jueves, 7 de enero de 2021

Los dos premios Nobel otorgados a don Francisco Franco Bahamonde, siendo Caudillo de España por la Gracia de Dios. UNO en 1959: de Química, al lograr la transformación de la peseta en una mierda con su Plan de Estabilización Económica. DOS en 1975: de Física, al lograr la estabilización del Movimiento. Ni que decir tiene que Franco no estaba muy puesto ni en Química ni en Física, y hay más que fundadas sospechas de que no haber sido por la intervención de la Gracia de Dios no se le hubieran otorgado ninguno de los dos premios, como demuestra ahora Fernando Buen Abad con su teoría de la guerrilla semiótica, mediante la cual se pone en evidencia que no hay movimiento que pueda estar inmovilizado, quieto, puesto que de estarlo no sería movimiento. Movimiento significa moverse, pasar de una situación dada a otra y así permanentemente. Y qué cosa podemos hacer los trabajadores para cambiar una situación que es perjudicial a nuestros intereses por otra que los favorezca, pues empezar a moverse como principio básico de cualquier otro principio.

 

Fernando Buen Abad: Guerrilla semiótica contra modos burgueses para manipular conciencias

Nos urge una guerrilla semiótica de acción directa, por todos los medios, para producir los anticuerpos culturales indispensables que exterminen, en plazos cortos, las influencias tóxicas de los medios y los modos burgueses para manipular conciencias



Diario octubre / 06.01.2021

Fernando Buen Abad.— No se requiere un gran esfuerzo para identificar al autoritarismo ideológico burgués. Basta y sobra con exhibirles sus contradicciones y aparecerá, volcánica, una verborrea pagada de sí y exultante en argumentos de baja estofa, pero escupidos con gran confianza y seguridad. Todo ello con tonito didáctico y cierta benevolencia dulzona, propia de aquellos que se compadecen de los seres inferiores y los conducen con «mano firme», y generosa, por el sendero de sus «razonamientos» univalentes, frecuentemente improbables y siempre autoritarios. Es metástasis de la corrupción, el perfil demagógico de empresarios que, «metidos en política», adoptan vociferaciones mesiánicas. Y las propagan por todos sus «medios».

Operan como «predicadores» dispuestos a dar por verdad categórica los eslóganes que memorizan en cualquier almanaque de ferretería. Y a fuerza de repetir, con aires de grandeza, su colección de palabrerío inflamado, llegan a creerse «inteligentes». Algunos, incluso, secuestran academias y organizaciones donde se hacen acompañar por trotamundos demagogos iguales a ellos. Ostentan títulos académicos y se premian entre sí y con frecuencia. Se creen «autoridades».

Uno reconoce esos soberbios cuando los mira manotear, desesperadamente, cualquier sofisma que sirva para no admitir sus equivocaciones. Encaramados en el reino de las verdades auto-conferidas, no conciben un milímetro de autocrítica y menos aún la posibilidad de pensar cómo piensan «los otros». Dan por válidas sus consignas más escleróticas y tiemblan de terror si hubieren de admitir sus torpezas. Entonces redoblan la «superioridad» de sus «certezas». Como si no conociesen la duda, decía Borges. Derrochan «imperativos categóricos» confiados en vencer al oponente a fuerza de imponerle necedades histriónicas antes que admitir yerros.

También la vida burguesa, cuando se infiltra en la cabeza del proletariado, suele producir engendros ideológicos patéticos. Produce, por ejemplo, víctimas reverenciales cuya líbido se explaya repitiendo frases hechas y consignas prefabricadas para anestesiar la realidad propia en contextos y épocas muy diversos. Las víctimas aprenden las reglas del opresor: Todo antes que interrogar sus premisas y sus conclusiones. Todo antes que reconocer las diferencias y las diversidades. Todo para incensar sus preceptos y sus egos infectados de mediocridad leguleya. De eso viven las palestras burguesas y de eso aprenden mucho (a sabiendas o no) sus discípulos. Son ejércitos de la ideología de la clase dominante en acción cotidiana. Metidos aquí y allá, infiltrados en los medios y en los modos. Todos van armados, y armadas, con espadas lenguaraces convencidos de que deben convencernos. Imponernos su autoritarismo de egos y vendernos su mediocridad maquillada como si fuese un logro civilizatorio.

Son incapaces de razonar con evidencias (de hecho las excluyen o las tergiversan). Son incapaces (literalmente) de pensar de manera «compleja», considerando la integración dinámica de cinco o más variables, cada una de ellas portadora de vectores de clase en pugna, de historia, de matices y de identidades no subordinadas a la estrechez de la ideología mercantil, lineal y rígida como los intereses de la acumulación del capital. Sus razonamientos más humanos son refritos del vocabulario filantrópico más banal, difundido en seminarios de autoayuda o coaching empresarial.

Nos urge una guerrilla semiótica de acción directa, por todos los medios, para producir los anticuerpos culturales indispensables que exterminen, en plazos cortos, las influencias tóxicas de los medios y los modos burgueses para manipular conciencias. Al pie de la letra, palabra por palabra. Y además de las «vacunas culturales emancipadoras», necesitamos organizar las ideas y los valores producidos en las luchas por liberarnos de la explotación, la pandemia de los antivalores que nos acomplejan, que nos excluyen, estigmatizan… Guerrilla semiótica contra las humillaciones burguesas proferidas, contra la estulticia bajo palabra. No somos lo mismo.

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