La política
del miedo
miguel
catalán | profesor de pensamiento político de la universidad cardenal
herrera-ceu
levante-EMV.com
10.07.2016
A lo largo de la historia, el miedo ha sido la emoción
primaria más utilizada por los gobernantes para mantener sojuzgado al pueblo.
La falacia más comúnmente empleada por las elites dominantes es la del miedo y
sus emociones contiguas, la angustia y el desamparo, así como su emoción
subsecuente, el odio. Al explotar el miedo al otro (al extranjero, a la nación
periférica, al inmigrante, al insurgente), el poderoso mantiene con impunidad
las desigualdades internas de la sociedad que domina. En vez de reprimir la ira
del estado llano asfixiado por la injusticia, la redirige contra un objetivo
adecuado a sus intereses. En el decimoctavo de sus principios propagandísticos,
el Secretario de Propaganda del III Reich Joseph Goebbels expuso este método
con claridad lapidaria: "La propaganda debe facilitar el desplazamiento de
la agresión concretando los objetivos del odio".
La explotación política del miedo en el mundo
contemporáneo tiene dos funciones principales: la primera, hacer olvidar la
injustificable desigualdad derivada del neocapitalismo financiero dirigiendo la
fuente de la angustia y el resentimiento popular hacia un objeto distinto del
causante del problema; y la segunda, mantener al pueblo unido y dócil
("cohesionado") bajo la figura del líder protector
("firme", "sensato", "estabilizador") que la
minoría dominante propone como salvador de la mayoría que en realidad está
explotando.
Un estudio comparativo sobre la presencia de Venezuela
en portadas de cinco periódicos españoles arroja los siguientes resultados: en
el periodo previo a las elecciones, entre el 1 de mayo y el 26 de junio, la
mala situación política de Venezuela y la presunta financiación irregular de
Podemos aparecieron en una de cada cinco portadas (20,30%) de esas cabeceras
españolas. Después de las elecciones y hasta el 4 de julio, el porcentaje se ha
desplomado bruscamente al 4,4% de las portadas. Venezuela ha dejado de
interesar a la prensa más leída en España.
El resultado de las elecciones generales del 26 de junio de 2016, con un incremento sustancial de 14 escaños del partido en el poder y la pérdida correlativa de escaños y opciones de los otros tres partidos que optaban a formar gobierno, ha vuelto a mostrar la enorme eficacia política del miedo. Dirigida a conciencia por el partido gubernamental, esta estrategia falaz ha desplazado el escenario de la campaña electoral de España a Venezuela como si lo hubiera colocado sobre una alfombra voladora de Las mil y una noches. Se dice fácil, pero este viaje transoceánico que dejaría sin aliento al emir de los creyentes ha hecho desaparecer del mapa a España, un país materialmente hundido con la coartada de la Recesión de 2008, machacado por una brutal política de recortes sociales y sometido a la voladura controlada del Estado del bienestar por las grandes fuerzas financieras y políticas, para hacer aparecer en su lugar una pequeña república ciertamente mal gobernada que pocos sabrían situar en el mapa de Latinoamérica, donde tantas otras repúblicas mal gobernados se concitan. Venezuela, que cometió el pecado original de enfrentarse a los intereses económicos de Estados Unidos con el arma de su riqueza petrolífera, ha sido la vía de escape del Partido Popular. Para arrasar en las elecciones sólo ha tenido que recordar una y otra vez, con machaqueo de martillo, los contactos del régimen de Chávez y Maduro con algunos dirigentes de Podemos. No importa que no sea Podemos, sino el Gobierno de España, el mayor vendedor de armas a Venezuela (más de 13 millones de euros en el primer semestre de 2015): ese es un detalle sin importancia. Los estrategas del Partido en el poder han desviado con éxito a los problemas políticos de Venezuela la atención que todos debieran haber prestado a su corrupción abismal y endémica en España, a su asalto vandálico a la hucha de las pensiones en España, a su control político de los medios de comunicación en España y, por último, a las medidas antisociales contra la sanidad, educación y cultura que tanto sufrimiento e ignorancia están causando en España. Ahora el gobierno podrá volver a aplicar todas ellas con mayor desahogo y legitimidad, como demuestra la carta de sumisión (5-5-2016) de Rajoy al presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker ("Querido Jean-Claude...") aceptando en caso de ganar las elecciones cuantos nuevos recortes de servicios sociales se juzguen pertinentes. De ninguna de estas cuestiones se ha hablado en profundidad en la campaña. No ha hecho falta hablar de programas, sino sólo azuzar el miedo irracional a la joven generación de españoles que ya no cree sus mentiras. Para que los votantes previos de otras fuerzas se hayan abstenido o hayan trasvasado su papeleta al partido gobernante, ha bastado con asociar hasta la extenuación a Unidos Podemos con Venezuela, del mismo modo que antes se había asociado a cualquier partido de izquierdas o nacionalista con ETA (por cierto, tampoco se ha olvidado atribuir a Pablo Iglesias convicciones proetarras; las mentiras más grandes siempre fueron las más creíbles). En ambos casos, la estratagema ha obtenido un éxito sonrojante. El brexit del Reino Unido, el probable nuevo referéndum para la independencia de Escocia y la amenaza del referéndum en Cataluña propuesto por Podemos han ayudado al triunfo de una impostura estratégica insultantemente tosca para las personas formadas, o siquiera sólo informadas, pero enormemente eficaz para una mayoría social entrada en años, empobrecida, ignorante y temerosa. Los otros dos partidos en liza, PSOE y Ciudadanos, no quisieron ser menos que el PP y participaron de la farsa antibolivariana con la esperanza de extraer los mismos réditos. En vez de centrarse en atacar al partido gobernante a fin de apartarlo del poder, que es para lo que se suponía estaban compitiendo, enfocaron sus cañones dialécticos contra Unidos Podemos. Rodríguez Zapatero viajó a Venezuela al otro lado del Atlántico por motivos humanitarios mientras los refugiados morían a decenas en el más vecino Mediterráneo, el joven conservador Albert Rivera se apuntó a la romería laica de la confusión, y también Felipe González dejó un momento de prestar sus consejos cualificados a Gas Natural para hacer lo propio. Aparte la frenada de Unidos Podemos repitiendo número de escaños, el resultado de la campaña del miedo es que Ciudadanos ha perdido 8 escaños y el PSOE, 5. Este último ha sacado el peor resultado de su historia, pero su secretario general se ufanaba la noche electoral de seguir pilotando "el primer partido de la izquierda"; en el ínterin, el PP había desaparecido del mapa de Ferraz, aunque en realidad se había encaramado allá en lo alto donde antaño solía poner Norte.
Ciudadanos y PSOE han cosechado tal éxito apuntándose
a la política gubernamental del pánico inducido que sus votantes han migrado al
único beneficiario, el propio gobierno. Este tiene ahora carta blanca para
seguir aplicando sus políticas antisociales y antiecológicas, protegiendo los
oligopolios de la energía y perjudicando a sus usuarios, desmantelando el
Estado del bienestar, vaciando el fondo de pensiones, borrando los discos duros
de sus cuentas trucadas para que el juez no pueda juzgarlas y aforando a toda prisa
a las autoridades en peligro de imputación por delitos derivados del cargo. El
pueblo ha autorizado con su voto esta ética y esta estética. Las profundas
reformas educativas y políticas que precisa como el aire este país deberán,
pues esperar; quizá menos de lo que se cree, pues el relevo generacional
resulta inevitable, pero todavía un tiempo. Como sabía John Dewey, la
democracia no hace mejores a los ciudadanos, sino que son los ciudadanos los
que hacen mejor la democracia.
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