El miedo como instrumento de
poder
Rebelion
17/08/2022
Fuentes: CLAE
- Rebelión / Imagen: Edvard Munch, "El grito", 1893
Apenas nacemos nos insuflan de miedo. El mantra de las religiones es
justamente atemorizarnos en este mundo, marcando nuestro comportamiento y
acotando nuestro disfrute, para hacer méritos y poder disfrutar todo eso (u
otras cosas, no lo sé, eternamente), en el otro, después de la muerte.
¿Sin más
amenazas, sin más miedos?
O sea, la vida
en la Tierra sería apenas una prueba de admisión y si no nos portamos bien de
acuerdo a las reglas y normas de la religión que elijamos o nos impongan, no
habrá segundo tiempo. Eso es terrorismo primario, de primera generación, dice
el comunicólogo Álvaro Verzi. El terrorismo secundario sería la amenaza del
cambio climático, la hambruna, los gases de efecto invernadero, la guerra
nuclear.
La lista
de libros sagrados es enorme, todos poseedores de la verdad única:
Biblia, Corán, Torá, Talmud, Upanishad, Vedas, Cánones del
Budismo, Libro de Mormón, Tipitaka, Rig Veda, Mahabharata, Bhagavad
Gita, Kojiki, Zend Avesta, Guru Granth Sahib… Pero no podemos olvidar que con o
sin libros, tablas o rocas grabadas, nuestros indígenas también tenían sus
religiones, aun cuando adoraban a otros dioses
Hay decenas y
decenas de libros sobre el miedo, pero me da miedo leerlos y por eso voy al
diccionario de la Real Academia Española, que nos dice que el miedo es la
«angustia por un riesgo o daño real o imaginario. El miedo es una
emoción desagradable provocada por la percepción de un peligro, real o
supuesto, presente, futuro o incluso pasado”.
Es una emoción
primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza, y se
manifiesta en todos los animales, lo que incluye al ser humano. La máxima
expresión del miedo es el terror. Además, dicen los expertos, el miedo está
relacionado con la ansiedad.
En la
actualidad existen dos conceptos diferentes sobre el miedo, que corresponden a
las dos grandes teorías psicológicas que tenemos: el conductismo y la
psicología profunda. Según el pensamiento conductista, el miedo es algo
aprendido. En el modelo de la psicología profunda el miedo existente
corresponde a un conflicto básico inconsciente y no resuelto (el miedo a morir,
el instinto de supervivencia), al que hace referencia.
André Delumeau
considera que es necesario que escuchemos a nuestros temores: son un
sistema de alarma maravilloso para enfrentarnos a los peligros. Pero no debemos
someternos a ellos: a veces ese mecanismo se estropea. Como si fuera una
especie de alergia, el miedo se dispara y se convierte en fobia, agrega.
Amenaza, miedo,
represalia en nombre de bien superior, ha sido la forma de dominación en la
Tierra. Y sigue siendo, porque cuando el verso de la libertad y la democracia
ya no sirven mientras se masacran pueblos, al octogenario presidente
“demócrata” estadounidense se le da por amenazarnos de que si no nos portamos
bien, puede llegar la guerra atómica. Y chau Tierra. Incluyendo a Joe Biden,
claro.
Pero todos
sabemos que el miedo político es instrumento del poder y los dirigentes usan
amenazas reales o potenciales para garantizar el control social. El miedo nunca
se agota como dispositivo de poder pues el ser humano necesita la seguridad de
no sentirse en riesgo.
Me dio miedo
descubrir que hay otra gente que dice que no hay nada más efectivo que someter
a la sociedad a un estado de miedo permanente para conducirlo fácilmente a los
“santuarios” que el mismo sistema les ofrece como refugio, que en definitiva es
replegarse en sus casas para rumiar silenciosamente sus miedos, sin salir a
protestar ni a manifestarse para evitar calamidades.
Y entonces el
homomedroso busca diversiones escapistas en la televisión o los videos, el cine
o la literatura de consumo masivo, mientras se traga sin digerir lo que dicen
los medios informativos que anuncian nuevos temores que acechan a la población
local, regional, nacional y por qué no mundial, y venden el abrigo de ciertos
templos de salvación.
Al respecto del
miedo en política Maquiavelo aconsejaba al Príncipe que es mejor ser temido que
amado; Hobbes apuntaba el miedo y el imperio de la ley como parte del bienestar
social; Montesquieu relacionaba miedo con despotismo; Tocqueville señalaba la
ansiedad como manifestación psíquica de las masas; y Hanna Arendt hablaba del
terror que persigue destruir la condición humana.
La religión y
el miedo se combinan creando formas diferentes, unas sociales, otras
individuales, marcando finales o adelantando su preludio, explotando ese
mecanismo humano que es la angustia, la ansiedad, el temor que, a la vez que
nos hace sufrir, nos alerta frente al exterior.
El miedo es
epidémico, pica y se extiende. Miedo a lo nuevo, miedo al diferente, miedo al
cambio climático… Muchos se juntan a través de los chats de las
redes sociales y comparten sus miedos, para no sentirse arrinconados sólo por
sus propios miedos sino por los del resto del círculo con un efecto
exponencialmente espantoso.
Cada uno tiene
la posibilidad de tener su propio miedo, que ostenta hasta con orgullo, porque
saben que ese miedo es lo que les permite vivir y se parte de la Orden de
Veneración al Temor, más amplia pero tan temible como el Opus Dei. Ter miedo
propio y propagarlo en un afán democrático para que ese miedo se generalice:
habrá miedo para todos.
Esto es el que la filósofa Martha Nussbaum llama La monarquía del miedo, la
periodista Naomi Klein el capitalismo del desastre y su doctrina del shock, el
sociólogo y filósofo Heinz Bude la sociedad del miedo, el ensayista Bernat
Castany Prado la filosofía del miedo, el sociólogo Zygmunt Bauman miedo
líquido, y el siquiatra Enrique González Duro escribe una biografía de miedo,
dice Philip Potdevin.
Los medios y el miedo
Los medios de
comunicación se desnaturalizaron, abandonaron su función informativa e
ingresaron a ser parte del engranaje del ejercicio del poder, donde su papel de
eje desordenador de las subjetividades colectivas, siembra angustia, miedo y
terror, y criminaliza las acciones populares de las ciudadanía emergentes.
Los programas y
lenguaje (escrito, visual y oral) de los medios de comunicación son diseñados
para producir miedo –y a la vez desalojar cualquier esperanza- y
construyen en el imaginario social la idea de un enemigo oculto que vulnera la
seguridad personal y pone en riesgo el patrimonio familiar, de ahí que
angustia, miedo y temor son tres escenarios que articulan la nueva estrategia
de los grupos de poder –incluyendo el Estado- para estar presente en el
subconsciente colectivo de los ciudadanos.
Entre las
primeras series de televisión estadounidenses recordamos a los heoricos
Halcones Negros, valientes pilotos estadounidenses que combatían a los feos
coreanos, y la seudohumorística Mash, que nos hacía creer que la
guerra era un lugar placentero. Es que desde antes de la guerra de Vietnam, los
medios reemplazan el discurso oral o escrito por la imagen cuyo impacto es
mayor porque queda registrado en la mente.
Provocan
incertidumbre con el miedo y temor que son respuestas específicas ante una
amenaza interna o externa percibida por el sujeto de manera perenne y se
convierte en un efecto crónico al percibirse como un estado permanente en la
vida cotidiana, no sólo de los afectados directamente sino por los que conviven
y son parte del segmento social donde se inscribe el sujeto.
Durante la
Guerra Fría, nos calentaban con el miedo y el temor a los países productores de
petróleo, los chiítas y sobre todo a los comunistas, que se comían a los niños,
mientras Estados Unidos seguía interviniendo en todo el mundo: realizó
unas 400 intervenciones militares hasta la fecha y unas cien desde la caída del
muro de Berlín. Una investigación del Military Intervention Project de la
Universidad Tufts señala que 34 por ciento de ellas fueron contra países de
América Latina y el Caribe.
Antes nos
atemorizaron con el paso de ganso nazi, y luego se avanzó con las pandemias de
desinformación sobre las pandemias y sobre todo lo que pasa en el mundo, a la
que incluso le sacaron rédito económico a través de películas, series de
televisión, novelas, donde los “muchachitos”, los buenos, son agentes de la
CIA, asesinos, sanguinarios… como lo demostró Wikileaks con el caso de las
inmorales torturas en Abu Ghibran. Pero en nombre de la libertad y la
democracia, claro.
Pero hoy, los
medios sutilmente remplazan en gran medida al agente coercitivo y priorizan la
represión ideológica en esta nueva versión dela Guerra de Baja Intensidad,
donde todos nos sentimos amenazados sin ser parte de los problemas que
divulgan.
Hace más de 31
años ya, en 1991, la historia de la información cambió definitivamente, desde
que el periodista Peter Arnett transmitió en vivo y directo –y para 2.200
millones de personas en todo el mundo– lo que creíamos era la Guerra del Golfo
o el bombardeo de los “aliados” a Bagdad. Desde entonces, para todos quedó en
claro el alcance de los nuevos medios de comunicación y el uso que se proponían
hacer de ellos: difusores del mensaje y las imágenes únicos.
Las noticias,
censuradas por el Pentágono, pasaban a ser espectáculo; un espectáculo armado
de forma que pudiera interesar a dos mil millones de personas, dejando la
sensación de hecho consumado y de advertencia a todos aquellos que osaran
discutir o contradecir las manipulaciones del poder imperial. Y cuando los
marines llegaron a Somalia, la CNN estaba esperando a los soldados…
La decisión del
gobierno de George W. Bush de entablar una guerra indefinida contra el
“terrorismo”, tras el atentado del 11 de septiembre de 2001 a las llamadas
Torres Gemelas de Nueva York, le sirvió de palanca para lograr que la opinión
pública estadounidense aceptara la ecuación de más seguridad a cambio de
recortes en las libertades y los derechos civiles consagrados
La Doctrina de
Seguridad Nacional estadounidense adoptada nueve días define la actual
estrategia con la cual se atribuye el derecho de guerra preventiva en cualquier
lugar del mundo. Y surgió la Patriot Act, arsenal de disposiciones liberticidas
que fue aprobado en bloque con el pretexto de la lucha contra el terrorismo,
medidas excepcionales que siguen vigentes. Este concepto establece que sólo
prevalecerá una nación soberana y que las demás –junto al derecho
internacional– tendrán que subordinarse a tal designio: cualquier acción u
opinión, adversa a EEUU es susceptible de ser considerada terrorista.
La mentira de
EE.UU. como arma de guerra, con sus historias de terror para imponer el miedo,
el odio al otro, la violencia bélica, es difundida aún tres décadas más tarde
por los corporizados y cartelizados medios de comunicación occidentales, que
incrementan las crisis para aumentar sus sintonías y, por ende, sus recursos
publicitarios, mientras sus ejércitos destrozan comunidades, vidas y sueños,
para quedarse con sus recursos.
Podemos seguir
hablando del miedo, su historia, sus métodos, sus fines… pero tengo miedo que
al editor le parezcan demasiado largas estas disquisiciones para publicarlas.
Cuando me de un ataque de optimismo o de valentía, volveré por más miedo.
*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en
Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la
Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de
Análisis Estratégico (CLAE)
Fuente: https://estrategia.la/2022/08/16/el-miedo-como-instrumento-de-poder/
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