mencionar los seis temas que
cualquier propuesta debería abordar al momento de asumir la batalla por el
sentido común y por el horizonte predictivo de la sociedad en los siguientes
meses y años:
1. La democratización política y económica, y sus distintas variantes. Esto es
lo que algunos denominan la posibilidad de un socialismo democrático.
2. La lucha contra la explotación, incluyendo no solamente la distribución de
la riqueza sino también la democratización de las formas de concentración de la
gran propiedad.
3. La desracialización y la descolonización de las relaciones sociales y de los
vínculos entre los pueblos y entre las personas incluidas al interior de las
organizaciones.
4. Los procesos de despatriarcalización y la reivindicación de la soberanía de
las mujeres sobre la gestión de sus cuerpos y de sus vínculos.
5. Un ecologismo social que no mire a la naturaleza como un parque, sino que
vea la naturaleza en su relación con la sociedad. Se requiere un enfoque que
restablezca el metabolismo racional entre el ser humano y la naturaleza,
tomando en cuenta la satisfacción de las necesidades básicas imprescindibles de
la gente más humilde, de los pobres y de los trabajadores.
6. Un internacionalismo renovado. Los retos de la izquierda y de las fuerzas
progresistas en los siguientes años van a radicar en la capacidad de impulsar
propuestas de democratización política y económica cada vez más radicales.
Creo que
estamos ciertamente ante tiempos sociales muy estremecedores. Paradójicamente,
a pesar de que hablamos de un tiempo paralizado, se están desarrollando
local y tácticamente un conjunto de luchas, convulsiones e inestabilidades
permanentes que nos indican que las victorias del lado conservador y las
victorias del lado progresista o de la izquierda, tampoco han de ser
duraderas. Es un tiempo en que nada ha de ser duradero durante un periodo
prolongado. Cada victoria de las fuerzas conservadoras tendrá pies cortos y
podrá derrumbarse, y cada victoria de las fuerzas de izquierda podrá tener pies
cortos si es que no sabe corregir errores e impulsar un conjunto de vínculos
con la sociedad.
Este es el
conjunto de ideas que quería compartir con ustedes sobre nuestro tiempo
presente.
Fuente: Página 12.
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