G7 en
Biarritz
Entre la
ofensiva capitalista y la guerra económica
Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate
vientosur
15.08.2019
El capitalismo carece de centro operativo. No existe
un mando unificado, un espacio desde el que se decidan nítidamente agendas,
políticas y relatos en la defensa de sus valores e intereses. Siendo esto
cierto, también lo es que más allá de una estructura de poder compleja y bien
engrasada a escala global, de inercias civilizatorias muy asentadas y de un
dinamismo fuera de toda duda, el sistema vigente cuenta con múltiples foros y
encuentros en los que las élites globales debaten, afinan estrategias y dirimen
sus diferencias ante coyunturas cambiantes, espacialmente en momentos críticos
como el actual.
Se trata de espacios tanto permanentes como
periódicos, pero siempre estructurados –las Cumbres son solo la punta
del iceberg de procesos mucho más estables y opacos de interacción
público-empresarial– que, si bien no dan lugar a decisiones formales –ya que la
globalización neoliberal se sustenta en la actualidad en un modelo de
gobernanza difuso, híbrido y multinivel–, sí marcan línea, delimitan el
marco de la agenda capitalista real, definen prioridades y homogenizan
imaginarios. Se convierten así en eventos de gran significado y peso político,
haciendo valer el poder y la fuerza de sus convocantes no solo para imponer el
relato edulcorado de las declaraciones finales, sino especialmente la corriente
fría y subterránea que atraviesa estos encuentros, conformada por compromisos
secretos u opacos, que solamente en su momento aflorarán a la superficie en
forma de políticas y posicionamientos.
El G7 es, sin duda alguna, uno de esos espacios. Junto
al G20, el Foro Económico Mundial (también conocido como Foro de Davos), el
Club Bilderberg, los comités mixtos de los acuerdos comerciales más relevantes,
los encuentros organizados por los principales lobbies empresariales, los planes
del Pentágono y otras estructuras militares, las cumbres de organismos
regionales y multilaterales, los miles think tanks y centros de
conocimiento, etc. Conforman de este modo una tupida y compleja red, cuyos
componentes podríamos categorizar en función del peso político, alcance
internacional o de su composición principalmente pública y/o privada. No
obstante, el concepto de poder corporativo, que hace referencia a la
articulación de grandes empresas, instituciones públicas y organismos
multilaterales en defensa de la agenda de mercantilización capitalista, pone en
valor precisamente su lógica de red: asistimos así a una muy sólida arquitectura
global, tanto oficial como paraoficial, que blinda y cimenta los intereses
de las élites globales, avalando, legitimando e imponiendo en cada momento su
agenda y relato.
En todo caso, el G7 cobra hoy en día un significado
especial dentro de este modelo de gobernanza capitalista. Por un doble motivo,
como se hará evidente en la próxima cumbre que se celebrará en la localidad
vasco-francesa de Biarritz, entre el 24 y el 26 de agosto. En primer lugar, por
el momento crítico que atraviesa el capitalismo, incapaz de encontrar
sendas estables de maximización de las ganancias, en un contexto además de
colapso ecológico –que le obliga a tratar de crecer con menos recursos
materiales y energéticos– y de creciente vulnerabilidad climática, financiera y
social. Este fin de onda larga capitalista, en un escenario muy incierto y sin
parangón en la historia del capitalismo, acentúa la relevancia del encuentro de
parte muy significativa de las principales economías del planeta (Estados
Unidos, Japón, Alemania, Canadá, Italia, Reino Unido y Francia, junto a los
presidentes del Consejo y la Comisión de la Unión Europea). Estas se ven
conminadas, para salvar al sistema y a las élites, a tratar de superar el
momento crítico actual acentuando la ofensiva capitalista en ciernes, que ya no
puede permitir sectores ni dinámicas que se sitúen fuera de la esfera de los
mercados y de las empresas transnacionales.
En segundo término, el G7 fortalece su importancia al
excluir a China de sus deliberaciones, en un momento que, como en todas las
crisis profundas de acumulación capitalista, los consensos intra-élites se
resquebrajan y dan lugar a situaciones de guerra económica entre bloques.
Precisamente la guerra arancelaria, comercial, financiera y tecnológica entre
Estados Unidos y China es más que evidente, y el G7 se torna en un espacio estratégico
para tratar de recuperar los “consensos occidentales” en torno a esta
contienda económica y geopolítica, a pesar de las diferencias entre el
capitalismo más unilateral que representa Trump –al que suma ahora al británico
Johnson– y el capitalismo de retórica universalista amparado por Macron o
Trudeau.
Por tanto, estos dos fenómenos –guerra económica
contra la clase trabajadora y contra el planeta, por un lado, guerra económica
inter-bloques, por el otro–, en un marco de disputa por la hegemonía de la
agenda capitalista entre matices más universalistas o unilateralistas, serán
los que marquen la identidad de la cumbre del G7 que se desarrollará en Euskal
Herria.
Por supuesto, el relato oficial, la agenda prevista y
la declaración final no lo harán explícito. Es necesario leer entre líneas,
analizar su contenido desde este enfoque global, entender lo que no se dice.
Oficialmente, la Cumbre se centrará en la lucha contra las desigualdades:
reducir las brechas sociales –especialmente de género–; favorecer el comercio y
la inversión para todos y todas; acabar con la inseguridad y la amenaza
terrorista; fortalecer la lucha contra el cambio climático. No obstante, si
atendiéramos al contexto global, así como a los intereses reales de los
gobiernos participantes y sus alianzas corporativas, la agenda real –así como
el posible fracaso o éxito de la Cumbre– se sostiene sobre tres preguntas, que
delimitan sus posibles debates: ¿Cómo sostenemos al capitalismo en esta
coyuntura crítica? ¿Cómo frenamos a China manteniendo la primacía de Occidente?
¿Es posible un consenso mínimo entre las vertientes de capitalismo actuales de
EEUU y UE?
En este marco más realista, otros serán los temas que
centren los debates, que subyacen bajo el relato oficial: la posibilidad de
retomar las conversaciones para aprobar un nuevo tratado comercial entre
EEUU y UE (TTIP 2.0), para lo cual ya existe un mandato europeo, y que
generaría el mayor mercado del mundo al margen de China –que se sumaría al que
la UE ya tiene con Japón y Canadá–; la guerra en torno a la economía digital,
en una disputa en la que fundamentalmente participan empresas estadounidenses y
chinas. De este modo, las consecuencias generales del agudizamiento de la
guerra económica, o asuntos como el de la tasa google –que perjudicaría
a la big tech estadounidenses como Facebook, Amazon o Google/Alphabet–,
marcarán el sentido de las conversaciones; el brexit será otro de los
asuntos centrales de la Cumbre, convertido en la actualidad en uno de los ejes
de la disputa EEUU-UE o, del mismo modo, del debate intracapitalista; y, por
último, el control social y la guerra contra el terrorismo, en el que se
incluye desde Venezuela e Irán a toda forma de contestación social, para lo
cual se pretende ahondar en la lógica securitaria y de desmantelamiento de
libertades, también de la mano de las grandes empresas digitales.
El reto no es fácil por tanto: posibilitar la
reproducción estable del sistema, fortalecer la alianza entre las élites
europeas y estadounidenses, a la vez que se legitiman socialmente las medidas a
adoptar en contextos muy diferentes, se asemeja a tratar de cuadrar un círculo.
En todo caso, se logre o fracasen los debates, los grandes perjudicados de la Cumbre
seremos las grandes mayorías sociales y el planeta en su conjunto, ya que la
ofensiva capitalista en ciernes nos conduce al abismo social y al colapso
ecológico.
Precisamente por ello múltiples organizaciones
sociales vascas, francesas e internacionales quieren mostrar su más profundo
rechazo al G7. Así, la plataforma vasca G7 Ez¡ y la internacional Alternatives
G7 han organizado colectivamente un programa que no solo pretende hacer
descarrilar el tren de las élites capitalistas reunidas en Biarritz, sino
también servir de encuentro entre activistas internacionalistas de diferentes
latitudes, así como visibilizando las alternativas posibles a este sistema
desbocado. De este modo se celebrará en Hendaia e Irún, del 21 al 23 de agosto,
una Contracumbre bajo el lema “Defendamos nuestras alternativas” que, en
función de 7 ejes temáticos (grandes corporaciones, ecologismo, feminismo,
diversidad, democracia, antiimperialismo y abolición de fronteras)
desarrollarán más de 70 conferencias y talleres. Posteriormente, el día 24, se
celebrará una gran manifestación de rechazo al G7 para, el día 25, realizar concentraciones
insumisas en siete puntos de Biarritz, Bidarte Angelu y Baiona -cerca del
perímetro de seguridad de zonas rojas y azules-, para conformar la zona
arcoíris y protestar ante la prohibición de movilizarse.
Enfrente, Biarritz se convierte en un Estado de
sitio: más de 10.000 gendarmes y militares franceses, 4.000 ertzainas,
1.000 policías y guardias civiles, barracones prefabricados para personas
detenidas, cierre de accesos a Biarritz y sus espacios públicos, etc., es la
respuesta ante la dinámica social y la desobediencia civil. Se prepara y
adelanta así un relato de violencia activista y de inseguridad ciudadana, pero
que únicamente visualiza la violencia sistémica de las élites reunidas en la
costa vasca y el rechazo e indignación acumulada por la sociedad. Biarritz se
ha convertido así en una buena oportunidad para mostrar poder popular,
alternativas y rechazo a una ofensiva capitalista biocida y violenta.
Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate es miembro de la asociación Paz con
Dignidad-OMAL
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