MAYO DEL 68. TRES LECCIONES QUE DEBE APRENDER EL MOVIMIENTO OBRERO
Octubre 24.05.2018
Pocos acontecimientos en la
historia contemporánea han suscitado un número tan grande de intentos de
comprensión y explicación. En las apretadas líneas que siguen nos proponemos
resaltar tres de las lecciones que podemos extraer de aquellos acontecimientos.
Algo de contexto
El capitalismo
genera continuamente una anomia entre lo que promete y lo que es capaz de
cumplir. Así, los años previos al 68 la bonanza económica pareció asegurar a la
clase obrera, a la pequeña burguesía y a las otras capas de la sociedad un
porvenir de satisfacción plena de las necesidades económicas, culturales…
Cuando la realidad demostró que las ilusiones eran vanas y que la única clase
beneficiada era la burguesía, la frustración no tardó en aparecer.
En este clima,
el PCF eurocomunista va perdiendo a pasos agigantados su carácter
revolucionario y deja a la clase obrera huérfana de dirección política, que
pasa a ser ocupada, sobre todo entre sectores del estudiantado, por
intelectuales procedentes de la pequeña burguesía y de filiación, en muchos
casos, declaradamente anticomunista.
En lo que
respecta a la escena internacional, la Revolución cubana, la brutal guerra de
Argelia y la guerra de Vietnam, particularmente la ofensiva del Tet en enero
del 68, son los espejos cada vez más potentes sobre los que se refleja la
verdadera naturaleza del capitalismo y sirvieron de inspiración a un número
cada vez mayor de personas.
El detonante y los acontecimientos
Sólo faltaba el
detonante que encendiera la mecha de las revueltas. Y se encendió a finales de
abril cuando un grupo de estudiantes de la Universidad de Nanterre se manifestó
en apoyo a varios estudiantes que habían sido detenidos bajo la acusación de
atacar intereses norteamericanos en el marco de una protesta contra la guerra
de Vietnam. La respuesta vino por parte de las organizaciones de ultraderecha,
que invadieron la universidad el 2 de mayo.
La primera
semana de manifestaciones tuvo su culmen la noche del 10 de mayo, cuando miles
de estudiantes llenan de barricadas el Barrio Latino y el despliegue de carros
blindados por París.
Para el día 13
se convoca una huelga general en todo el país y los acontecimientos adquieren
una nueva dimensión. Millones de trabajadores y trabajadoras secundan la
huelga. Aunque el movimiento estudiantil ha animado al movimiento obrero, en
ningún caso puede afirmarse que haya una relación de causalidad. No en vano,
durante toda la década de los 60 se sucedieron huelgas obreras de calado cada
vez mayor. Si 1967 acabó con numerosas huelgas en todo el país, 1968 nació con
las mismas perspectivas.
Ante la pujanza
del movimiento obrero y estudiantil, el gobierno recula, hasta que a finales de
mayo De Gaulle declara disuelta la Asamblea y convoca elecciones para finales
de junio. Y así, restablecida la ilusión parlamentaria, se van apagando los
últimos focos de la revuelta.
Varias preguntas
Sin embargo,
quedan cuestiones que responder: Mayo del 68’ ¿fue una revolución?, ¿qué papel
jugaron en el desenlace los distintos actores políticos? ¿y las distintas
clases?
Empecemos por
los dos últimos aspectos. Como ya hemos visto, la situación política de la
clase obrera francesa era ambivalente. Por una parte, la década de los sesenta
supuso un auge de la lucha obrera como no se había visto desde antes de la
última guerra mundial, de hecho, la conflictividad laboral estaba en alza
cuando llegó mayo del 68. Sin embargo, el papel del PCF como dirigente natural de la clase obrera no sólo dejó
mucho que desear, sino que, además, tuvo una nefasta influencia en el desenlace
de los acontecimientos.
Con la ventaja
que da la perspectiva del tiempo, hoy sabemos que verdaderamente no pudo ser de
otra manera. El revisionismo imperante en el PCUS después del XX Congreso abrió
las puertas para que sus homólogos occidentales trocaran el marxismo-leninismo,
que había llevado a la clase obrera al poder, por la corriente eurocomunista,
que prometía grandilocuentemente un triunfo pacífico de la Revolución a cambio
de un pacto social con la burguesía.
En apenas tres días,
el PCF y su sindicato, la CGT, dan muestras prácticas de lo que significa el
eurocomunismo. Efectivamente, entre el 25 y el 27 de mayo se sustancian, entre
los sindicatos —la CGT entre ellos— la patronal y el Gobierno Pompidou los
llamados Acuerdos de Grenelle que, aunque nominalmente suponían la mejora del
salario, no eran, ni de lejos, lo que la subjetividad política de la clase
obrera reclamaba. En segundo acontecimiento se produce el mismo día 27, cuando
en un mitin multitudinario el PCF se aviene a lo que llama un “gobierno
popular” que, a efectos prácticos, significaba renunciar a la posibilidad de
unan insurrección, como clamaban cada vez más sectores del movimiento obrero,
en favor de un frente de izquierdas con el sector de la burguesía encabezado
por François Miterrand. Cuando días después el propio De Gaulle disuelva la
Asamblea y convoque nuevas elecciones, el PCF terminará su labor de desmonte de
la movilización llamando, no ya a proseguir las huelgas, sino simplemente a
votar. Ambos acontecimientos tuvieron el efecto de cortar las alas al
movimiento obrero y recluirlo, una vez más, en los controlables cauces del
parlamentarismo burgués.
Sin una
dirección revolucionaria —como hemos anotado— la dirección política del
movimiento obrero y estudiantil quedó expedita en manos de intelectuales de
extracción pequeñoburguesa que, más allá de una fraseología revolucionaria,
sólo buscaban un mejor acomodo en el sistema capitalista. La mayoría de ellos
profesores de las distintas universidades francesas, lo que les granjeó una
oportunidad inmejorable de influir en el otro gran actor social de los
acontecimientos de mayo. Efectivamente, el estudiantado, una compleja amalgama
de jóvenes procedentes de familias de la pequeña burguesía y, los menos, de extracción
obrera, vieron en la intelectualidad francesa, muchos de ellos sus propios
profesores, a sus dirigentes naturales.
Uno de ellos fue
Alain Touraine, maestro de Cohn Bendit en Nanterre, a la sazón unos de los
líderes del movimiento estudiantil. Touraine —como ya lo había hecho Marcuse—
no escatimó descalificaciones a la clase obrera como sujeto revolucionario en
favor de los nuevos movimientos sociales,
devenidos, a su juicio, en verdaderos representantes del interés general.
Touraine, siendo consecuente con su posición clasista, afirmó que esos nuevos
movimientos “no se orientarán a la toma del poder sino al cambio de sociedad”.
A la par con la
realidad universitaria, carente de un verdadero discurso de clase, surgieron al
calor de los acontecimientos grupúsculos izquierdistas de todo pelaje.
Maoístas, troskistas o los “consejistas” de Anton Pannekoek, coloreados de
anarquismo galopante, proliferaron como setas después de la lluvia,
contribuyendo a desdibujar un frente unitario de lucha revolucionaria en favor
de las más diversas aspiraciones. El saldo final de este batiburrillo
ideológico fue un movimiento estudiantil combativo, pero sin dirección
revolucionaria, carente de un proyecto común desde el que entablar una alianza
estratégica con la clase obrera con la vista puesta en la toma del poder.
La cuestión de
la toma del poder nos lleva a nuestras primeras preguntas: ¿qué fue Mayo del
68? Por las líneas que anteceden habrá quedado ya claro que, en términos
generales, la cuestión de la toma del poder y la revolución socialista no
figuraba entre los objetivos de los sujetos políticos de los acontecimientos de
mayo. No era, pues, la revolución lo que estaba en juego, sino una distinta acomodación dentro del
capitalismo realmente existente. Y ello pese a que, en el momento álgido de las
protestas, cuando el gobierno no se atreve a recurrir de forma generalizada a
la represión, pareció abrirse en el horizonte una situación de vacío de poder.
En un escenario
de vacío de poder, con una huelga que pretendía tener un carácter
revolucionario, ¿pudo llegarse a una insurrección armada? Acudamos a una
experiencia histórica. Lenin, al calor de los sucesos de febrero a octubre
1917, comprendió que la insurrección, que finalmente daría lugar a la
Revolución de Octubre, podía triunfar
por una doble razón fundamental: la mayoría del pueblo ruso había comprendido
por la fuerza de los hechos que la situación era insostenible y el partido
bolchevique era el único que ofrecía “a todo el pueblo la salida certera, al
demostrarle «en los días de la korniloviada» el significado de nuestra
dirección”. En otros términos, para que una insurrección acabe en victoria son
necesarios dos factores: por una parte, que la clase obrera —y sus aliados—
esté dispuesta a sostener una lucha armada hasta el final y, por otro, la
existencia de un partido comunista, ideológicamente armado y capaz de dirigir
la lucha de las masas.
Esta, como se ha
comprobado líneas arriba, no era la situación del mayo francés. La influencia
ideológica diversa de los actores sociales y políticos y la deriva revisionista
del PCF, que le inhabilitaba como referente revolucionario entre las masas,
impedía, de facto, un triunfo de una
hipotética insurrección.
A modo de conclusión: tres lecciones de Mayo del 68’
Acabemos estas
breves líneas con una última pregunta: ¿cuál fue el saldo de las protestas de
mayo?
Cuando a finales
de junio se celebran las elecciones, sólo hubo un ganador: las fuerzas gaullistas arrasaron, obteniendo una
mayoría absoluta con la que nunca habían soñado. Las fuerzas que habían
defendido la táctica electoralista del gobierno
popular, principalmente el PCF, sufrieron una derrota en toda línea de la
que ni aun hoy se han repuesto. Y esa es la primera lección: en el
parlamentarismo burgués siempre gana la burguesía, de un modo u otro.
Pero, más
importante aún, la derrota del movimiento obrero fue mayor. Aunque en primer
momento, por cuestiones tacticistas, la burguesía gala pactó con los sectores
reformistas algunas mejoras laborales, muy pronto se vinieron abajo. Los
“éxitos” que el reformismo había pregonado se demostraron como simples migajas
que se desvanecieron en el aire con el soplo de la crisis económica del 73’. Y
esa es la segunda lección: la política de la conciliación de clases en el marco
de un estado burgués siempre se salda con la derrota temprana de la clase
obrera.
La tercera
lección es causa de las dos anteriores. La ausencia de un Partido de
vanguardia, “templado en la lucha”, deja a las masas obreras y populares
huérfanas de una dirección política revolucionaria que sepa analizar
correctamente el momento histórico en orden a convertir las luchas aisladas y
espontáneas en un verdadero levantamiento popular que sitúe el problema de la
revolución socialista como horizonte de lucha cercano. Ya hemos visto cómo la
deriva eurocomunista del PCF le incapacitó, de
facto, para ejercer esa tarea y consecuentemente no jugó un papel de
dirección política en las protestas.
En ese contexto,
otras clases, o capas, sociales se prestan a ejercer esa dirección política,
pero no con orientación obrera y de salida revolucionaria, sino en la espuria
defensa de sus intereses particulares. La pequeña burguesía intelectual, como
hemos visto, no tardó en ponerse al frente de las protestas, encausándolas
hacia sus intereses objetivos.
El saldo final
de los acontecimientos de Mayo del 68’—no sólo del mayo francés, aunque en éste
nos hayamos centrado por cuestión de espacio— fue una derrota del movimiento
obrero y popular y una quiebra de las ilusiones de lucha de millones de hombres
y mujeres que trajo consigo, en las décadas siguientes, un aumento de la
desmovilización social que sólo poco a poco se está superando. Pero también —y
con esto debemos quedarnos— aportó valiosas lecciones que el conjunto del
movimiento obrero debemos aprender y asimilar en la lucha diaria por nuestro
presente y nuestro futuro.
Armiche Carrillo, miembro del Comité Central del PCPE.
Artículo publicado en el nº1 de Nuestra Política, revista
teórica y política del PCPE.
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