PANDEMIA. CARTA
ABIERTA A LOS IMBÉCILES
Dr. Juan Manuel
Jímenez Muñoz
SOCIOLOGÍA
CRÍTICA
26.08.2020
El dr. Jiménez
Muñoz, ante la demencial situación que vivimos, pone en román paladino algunas
consideraciones fundamentales. Y no, miren, no; no le quita ni un ápice de
razón el registro que ha escogido para llegar a la masa. No tomen el rábano por
las hojas. [Sociología Crítica]
CARTA ABIERTA A
LOS IMBÉCILES.
Mi nombre es
Juan Manuel Jiménez Muñoz. Soy médico de familia en Málaga. Tengo 60 años, y
ejerzo mi profesión desde hace 35. Mi número de colegiado es el 4.787. Y este
dato lo aporto por si alguien, a raíz de esta lectura, me quiere denunciar o
poner una querella. Será un honor.
El método
científico, desde Galileo Galilei, nos ha sacado de las sombras. La
electricidad, la radio, la televisión, los GPS, los teléfonos, los viajes
espaciales, los antibióticos, las vacunas, los telescopios, la anestesia
general, el saneamiento de las ciudades, la depuración del agua, las
radiografías, las resonancias, los rascacielos, los aviones, los trenes, el
cine, las fotografías, los ordenadores, y nuestra vida al completo, dependen de
una ocurrencia de Galileo. Una ocurrencia en tres pasos para averiguar entre
todos cómo funciona el mundo:
1.
Establecer una hipótesis plausible sobre un problema
concreto. Por ejemplo: “yo creo que el agua estancada contiene unos animalitos
minúsculos que causan enfermedades”. O: “yo creo que cuando un imán gira
alrededor de una bobina se genera una corriente eléctrica”. O: “yo creo que la
Tierra gira alrededor del Sol, y no al revés”.
2.
Realizar experimentos para comprobar la veracidad o la
falsedad de esa hipótesis.
3.
Publicar los experimentos para que cualquier otro los
pueda reproducir, afirmar o refutar.
Y ya está. Qué
tontería. Y gracias a eso, Y NADA MÁS QUE A ESO, la sociedad de 2020 es
completamente distinta a la de 1700. Diré más. Si como por arte de magia
pudiésemos trasladar un habitante del año 1 hasta el año 1700, apenas notaría
diferencias en lo esencial de la vida: se adaptaría sin problema. Pero si
trasladásemos a un habitante del año 1700 al 2020, se moriría del susto.
Literalmente.
Gracias al
método científico tenemos herramientas para erradicar una pandemia, o para hacerla
soportable: la del coronavirus, por ejemplo. Gracias a la ciencia no hay
viruela. Gracias a la ciencia no hay leprosos en Europa (o son casos muy
contados). Gracias a la ciencia, los pacientes VIH positivos ya no se mueren de
SIDA, sino que llevan su enfermedad como los pacientes crónicos. Gracias a la
ciencia, muchos cánceres se curan.
Y que después
de 300 años de éxitos tenga uno que soportar lo insoportable, resulta
estremecedor: la caída del modelo y la sustitución por la farsa, por la
charlatanería, por la incultura, por el pensamiento mágico, por la vulgaridad,
por el despropósito y por la democracia aplicada a la ciencia, donde el
analfabeto opina sobre el coronavirus en igualdad de altavoces que el más docto
catedrático de virología, y donde los tratamientos y las medidas de contención
de una epidemia son a la carta.
Hay grupos
organizados que parecen añorar la Alta Edad Media, aquella que tan
magníficamente plasmó Umberto Eco en “El Nombre de la Rosa”: con su mugre y sus
hambrunas, con sus gentes muriéndose de peste o de viruela, con los libros
encerrados en monasterios sin acceso para nadie, sin luz eléctrica, sin agua
potable, sin nada.
Aunando
esfuerzos, una mezcla infernal de terraplanistas, antivacunas, conspiranoicos,
sectas satánicas, neonazis, adoradores de ovnis, hedonistas ácratas, cazadores
de masones, fetichistas de los porros, delirantes con el 5G, ecologistas que no
han visto jamás una gallina e imbéciles con pedigrí, pululan en todas las redes
sociales instaurando una nueva religión que, mucho me temo, está calando más de
lo que imaginaba en una población carente de cultura y liderazgo. Eso no es
nuevo. Tarados los hubo siempre. Pero médicos y biólogos liderando imbéciles
acientíficos y abjurando de la ciencia para adquirir una fama pasajera, eso
nunca lo viví. Y nunca pensé que mis ojos lo verían. Y nunca creí que los
Colegios de Médicos, o de Biólogos, giraran la cabeza hacia otra parte y no
alzaran su voz contra el medievalismo.
Que un grupo de
200 médicos se autodenomine “Médicos Por la Verdad”, ya es una ofensa gravísima
para el resto de los médicos que ejercemos en España, que somos 160.000. Porque
quiere decir, ni más ni menos, que los 159.800 médicos restantes que no estamos
en la secta somos “Médicos Por la Mentira”. Y a mí no me llama mentiroso ningún
hijo de la gran puta. Por mucho título que tenga.
Que se estén
dando conferencias, y publicando libros (uno de ellos con seis ediciones en un
mes), para afirmar que no hay pandemia, o que los individuos sin síntomas no
contagian, o que esto es igual que una gripe, o que es preferible la
experiencia personal a las publicaciones científicas revisadas por pares, o que
el dióxido de cloro funciona contra el coronavirus, o que el dióxido de cloro
no es tóxico, o que las vacunas que existen ahora provocan autismo, o que las
vacunas llevan microchips para controlarnos, o que los aviones esparcen desde
el cielo cristales para contagiarnos, o que no llevar mascarillas es un acto
saludable de rebeldía, resultaría risible si no fuese mortal de necesidad, y si
quienes defienden esas barbaridades fuesen mariscadores gallegos, aceituneros
andaluces o pescadores cántabros, y no licenciados o doctorados por una
Universidad.
Hace poco,
sesenta imbéciles acudieron a Las Canarias para reunirse en una playa a
contagiarse a propósito. Habían quedado por Internet. Y yo, desde mi muro,
acuso a quienes deberían ser líderes sociales, y no lo son, de favorecer esos
comportamientos criminales con sus discursos absurdos.
No es época de
división, ni de actuar cada uno a su bola. Por desgracia, nadie lidera la
crisis. Es evidente. Digo ningún político. El Gobierno Central ha dimitido de
sus responsabilidades. Incluso tiene que sobornar a los autonómicos para que
acudan a las reuniones. 17 Reinos de Taifas, 17 desastres organizativos. A cuál
peor. Ni una puñetera norma en común. Ni un solo registro compatible. Y además
de eso, por si fuese poco, una sarta de embusteros con el título de licenciado
envenenan a la sociedad en lugar de aconsejarla, de guiarla, de cuidarla,
prestándose a decir lo que muchos quieren escuchar, lo que ahora vende: que el
coronavirus es un invento de las superpotencias para disminuir la población
mundial, para enriquecer a las farmacias y para cargarse a los ancianos, pero
que, sin embargo (y mira tú que curiosa paradoja), la tal pandemia no existe.
Compañeros
médicos, biólogos, abogados, farmacéuticos y licenciados de toda clase y
condición que habéis optado por llevarnos otra vez a la Edad Media: sois la
vergüenza de la profesión, y no sois dignos de que os llamemos compañeros, y
mucho menos científicos. Sois pocos, pero metéis mucho ruido y confundís. Sois
pocos, sí. Pero mala gente. Y decís cosas por las que, de haberlas dicho en la
Facultad de Medicina o de Biología cuando érais estudiantes, jamás habríais
obtenido ese título del que ahora os valéis para vuestro propio beneficio. Un
título del que, si de mí dependiera, seríais desposeídos de inmediato. Lástima
que no se pueda.
Podría elegir
muchas estupideces de las que defendéis, muchas barbaridades solemnes, pero me
centraré en una sola, que en vuestra boca merecería la cárcel: “las personas
sin síntomas no contagian”. Cagoentóloquesemenea. ¿Dónde
estabais el día que explicaron la tuberculosis, o el SIDA, o la varicela? ¿No
contagian los VIH positivos a pesar de estar asintomáticos? ¿No hay
tuberculosos bacilíferos sin síntomas de enfermedad? ¿No se contagia la
varicela desde pacientes en fase prodrómica? En fin. Mejor callar, que me van a
estallar las meninges.
Sois líderes
que habéis elegido no serlo para convertiros en bufones. Y eso, en época de
zozobra, no tiene perdón de Dios. Ojalá se os seque la yerbabuena.
Ah. Y otra
cosa. Mis señas las di al principio. A ver si tenéis cojones para
meteros conmigo. Cojones, digo; ya que neuronas… las justitas pa beber sin
ahogarse.
Cagoentó.
Firmado:
Juan Manuel
Jimenez Muñoz
.
Médico del
Servicio Andaluz de Salud.
Colegiado en
Málaga 4787.
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