La ideología climática ha triunfado porque está
promovida por el imperialismo
Gordon MacDonald: entre la CIA y la ciencia
La evolución de la ideología climática (y 6)
Juan Manuel
Olarieta.— Los científicos como Revelle jamás hubieran podido
desatar una paranoia, como la climática, sin su estrecha asociación al centro
de poder por antonomasia de la Guerra Fría, sito en Washington. Ahora sabemos
que, como cualquier otro tinglado de ese tipo, formaban parte de un equipo
secreto llamado Jason cuyo objeto eran operaciones ideológicas en masa como las
que iniciaron contra Lysenko o las de tipo climático.
Durante
aquellos primeros años, la ideología oficial seguía siendo el enfriamiento, que
los portavoces ideológicos del imperialismo presentaban con el mismo alarde
catastrofista que ahora. Los científicos que hablaban del calentamiento eran
una minoría insignificante, incluso dentro del ámbito académico. Eran pocos
pero eran el imperialismo o, por lo menos, una parte de él.
Se trataba,
pues, de imponer la doctrina dentro de la “ciencia” para luego propagarla como
tal a los altavoces mediáticos, es decir, no como una consigna militarista sino
como “ciencia”. Naturalmente que tampoco se trataba de unas u otras teorías,
como algunos creen, sino que ya se había dado el salto de la “ingeniería climática”
al armamento climático.
Con el apoyo de
General Electric y el Pentágono, en los años cuarenta los científicos Vincent
Schaefer y Irving Langmuir pusieron en marcha el Proyecto Cirrus, luego
reconvertido en Stormfury, un plan para modificar el clima con fines bélicos
(lluvias, huracanes, tornados, ciclones), que en 1967 se puso en marcha en
Vietnam con el nombre de Operación Popeye, un intento de modificar el clima que
se prolongó hasta 1974.
Muy pocos años después,
en 1978, los mismos imperialistas que habían convertido al clima en un arma de
guerra, introdujeron en la ONU un tratado internacional que prohibía el uso del
armamento climático en la guerra, otro ejemplo del “doble juego” ideológico que
desempeña la paranoia climática: al mismo tiempo que los “científicos”
estadounidenses utilizan el clima como arma, previenen sobre el cambio
climático.
Los mismos
organismos que alertan sobre el cambio climático financian los programas
militares de cambio climático. Por ejemplo, entre 1962 y 1983 el Instituto
Meteorológico (Weather Bureau, luego denominado National Weather Service)
financió el Proyecto Stormfury.
Quien llevó a
cabo el intento de modificar el clima de Indochina no fue la Fuerza Aérea sino
los aviones de la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration), un
organismo a la vez científico y militar, hoy muy conocido por ser uno de los
propulsores de la paranoia climática.
El imperialismo
encubría sus planes de cambiar el clima con la manta del CO2. En 1963 el
Presidente Johnson aseguró ante el Congreso que a causa de la quema de
combustibles fósiles su generación “había alterado la composición de la
atmósfera a escala mundial”. Su gobierno encargó un estudio sobre el asunto a
su Comité Científico Asesor.
Dos años
después el Comité publicó su informe sobre los tópicos favoritos que forman
parte de la alarma climática: aumento de los niveles de CO2, la rápida
descongelación de la Antártida, el aumento del nivel del mar, el aumento de la
acidez del océano… El informe señala, además, que esos cambios requerirán un
esfuerzo mundial coordinado para prevenirlos, lo que indica que Estados Unidos
comenzaba a imponer su propia política como algo consustancial a la ONU.
Uno de los
“científicos” que contribuyeron a desatar la alarma fue Gordon MacDonald,
asesor del Presidente Johnson y enlace de la CIA con Jason. En 1968 publicó
“Cómo destruir el medio ambiente”, un recetario de las modernas paranoias
seudoecologistas. Al mismo tiempo que se preocupaba del medio ambiente,
MacDonald colaboraba como geofísico en la guerra contra el pueblo vietnamita.
Como el resto
del equipo científico Jason, MacDonald mostraba dos rostros. Por un lado, fue
uno de los fundadores de la Agencia de Protección Medioambiental y, por el
otro, escribió que “un huracán bajo control se puede utilizar como arma para
aterrorizar a los adversarios en partes sustanciales de la población mundial”.
Fue pionero en
la SRM (Solar Radiation Management), la manipulación de la radiación solar con
fines bélicos. La SRM tiene la pretensión de devolver la radiación infrarroja
de nuevo al espacio exterior mediante la dispersión de partículas en la
atmósfera, lo que puede impedir el calentamiento, según creían. Para ello,
MacDonald propuso recurrir al empleo de misiles en lugar de aviones.
Otro
interesante arma ecológica que se le ocurrió a MacDonald fue explotar bombas
atómicas para hacer que las capas de hielo polar se deslizaran hacia el océano,
causando así maremotos “catastróficos para cualquier país costero”.
También sugirió
que la creación de un agujero en la capa de ozono de la atmósfera podría ser un
arma eficaz “fatal para la vida”. Según MacDonald las perturbaciones del medio
ambiente podían producir, además, cambios en los patrones de comportamiento de
las personas, es decir, manipular a la población manipulando el medio ambiente.
En cualquier caso, escribe, para Estados Unidos “es ventajoso garantizar su
propio entorno natural pacífico para sí mismo y un entorno perturbado para sus
competidores”.
Entre 1964 y
1967 formó parte de los asesores de la National Science Foundation para la
Modificación del Clima, cuyas conclusiones fueron criticadas por el Journal of
the American Statistical Association por la característica manipulación de las
estimaciones: “Es deplorable que tales tonterías aparezcan con la cobertura de
la Academia Nacional de Ciencias”.
En 1992 el
Vicepresidente Al Gore le introdujo en el exótico Comité Medea (Measurements of
Earth Data for Environmental Analysis), a medio camino entre el espionaje y la
ciencia. Se trataba de recuperar viejos archivos de la CIA y el KGB que
contenían información sobre el Ártico tomada por los satélites de vigilancia.
Tanto la Armada
como la Fuerza Aérea de Estados Unidos crearon varios escuadrones, conocidos
como los “guerreros del clima”, para militarizar el clima. Algunos de
ellos colaboran con la Organización Meteorológica Mundial.
En 1973, tras
la guerra árabe israelí, los precios del petróleo se dispararon y, con ellos,
las campañas seudoecologistas contra los combustibles fósiles.
El Presidente
Carter instaló 32 paneles solares en el techo de la Casa Blanca y los grandes
monopolios comenzaron a crear fundaciones contra el cambio climático. Entre
ellos destacan Krupp y MacDonald’s, por cuya iniciativa Estados Unidos creó una
Oficina sobre los efectos del dióxido de carbono (1). Al calor de las
subvenciones las ONG ambientalistas comenzaron a proliferar por todos los
países occidentales.
La prensa
cambió los titulares que habían predominado hasta entonces: ya no hay que tener
miedo el enfriamiento sino al calentamiento. No escatimaron en gastos. En 1958
subcontrataron al director de cine Frank Capra para que realizara el
documental “The Unchained Goddess” que, entre otros temas, ya alertaba sobre el
calentamiento mundial (2), un anticipo de la “verdad incómoda” que en 2006
rodaría la Paramount para Al Gore.
En 1977 el
equipo Jason envió un informe al Departamento de Energía con las típicas
previsiones para el futuro, una vez que se duplique la concentración de CO2 en
la atmósfera que, como las demás, es pura ficción.
Estados Unidos
internacionaliza la paranoia. En 1979, en la reunión del G-7 en Tokio, las
grandes potencias imperialistas firman una declaración solemne comprometiéndose
a reducir las emisiones de CO2. Al mismo tiempo, se celebra en Ginebra la
primera Conferencia Mundial sobre el Clima, en la que científicos de 50 países
aseguran que es necesario actuar urgentementemente. Son los primeros pasos para
llevar el cambio climático a la ONU e institucionalizarlo.
Progresivamente,
a los partidarios de la doctrina del calentamiento les ponen al frente de los
departamentos universitarios, e incluso los crean para ellos, como la unidad
del clima de la Universidad de East Anglia, en Gran Bretaña, financian
investigaciones dirigidas, organizan conferencias internacionales de expertos y
crean revistas especializadas… En 1981 el New York Times llevó por primera vez
el “efecto invernadero” a su primera plana. Aquel año sólo un 38 por ciento de
los estadounidenses había oído hablar alguna vez del “efecto invernadero”. En
1989 el porcentaje había subido al 79 por ciento.
El punto de
viraje de las ideologías climáticas se produjo en 1988 con las dos
compareciencias de James Hansen y el senador demócrata Thimothy Wirth en el Senado
de Estados Unidos y la creación del IPCC, un montaje de envergadura que culminó
en 2007 con la insólita concesión del Premio Nóbel de la Paz, junto con el
vicepresidente Al Gore.
Cuando dos años
después se publicaron los correos internos de los climatólogos de la
Universidad de East Anglia confesando sus manipulaciones, “el mayor escándalo
científico de nuestra generación”, según confesó The Telegraph (3), a nadie
pareció importarle. Lo que sostiene las concepciones climáticas actuales no es
la verdad ni la mentira sino los padrinos.
En muy pocos
años el imperialismo ha podido alterar radicalmente una concepción científica
tan arraigada, como el enfriamiento, por su contraria, lo cual muestra a las
claras la actitud gregaria de la humanidad en general y de los científicos en
particular, que disimulan bajo términos grotescos, tales como “consenso
científico”, lo que no son más que ideologías trasnochadas.
(1)
https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/002194369903600101
(2) http://www.youtube.com/watch?v=0lgzz-L7GFg
(3) https://www.telegraph.co.uk/comment/columnists/christopherbooker/6679082/Climate-change-this-is-the-worst-scientific-scandal-of-our-generation.html
(2) http://www.youtube.com/watch?v=0lgzz-L7GFg
(3) https://www.telegraph.co.uk/comment/columnists/christopherbooker/6679082/Climate-change-this-is-the-worst-scientific-scandal-of-our-generation.html
Serie completa:
– La evolución de la ideología climática
– Una de las mayores revoluciones científicas: el descubrimiento de los glaciares
– El segundo principio de la termodinámica: entre la ciencia y el mito
– El origen de la subcultura carbónica
– El clima se pone a las órdenes del comandante científico de la Guerra Fría: Roger Revelle
– La evolución de la ideología climática
– Una de las mayores revoluciones científicas: el descubrimiento de los glaciares
– El segundo principio de la termodinámica: entre la ciencia y el mito
– El origen de la subcultura carbónica
– El clima se pone a las órdenes del comandante científico de la Guerra Fría: Roger Revelle
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