viernes, 16 de agosto de 2019

VIVIDORES, BEBEDORES Y COMEDORES DE LA ECOLOGÍA, NO? PORQUE LAS EXPLOSIONES NUCLEARES Y LAS CIENTO CHIQUINIENTAS MIL TONELADAS DE BOMBAS DE LA PAZ NO AFECTAN AL MEDIO AMBIENTE, A QUE NO?



La ideología climática ha triunfado porque está promovida por el imperialismo

DIARIO OCTUBRE / agosto 16, 2019


Gordon MacDonald: entre la CIA y la ciencia

La evolución de la ideología climática (y 6)

Juan Manuel Olarieta.— Los científicos como Revelle jamás hubieran podido desatar una paranoia, como la climática, sin su estrecha asociación al centro de poder por antonomasia de la Guerra Fría, sito en Washington. Ahora sabemos que, como cualquier otro tinglado de ese tipo, formaban parte de un equipo secreto llamado Jason cuyo objeto eran operaciones ideológicas en masa como las que iniciaron contra Lysenko o las de tipo climático.

Durante aquellos primeros años, la ideología oficial seguía siendo el enfriamiento, que los portavoces ideológicos del imperialismo presentaban con el mismo alarde catastrofista que ahora. Los científicos que hablaban del calentamiento eran una minoría insignificante, incluso dentro del ámbito académico. Eran pocos pero eran el imperialismo o, por lo menos, una parte de él.

Se trataba, pues, de imponer la doctrina dentro de la “ciencia” para luego propagarla como tal a los altavoces mediáticos, es decir, no como una consigna militarista sino como “ciencia”. Naturalmente que tampoco se trataba de unas u otras teorías, como algunos creen, sino que ya se había dado el salto de la “ingeniería climática” al armamento climático.

Con el apoyo de General Electric y el Pentágono, en los años cuarenta los científicos Vincent Schaefer y Irving Langmuir pusieron en marcha el Proyecto Cirrus, luego reconvertido en Stormfury, un plan para modificar el clima con fines bélicos (lluvias, huracanes, tornados, ciclones), que en 1967 se puso en marcha en Vietnam con el nombre de Operación Popeye, un intento de modificar el clima que se prolongó hasta 1974.

Muy pocos años después, en 1978, los mismos imperialistas que habían convertido al clima en un arma de guerra, introdujeron en la ONU un tratado internacional que prohibía el uso del armamento climático en la guerra, otro ejemplo del “doble juego” ideológico que desempeña la paranoia climática: al mismo tiempo que los “científicos” estadounidenses utilizan el clima como arma, previenen sobre el cambio climático.

Los mismos organismos que alertan sobre el cambio climático financian los programas militares de cambio climático. Por ejemplo, entre 1962 y 1983 el Instituto Meteorológico (Weather Bureau, luego denominado National Weather Service) financió el Proyecto Stormfury.

Quien llevó a cabo el intento de modificar el clima de Indochina no fue la Fuerza Aérea sino los aviones de la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration), un organismo a la vez científico y militar, hoy muy conocido por ser uno de los propulsores de la paranoia climática.

El imperialismo encubría sus planes de cambiar el clima con la manta del CO2. En 1963 el Presidente Johnson aseguró ante el Congreso que a causa de la quema de combustibles fósiles su generación “había alterado la composición de la atmósfera a escala mundial”. Su gobierno encargó un estudio sobre el asunto a su Comité Científico Asesor.

Dos años después el Comité publicó su informe sobre los tópicos favoritos que forman parte de la alarma climática: aumento de los niveles de CO2, la rápida descongelación de la Antártida, el aumento del nivel del mar, el aumento de la acidez del océano… El informe señala, además, que esos cambios requerirán un esfuerzo mundial coordinado para prevenirlos, lo que indica que Estados Unidos comenzaba a imponer su propia política como algo consustancial a la ONU.

Uno de los “científicos” que contribuyeron a desatar la alarma fue Gordon MacDonald, asesor del Presidente Johnson y enlace de la CIA con Jason. En 1968 publicó “Cómo destruir el medio ambiente”, un recetario de las modernas paranoias seudoecologistas. Al mismo tiempo que se preocupaba del medio ambiente, MacDonald colaboraba como geofísico en la guerra contra el pueblo vietnamita.

Como el resto del equipo científico Jason, MacDonald mostraba dos rostros. Por un lado, fue uno de los fundadores de la Agencia de Protección Medioambiental y, por el otro, escribió que “un huracán bajo control se puede utilizar como arma para aterrorizar a los adversarios en partes sustanciales de la población mundial”.

Fue pionero en la SRM (Solar Radiation Management), la manipulación de la radiación solar con fines bélicos. La SRM tiene la pretensión de devolver la radiación infrarroja de nuevo al espacio exterior mediante la dispersión de partículas en la atmósfera, lo que puede impedir el calentamiento, según creían. Para ello, MacDonald propuso recurrir al empleo de misiles en lugar de aviones.

Otro interesante arma ecológica que se le ocurrió a MacDonald fue explotar bombas atómicas para hacer que las capas de hielo polar se deslizaran hacia el océano, causando así maremotos “catastróficos para cualquier país costero”.

También sugirió que la creación de un agujero en la capa de ozono de la atmósfera podría ser un arma eficaz “fatal para la vida”. Según MacDonald las perturbaciones del medio ambiente podían producir, además, cambios en los patrones de comportamiento de las personas, es decir, manipular a la población manipulando el medio ambiente. En cualquier caso, escribe, para Estados Unidos “es ventajoso garantizar su propio entorno natural pacífico para sí mismo y un entorno perturbado para sus competidores”.

Entre 1964 y 1967 formó parte de los asesores de la National Science Foundation para la Modificación del Clima, cuyas conclusiones fueron criticadas por el Journal of the American Statistical Association por la característica manipulación de las estimaciones: “Es deplorable que tales tonterías aparezcan con la cobertura de la Academia Nacional de Ciencias”.

En 1992 el Vicepresidente Al Gore le introdujo en el exótico Comité Medea (Measurements of Earth Data for Environmental Analysis), a medio camino entre el espionaje y la ciencia. Se trataba de recuperar viejos archivos de la CIA y el KGB que contenían información sobre el Ártico tomada por los satélites de vigilancia.

Tanto la Armada como la Fuerza Aérea de Estados Unidos crearon varios escuadrones, conocidos como los “guerreros del clima”,  para militarizar el clima. Algunos de ellos colaboran con la Organización Meteorológica Mundial.

En 1973, tras la guerra árabe israelí, los precios del petróleo se dispararon y, con ellos, las campañas seudoecologistas contra los combustibles fósiles.

El Presidente Carter instaló 32 paneles solares en el techo de la Casa Blanca y los grandes monopolios comenzaron a crear fundaciones contra el cambio climático. Entre ellos destacan Krupp y MacDonald’s, por cuya iniciativa Estados Unidos creó una Oficina sobre los efectos del dióxido de carbono (1). Al calor de las subvenciones las ONG ambientalistas comenzaron a proliferar por todos los países occidentales.



La prensa cambió los titulares que habían predominado hasta entonces: ya no hay que tener miedo el enfriamiento sino al calentamiento. No escatimaron en gastos. En 1958 subcontrataron al director de cine  Frank Capra para que realizara el documental “The Unchained Goddess” que, entre otros temas, ya alertaba sobre el calentamiento mundial (2), un anticipo de la “verdad incómoda” que en 2006 rodaría la Paramount para Al Gore.

En 1977 el equipo Jason envió un informe al Departamento de Energía con las típicas previsiones para el futuro, una vez que se duplique la concentración de CO2 en la atmósfera que, como las demás, es pura ficción.

Estados Unidos internacionaliza la paranoia. En 1979, en la reunión del G-7 en Tokio, las grandes potencias imperialistas firman una declaración solemne comprometiéndose a reducir las emisiones de CO2. Al mismo tiempo, se celebra en Ginebra la primera Conferencia Mundial sobre el Clima, en la que científicos de 50 países aseguran que es necesario actuar urgentementemente. Son los primeros pasos para llevar el cambio climático a la ONU e institucionalizarlo.

Progresivamente, a los partidarios de la doctrina del calentamiento les ponen al frente de los departamentos universitarios, e incluso los crean para ellos, como la unidad del clima de la Universidad de East Anglia, en Gran Bretaña, financian investigaciones dirigidas, organizan conferencias internacionales de expertos y crean revistas especializadas… En 1981 el New York Times llevó por primera vez el “efecto invernadero” a su primera plana. Aquel año sólo un 38 por ciento de los estadounidenses había oído hablar alguna vez del “efecto invernadero”. En 1989 el porcentaje había subido al 79 por ciento.

El punto de viraje de las ideologías climáticas se produjo en 1988 con las dos compareciencias de James Hansen y el senador demócrata Thimothy Wirth en el Senado de Estados Unidos y la creación del IPCC, un montaje de envergadura que culminó en 2007 con la insólita concesión del Premio Nóbel de la Paz, junto con el vicepresidente Al Gore.

Cuando dos años después se publicaron los correos internos de los climatólogos de la Universidad de East Anglia confesando sus manipulaciones, “el mayor escándalo científico de nuestra generación”, según confesó The Telegraph (3), a nadie pareció importarle. Lo que sostiene las concepciones climáticas actuales no es la verdad ni la mentira sino los padrinos.

En muy pocos años el imperialismo ha podido alterar radicalmente una concepción científica tan arraigada, como el enfriamiento, por su contraria, lo cual muestra a las claras la actitud gregaria de la humanidad en general y de los científicos en particular, que disimulan bajo términos grotescos, tales como “consenso científico”, lo que no son más que ideologías trasnochadas.

(1) https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/002194369903600101
(2) http://www.youtube.com/watch?v=0lgzz-L7GFg
(3) https://www.telegraph.co.uk/comment/columnists/christopherbooker/6679082/Climate-change-this-is-the-worst-scientific-scandal-of-our-generation.html


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