La nueva normalidad, ¿más
de lo mismo o lo mismo con más?
Por Marcelo Colussi
| Rebelión
24/07/2020
“Actuar con el optimismo del corazón y con
el pesimismo de la razón”. Antonio Gramsci
La pandemia
de COVID-19 que se desplegó por todo el mundo nos ha dejado o sin palabras, por
un lado, o con la imperiosa necesidad de hablar y hablar para encontrarle sentido,
por otro. Ambas reacciones son tan normales como esperables: no sabemos bien
qué decir, o hablamos infinitamente para tratar de entender lo que está
sucediendo. ¿Qué debemos hacer entonces? ¿Qué es lo “correcto”? No hay
corrección a la vista. Hay preguntas abiertas, solo eso. Y bastante ansiedad.
En medio de
ese cúmulo infinito de preguntas y decires surge de todo un poco: desde
intentos serios y profundos de escudriñar la situación a repeticiones mecánicas
de lo dicho desde el discurso oficial dominante, desde visiones apocalípticas a
lecturas en clave de conspiración, desde memes y chistes para descomprimir la
angustia a lúgubres percepciones agoreras. En verdad, nadie tiene “la”
explicación, simplemente porque no la hay. Estamos ante un sinnúmero de factores
complejos que muestran lo tremendamente intrincado del mundo actual (¿presencia
y efectividad del “efecto mariposa”?)
Con un
mínimo de seriedad y aplomo científico, es imposible decir que todo esto estuvo
pergeñado por alguien, el cual se beneficiará a mediano plazo. Lo que sí es
cierto, es que habrá quien sí saque más provecho de la situación, y quien se
verá más perjudicado. Como van las cosas de momento, asumiendo que esto es un
fenómeno natural que tocó a toda la Humanidad y que no hay mano criminal en el
asunto, ciertos grupos de poder (digamos: muchos de los de siempre) saldrán
ampliamente beneficiados. En términos generales, desde una lectura clasista del
proceso en juego, está más que claro que pequeños grupos de poder harán su
negocio, mientras que las grandes masas populares de todo el planeta
retrocederán. Eso ya está sucediendo.
Algunos
grandes conglomerados económicos (aquellos ligados a las tecnologías digitales,
la gran banca internacional, las farmacéuticas, la narcoactividad) siguen intocables
sus negocios. En este nuevo capitalismo renovado que
estamos viviendo, cada vez más centrado en lo que ahora se llama “cuarta
revolución industrial” (primera revolución: máquina a vapor, luego la
electricidad, posteriormente computación, ahora la digitalización), no todos
pierden. Al contrario: la pandemia está sirviendo para expandir ciertas
actividades comerciales al máximo, de un modo superlativo. No todos se
perjudican con el cierre de la economía. Por ejemplo: mientras las empresas
petroleras están trabajando a pérdida, las empresas ligadas al mundo digital
están más robustas que nunca. Para la clase trabajadora mundial, para los
pueblos de a pie que no tienen cómo responder a la crisis socio-económica, sí
es pura pérdida.
Si bien
estamos aún en medio de la pandemia con más de 600,000 muertos en todo el
planeta, la misma terminará en algún momento. En algunos lugares, la curva se
aplanó en parte. Solo Cuba socialista, con un modelo de salud realmente
centrado en la población, pudo salir airosa de la situación (¡cosa que jamás
menciona la prensa comercial!). La crisis sanitaria golpea duro. Los
confinamientos no terminan, y los sistemas de salud, debilitados al máximo por
los programas de privatización neoliberal habidos en las últimas décadas, están
colapsados en prácticamente todos los países. Todo el mundo está esperando
ansioso la post pandemia. ¿Y qué sucederá cuando salgamos de esta sombría noche
y aparezca nuevamente el sol?
Las opiniones
se dividen. Insistamos en esto: nadie sabe con seguridad qué pasará, pero sí se
pueden ver tendencias, y en muchos casos, esas tendencias ya son realidades
concretas que han tomado forma y no parecen poder desactivarse. ¿Será un mundo
mejor? La pregunta puede ser ingenua, o mal formulada. ¿Por qué sería “mejor”?
No falta quien, desde un optimismo desbordante, así lo cree: “Otro mundo
emergerá de los escombros que deja la pandemia. Tenemos que trabajar para que
sea un mundo no solamente otro, sino un mundo donde quepamos todos, sin
exclusiones, con dignidad, sin injusticias, con igualdad, sin opresores, con
libertad, sin egoísmos, con convivencia en comunidad, sin una voz única, con
coros plurilingües de esperanzadora utopía. Está en nuestros corazones
concebirlo y en nuestras manos diseñarlo, construirlo y habitarlo. (…)Los
siglos contados del capitalismo parecen estar abriendo las compuertas de otro
modo de producción y de vida, en la conclusión inexcusable de su fase
neoliberal”, como, por ejemplo, puede expresar Adalid Contreras. O, como
dice un comunicado de la Conferencia Episcopal de Guatemala: “Contemplar
esta realidad [patética del país, profundizada ahora por la crisis
sanitaria] puede desanimarnos pero al mismo tiempo nos ofrece la
oportunidad de vivir una real y genuina solidaridad”.
Por supuesto
que sería deseable un mundo más equitativo, más balanceado y solidario, libre
de tantas injusticias y asimetrías indefendibles (24,000 muertos de hambre
DIARIOS en un mundo donde sobran alimentos), pero sabemos que las cosas no son
simplemente como las deseamos. Los paraísos son siempre “paraísos perdidos” (a
no ser los paraísos fiscales, donde los humanos de a pie no cabemos, donde solo
caben dineros de dudosa procedencia, y para algunos “elegidos” no están
perdidos). ¿No es un tanto quimérico pensar que terminada una enfermedad la
realidad social mundial va a cambiar como por arte de magia? Las luchas de
clases, la extracción de plusvalor, la guerra como negocio de algunos…
¿terminarán porque se extinga ese agente etiopatogénico surgido en China?
Otros, por
el contrario, con un análisis más exhaustivo del panorama, con un criterio más
crítico, pueden entrever otra realidad post pandemia como, por ejemplo, el
economista William Robinson: “Estimulado por la pandemia de coronavirus, el
capitalismo global está al borde de una nueva ronda de reestructuración a nivel
mundial basándose en una digitalización mucho mayor de toda la economía y
sociedad global. Esta reestructuración empezó tras la Gran Recesión de 2008
pero las condiciones sociales y económicas cambiantes propiciadas por la
pandemia acelerarán enormemente el proceso. Probablemente aumentará la
concentración del capital a nivel mundial y empeorará la desigualdad social.
Habilitados por las aplicaciones digitales, los grupos dominantes -a menos que
sean obligados a cambiar de rumbo por la presión de masas desde abajo-
recurrirán al aumento del Estado policial global para contener los próximos
levantamientos sociales”. O Santiago Alba, quien considera que (El) “estado
superior del capitalismo es el feudalismo mafioso tecnologizado. Este es el
peligro que nos espera en ese planeta desconocido, frente al cual tenemos pocos
recursos”.
Hoy día,
hablando de lo que vendrá luego de la pandemia de coronavirus, se ha
popularizado el término “la nueva normalidad”. ¿Qué significa eso exactamente?
Entra a tallar aquí, de un modo decisorio, la nueva modalidad productiva y de
relacionamiento social dada por la tecnología dominante: la revolución digital,
la que dio un salto impresionante en estos últimos años, pero que con la
pandemia se profundizó en forma espectacular. Definitivamente, estamos ante un
hecho civilizatorio de proporciones gigantescas, quizá aún no considerado en
toda su dimensión. “Nunca ha habido un momento de mayor promesa, o mayor
peligro”, lo define Klaus Schwab, fundador del Foro Económico
Mundial. ¿Qué mundo sigue entonces, teniendo en cuanta que la vida de todo el
planeta se va “digitalizando”? ¿Qué es esa “nueva normalidad” de la que tanto
se habla? ¿Es una promesa de cambio o, por el contrario, es más de lo mismo, o
peor aún: lo mismo con más?
Según la
UNESCO, el órgano especializado del Sistema de Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura -organización que promociona la campaña “La nueva normalidad”-, lo
que vendrá cuando se haya aplanado completamente la curva epidemiológica del
COVID-19 (la de los muertos por inanición no se aplana nunca, ¡no olvidarlo!),
invita “a reflexionar sobre lo que es normal, sugiriendo que hemos aceptado
lo inaceptable durante demasiado tiempo. Nuestra realidad anterior ya no puede
ser aceptada como normal. Ahora es el momento de cambiar”.
¿La “hemos
aceptado”, o se nos ha impuesto? “Los desastres y las emergencias no solo
arrojan luz sobre el mundo tal como es. También abren el tejido de la normalidad.
A través del agujero que se abre, vislumbramos las posibilidades de otros
mundos”, agrega Peter Baker en el marco de la referida campaña. Las cosas
no surgen simplemente porque las deseemos, por un acto de buena voluntad, por
apelación a un “abracadabra” fantástico y todopoderoso. Tal como va el mundo,
todo indica que la normalidad a la que volveremos luego de la pandemia podrá
ser distinta en determinados puntos: habrá que usar mascarillas, lavarse
continuamente las manos, distanciarse del prójimo, no darse un beso en la
mejilla, desinfectar la suela de los zapatos. Pero en cuanto a lo que decide
nuestras vidas (que tiene que ver más que nada con los paraísos fiscales, que
no con nuestras muy honestas y apreciables apetencias): ¿más de lo mismo o lo mismo
con más?
Trabajar por
un mundo donde quepamos todos, tal como lo pide el arriba citado Adalid
Contreras, y tantos otros también, es algo que va más allá de la pandemia.
¿Solo una enfermedad esparcida globalmente nos puede movilizar en tal sentido?
Suena raro. Quizá ante el trauma de un evento con algo de catastrófico por lo
ahora vivido (en muy buena medida, exagerado convenientemente por los medios
comerciales de comunicación), puedan surgir estas aspiraciones “bondadosas”, de
llamados a un nuevo modo de relacionamiento. Pero siendo crudamente realistas,
todo indica que quienes marcan el rumbo no son los “empleados asalariados” sino
sus jefes: “Hay mucha gente que ya le encontró el gusto por trabajar desde
la casa, y las empresas ya se encontraron el gusto de que la totalidad de la
gente no vaya a las oficinas”, como dijo Franco Uccelli, alto directivo del
JPMorgan Chase & Co, uno de los bancos más grandes del mundo
(estadounidense), de esos que sí, efectivamente, marcan lo que es “normal”.
¿Hemos “aceptado”
la normalidad donde mueren diariamente 24,000 personas por hambre o por causas
ligadas a la desnutrición? Si es cierto que “Ahora es el momento de cambiar”,
como pide muy esperanzadoramente la UNESCO, queda por verse cómo hacer ese
cambio. ¿Es un acto de corazón? ¿Se “abuenarán” los malos que nos matan de
hambre? Todo indica que lo dicho por este funcionario de uno de los bancos más
poderosos del mundo marca la “nueva normalidad”. El mundo digital que ya se
abrió, de momento no parece favorecer a las grandes mayorías. Trabajar desde
casa ¿es un triunfo popular? ¿Cómo se formarán los sindicatos entonces? ¿O en
la “nueva normalidad” eso ya no cabe?
“El
capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo
hagan caer”, dijo certeramente Vladimir Lenin. Y reafirmó el Che Guevara
años después: “La revolución no es una manzana que cae cuando está podrida.
La tienes que hacer caer”.
*
El poder
sonríe
Un Gobierno apenas obtiene beneficios si le dice a
la comunidad que está a salvo, que no hay ningún problema
Manuel
Barea
Diario de
Sevilla
24 Julio,
2020
El virus ha traído consigo un regalo
muy valioso para quien tiene el poder y hace todo lo posible, y más aún, para
retenerlo, para no perderlo, para mantenerse en él: miedo. El 31 de marzo de
2016 el candidato presidencial a la Casa Blanca Donald J. Trump les dice a Bob
Woodward y Robert Costa en una entrevista: "El verdadero poder es -ni tan
siquiera quiero utilizar la palabra- el miedo". El meollo de todo lo que
está ocurriendo desde marzo es eso. No hay gobernante que se precie que no sepa
que a la gente no debe infundírsele tranquilidad. Keep Calm And Carry
On ha derivado en eslogan publicitario y estampado de camiseta. Con el
letrero en la pechera, el personal enmascarado deambula, principalmente,
nervioso y jiñado. Un Gobierno apenas obtiene beneficios si le dice a la
comunidad que está a salvo, que no hay ningún problema. Cuando Aznar machacaba
con su "España va bien" no hacía sino sembrar el canguelo entre
aquellos que tuvieran la ocurrencia de creer, o tan sólo pensar, que las cosas
podrían ir mejor sin él al frente.
A la gente hay que transmitirle y
advertirle de que está rodeada de amenazas. O de una sola: la Gran Amenaza. Y
que se cierne sobre ella. Así se enfoca al enemigo y se ajusta mejor el tiro.
Lo único que tiene que hacer el poder es alimentar la preocupación, cebar la
incertidumbre y multiplicar la fragilidad de la sociedad. Como dice William
Davies en Estados nerviosos, es de escasa utilidad decirle a la
gente que no hay nada que temer cuando siente que está en
situaciones de peligro. Y si éstas no aparecen, se crean, porque es sabido que
la gente tiende a ellas, al disfrute masoquista de la paranoia.
Las redes sociales son herramientas
idóneas para esto (miren a Trump y su frenesí tuitero y a todas esas camadas de
troles dando dentelladas). La diversión -aunque se crea lo contrario con todos
esos memes descacharrantes que se comparten con la sonrisa o la carcajada del
bobo- ha quedado muy por detrás y Facebook y Twitter son armas de destrucción
personal que han propiciado poderío a individuos que en la calle -y disculpen
la expresión, pero sé que van a entenderme- no tienen ni media hostia. Esa
inferioridad transmuta en brutalidad en el espacio cibernético y los débiles,
asustadizos, pusilánimes y acojonados de por vida se transforman en fuertes,
agresivos y peligrosos. La violencia se globaliza. El miedo se expande. El
poder sonríe.
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