Rusia
La lucha
social: experiencia de vida y crítica proletaria
Carine
Clément
Vientosur
15.05.2019
En un contexto global de ascenso general de los
populismos, de las desigualdades, de los autoritarismos y de las políticas
económicas neoliberales, Rusia puede considerarse un caso extremo. La rapidez y
amplitud de los cambios políticos, geoestratégicos, económicos y sociales que
han sacudido el país desde la caída de la Unión Soviética han convertido este
país excomunista en uno de los más desiguales del mundo y uno de los que llevan
a cabo con mayor brutalidad el desmantelamiento de su sistema de protección
social. Esta brutalidad y este ritmo acelerado de las reformas neoliberales han
obstaculizado en gran parte las resistencias sociales frente a lo que cabe denominar,
de acuerdo con Michael Burawoy en su interpretación de Karl Polanyi, la
mercantilización forzada y socialmente devastadora. 1/
Al son de los coros que cantaban las loas a la
democracia de mercado, marcando el tono de la década de 1990, las solidaridades
se disolvieron en la lucha por la supervivencia y la desconfianza generalizada.
El desencanto se instaló rápidamente, permitiendo la instauración del régimen
putiniano, 2/
que perdura hasta hoy. Esto no quiere decir que la población se haya mantenido
completamente pasiva. Ha habido y sigue habiendo numerosas luchas sociales,
pero están fragmentadas, son de dimensiones reducidas y se centran en problemas
sociales concretos y limitados. 3/
Por todas estas razones, la aparición de una crítica
social en el seno de los sectores populares empobrecidos, descalificados e
invisibilizados llama particularmente la atención. Aquí los llamaremos
proletarios desclasados; desclasados debido tanto a la retrogradación social
brutal como al descrédito en que ha caído el discurso de clase. Si en un país
que ha dado tan radicalmente la espalda del socialismo renace la crítica
social, urge interesarse por las manifestaciones de esta crítica y por las vías
que ha emprendido para abrirse paso. En efecto, si la desigualdad y la
dominación experimentadas por los proletarios de Rusia tienen sus
especificidades asociadas a una historia, una cultura y un contexto político
concretos, la experiencia que vive la gente de abajo de esta desigualdad en su
vida cotidiana no está tan alejada de la que viven otras capas populares en
otras sociedades, Francia incluida. Rusia no es una excepción y algunos
investigadores han tomado incluso la pluma para demostrar su normalidad; 4/
muestra con una gran visibilidad lo que ocurre con el conjunto social en un
país en que se mezcla la democracia autoritaria con el neoliberalismo
postsocialista.
En la Rusia contemporánea, el conjunto social está
constituido en gran medida por sectores depauperados y precarios que no son
minoría, sino que abarcan a la mayoría de la población. Las estadísticas
oficiales de pobreza subestiman el fenómeno, ya que rebajan artificialmente el
umbral de pobreza. Según una encuesta reciente, de hecho, más de la mitad de la
población vive en la pobreza o en riesgo de caer en la pobreza, con una gran
proporción de personas asalariadas pobres. Tras la mejora del nivel de vida que
se produjo en la década de 2000, la tendencia fue agravándose con la crisis
financiera mundial de 2008 y posteriormente con la crisis derivada de la
anexión de Crimea en 2014. La caída del rublo, las sanciones económicas de
Occidente y las contrasanciones rusas, así como el descenso del precio del
petróleo, hicieron que los salarios y los ingresos reales disminuyeran
regularmente; los atrasos salariales empiezan a acumularse de nuevo; las formas
atípicas e informales de trabajo vuelven a florecer, como ya ocurrió durante la
catástrofe social y económica que marcó la década de 1990 a raíz del colapso
brutal del sistema soviético.
Asimismo, el conjunto social está en gran medida por
recomponer o unir de nuevo, ya que el traumatismo social, nacional y cultural 5/
de la década de 1990 desintegró las coordenadas sociales de la mayoría de la
población rusa, disolviendo las identidades y cortando los lazos sociales. La
terapia de choque neoliberal dejó abatida a la sociedad, eliminando las
referencias sociales existentes y obligando a la gente a replegarse sobre sí
misma o sobre sus microespacios de supervivencia. Numerosos sociólogos dudaban
incluso de hablar de sociedad con respecto a Rusia, prefiriendo términos
como camarillas 6/ o pequeña sociedad. 7/
¿Cómo llega la gente, incluidos sobre todo los y las
más desfavorecidas, a desarrollar una crítica social, componer un espacio común
y a veces incluso movilizarse en condiciones de depauperación generalizada y en
un régimen autoritario y oligárquico? Una observación atenta permite ver que se
está construyendo un espacio social en medio de ese “magma de significados
imaginarios” del que habla Cornelius Castoriadis, 8/
en un proceso de articulación improbable entre tendencias que podrían parecer
contradictorias: el descubrimiento del espacio nacional, la apertura del
imaginario social a un vasto nosotros enraizado en experiencias de
dominación y de explotación vividas como comunes y la crítica social centrada
en la contestación de las desigualdades sociales. Las reacciones a la política
de austeridad presupuestaria y de reformas liberales de la protección social y
de las pensiones aplicada por el gobierno son incomparablemente más críticas y
socialmente más comprometidas que en la década de 1990. Hoy en día, la mayoría
de las personas han recuperado sus referencias y restablecido lazos sociales;
se abren unas a otras y tienen capacidad de crítica social y de imaginario
social. 9/
La reconciliación con la experiencia cotidiana
La propaganda patriótica orquestada por el Kremlin,
que exalta una Rusia que ha recuperado su grandeza, una Rusia magnificada, rica
en recursos y dotada de la fuerza de un pueblo unido, es el primer proceso que
alimenta la crítica social. Este discurso funciona, pero no genera un apoyo
consensual a la visión de una nación una y unida, propagada por el Kremlin. Por
un lado, la mayoría de rusos y rusas redescubren que forman parte de una nación
y que pueden sentirse orgullosas de ella. Por otro, si Rusia es rica y si el
pueblo ruso es valioso, “¿cómo es posible que la gente viva tan pobre?”: esta
es la pregunta que se escucha a menudo en boca de personas de ambientes
populares.
La pregunta va más allá de la simple comparación entre
los hechos y los discursos. Para suscitar la crítica social, los hechos deben
vivirse, sentirse en la experiencia de personas que no viven su cotidianeidad
con vergüenza o desespero; también deben vivirse como algo compartido. Este es
el segundo proceso que alimenta la crítica social: la reconciliación de los
proletarios desclasados con su experiencia cotidiana, a diferencia del
sentimiento de extrañeza o desconcierto provocado por el desclasamiento y la
depauperación que acompañaron a las reformas brutales de la década de 1990. 10/Favorecida,
sin duda, por el repunte económico de la década de 2000, de la estabilización
de una situación social, aunque fuera precaria, y favorecida también por un
discurso nacionalista qua adula al pueblo. La socialidad popular, durante mucho
tiempo quebrada por las lógicas de supervivencia, del sálvese quien pueda, la
desconfianza y la competencia, aflora de nuevo. Estudios recientes sobre las
ciudades obreras rusas 11/
reflejan de este modo cómo se restablecen prácticas de socialidad gratuitas
(que no sirven exclusivamente para la supervivencia).
Mis propias investigaciones indican que la gente
aspira a reencontrarse, en abierta connivencia, para hablar y experimentar la
libertad de hablar, incluso abundando en la crítica, la incorrección y la
irreverencia. En los garajes de pequeñas ciudades de provincia, los hombres se
dedican al bricolaje o a sus pequeños tráficos, y también hablan, se confiesan
a veces, a menudo ironizan, en un espíritu de compañerismo y de desprecio por
las figuras de la jerarquía. En los patios de los bloques de pisos, las mujeres
se juntan, discuten, comparten impresiones, a veces participan en trabajos de
acondicionamiento del lugar o se indignan por la mala gestión de los servicios
municipales.
En Astraján, contemplando a las habitantes de su
inmueble ocupadas en plantar árboles en el patio, una anciana exclama que es
“como si me despertara de 20 años de hibernación”. Esta socialidad puede
remitirnos a las imágenes de discusiones interminables en las cocinas de los
apartamentos comunitarios durante el periodo soviético, pero tiene lugar menos
de una manera oculta o informal que en modo de formación de espacios, inclusive
durante las manifestaciones públicas, abiertas a la experiencia de una
fraternidad liberada de juicios morales o descalificaciones políticas. Se trata
de espacios en los que el hablante se siente seguro de ser comprendido entre
líneas por interlocutores de los que sabe que comparten la misma experiencia de
vida y en los que la connivencia se expresa menos con palabras que con gestos
de la cabeza, exclamaciones o golpecitos en la espalda.
En estos espacios de lo cotidiano emerge la crítica
social en modo a menudo irónico. Así, en Perm, con motivo de la conmemoración
tradicional del final de la segunda guerra mundial, el 9 de mayo de 2017, las
autoridades municipales organizaron un encuentro en un barrio obrero de la
ciudad. Los asistentes, en su mayoría obreros o antiguos obreros, formaban
pequeños corros, se saludaban unos a otros, bebían a escondidas (el consumo
público de alcohol está prohibido) y, sobre todo, rivalizaban en la crítica irónica
de las desigualdades y de las falsas apariencias.
Durante la fiesta se produce una conversación entre
dos compañeros obreros. Uno exclama: “Puede que Putin sea bueno en política
exterior, pero ¡se ha olvidado de Rusia! […] ¿Cómo puede decir que el salario
medio en Rusia es de 39.000 rublos? [cifra oficial] Aquí ganamos entre 15.000 y
20.000 rublos nada más […] ¿Cómo se puede alimentar a una familia con 15.000
rublos?” Su compañero insiste: “Es cierto, si nuestro gobernador gana, por
ejemplo, medio millón, y la niñera 7.000, la media da justamente esto. Pienso
que habría que igualar el salario medio al de los obreros. O bien, igualar el
salario de los gobernadores, los alcaldes, los altos cargos, de Putin, igualar
todos estos con el salario de la niñera. O que vayan a trabajar de niñeras.
Limpiar el culo de los niños por 7.000 rublos, ¿lo harían? No. ¿Por qué, con
medio millón, iban a limpiar culos?”
Esta conversación pone de manifiesto la contestación
de las cifras oficiales desconectadas de la vida real, de las carencias de la
vida a que se enfrentan el nosotros de los obreros y trabajadores mal
pagados. Muestra asimismo la manera en que estos obreros retrotraen a los
hombres que viven más allá de las contingencias de la vida cotidiana al ámbito
prosaico y vulgar. Las conversaciones se caracterizan por su lenguaje simple,
irreverente y directo, a menudo exageradamente grosero o políticamente
incorrecto, utilizado sobre todo para oponer la realidad a ras de suelo al
discurso abstracto, que resulta ficticio, santurrón o aleccionador.
Las conversaciones cotidianas se politizan a menudo
por medio de una ironía irreverente y grosera que podría recordar las
resistencias subterráneas de la época soviética, pero que también entra en
resonancia con los modos de resistencia de los dominados y de las clases
populares en muchas partes del mundo. 12/
Entre personas que se comprenden no solo se discute sobre las dificultades de
la vida cotidiana, sino que también se hace burla de los dirigentes, se destaca
el hecho de que la gente no se llama a engaño, de que no hay que dar crédito,
sobre todo, a los bonitos discursos (“nos dan la tabarra con su patriotismo,
pero todo su dinero y sus hijos están en Occidente”). La crítica social, por
tanto, no es un movimiento de elevación hacia una mayor abstracción, sino una
inserción de la abstracción en lo concreto, lo corporal y lo emocional de las
experiencias de vida.
Uno de los aspectos sorprendentes de esta incursión en
lo cercano 13/
o de este proceso de rehabitar el espacio de vida 14/
es la reconciliación con el trabajo de cada uno, sobre todo el trabajo obrero,
el trabajo con las manos, que vuelve a ser fuente de orgullo y de
dignidad. Por ejemplo, esto es lo que dice de su experiencia un joven obrero altamente
cualificado de San Petersburgo: “Me gusta mi trabajo. Me gusta lo que hago.
Quiero poder vivir de ello. Pero ocurre que eso no vale nada. Con mis colegas
tratamos de defendernos, pero la dirección nos ningunea. […] El trabajo humano
no se valora […]. Y ese gran gilipollas, con perdón, que está sentado en su
sillón y cobra medio millón, ¿es más útil que yo? […] ¿Y nuestros pensionistas?
¡Han trabajado toda la vida por el bien del país! Y siguen teniendo que
trabajar para sobrevivir, en vez de viajar y gozar de la vida, como los
pensionistas en Occidente.” Aparece aquí un imaginario social que va más allá
de lo cercano: el nosotros está enraizado en la experiencia del trabajo,
incluye a los colegas, pero también se amplía a los demás trabajadores e incluso
a los pensionistas del país en su conjunto.
La emergencia de un nosotros popular
Este nosotros se inscribe en los espacios de lo
cercano rehabitados, en las interacciones y conversaciones de la vida
cotidiana, donde las críticas de las desigualdades sociales, de la política y
del gobierno son legión. Son estas conversaciones entre nosotros las que
construyen un espacio común, un espacio que está abierto a los demás que,
aunque ausentes, aparecen como colegas que comparten la misma experiencia de
vida y la misma opinión.
Una empleada de correos, jefa de equipo en una ciudad
de Altai: “Tengo la sensación de que nuestra dirección solo piensa en ella
misma y en llenarse los bolsillos […]. Y la población no es más que una fuente
de enriquecimiento para ellos […]. Somos como esclavos. Precisamente hemos
hablado con mis colegas. Stráshnov (el director general de Correos) ha
desaparecido […]. ¿Cómo es posible que, con nuestros salarios de miseria, él
haya recibido una prima de 95 millones […]? ¡Ahorran a costa de nosotros! La
gente que trabaja, trabajamos por dos, por tres. Los pobres carteros no reciben
más que unos céntimos.” La mujer habla con una pareja de amigos, que aprueban
lo que dice con aclamaciones, del espacio de libre discusión crítica que existe
en su centro de trabajo y muestra la manera en que el nosotros de los
proletarios desclasados se amplía de los compañeros de trabajo a todos y todas
quienes trabajan, incluidas las que tienen peor suerte que ella. Este nosotros
se afirma igualmente contra los dirigentes político-económicos que se
enriquecen sobre la espalda de los trabajadores.
Las manifestaciones sociológicas de este nosotros,
captadas en forma de autoidentificación social, son diversas: el nosotros obreros,
el nosotros pequeños empresarios (que trabajan duramente para
sobrevivir) y el nosotros pobres habitantes de provincias. Este nosotros
plural en proceso de formación lo traduzco por clases populares, gente común o
proletarios, y permite hablar de la gestación de un imaginario popular.
La crítica que alimenta este imaginario popular se
expresa a veces públicamente en acciones de protesta. Así, en una manifestación
contra el retraso de la edad de jubilación, en septiembre de 2018, una pareja
moscovita dice que participa para que “el poder no crea que la población está
de acuerdo”. En este caso también, el hombre, aunque resida en la capital, se
transporta con la imaginación a la provincia al declararse convencido de que
las reformas están destinadas a hacer pagar a la “gente sencilla”, “sobre todo
de provincias”. Jóvenes estudiantes venidos de la provincia para asistir a una
manifestación contra la corrupción, organizada en San Petersburgo en 2017 por
el activista de oposición Alexei Navalny, dicen que sobre todo les motiva la
lucha contra las desigualdades sociales y territoriales, indignados como están
por la diferencia manifiesta que constatan entre el estado de su ciudad de
procedencia y el de las grandes ciudades del centro.
El nosotros vehiculizado por el imaginario
nacional
El ímpetu del imaginario nacional que se está
gestando, o la capacidad de la gente de construir en la imaginación una entidad
colectiva de pertenencia, ya documentada ampliamente por Benedict Anderson, 15/
participa igualmente en esta crítica social. En la Rusia popular, se traduce en
el sentimiento de una comunidad de experiencia compartida entre personas que
habitan en los cuatro extremos del país. Una pensionista que vive en un piso
renovado del centro de Moscú puede declarar así que empatiza con la babushka
de una pequeña aldea perdida en los Urales que vende setas en el mercado para
poder sobrevivir y con la que ha conversado largamente durante un viaje en
coche por el interior de Rusia. Obreros de Rubtsovsk, en Altai, que luchan
contra el cierre de su fábrica, pueden sentirse solidarios (los trabajadores
son “nuestros hermanos”) con toda la “gente del trabajo”, sobre todo en
respuesta a la falta de reconocimiento material del trabajo y al desprecio por
parte de los hijos de los nuevos ricos, sentido como algo colectivamente
humillante (“no somos nada para ellos”).
Este nosotros adquiere las dimensiones de la
nación imaginada, una nación dividida, contrariamente a la visión de una nación
una y unida que difunde la propaganda patriótica. Este nosotros alimenta
y al mismo tiempo se alimenta de la configuración de un ellos, que
abarca sobre todo a los oligarcas que confiscan las riquezas del país y controlan
el Estado, son los explotadores contra los explotados, los aprovechados contra
los trabajadores, el centro contra las regiones.
La crítica se convierte entonces en reivindicación o
por lo menos en aspiración, en todo caso no se queda en mero sentimiento o
simple lamentación. La mayoría de las reivindicaciones se refieren a la
redistribución social y económica entre las regiones, los ricos y los pobres,
los que tienen el poder y los ciudadanos comunes. Si se dirigen al Estado,
exigen sobre todo un Estado liberado de los oligarcas, ya que el Estado, tal
como existe actualmente, se percibe como un Estado oligárquico. Finalmente,
gran parte de las reivindicaciones se centran en la participación política:
“¡Tienen que escucharnos, la gente corriente ha de participar! Porque allí ni
siquiera saben cómo vivimos, ellos viven en otro mundo” (joven niñera de una
aldea de Altai).
Imaginario popular y crítica social
Para pensar los procesos entrelazados del imaginario
popular y la crítica social, los marcos teóricos han de ser flexibles y
adaptables. Si nos inspiramos en las concepciones de Cornelius Castoriadis, el
imaginario social puede pensarse como la participación en significados vividos
como compartidos colectivamente y que figuran un mundo común que, para acoplarse
a significados ya existentes (la nación, el pueblo, los rusos, los obreros,
etc.), se diferencia de ellos encerrando un potencial de transformación social.
Este imaginario social no solo forma parte de las representaciones, sino
también de los sentidos, los afectos y los deseos.
La variante popular de este imaginario puede leerse
como un elemento que opera líneas de partición del mundo social entre nosotros,
los desfavorecidos, los que trabajan para ganar poco, los de provincias, y ellos,
los ricos, los aprovechados, los privilegiados. Esta partición gana cuando se
piensa en los términos de Jacques Rancière 16/
como “partición de lo sensible”, ya que el mundo compartido es un mundo
sensible, basado en la experiencia de la vida cotidiana. La partición se lleva
a cabo por los sentidos y por el pensamiento, y la llevan a cabo quienes –según
los dominantes– son incapaces de producir un mundo común y de tener un discurso
común. Apoyándose en su experiencia sensible, en su mundo cercano, que se han
puesto a habitar plenamente tras el caos postsoviético, los proletarios
desclasados participan en la creación de un mundo común que no se deja encerrar
en categorías prefijadas porque está en proceso de creación y abre un horizonte
de lo pensable, lo decible y lo factible.
En resumen, el impulso crítico que se inscribe en esta
apertura del imaginario popular se basa en una experiencia, vivida como común,
de dominación e injusticia. Se inserta en la experiencia íntima, física y
emocional que cada uno hace personalmente de su cotidianeidad y del entorno
próximo que le rodea. La construcción de lo común se lleva a cabo, por tanto, a
partir de la intervención en el entorno próximo, mediante la partición de lo
sensible, en un ímpetu imaginario hecho de emociones, de imágenes y de juicios.
Puede que este imaginario no sea creador en el sentido de que podría no dar a
luz a un movimiento popular, pero reúne a lo que podríamos llamar, a falta de
algo mejor, las clases populares (o el pueblo llano) en una experiencia común
imaginada.
El marco es nacional porque se contemplan las
divisiones sociales internas a la nación y asociadas a una determinada
configuración del Estado. Sin embargo, el contenido es social y da pie a una
crítica social normal que descansa sobre experiencia vividas, sobre lo que Luc
Boltanski denomina las “pruebas existenciales” que “extraen del mundo o, si se
prefiere, del flujo de la vida, elementos susceptibles de poner en cuestión (el
orden establecido)”. 17/
En estas críticas y estos reordenamientos sociales se inventa una política
distinta, una política de pies en la tierra, 18/
una política que mana de convicciones arraigadas, que mana de los libros, que
se mancha con la vida cotidiana, con lo prosaico y la rudeza.
Imaginario popular, crítica social, reivindicaciones
de un Estado liberado de la oligarquía, de una política que tenga de nuevo los
pies en la tierra: estos rasgos hacen entrar en resonancia el mundo de los
proletarios desclasados de Rusia y el de los chalecos amarillos de
Francia, que también redescubren la fraternidad al reconciliarse con su
experiencia del día a día, compartiéndola y haciendo de ella la base de su
crítica social. Los análisis fundamentados en una labor etnográfica sobre el
terreno ponen de relieve, en el caso de los chalecos amarillos, el refuerzo de
un nosotros popular solidario y cívico 19/
y mencionan el surgimiento de una política experiencial. 20/Sin
duda la experiencia de la subordinación y de la invisibilización es similar en
muchas partes del mundo.
Lo que he tratado de demostrar, al centrar este
artículo en los proletarios desclasados de Rusia, es que incluso en un país que
ha sufrido cambios traumáticos que han sumido a la mayoría de la clase
trabajadora en un proceso de depauperación, desclasamiento y desubjetivización,
los invisibles vuelven a levantar cabeza. Lo hacen, como en Francia, a partir
de una reconstrucción de los espacios de convivencia y de fraternidad, de una
reconciliación con su experiencia de vida cotidiana, así como a partir de un
imaginario popular que los une en un mismo sentimiento de ser objeto de
explotación y desprecio.
Una gran diferencia es la fuerte propensión a la
protesta pública de los chalecos amarillos. Lo que contrarresta la capacidad de
movilización de los proletarios rusos es la sensación profundamente arraigada
de impotencia para cambiar el orden de cosas. Esta sensación radica en la
certeza de vivir en un régimen oligárquico. En cambio, los sectores populares
de los chalecos amarillos, socializados en la idea de vivir en una gran
democracia, patria de los derechos humanos, descubren sorprendidos el
carácter oligárquico del Estado (algunos incluso han explicado que han tenido
que buscar el significado de la palabra oligarquía en un diccionario).
Esta habituación a la oligarquía es una razón, para las clases populares rusas,
de bajar los brazos; la sorpresa compartida es un motivo, para los chalecos
amarillos, de rebelarse.
26/04/2019
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario