El
capitalismo, ese triturador de vidas
Por Grazia Tanta
KAOSENLARED
21 de abril de 2023
Señalar y acusar al
capitalismo es la forma más integrada de plantear cuestiones ambientales,
políticas, económicas y de sociabilidad entre los seres humanos; considerar
sólo análisis parciales, pocos ángulos de análisis del capitalismo, esto
corresponde a la(s) forma(s) de los pactos con él, con su desempeño o, de
mínima a un alto grado de miopía.
El capitalismo es una
estructura económica y social, compuesta, integral, invasiva y jerárquica. En
este contexto, no habrá solución para la realización de las cinco necesidades
sociales esenciales descritas por Spinoza: paz, alimentación, vivienda, salud y
educación. A estos cinco solemos agregar otros dos, más genéricos: las
necesidades típicamente humanas de amar y ser amado.
Se vislumbra el agotamiento
de las capacidades del planeta para alimentar dignamente a 8000 millones de
personas, sin olvidar que la necesaria armonía de la relación entre los humanos
y el planeta está lejana; por otra parte, no nos parece central ni
interesante el envío al espacio y, en particular, a la Luna, de los artefactos
y escombros arrojados allí por la competencia entre las naciones más ricas.
Más importante y peligrosa
es la salpicadura del planeta con bases militares, flotillas de buques de
guerra y conflictos, cuyo desenlace podría ser desastroso para la continuidad
de la especie humana.
La racionalidad del sistema
capitalista generalmente incorpora la infraestructura productiva (en forma de
uso de bienes y servicios), con enormes efectos sobre el medio natural y,
generando una competencia constante y multifacética entre los estratos
poseedores, cuya ideología contagia al resto del la población, a la humanidad.
Estar en medio de enormes
colas de autos, en hora punta, impermeabilizar el suelo con brea o, lidiar con
el brutal impacto del tráfico aéreo, no es ni inteligente ni saludable; pero
incorpora rentas de actividades típicamente inútiles o nocivas, reflejadas en
el PIB “consagrado”.
El sistema financiero
disfruta de algo muy especial, que es la producción infinita de “riqueza”; y
esta infinidad lo coloca cada vez más en una situación de presión sobre los
bienes naturales o transformados, sobre el capitalista común, más allá del
rebaño humano, segmentado y marcado por inmensas desigualdades. Sobre
todo, los derivados de sesgos nacionalistas o patrióticos.
Las pirámides de Ponzi son
los instrumentos para la creación infinita del dinero, su aplicación en la
explotación de los recursos de la Tierra, generando una cadena entre la
infraestructura, por naturaleza finita, y la presión financiera tendiendo a ser
infinita.
La macrogestión de este
sistema global le corresponde al sistema financiero que tiene como instrumento
de gestión política de la Humanidad a las clases políticas, claramente situadas
por encima de los pueblos, globalmente jerarquizadas o, en el ámbito de las
plutocracias nacionales. Estas jerarquías replican las cortes y señores
del mundo euroasiático de antaño pero con un grado mucho mayor de integración
en los sistemas político y financiero.
Formalmente, hay que contar
con los cráneos empobrecidos de bidens y vonleydens; y,
sobre todo, con las capacidades de mandarines ilustrados como Putin o Xi, como
gestores de clases políticas nacionales, insertos en jerarquías flexibles, en
cada momento y, en las dificultades de explorar y mantener el (des)orden
social, económico y social ambiental.
Un caos manejado por la
des(articulación) entre lo social, lo económico, las disputas entre grupos
económicos/financieros o políticos; de este caos, traducido en la
racionalidad proveniente de las élites de Davos, así como de los ejecutores de
las clases políticas que allí se postran, lo que queda es la desorganización de
los pueblos, más capaces de generar antagonismos entre ellos que de enfrentarse
a los enemigos polifacéticos.
Los juegos de participación
en eventos dirigidos a la clase política y empresarial no son más que formas de
convencer y enmarcar a la plebe, en la aceptación de que los gobiernos
enfrentarán y resolverán los evidentes y crecientes desmanes sociales y
ambientales; con más o menos elecciones, con clases políticas más o menos
ineptas y corruptas que muchas veces etiquetan a sus miembros como gerentes o
empresarios.
Las clases políticas,
entrelazadas con el poder financiero dominante, manejan las estructuras
políticas (partidos, sindicatos, empresas públicas, en particular); así como
las estructuras mediáticas, dominadas por grupos empresariales que organizan
los flujos de “información”, volcada en todo momento sobre la masa de los
desposeídos del poder.
Se pretende que estos
desposeídos/as -sobre todo asalariados/as, precarios/as, deudores/as- asuman y
se dignifiquen en el ejercicio de cualquier trabajo de mierda, para usar las
palabras de David Graeber. Esta masa de desposeídos, en gran parte, está
compuesta por electores de rutina en las vernissages electorales,
mientras no sean inhabilitados como pensionistas o desempleados sin futuro, con
derecho a la limosna; aunque para esto último, en la actualidad, se utiliza la denominación
de subsidio.
El agotamiento de los
suelos agrícolas, cargados de productos químicos o deteriorados por la
presencia de animales de faena, es generado por el productivismo propio del
capitalismo, por la presión del “mercado”. Y sin embargo, por presión humana,
durante décadas, creando y reproduciendo la “modernidad”, en la loca forma de
situaciones propias de las conurbaciones urbanas, llenas de suelos impermeables
al alquitrán, por la presión inmobiliaria o, por la densificación de las vías de
circulación y aparcamientos. .
La
laxitud política del ambientalismo se desliza, por regla general, hacia una
inserción en las estructuras de poder político y económico; y menos, por una
organización autónoma y contestación radical al modelo extractivista,
depredador, economicista, oligárquico y represivo. El llamado ecosocialismo, en
todo caso, será una farsa, digna de tolerancia o aplausos del poder político y
económico. La guerra de Ucrania es un ejemplo notorio de la incapacidad del
ambientalismo tradicional y del compromiso de las clases políticas con las
estructuras más altas del capitalismo; aun cuando la primera se disfraza de
democracia edulcorada, con elecciones, partidos y… corrupción, obviamente.
La idea de crecimiento
infinito del PIB encarna el esfuerzo por continuar este camino insano de
inserción imposible en la producción de bienes y servicios, más o menos ligados
a las necesidades humanas y al empresariado común. Este crecimiento infinito se
ve amplificado por el desempeño del sistema financiero que absorbe capital
estatal, trabajadores y empresas, garantizando su disponibilidad futura. Sin
embargo, como estos fondos se colocarán, en gran parte, en el “mercado”, solo
una pequeña parte estará disponible en el banco de origen, suponiendo, a la ligera,
que todo pueda devolverse a los depositantes originales, lo que obviamente es
imposible siempre que hay desconfianza en el “mercado” financiero, con la
cadena de bancos[1] involucrada, teniendo dificultades para devolver el dinero
depositado.
La farsa de los modelos
electorales basados en
oligarquías partidistas excluye en realidad hipótesis de una real intervención
y decisión del pueblo en general, porque en ese modelo intervienen las bandas
partidarias que organizan situaciones institucionales[2], haciéndose
superiores, con miras a acceder a lo real. poder de decisión y, en particular,
en cuanto al acceso al “bote“.
Estas oligarquías son
insaciables. Son los cuidadores de la explotación del trabajo por parte de
unos, demostrando que el salario es una aberración que sólo los cambios
copernicanos pueden obviar; para ello, es necesario deshacer estas oligarquías,
su imposición de la lógica de la ganancia y la apropiación privada, cuya
existencia es una puerta abierta de par en par a la perenneidad de las
desigualdades, a su constante rejerarquización, a la preponderancia de lo
privado, con desacato a la salvaguarda de los bienes puestos a disposición por
la naturaleza. La destrucción, los desplazamientos masivos de seres humanos, la
guerra, son parte de la rutina diseñada por los poderes fácticos.
El
capitalismo desarrolla técnicas sofisticadas para la producción de bienes o
servicios, pero considera los recursos existentes en el planeta como algo
infinito y eternamente cambiante, como si fueran marcas indelebles de su
existencia; así como hace del propio planeta un artefacto generado por un
arquitecto contratado por el capitalismo para diseñar todos los cambios que
aumentan el crecimiento del PIB.
El decrecimiento supone un
llamamiento a la renuncia o a la reducción del consumo, cuya configuración es
esencialmente demente; pasa por una adaptación, una integración a la lógica del
capitalismo y no una forma efectiva de hostigarlo. En 110 países la gente vive
con menos de $10 000 al año y solo 28 tienen un ingreso de más de $40 000. La
gran mayoría de los seres humanos tienen enormes necesidades en cuanto a
alimentación, salud, vivienda, acceso a la educación, tranquilidad; en este
contexto, proponer una renuncia o reducción, en el ámbito de esas necesidades
humanas, implica considerar un plan generativo, de apropiación y redistribución
de bienes, totalmente ajeno a la lógica propia del capitalismo. Esto sólo se
puede compaginar en una postura clara y decididamente anticapitalista y,
jamás en el seno de posturas complacientes con el capitalismo y la “democracia
de mercado” como se verificó, hace pocos años en Glasgow.
Ligado al sacrosanto crecimiento
está la producción de armamento y la existencia misma de fuerzas armadas que
oscilan, dentro de su inutilidad social, en la aplicación en intervenciones
musculares, destructivas, como en la guerra y campañas militares en general. En
este contexto, el desafío al modelo global de capitalismo debe enmarcar el
rechazo al militarismo, la extinción de las fuerzas armadas y la producción de
material bélico… tema en el que las clases políticas no se atreven.
Por el contrario, en el
desarrollo del colapso fascista de Ucrania, la OTAN se expandió, dejando en
Europa, fuera de la sombra de su sombra, Austria, Irlanda, Suiza y los
microestados europeos (Andorra, Liechtenstein, S. . Marino y Mónaco)… sin
olvidar el Vaticano cuya desastrosa actuación fue evidente en tiempos del Papa
Wojtyla.
A raíz de lo anterior, ¿es
necesaria, compatible y democrática la vida de los pueblos con oligarquías y
clases políticas, ávidas de prebendas, corruptas y protegidas por cohortes policiales
y militares? ¿Se puede decir lo mismo de una redistribución de la renta y del
poder que beneficie a unos pocos ricos, que se sentirán elevados a situaciones
de poder sobre el resto de la población?
En el ámbito del contenido
de la producción social de bienes y servicios, ¿tiene sentido la inherente
segmentación de ingresos y niveles de poder, liderados o articulados por un
poder político, ávido de apropiación y regresivo de distribución del ingreso?
No existe
un plan racional, global o regional, para la distribución de los recursos y sus
frutos por la masa humana; también apunta a un funcionamiento del mercado que,
por regla general, segmenta y jerarquiza a los seres humanos, en función del
poder económico de las organizaciones oligárquicas como los Estados y las
empresas, especialmente las de gran poder, como las multinacionales.
¿Qué actividades
incorporarán, en el futuro, al bienestar de la masa humana? Volvemos al
principio de Spinoza; para eso, es imperativo acabar con el armamento y todas
las demás falencias, como la privatización de la salud, la educación, la
vivienda, creando un ambiente para compartir lo común y, sin el autoritarismo
proveniente de las clases políticas, que tienden a ser excluyentes. y corrupto
El capitalismo, articulando
la producción y las relaciones entre los humanos y el planeta, desperdicia las
capacidades creativas de millones de personas; mientras los condiciona y los
esclaviza. El transporte y la distribución en el capitalismo promueven inmensos
costos en términos logísticos, burocráticos, además del ambiente competitivo
que pone a los seres humanos en competencia unos contra otros. El productivismo
no apunta a soluciones a las necesidades humanas; es sólo un conjunto de
acciones encaminadas a apropiarse, por una minoría, de los bienes, servicios y
prebendas producidos por una gran mayoría, desvinculada de los objetivos de la
propia producción de bienes y servicios. ¿No deberían eliminarse las
desigualdades existentes para la construcción de un sistema de redistribución
equitativa?
Los elementos de derroche
por parte de los trabajadores y trabajadoras son inducidos por la
irracionalidad del sistema; debido a la ligereza de la absorción de
mentalidades consumistas, de donde salieron las prácticas para el
enriquecimiento de los capitalistas, con el consiguiente aumento del PIB.
Asimismo, se descuidan los impactos ambientales y sociales generados por la
acción negligente del capital, que desprecia los elementos que van más allá de
los límites absolutos del propio planeta.
La guerra en Ucrania es el
lugar donde, hoy en día, se están produciendo paulatinamente más desastres
humanos, sociales, ambientales; y, donde es visible la ligereza de los
occidentales de usar uranio empobrecido con más del 90% de isótopos de
uranio-238 y menos del 1% de uranio-235. Este uso estadounidense de uranio en
Irak hace veinte años llevó al uso de 300 toneladas de uranio empobrecido,
según estimaciones de la ONU. La vieja y ridícula monarquía inglesa, desde el
fondo de su decadencia, de su subordinación a los EE.UU., decidió enviar a
Ucrania, municiones hechas con uranio empobrecido y, una vez más, puso en la
agenda, un viejo problema -vulgarizar o no-. material radiactivo, aunque
contamine a muchos seres humanos.
En el ámbito de la ligereza
de la forma en que las clases políticas manejan las sociedades, se destaca
EE.UU., con pretensiones al podio de las naciones, con la adopción de prácticas
que pretenden insertar, en el ámbito de la subalternidad, a todos los demás
pueblos, cuando sea necesario o conveniente.
Como el
planeta es limitado, es fundamental considerar sus espacios y recursos en
términos de espacio y uso de los elementos contenidos en él. Es una obviedad y
una locura admitir que es posible que el ser humano supere las limitaciones del
planeta, evitando, al mismo tiempo, un colapso ecológico. La degradación de la
naturaleza, el exterminio de las especies vivas, animales o vegetales
constituye una amenaza para la humanidad.
La demanda de litio, por
ejemplo, implica costos crecientes y una competencia feroz entre las
principales potencias; todo ello para alimentar un aparcamiento
desproporcionado, objeto de la tremenda lucha en la que se pretende involucrar
a gran parte de la Humanidad; y cuyos efectos implican la atracción de ricos y
pobres. ¿Son los costos ambientales, debidamente calculados, superiores a las
ganancias de la producción de automóviles? ¿Qué pasa con el consumo de
combustible, el tiempo perdido en interminables colas de vehículos? ¿Y la
existencia de enormes áreas urbanas donde se aglomeran millones de personas?
Estos daños, debidamente calculados, son ciertamente mayores que las ganancias
de sus beneficiarios quienes, sin embargo, buscarán gravar a los municipios, en
una escalada sin verdaderas formas de resolución.
Las tasas crecientes de
contaminación y degradación ambiental ocurren porque los capitalistas y sus
gobiernos buscan ganancias a expensas del medio ambiente; y no por el uso de
tecnologías libres de daño ambiental y humano. Por regla general, los recursos
y medios de producción están destinados a la acumulación de capital; todo lo
demás es superfluo, en la lógica de los capitalistas.
La contradicción entre el
ser humano y la naturaleza, que hoy se revela dentro del capitalismo dominante,
sólo puede ser abolida teniendo en cuenta que la estructura productiva debe
basarse en los cinco principios señalados por Spinoza; y no en la producción de
armas, lujos y superficialidades que tanto atraen a los ricos y a los idiotas.
Cualquier salida a la
situación actual, desde el punto de vista político, económico, social y
cultural, para evitar un desastre global, será a través de un plan amplio y
detallado, basado en la propiedad común de los recursos, en tecnologías
aceptables que sustituyan a las modelo de lucro, de apropiación privada de los
recursos del planeta, de egoísmo nacionalista, propio de la ideología inmanente
al llamado mercado capitalista.
Hablar de planificación en
un contexto capitalista es un error. Los capitalistas se constituyen en
competencia entre sí, en una lógica de maximizar los resultados que cada uno
persigue; actúan como agentes redistribuidores de salarios limitados y
precariedad laboral; y, como manipuladores de los ingresos estatales para
apoyar a la comunidad empresarial de más alto perfil.
A la clase política le
corresponde el manejo y manipulación del aparato estatal, la selección y
jerarquización dentro del mandarinato político, la expedición de leyes y
reglamentos, la recaudación y distribución de la carga tributaria. Para la
multitud de trabajadores asalariados, pobres, desempleados, precarios, quedan
dos opciones esenciales, salidas de la clase política. Uno es la continuidad
sumisa del statu quo, definido por las estructuras del capitalismo y lo que
podemos llamar “democracia de mercado”, con partidos políticos, conservadores,
integrados al modelo político vigente y sindicatos amorfos. La segunda tiende a
anclarse en una plácida aceptación de las estructuras fascistas -políticas o
gremiales- de una incorporación total de estas estructuras en el aparato
estatal; un caso bien conocido fue el vivido durante el régimen fascista en
Portugal (finalizando en 1974).
La supresión del
capitalismo incluye la planificación en una sociedad no capitalista que evite
las consecuencias catastróficas del cambio climático y otros excesos promovidos
por el modelo capitalista, enfocados en el crecimiento infinito del PIB. La
gran pregunta es si las víctimas del capitalismo logran organizarse en un nuevo
modelo político, social y económico; o, si se dejan conducir por el binomio
capitalistas-clases políticas, hacia un modelo político represor y fascista.
Por otro lado, ¿el modelo de Estado-nación, que implica una competencia
exacerbada – cuando no una guerra abierta entre sus miembros – apoya los
supuestos de Spinoza? El modelo político, hoy dominante, engloba situaciones de
competencia económica, así como de tensión política, cuando no conduce a la
guerra.
Autoría:
Grazia Tanta para Kaosenlared
Imagen:
Grazia Tanta
Traducción:
Diana Cordero para Kaosenlared
Texto original en portugués: Capitalismo, esse triturador de
vidas
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