Cumbre por el Clima en Madrid (COP25)
El cambio climático, la última crisis orgánica del
capitalismo
João Camargo
vientosur
02.12.2019
La producción
de plusvalía a base de expandir las fuerzas productivas exige la creación
permanente de nuevos consumos, la expansión de los consumos existentes, la
extensión de necesidades a círculos cada vez más amplios, la creación de
nuevas necesidades y la creación de nuevos valores de uso. Esto implica
la exploración de la totalidad de la naturaleza, la creación de nuevos valores
de uso y de cambio a escala universal, para productos fabricados en todos los
climas, todos los ecosistemas y todos los países. La prioridad del valor de
cambio sobre el valor de uso y sobre los valores de uso esenciales (como los
alimentos, el agua, la vivienda o un medioambiente sano) ha permitido al
capitalismo distanciar a la humanidad de la naturaleza y sus límites,
cambiando lo abstracto por lo concreto, pero la realidad está imponiéndose. La
mercantilización y el fetichismo de la mercancía degradan las relaciones
humanas y la relación de la humanidad con la naturaleza, pues el capitalismo
solo valora y satisface necesidades reales si estas son necesarias para
mantener la fuerza de trabajo. Aparte de esto, crea un conjunto de necesidades
determinadas estrictamente por la rentabilidad y la expansión, siendo
unilateral y preceptivo en la creación de estas necesidades. Los
mercados, es decir, los capitalistas, no están para satisfacer necesidades,
sino para buscarlas y crearlas.
La naturaleza
extractiva del capitalismo choca directamente con cualquier clase de relación
armoniosa entre los seres humanos y la naturaleza. La lógica lineal del
capitalismo y la reducción de todos los aspectos de la vida a la acumulación de
valor de cambio es incompatible con los ciclos de la naturaleza y los complejos
sistemas naturales. La escisión metabólica teórica definida a grandes rasgos
por Marx como “la ruptura irreparable en el proceso interdependiente del
metabolismo social” se alcanza ahora a escala global y la crisis climática es
la expresión preeminente de esta escisión metabólica.
Recientemente
han vuelto a superarse las predicciones más lúgubres, ya que una serie de
científicos han indicado que se están alcanzando nueve posibles puntos de no
retorno del sistema climático, a saber, la fusión del hielo marino del Ártico y
del casquete de hielo de Groenlandia, el colapso de bosques boreales, la fusión
del permafrost siberiano, del casquete de hielo de la Antártida Occidental y de
partes de la Antártida Oriental, el colapso de los corales de agua cálida y de
la selva tropical amazónica, así como la desaceleración de la circulación
atlántica meridional de retorno. Actualmente vivimos con una temperatura media
mundial superior a la de cualquier periodo de los últimos 125.000 años, en el
periodo eemiano.
El capitalismo ya ha destruido el holoceno mediante las emisiones de gases de
efecto invernadero y se ha congratulado a sí mismo bautizando una nueva era
climática peligrosamente carente de antecedentes con el nombre de antropoceno.
Sigue empujando hacia delante en dirección a la catástrofe. Entramos en las últimas
décadas que quedan para detenerlo.
O bien
derribamos el capitalismo, o bien el nuevo clima acabará con la civilización
humana. No cabe duda: la crisis general del sistema capitalista, cuyas
manifestaciones más claras son la crisis financiera y la austeridad, evoluciona
hacia una crisis orgánica, en que el desprestigio de las instituciones y de los
partidos políticos corroe los pilares de la estabilidad social bajo el dominio
de la burguesía capitalista. La crisis climática y la crisis capitalista no se producirán
al estilo de Hollywood, ya que el colapso no es un acontecimiento de un día,
sino más bien una cascada incesante de acontecimientos, como ya ocurre en
diferentes regiones y países que vienen experimentando accidentes
medioambientales, sociales y económicos desde hace décadas. En todo el mundo
asistimos al ascenso de gobiernos autoritarios y racistas de extrema derecha
tras la década de crisis orgánica de la forma neoliberal del capitalismo.
Ninguna amenaza
ni ningún riesgo, por grandes que sean, convencerán al capitalismo de que deje
de acumular y generar beneficio. Ningún acuerdo institucional acabará con la
sed de expansión y la voluntad de poder del capitalismo. Más allá de una
ideología orgánica, con su violencia coercitiva y sus instrumentos de hegemonía
cultural, el capitalismo se ha convertido en una metanarrativa, naturalizada
e invisible en la mayoría de sus aspectos, muchos de los cuales trascienden de
lejos el sistema productivo, como su positivismo y su naturaleza globalizada.
Para ello, la pulverización de narrativas, poniendo la disputa del poder fuera
del alcance y de alternativas, ha sido crucial.
El
posmodernismo ha contribuido a privar a los movimientos de masas de
instrumentos contrahegemónicos, abandonando la idea del derrocamiento del
capitalismo por la mera idea política de sobrevivirle. Las redes sociales
suplantan a los medios tradicionales como el instrumento más potente de
generación de hegemonía, y se utilizan como el instrumento de mercado
capitalista más avanzado para divulgar la confusión, la barbarie y organismos
políticos reaccionarios. La violencia del Estado se intensifica para hacer
frente a los numerosos desafíos a que se enfrenta el capitalismo, en particular
en el sur global: la fachada democrática del sistema capitalista se desmorona
cuando se enfrenta a sus crecientes contradicciones, cuando los problemas
sociales se convierten en problemas medioambientales y viceversa.
Las
instituciones vigentes del poder se construyeron para mantener el status
quo, y centrarse en ellas como principal objetivo para disputar el poder
hegemónico es un error político del máximo calibre, en particular teniendo en
cuenta que quedan diez años de plazo para prevenir el cambio climático
descontrolado. La rigidez actual del modelo de partido político puede indicar
que este modelo era adecuado para las condiciones materiales de una etapa
anterior del capitalismo, pero cada vez menos para el periodo actual de
capitalismo globalizado, financiarizado, de mercado en la sombra y de uso
suicida de combustibles fósiles.
Este modelo es
particularmente inadecuado para las nuevas tareas requeridas: derribar el
sistema capitalista, crear una nueva forma de Estado, alternativa al
capitalismo, con planificación democrática y centrado en las necesidades reales
y en la necesidad perentoria de reducir masivamente las emisiones de gases de
efecto invernadero. Esta tarea también es incompatible con el dogma capitalista
basado en el crecimiento económico permanente. El decrecimiento no es un
espejismo, sino una necesidad, un cambio planificado para responder a
necesidades reales, aboliendo al mismo tiempo el aparato de propaganda que
pregona la creación de nuevas necesidades para generar más plusvalía y
beneficios a escala global. Esto no es posible bajo el capitalismo y no debería
formularse bajo esta premisa.
Actualmente no
hay más que dos partidos: el partido del capitalismo y el partido de la
supervivencia. Pueden ponerse toda clase de máscaras y nombres y presentarse
como partidos políticos diferentes, como sucursales mediáticas de grupos de
redes sociales, como ejércitos y como movimientos sociales, pero ante la
creciente crisis orgánica del capitalismo (que sigue a la crisis en curso del
neoliberalismo o se deriva de ella), la disputa por el futuro vendrá determinada
por el desenlace de la lucha entre estos dos bandos. El partido del
capitalismo, como siempre, desplegará sus tácticas de revolución pasiva y
reestructurará sus marcos y programas para reafirmar el dominio capitalista.
Pero la revolución pasiva, las reformas, los arreglos cosméticos y la
contabilidad creativa son los instrumentos del ocaso medioambiental.
El partido de
la supervivencia no tiene por qué adoptar su forma tradicional, y si se fijan
tareas claras ante la crisis orgánica del capitalismo global, también hay que
desarrollar nuevas formas de partido, con la tarea clara y permanente de
derribar este sistema. Hace falta una revolución ecosocialista para derribar el
capitalismo, no por romanticismo o por una visión mecanicista de la historia,
sino más bien como una necesidad para asegurar la supervivencia y el
mantenimiento de unas condiciones materiales mínimamente razonables para la
continuación de las civilizaciones humanas. El palacio de invierno no es más
que un símbolo, la revolución real acaece en la combinación de crisis orgánica,
instrumentos contrahegemónicos y organización de un partido para la gente
trabajadora y el pueblo, que hoy es el partido de la supervivencia.
Existe un
cuerpo social y político crítico que se desarrolla al calor de la lucha por el
clima, con decenas de miles de activistas políticas. Tirar del freno de
emergencia del capitalismo de los combustibles fósiles es un rasgo vinculante
de este movimiento. Ya dispone del llamamiento a la ruptura histórica y a la
reparación social, histórica e intergeneracional. La explosión del movimiento
por la justicia climática ha generado una inmensa dinámica de masas, pero
todavía carece de naturaleza revolucionaria. El tiempo tenderá a empujar hacia
la revolución con la creciente degradación social y climática frente a la
demora capitalista, la inacción y las evoluciones reaccionarias. Otros grupos
también tratan de empujar al movimiento a la impotencia, a las pequeñas
adaptaciones y al capitalismo verde, pero el objetivo directo de reducir al
50 % las emisiones globales de gases de invernadero de aquí a 2030 reclama
un golpe sistémico y una salida revolucionaria del capitalismo de los
combustibles fósiles. Los movimientos obreros y anticapitalistas no deben dar
la espalda, sino unirse, a este movimiento, pues actualmente es la espina
dorsal del partido de la supervivencia.
O bien
derribamos el capitalismo y una vez más nos lanzamos al combate de las
revoluciones internacionalistas, o el terror capitalista autoritario se
combinará con un clima implacable para hundirnos en una escasez desconocida y
una descomposición social sin precedentes. Ninguna de nosotras lo ha elegido,
pero puesto que todo cambiará, es un tiempo emocionante para vivirlo. No
tenemos más excusas ni más tiempo para abstenernos de luchar para vencer, y en
este sentido tenemos que convertir esta en la última crisis orgánica del
capitalismo, el tiempo de despertar de una nueva historia de la humanidad.
01/12/2019
João Camargo es militante del Movimiento por la Justicia Climática.
Traducción: viento
sur
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario