Hoy, se descalifica como
fascista a cualquiera, por muy antifascista que sea. Por eso conviene leer este
clarificador artículo y entender qué es –hoy– el fascismo y cuál es su
naturaleza. Más de una/o se llevará una sorpresa.
Las diferentes caras del fascismo de hoy
Boaventura de Sousa Santos
El Viejo Topo
28 diciembre, 2023
Decía Primo
Levi que cada época tiene su fascismo. ¿cuál es el fascismo de nuestra época? Defino
fascismo como la condición sociopolítica de concentración de capital que, sin
control democrático, legitima la total indiferencia por la humanidad del otro.
El fascismo, por tanto, es un fenómeno propio de las sociedades capitalistas.
He venido distinguiendo entre fascismo social (cuando un grupo social tiene el
derecho de veto sobre la vida de otro grupo) y fascismo político (un tipo de
régimen autoritario). Hoy pienso que estamos avanzando hacia ensamblajes
fascistas en los que se combinan componentes anteriormente distintos
(culturales, económicos, sociales y políticos). El fascismo de nuestra época
presenta las siguientes caras: neodarwinismo social, religión política, extrema
derecha tradicional, guerra jurídica, individualismo acidioso. Cualquiera de
ellas es compatible con la democracia, siempre y cuando esta no sea mucho más
que un juego de apariencias.
Neodarwinismo
social. El neoliberalismo, como política económica, es un
dispositivo de concentración de riqueza mediante transferencias de recursos de
las clases pobres y medias a las clases altas a través de la reducción de las
libertades propuestas por el liberalismo a la libertad económica. Como política
social, el neoliberalismo se manifiesta como un neodarwinismo social:
sacralización de la autonomía individual en paralelo con la negación de las
condiciones para ser verdaderamente autónomo, lo que lleva a defender la
incapacidad del Estado para mitigar la desigualdad de oportunidades;
glorificación del orden, de la seguridad y de la tranquilidad, garantizadas por
la represión policial y el encarcelamiento masivo de los descontentos o
inconformistas; conversión de la riqueza y del poder económico en criterios
privilegiados de dignidad humana; la cooperación y el altruismo se consideran
antinaturales; los medios son siempre más contingentes y desechables que los
fines; la producción de muerte es un daño colateral en la lucha por el éxito o
el poder.
Religión
política. El nazismo, el fascismo y el propio comunismo
soviético o chino han sido considerados por algunos de sus ideólogos y
opositores como religiones secularizadas. En el sentido aquí propuesto, la
religión política es la conversión de un credo religioso convencional en una
ideología política antisecular y antipluralista. Esta conversión radica en la
movilización de la creencia, de la fe y del ritual religioso para crear una
comunidad de elegidos cuya misión es salvar a la humanidad de un apocalipsis
amenazador e inminente. Esta conversión puede o no estar asociada a ideas de
superioridad racial o de pueblo elegido, pero su vocación es siempre
antidemocrática. Cuando domina el Estado, tiende a transformarse en una
teocracia. La religión política se presenta en la actualidad en tres versiones
principales: el neopentecostalismo, el sionismo y el islamismo radical.
Aunque el
término es controvertido, el neopentecostalismo surgió de una «renovación
carismática» del protestantismo, sobre todo en Estados Unidos; y, bajo su
influencia, se expandió por toda América Latina, en especial desde finales de
la década de 1960. Siendo un fenómeno heterogéneo, sus manifestaciones
predominantes se caracterizan por la fuerte inversión emocional de los
creyentes (trances y glosolalia), la idolatría de la prosperidad económica y la
culpabilización individual de la pobreza, una concepción empresarial de las
iglesias (la plusvalía sagrada convertida en megaiglesias multinacionales) y
una acción política activa de tendencia conservadora y ultraconservadora,
especialmente a través de la creación de partidos religiosos, del proselitismo
homófobo y sexista, y de la demonización de las políticas de izquierda,
convertidas en fantasmas del comunismo, es decir, de la perdición apocalíptica.
Financiado por organizaciones ultraconservadoras e incluso de extrema derecha,
el neopentecostalismo, cuando no rechaza la democracia, la concibe de manera
instrumental: la acepta en la medida en que puede ponerla al servicio de su
«misión».
El sionismo nació
como un movimiento judío nacionalista (el primer congreso sionista se realizó
en Basilea en 1897, con Theodor Herzl como inspirador). Su objetivo fundamental
era establecer un Estado judío en Palestina, brindando así un refugio seguro
para los judíos, históricamente perseguidos a pesar de (o por) ser considerados
el pueblo elegido. La ideología política original era predominantemente
socialista (sionismo laborista) y era muy minoritaria dentro del judaísmo, siendo
criticada tanto por la izquierda judía (bundistas) como por la derecha
(ortodoxos y ultraortodoxos). El holocausto produjo un cambio ideológico
profundo en el sionismo. Y la construcción del Estado de Israel mediante la
expropiación de los palestinos, y todo lo que ha seguido hasta hoy, muestra en
qué medida el sionismo se transformó en un movimiento de derecha y extrema
derecha. Este cambio ideológico encontró respaldo no solo entre fuerzas
políticas judías, sino también entre fuerzas convergentes, incluido el sionismo
cristiano, con gran poder económico, principalmente en Estados Unidos. Desde el
horror del holocausto hasta el horror de Gaza, hay una diferencia estadística
que, por usar una expresión de Hannah Arendt, nunca resulta decisiva frente a la
«sacralidad de la vida». Las ideas de privilegio ontológico, ya sea la del
pueblo elegido o la de la superioridad de la raza aria, cuando se convierten en
ideario político, tienden a las «soluciones finales» para los enemigos.
El islamismo
radical o fundamentalista es una versión del islam basada en el
rechazo a la cultura occidental y al colonialismo e imperialismo que la
difundieron en el mundo islámico desde el siglo XV (sin contar la época de las
cruzadas) hasta nuestros días. Internamente muy heterogéneo, se manifiesta
generalmente por un profundo anticolonialismo, el rechazo del secularismo y la
aplicación de la ley islámica (sharia) tanto en el ámbito privado como en el
público. Su expansión en los últimos cien años surge del fracaso de la izquierda
secular y de los movimientos liberales nacionalistas considerados cómplices de
las frustraciones del desarrollismo, el secularismo y la modernización
promovidos por los países capitalistas occidentales y el reformismo islámico.
El islamismo radical es un fenómeno de las sociedades capitalistas, como
resistencia contra la modernidad occidental y contra el capitalismo, aunque
algunas de sus versiones (el wahabismo en Arabia Saudita) conviven con las
formas más depredadoras del capitalismo. En su versión política más radical,
aspira a ser una teocracia que sólo admite formas muy truncadas de pluralismo y
democracia. Es patriarcal y reprime al propio feminismo islámico.
Extrema derecha
tradicional. Es heredera del fascismo y del nazismo de la primera
mitad del siglo XX. Tras la derrota histórica de estos regímenes políticos,
permaneció como ideología y práctica de pequeños grupos, a veces clandestinos,
con actos criminales de carácter racista y xenófobo. En los últimos quince años
ha tenido una notable expansión, en gran medida debido a la crisis de la
socialdemocracia inducida por el neoliberalismo, la globalización
auto(des)regulada del capital financiero y el aumento de los movimientos
migratorios. Al igual que el fascismo y el nazismo, la extrema derecha tiene
una concepción instrumentalista de la democracia, que ve como un medio para
ascender al poder. Una vez en el poder, no lo ejerce ni lo abandona
democráticamente, como quedó claramente en evidencia en los casos de Donald
Trump y Jair Bolsonaro. Es nacionalista, racista y xenófoba, pero acepta la
globalización neoliberal, por lo que tiende a ser financiada por el gran
capital, tal como pasó con Hitler.
Guerra jurídica. Esta cara del autoritarismo fascista es la más reciente y está en
contradicción con el intento opuesto de los gobiernos conservadores de limitar
la independencia de los tribunales (Polonia, Hungría, Israel). A partir de la
década de 1970, ocurrieron dos cambios en la teoría democrática que, en
general, apuntaban a eliminar la capacidad de la soberanía popular para poner
límites a la acumulación capitalista. Este debilitamiento de la democracia
puede parecer extraño, ya que fue en esa década y en la siguiente cuando muchos
países pusieron fin a dictaduras y adoptaron regímenes democráticos (Portugal,
España, Grecia, Brasil, Argentina, Chile). Lo cierto es que todos ellos
tuvieron que afrontar dos cambios en curso. El primero consistió en eliminar la
idea de que la democracia presupone condiciones económico-sociales para
funcionar eficazmente. En vez de eso, la democracia, entendida en la versión
liberal menos densa (derechos cívico-políticos), se convirtió en la condición para
el desarrollo socioeconómico. El segundo cambio consistió en una manipulación
compleja e insidiosa de los órganos de soberanía para liberar la gobernanza del
control democrático efectivo.
Esto ocurrió en
dos fases. La primera consistió en transferir el poder político real del
parlamento al poder ejecutivo, considerado menos vulnerable a la presión
ciudadana popular. La segunda fase consiste en transferir el poder real del
ejecutivo al poder judicial, el órgano de poder más inmune al control y la
presión democráticos. Este cambio tomó principalmente la forma de “golpes
suaves”, llamados así porque aparentemente ocurrieron dentro de marcos
constitucionales, para sacar del gobierno, por medios judiciales, a fuerzas
políticas potencialmente más hostiles al neoliberalismo (lucha selectiva contra
la corrupción). Este cambio se hizo evidente en los golpes de Estado en
Honduras en 2009, en Paraguay en 2012, en Brasil en 2016, seguidos de la
Operación Lava-Jato. La guerra jurídica, término de origen militar, consiste en
la activación agresiva del sistema judicial, no para hacer justicia, sino para
neutralizar a los enemigos políticos[1].
Por lo general, implica violaciones del derecho procesal penal y utiliza como
arma principal a medios de comunicación hostiles al gobierno. Esta es una forma
de fascismo gota a gota.
Individualismo
acidioso. La acedia es una condición sociopsicológica de
agotamiento emocional, de indiferencia, de renuncia a buscar alternativas
gratificantes más allá del cuerpo individual concebido como territorio
primordial y del pequeño mundo previsible y reconfortante de las amistades
virtuales[2].
El individuo-fortaleza, hecho de debilidad (in)consciente frente a un mundo
hostil e irreformable, se vuelve más permeable a las exclusiones defensivas que
a las inclusiones arriesgadas, a la preferencia por las minicertezas antes que
las grandes dudas, a la claridad del odio contra la ambigüedad de la
fraternidad. Puede parecer extraño incluir una condición sociopsicológica entre
las nuevas caras del fascismo cuando la acedia no tiene nada que ver con el
fascismo en el sentido adoptado aquí. Temo, sin embargo, que esta condición, si
se generaliza, se convierta en un terreno fértil de reclutamiento para
experiencias de inconformismo y de ruptura antisistémica, aparentemente fáciles
y radicales, que anuncian la extrema derecha y los fundamentalismos. Es como si
el nuevo fascismo comenzara en lo más íntimo de la condición humana a la que el
capitalismo neoliberal y depredador de la naturaleza somete a los individuos.
Un auto fascismo.
Notas
[1] Dedico un capítulo a este tema en mi libro Law and the Epistemologies
of the South, Cambridge University Press, 2023.
[2] Véase mi texto sobre la acedia en el Jornal de Letras, semana del 17
al 25 de enero de 2022.
Traducción de
Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez
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