Ojos que no ven corazón que no siente: Ecocidio en el Pacífico
Rebelión
28/04/2021
Fuentes: Tlaxcala
[Ilustración: Obras escultóricas de estudiantes vietnamitas que representan a
niños discapacitados víctimas del defoliante Agente Naranja utilizado por el
ejército yanqui durante la guerra de Vietnam]
Traducido por Sinfo Fernández
Recuerdo haber hablado con un ambientalista de Illinois en algún momento de
la década de 1980. La conferencia en la que nos encontramos iba de
contaminación; me dijo que lo que había venido escuchando sobre el vertido de
desechos químicos era solo la punta del iceberg de las cantidades de desechos
ya enterrados.
De hecho, nadie
va a conocer jamás las montañas de desechos enterrados o arrojados a ríos,
lagos, mares y océanos en violación de la ley o con el consentimiento de las
autoridades locales y nacionales.
La EPA [siglas
en inglés de la Agencia de Protección Ambiental de EE. UU.] sigue aún luchando
para aminorar los peligros de la contaminación ilegal y del entierro de
desechos tóxicos en lugares de todo el país. La EPA bautiza a estas
operaciones, típicas de gánsteres, como sitios “superfund” (1).
David
Valentine, un profesor curioso de la Universidad de California en Santa
Bárbara, fue quien sacó a la luz esos vertidos con
desechos de DDT a finales de 2020. Descubrió algo así como
500.000 barriles de DDT esparcidos por el fondo del océano: un acto criminal de
contaminación que resultó ser “el caso más infame de destrucción ambiental
frente a la costa de Los Ángeles”. Los vertidos comenzaron en 1947 y
continuaron hasta 1982, doce años después de la fundación de la EPA en 1970.
Los vertidos de DDT se realizaron cerca de la isla Catalina. Y no podría
haberse llevado a cabo sin el acuerdo tácito tanto del gobierno de California
como del nacional.
Además de la
industria que entierra o arroja sus desechos, el mayor violador de las leyes
ambientales nacionales e internacionales es el Ejército de EE. UU. Su
gigantesco arsenal de armas y cantidades monumentales de municiones y desechos
constituyen una pesadilla a la hora de eliminarlos, así como múltiples efectos
perniciosos en la salud humana y ambiental.
Desprecio del Ejército de EE. UU. por los estadounidenses
En 2017 el juez
Mark Toohey de Kingsport, Tennessee, me llamó para hablar sobre la inquietud
que sentía al encontrarse en la vecindad cercana a la Planta de Municiones del
Ejército de Holston, que quemaba armas en pozos a cielo abierto. Había leído mi
libro, “Poison Spring”, y pensó que podría hacerle algunas sugerencias.
El juez Toohey
me dijo:
“No tenía ni idea de la cantidad de personas asmáticas, niños y familias,
en EE. UU. que han tenido que soportar la exposición potencialmente mortal a
las combustiones hechas al aire libre por nuestro propio ejército, con la
bendición total de la EPA. Sencillamente, es una situación muy triste que
nosotros, como nación, pongamos la reducción de costes por delante de la salud
de nuestros ciudadanos”.
Lo que dijo el
juez Toohey no me sorprendió. Mi experiencia en la EPA había ampliado mi
comprensión respecto al poder de quienes tienen riqueza y poder: corporaciones,
industrias, grandes agricultores, multimillonarios y gobiernos. Todos ellos
utilizan la coerción o la corrupción descaradas para lograr sus objetivos.
El poder político y la ley
Cuando enseñaba en la Universidad de Nueva Orleans,
1992-1993, el decano de ingeniería no quiso dejarme una camioneta para que
llevara a mis estudiantes a explorar las condiciones de contaminación en el
“callejón del cáncer”, el corredor de 160 kilómetros entre Baton Rouge y Nueva
Orleans.
“Si te doy una
camioneta de la Universidad”, dijo, “la industria me acusará a mí y a la
universidad de parcialidad”. Pasé de él y los estudiantes y yo nos desplazamos
en varios coches nuestros y tuvimos una experiencia de aprendizaje muy
interesante en la visita a un par de fábricas en el valle del cáncer.
Las leyes
reflejan los ideales de la civilización y, en algunos casos, mejoran la vida
tanto de los humanos como de la vida silvestre. Pero el ejército en Tennessee
tenía bastante poder e ignoraba la ley. Los funcionarios estatales y federales
no creían que fuera importante proteger a la gente de los actos deletéreos del
ejército cuando quemaba municiones al aire libre, una práctica llevada a cabo
de forma rutinaria en las colonias. Además, la industria química ocupaba un
lugar central en los negocios de Kingsport.
¿Está el Ejército por encima de la ley?
Si las fuerzas
armadas pueden causar daños a los ciudadanos estadounidenses durante tiempos de
paz, y no por razones “estratégicas”, ¿qué serían capaces de hacer en tiempos
de guerra?
Solo podemos
especular acerca de los cambios que se producen en la mente humana durante la
guerra. ¿Pueden los guerreros de EE. UU. respetar a los estadounidenses y al
mundo natural en casa cuando, durante décadas, han estado matando a miles y
millones de guerreros enemigos y civiles y cometiendo ecocidio a gran escala?
No se trata de
una pregunta hipotética. La respuesta es no. No pueden. El caos de la guerra
tiene repercusiones internas, la mayoría de ellas desagradables.
El Ejército no
respeta a sus vecinos estadounidenses en Tennessee porque se ha educado en la
anarquía y la violencia de guerras reales y teóricas. Sabe que las autoridades
civiles, aunque superiores a él, no se atreven o no están dispuestas a ejercer
su poder.
El Ejército
está acostumbrado a verter y contaminar. De eso se trata la guerra. Durante la
Segunda Guerra Mundial y, durante varias décadas de la Guerra Fría, el Ejército
estadounidense ha estado destrozando el mundo.
Contaminación de guerra
Los soldados
estadounidenses se enfrentaron a sus mayores enemigos en el Pacífico cuando
lucharon contra los japoneses.
Japón fue el
único país, entre los que combatieron durante la Segunda Guerra Mundial, que
violó las convenciones internacionales que prohíben las armas de destrucción
masiva. Construyó instalaciones industriales en Manchuria, China, para la
fabricación de armas biológicas. Japón luchó contra los chinos tanto con armas
convencionales como biológicas. Los japoneses, de hecho, utilizaron prisioneros
chinos en sus pruebas con agentes de armas químicas.
Sin embargo,
Estados Unidos superó a Japón en su ferocidad militar. Bombardeó Japón hasta
reducirlo a la edad de piedra y la sumisión. Las bombas atómicas sobre
Hiroshima y Nagasaki hicieron comprender a los japoneses lo que iba a pasarles
a todos ellos si continuaban resistiendo.
Esas bombas
atómicas, además, le dijeron al mundo quién era el nuevo hegemón.
Fueron el preludio de décadas de campañas de bombardeos sobre pueblos y
personas rebeldes o revolucionarios. Además, las bombas atómicas provocaron el
desarrollo de armas de destrucción masiva mucho más poderosas.
Estados Unidos,
casi literalmente, rodeó el mundo con más de 800 bases militares ubicadas en
más de setenta países. No podía soportar que la comunista Unión Soviética
(Rusia), dispusiera de bombas atómicas y de hidrógeno, al igual que sus propias
armas de destrucción masiva. China era otro enemigo que los planificadores
militares estadounidenses tenían bajo sus radares de bombardeos.
Después, la
guerra de Corea aplicó a los estadounidenses un poco de su propia medicina
frente a la China comunista.
La guerra de
Vietnam, sin embargo, llevó a Estados Unidos a la demencia. No había ninguna
razón para esa guerra, salvo la arrogancia y los delirios de grandeza imperial.
Vietnam, Laos y
Camboya eran sociedades campesinas del sureste de Asia. Al atacarlas, Estados
Unidos se enfrentó a una jungla verde y a enemigos invisibles con pequeñas
armas convencionales. Y Estados Unidos inició una guerra inútil pero ecocida
contra los campos de arroz y los bosques tropicales. Las armas elegidas
incluían herbicidas (Agente Naranja) y bombas.
Esa inútil
guerra químico-biológica en Indochina fue el resultado de las estrategias
ideológicas y militares de la Guerra Fría de las décadas de 1950, 1960 y 1970.
Tanto Estados Unidos como sus aliados occidentales, Francia e Inglaterra, y sus
oponentes, la Unión Soviética (Rusia) y China, disponían de armas de
destrucción masiva.
Bombas de destrucción masiva
Para el
desarrollo de esas armas ecocidas y genocidas, se hicieron ensayos en casa y en
las colonias. Se cometieron errores y se causaron accidentes. Se
acumularon enormes cantidades de desechos extremadamente perdurables y letales.
Además, se lesionó a quienes fabricaron las armas y a los soldados que las
custodiaban. La lluvia radiactiva contaminó el agua, los alimentos y la tierra,
tanto en casa como en el Pacífico.
En el fragor de
las amenazas existenciales que crearon las “superpotencias” con armas
nucleares, se olvidaron de la salud humana y ambiental. Enterraron, quemaron y
arrojaron su bomba nuclear y los desechos de la guerra química y biológica en
mares y océanos.
Estados Unidos
arrojó en el Pacífico sus sustancias tóxicas, como plomo, dioxinas, plutonio y
herbicidas.
Ecocidio en el Pacífico
Un periodista
de investigación llamado Jon Mitchell reveló el horror de la contaminación
perpetrada en el Pacífico por el ejército estadounidense. Su libro: Poisoning the
Pacific: The US Military’s Secret Dumping of Plutonium, Chemical Weapons, and
Agent Orange (Rowman y Littlefield, 2020) aborda el
ecocidio y la irresponsabilidad política consiguiente.
Mitchell pasó
diez años escribiendo este libro tan importante. Utilizó la Ley de Libertad de
Información y pudo solicitar y recibir diez mil páginas de documentos del
gobierno (Departamento de Estado, ejército y CIA). Además, entrevistó a
denunciantes, antiguo personal de la base militar, incluidos japoneses y
estadounidenses, que fueron víctimas del envenenamiento del Pacífico durante
décadas.
El terrible
daño causado por la Guerra Fría y las pruebas con bombas nucleares es
asombroso. En la década de 1950, Gran Bretaña probó el gas nervioso mostaza en
cientos de soldados indios. También probó bombas nucleares en Australia y el
Pacífico. Francia recurrió a sus colonias en Argelia y la Polinesia Francesa,
donde probó unas 200 armas nucleares. China y la Unión Soviética (Rusia)
hicieron lo mismo.
Los
científicos, ingenieros y soldados estadounidenses hicieron ensayos con las
armas y las almacenaron. Eliminaron los desechos de las armas de destrucción
masiva y se convirtieron en las primeras víctimas del nuevo poder radiactivo de
sus armas.
Mitchell
documenta el ecocidio sistemático a causa del vertido de enormes toneladas de
desechos peligrosos procedentes de las bombas en el Pacífico, donde Estados
Unidos comenzó a probar su bomba de hidrógeno, extremadamente poderosa,
radioactiva y deletérea, en la década de 1950.
Esa era la
creencia generalizada durante la Guerra Fría. Así como los monjes cristianos
que destruyeron los templos griegos en el siglo IV estaban seguros de que su
destrucción era un golpe contra los griegos “idólatras”, los estadounidenses
que envenenaron el Pacífico en la década de 1950 pensaban que estaban haciendo
el trabajo de Dios y salvándonos del comunismo impío. No importaba en absoluto
que tales actividades violaran los derechos humanos de los habitantes de las
islas del Pacífico envueltos en lluvia radiactiva.
El epicentro
del ecocidio estadounidense en el Pacífico incluyó Japón, Okinawa, Micronesia y
las islas Marshall. El Ejército estadounidense probó 67 bombas nucleares solo
en las islas Marshall, desplazando a su población y provocando secuelas
permanentes. Además, hizo explotar decenas de armas nucleares en el Pacífico
occidental. Esas pruebas incluyeron agentes de guerra biológica y química.
Precipitación radioactiva
El resultado de
las pruebas de armas de la Guerra Fría era predecible. La lluvia radiactiva
cubrió esta región del Pacífico con una huella indeleble de contaminación
causada por venenos, radiación, dioxinas y uranio empobrecido.
“Durante los
últimos ochenta años, ningún ejército de nación alguna ha dañado el planeta más
que el estadounidense. Desde 1941, Estados Unidos ha estado en guerra casi
constantemente, provocando una contaminación ambiental extrema”, escribe
Mitchell.
De hecho,
Mitchell nos recuerda que la palabra ecocidio se acuñó para
describir la vasta destrucción de los bosques de Indochina por el Agente
Naranja de Estados Unidos.
El libro de
Mitchell arroja luz sobre la era oscura del Ejército y la política
estadounidenses. ¿Cómo pudieron los políticos estadounidenses ser tan ciegos o
arrogantes durante tanto tiempo? ¿No aprendieron nada de la Alemania de Hitler?
¿Dónde estaban los graduados de Harvard, MIT y otras universidades? ¿Dónde
estaban los ambientalistas de este país?
Mitchell dice
que los actos estadounidenses contra el mundo natural, especialmente en el
inmenso Pacífico, vertiendo venenos y contaminación radiactiva, han sido tan
destructivos y ecocidas que merecen calificarse de crímenes de guerra contra la
humanidad.
Lean este libro
tan bien escrito, oportuno y poderoso. Debería hacer que se llenaran de rabia e
indignación, una munición que necesitarán para luchar y detener nuestra
continua guerra contra la Tierra.
Poisoning the Pacific me ha impactado también a mí.
He estado estudiando la contaminación y la política ambiental durante décadas
y, sin embargo, me asombró esta historia de destrucción deliberada de las
fuentes importantes de vida y belleza en el Pacífico.
Tenemos que
aprender de esta historia fascinante e incisiva para controlar a nuestro
Ejército e instruir a nuestros soldados para que respeten el mundo natural
tanto en casa como en el extranjero.
N. de la T.
(1) La Ley de Responsabilidad, Compensación y Recuperación Ambiental
(Comprehensive Environmental Response Compensation and Liability Act, CERCLA
por sus siglas en inglés), mejor conocida como Superfund, fue aprobada por
el Congreso de Estados Unidos en 1980 con el fin de identificar, investigar y
restaurar los lugares que contienen deshechos peligrosos que provienen o fueron
abandonados por plantas manufactureras, maquiladoras, industrias químicas,
vertederos o basureros públicos.
Texto original: https://vallianatos.blogspot.com/2021/04/ecocide-in-pacific.html
Fuente: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=31334