sábado, 1 de marzo de 2025

¡Ya salió el Topo de marzo! Entrevista a Andrés Piqueras (artículo en abierto)

 

Además, en la revista de este mes, artículos de Higinio Polo, Alejandra Trejo Nieto; Carlos Formenti, entrevista de Miguel Riera a Manolo Monereo; Miguel Candel nos habla del Elefante en la cacharrería. Y en CINE, Javier Enríquez Román nos presenta The Brutalist, Una (colosal) epopeya estadounidense.


¡Ya salió el Topo de marzo! Entrevista a Andrés Piqueras (artículo en abierto)


Entrevistas 

 

Genís Plana

El Viejo Topo

1 marzo, 2025 



Artículo en abierto de la Revista El Viejo Topo, nº446, de marzo de 2025

Además, India y los graznidos de Washington por Higinio Polo; Nueva era, viejas tensiones entre México y Estados Unidos por Alejandra Trejo Nieto; Carlos Formenti continúa su recorrido sobre las luchas africanas contra el Imperialismo; repensamos la izquierda con la entrevista de Miguel Riera a Manolo Monereo; Miguel Candel nos habla del Elefante en la cacharrería. Y en CINE, Javier Enríquez Román nos presenta The Brutalist, Una (colosal) epopeya estadounidense.


por Genís Plana

 

Andrés Piqueras es profesor sénior de Sociología y Antropología Social en la Universidad Jaume I de Castellón, y miembro del Observatorio Internacional de la Crisis (OIC). Autor de numerosos libros en los que, además de esclarecer el funcionamiento del capitalismo, examina sus implicaciones políticas, sociales y medioambientales, sus análisis son bien acogidos en las páginas de El Viejo Topo. En esta ocasión le preguntamos al respecto de una cuestión que recientemente ha centrado su interés: el vínculo con el sionismo de quienes, por su poder económico, podrían considerarse los dueños de la mayor parte del mundo.

Si queremos saber cómo se configura el poder mundial, debemos comprender un proceso fundamental: la “centralización extrema del capital”. ¿Podrías resumir en qué consiste?

—Es el proceso imparable que arrastra la dinámica de acumulación del capital y su ley del valor, por la que ese capital va quedando cada vez en menos manos (a través de la unión de varios capitales en uno solo o por la absorción de uno de varios de ellos por otro). Este proceso significa que entre los capitalistas se redistribuyen capitales ya acumulados, sin que necesariamente se cree nueva riqueza social ni se agrande el ciclo de acumulación, aunque, sobre todo en los momentos de auge, ambas dinámicas tienden a ir de la mano. 

Solemos pensar que la pregonada libertad de mercado acababa por reducirse a la posibilidad de optar por los productos que ofrecen algunas de las grandes empresas: Coca Cola o Pepsi, pongamos por caso. Sin embargo, incluso esa paupérrima libertad de elección oculta una falsa alternativa. Has descubierto que las tres mayores empresas de inversión del planeta (Vanguard, Blackrock y State Street) son accionistas tanto de Coca-Cola como de Pepsi Co.

—Efectivamente, el proceso de centralización capitalista ha ido conllevando que sean unas pocas empresas matrices gigantescas las que posean empresas (marcas) grandes, que a su vez son dueñas de otras medianas, las cuales por su parte detentan la propiedad de muchas pequeñas, como en un perverso juego de muñecas rusas. Así, por ejemplo, todas las marcas de alimentos envasados son propiedad de una docena de empresas matrices: Pepsi Co., Coca-Cola, Nestlé, General Mills, Kellogg’s, Unilever, Mars, Kraft, Heinz, Mondelez, Danone y Associated British Foods. Estas empresas matrices monopolizan la industria de los alimentos envasados, ya que prácticamente todas las marcas de alimentos disponibles pertenecen a una de ellas.

Las 12 empresas cotizan en Bolsa y están dirigidas por consejos de administración en los que los mayores accionistas tienen poder sobre la toma de decisiones. Cuando se busca quiénes son esos mayores accionistas se encuentra otro oligopolio mayor por encima del oligopolio anterior (en este caso nada menos que un duopolio), pues hay dos empresas que figuran sistemáticamente entre los principales accionistas institucionales de estas empresas matrices: Vanguard Group Inc. y Blackrock Inc. 

A veces estas megaempresas comparten control empresarial con una tercera. Por ejemplo, aunque hay más de 3.000 accionistas en Pepsi Co., las participaciones de Vanguard y Blackrock representan casi un tercio de todas las acciones. De los 10 principales accionistas de Pepsi Co., los tres primeros, Vanguard, Blackrock y State Street Corporation, poseen más acciones que los siete restantes.  Algo muy similar pasa con la Coca Cola, pues sus cuatro principales accionistas institucionales son idénticos a los de Pepsi.

Unas pocas manos son las que controlan el cotarro…

—Lo mismo ocurre en casi cualquier otro campo. Así, verbigracia, entre las 10 mayores empresas tecnológicas encontramos: Apple, Samsung, Alphabet (empresa matriz de Google), Microsoft, Huawei, Dell, IBM y Sony. Con ellas tenemos la misma configuración de muñeca rusa. Por ejemplo, Facebook es dueña de Whatsapp e Instagram. Alphabet es dueña de Google y de todos los negocios relacionados con Google, incluyendo YouTube y Gmail. También es el mayor desarrollador de Android, el principal competidor de Apple. Microsoft es dueña de Windows y Xbox. En total, cuatro empresas matrices producen el software que utilizan prácticamente todos los ordenadores, tabletas y eso que llaman “teléfonos inteligentes” del mundo. 

Tendemos a pensar que los dueños de estas empresas son los más ricos del mundo, y solemos identificar este tipo de “riqueza” con poder. Y no es que no sea así, de una u otra manera, pero habría que saber discernir entre diferentes tipos de poder y, además, ¿quiénes son los dueños de esas macroempresas?

Más del 80% de las acciones de Facebook están en manos de inversores corporativos, y (a finales de 2021) los principales poseedores institucionales son los mismos que se encuentran en la industria alimentaria: Vanguard y Blackrock. Mientras que                                                       State Street Corporation es el quinto mayor accionista.

Los cuatro principales inversores institucionales de Apple son Vanguard, Blackrock, Berkshire Hathaway y State Street Corporation. Los tres principales accionistas institucionales de Microsoft son Vanguard, Blackrock y State Street Corporation.

Si se sigue repasando la lista de marcas tecnológicas –empresas que fabrican ordenadores, teléfonos inteligentes, aparatos electrónicos y electrodomésticos– cualquiera se topa repetidamente con Vanguard, Blackrock, Berkshire Hathaway y State Street Corporation entre los principales accionistas. 

Esto no tiene nada que ver, por una parte, con la cacareada “libertad de mercado” ni con la “libre competencia” de la que nos hablan, sino que traduce la citada tendencia intrínseca del capitalismo a acumular capital, medios de producción y riqueza en menos manos, a costa de la desposesión y miseria de más y más población. Por otro lado, se habla mucho del capitalismo de plataformas y que ahí están al frente los hombres más ricos del mundo (Gates, Zuckerberg, Bezos, Buffet, Musk, Ellison, Page…), ¿pero son realmente los más poderosos cuando hablamos en términos geopolíticos? Obviamente, son sólo parte de un engranaje que les supera y que tiene formas más ocultas de poder.

Así pues, Vanguard, Blackrock, Berkshire Hathaway y State Street Corporation se encuentran detrás de la industria de alimentos envasados y de las grandes empresas tecnológicas. ¿Ocurre lo mismo con los medios de comunicación?

—En cuanto a la “pluralidad” de los medios de comunicación en general, la centralización del capital no deja muchas dudas al respecto: es inexistente. 6 grandes conglomerados transnacionales –aunque todos tienen sede en Estados Unidos– controlan el 70% del “negocio global de la comunicación”. Son Time Warner, Disney, NewsCorp (recientemente fusionada con 21st Century Fox), NBC Universal, Viacom y CBS (estas dos últimas se podrían volver a fusionar pronto).

Lo que no deja de ser aún más inquietante es que detrás de estos conglomerados encontramos también a los anteriores megagrupos de inversión, como importantes accionistas suyos.

¿Y lo mismo ocurre en otros sectores y ramas productivas?

—Las empresas de este selecto club, que incluye Bancos y Fondos de Inversión, son también las mayores accionistas de las industrias extractivas y de provisión de materias primas en general. Lo mismo ocurre con la agroindustria de la que depende la “industria alimentaria” mundial. Estos inversores institucionales son dueños de Bayer, el mayor productor de semillas del mundo; también lo son de los mayores fabricantes de textiles y de muchas de las mayores empresas de ropa. Son dueños de las refinerías de petróleo, de los mayores productores de paneles solares (de manera que controlan tanto la “economía fósil” como la que nos quieren hacer creer que será “sostenible”) y de las industrias automovilística, aeronáutica y armamentística. Poseen todas las grandes compañías de tabaco, y también todas las grandes compañías farmacéuticas e institutos científicos.  Igualmente son dueños de los grandes almacenes y de los mercados en línea como eBay, Amazon y AliExpress. Podemos resumir diciendo que 3 megaempresas que actúan como “Fondos de Inversión” tienen acciones mayoritarias en el 60% de todas las empresas del mundo:  Blackrock, Vanguard y State Street.

Veamos qué pasa con la Banca. Se piensa que la Reserva Federal (FED) como si fuera el Banco Central estadounidense, pero comentas que no es exactamente así… ¿Quiénes mueven la manivela en la fábrica de dólares?

—La Reserva Federal (FED), el Banco de Bancos de EE.UU., es una entidad privada que funciona como pública (a diferencia de los Bancos centrales europeos, que son “públicos” pero funcionan como entidades privadas). La FED presta dinero a otros Bancos, controla las tasas de interés, la acuñación de moneda y detenta el derecho exclusivo de la emisión de billetes. En 2018 el Citibank era la institución número 1 de la lista, con 87,9 millones de acciones del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, es decir, el 42,8% del total. El accionista número 2 era JP Morgan Chase Bank, con 60,6 millones de acciones, lo que equivale al 29,5% del total. Los dos Bancos juntos controlaban casi tres cuartas partes del capital social del Banco regional más importante del Sistema de la Reserva Federal. 

Estas empresas de inversión son, por supuesto, propiedad de su propio grupo de accionistas, los cuales, y esto es lo sustancioso, también se poseen entre sí. Todos son accionistas de las empresas de los demás. Juntos forman una reducidísima cúspide de propietarios. 

Los inversores institucionales más pequeños, como Citibank, ING y T. Rowe Price, son propiedad de empresas de inversión más grandes, como Northern Trust, Capital Group, 3G Capital y KKR. Estos inversores, a su vez, son propiedad de empresas de inversión aún más grandes, como Goldman Sachs y Wellington Market, que a su vez son propiedad de empresas todavía mayores, como Berkshire Hathaway y State Street. En la cúspide de la pirámide –la mayor muñeca rusa de todas– se encuentran Vanguard y Blackrock.

El poder de estas dos empresas es difícil de imaginar. No sólo son los mayores inversores institucionales de todas las empresas importantes del planeta, sino que también son dueños de los otros inversores institucionales de esas empresas, lo que les da un duopolio total. Según Bloomberg, para 2028 se espera que Vanguard y BlackRock gestionen colectivamente 20 billones de dólares en inversiones. En el proceso, poseerán buena parte del planeta Tierra. Todo esto, a la postre, es incompatible con la democracia, la justicia social o cualquier otro tópico que nos vende la sociedad capitalista.

Por otra parte, si se sondea un poco en su interior, aunque esto ya no es tan fácil, se descubre que algunos de sus principales accionistas y Ceos son claros promotores del sionismo.

Tratemos, entonces, de poner nombre y apellidos. ¿Qué personas son las que poseen estas entidades monstruosas que son los fondos de inversión, accionistas mayoritarios de las mayores empresas del mundo?

— Las familias consuetudinariamente más ricas del planeta. Sí, efectivamente, entre ellas los Rothschild, la familia DuPont, los Rockefeller, los Walton, los Murdoch, la familia Oppenheimer y la familia Morgan. Algunas de ellas vienen siendo las más poderosas, empotradas en el Imperio Occidental en su conjunto, desde al menos los dos últimos siglos y medio. Claro que no están ahí todas las más poderosas, pero sí ciertas de ellas (aunque algunas hayan visto mermado su poder-riqueza en las últimas décadas). Buena parte tienen de una u otra manera vinculación con la creación y promoción del sionismo global.

Algunas de las familias que acabas de mencionar proceden de la burguesía judía que inicialmente le debe su poder económico al capital usurario. Ahora bien, necesitaron un poder político territorializado para poder tejer sus redes financieras y comerciales…

—Desde hace siglos, el protagonismo de la burguesía judía en el naciente capitalismo, especialmente por lo que toca al capital a interés usurario, le proporcionó una situación de relevancia estructural. En sus primeros momentos, el sionismo fue cogiendo peso en Europa gracias a las poderosas familias judías que desde el principio estaban detrás del movimiento, para después dar un salto hacia una mayor vinculación con los poderes mundiales territoriales. Lo intentó con el imperio otomano y con el ruso, con el naciente poder alemán, para finalmente vincularse al imperio británico por razones de beneficio mutuo. 

Siendo Asia Occidental el lugar de convergencia entre Europa, Asia y África, es fácil de entender por qué Inglaterra se decidió por establecer allí la entidad sionista, lo cual nada tenía que ver con razones históricas, étnicas o bíblicas, sino puramente geoestratégicas, para disponer de un enclave de contención de cualquier amenaza procedente de Asia, máxime por si las exitosas revoluciones soviética y china pudieran extenderse al llamado “Mundo Árabe”.  Se trataba de implantar una base militar (todavía hoy sin constitución ni fronteras definidas, por lo que a duras penas puede ser un “Estado-país”) para el control del territorio y de sus recursos, y al tiempo como fortaleza de vigilancia y dique de posibles sublevaciones y/o amenazas contra el Imperio. Un ente político-militar, en suma, de ocupación y apartheid territorial, que poco a poco se convertiría en el bastión o atalaya adelantada del Sistema Capitalista y de su Imperio Occidental en Asia, permitiendo asimismo coadyuvar al control de África y, en el intersticio entre tres continentes y dos mares, de buena parte de los flujos mundiales.

Queda claro, por consiguiente, que la entidad sionista se estableció en Palestina, no tanto por razones históricas o religiosas, como sí geopolíticas. Pues bien, aunque para la mayor parte de lectores sea innecesario, resulta prudente recordar una vez más la distinción entre “sionismo” y “semitismo”.

—“El sionismo es una forma de supremacismo y racismo”, como reconociera la resolución 3379 de la Asamblea General de la ONU, el 10 de noviembre de 1975. Aunque desde prácticamente sus orígenes cuenta con distintas versiones, es la revisionista-religiosa la que se va imponiendo para el conjunto del ideario –hoy en su expresión más brutal–, que se basa en supuestos derechos histórico-bíblicos a ocupar la tierra de otros, a los que se considera inferiores al “elegido” pueblo judío (en realidad todos los no-judíos irán adquiriendo esa condición, como se demostrará cuando se construya el Tercer Templo, que será la prueba del poderío de Yahvé o Yahweh y de “su” pueblo. Los sueños cada vez más materializados de expandir el Gran Israel por casi toda Asia occidental y el dominio sionista mundial acompañan esa obsesión). 

Esta forma de fascismo en la que se convierte el sionismo se muestra en numerosos acontecimientos, además del genocidio del pueblo palestino y la matanza de civiles allá donde interviene. Apoyó no sólo al régimen de apartheid de Sudáfrica, sino que ha estado intrínsecamente vinculado con el imperialismo y los regímenes dictatoriales y represivos de movimientos populares habidos en el siglo XX y también en el XXI, especialmente vinculados a EE.UU. y sus políticas “antisubversivas” (con la preparación y abastecimiento de paramilitares y dictaduras, entrenamiento en torturas y técnicas de represión y vigilancia, etc.).

En línea con lo dicho, es proverbial ver cómo en poco tiempo las extremas derechas del mundo trocaron su “odio” antijudío por un apoyo a ultranza al régimen sionista israelí. 

Por otra parte, la absoluta mayoría de quienes en el mundo se dicen judíos no son semitas, sino de origen ashkenazi, propio de las tierras norteñas del Cáucaso, y extendidos paulatinamente hacia el oeste, Ucrania y Europa oriental y central. Sólo los pocos judíos que quedaron en Asia Occidental a lo largo de la historia son semitas (como lo son los palestinos y buena parte de libaneses, sirios y jordanos). También los falasha, de África Oriental son semitas (y aun así bastante minusvalorados en Israel). Otra minoría judía importante, no semita, son los sefardíes.

Muchos de quienes se reconocen judíos/as por vinculación étnica, no lo son por religión, y muchos otros/as no son sionistas. En cambio, buena parte del sionismo mundial está encarnado por cristianos protestantes, muchos evangélicos.

Pero el sionismo no sólo se apoyó en el Imperio Británico. Comentas que también hubo entendimiento con la Alemania nazi. Esto es algo que puede generar mucha sorpresa, sino incredulidad.

—Sí, pero es fácil de contrastar si se indaga en la historia. Incluso en Wikipedia se puede encontrar información sobre ello. Lo explico brevemente. El Movimiento Sionista, que se iba consolidando como Poder Sionista Internacional (antes de hacerse mundial), estableció, efectivamente, una alianza con la Alemania nazi que se concretó en el Acuerdo de Haavara, el 25 de agosto de 1933. Un “Acuerdo de traslado” entre las autoridades nazis y la Organización Sionista Mundial, con intermediación de la Federación Sionista de Alemania, el Banco Leumi y la Agencia Judía para Israel. Merced al mismo, se trasladaron a Palestina unos 60.000 judíos, dotados con unos 100 millones de dólares, mientras que los que no comulgaban con los principios sionistas de ocupación fueron abandonados al régimen nazi.

En compensación por su reconocimiento oficial como únicos representantes de la comunidad judía, los dirigentes sionistas se ofrecieron para romper el boicot que habían organizado todas las organizaciones judías del mundo, lideradas por las poderosas asociaciones de EE.UU., y que estaba afectando muy directamente al naciente Reich. También fueron muy activos en los Judenrat, los comités que controlaban los guetos y decidían quién debía ser deportado y quién quedaba en los campos de exterminio. 

El polémico “acuerdo de traslado” incluía que los nazis organizaran los viajes, de modo que los judíos alemanes llegaran a Palestina en barcos que ondeaban la bandera con la esvástica. Las SA organizaron campos de entrenamiento para preparar a las juventudes sionistas en su emigración, además de imprimir su propaganda y contribuir a la difusión del proyecto y a la organización de los actos. Sionismo y nazismo han estado tensionalmente entrelazados desde bien pronto, como dos formas distintas de fascismo, tal como dramáticamente estamos comprobando sin tapujos ni máscaras hoy en Gaza, y en realidad por más de 70 años en toda Palestina.

Todo esto es relativamente fácil de seguir, como digo, simplemente poniendo en un buscador “Acuerdo de Haavara”, a pesar de lo, digamos, cuidadosamente olvidado que ha estado.

Hay quien piensa que Israel logra instrumentalizar a su favor la política exterior de Estados Unidos en Oriente Próximo. Antes bien, pareciera ser que Israel es el pretexto con que cuenta Estados Unidos para, llegado el caso, involucrarse activamente en Oriente Próximo (o Asia Occidental, por usar una designación no eurocéntrica). En ese supuesto, ¿podríamos decir que el proyecto sionista desborda las aspiraciones territoriales israelíes, pues su campo de sentido es el imperialismo angloamericano?

—Efectivamente, el sionismo territorializado es una plasmación del imperialismo anglosajón en Asia occidental, como he querido indicar antes. Por consiguiente, y a diferencia de tantas interpretaciones al uso, son “homocigotos” de un mismo gen imperialista, perfectamente imbricados, aunque puedan tener ocasionalmente ciertas diferencias de prioridades. Sería impensable que una base militar asistida (sin la ayuda económica y militar norteamericana no podría subsistir) que se hace pasar por un Estado (pues como dije no tiene ni constitución ni fronteras definidas de su pretendido territorio, que no es sino territorio ocupado), fuera la que comandara el Estado más poderoso de la Tierra, o mantuviera subordinados sus intereses a sí misma.

Entonces, ¿sería más correcto afirmar, no que el sionismo logró insertarse en los espacios de poder estadounidenses, sino que los espacios de poder estadounidenses se configuraron también por el sionismo?

 —Aquello que pretendo decir resulta más entendible si sabemos que el sionismo se fue haciendo con el poder en Estados Unidos bastante antes de que existiera el régimen de apartheid israelí. Consideremos que, según he indicado antes, controlar la FED proporciona el control de la economía de EE.UU., lo que supone detentar buena parte del auténtico poder del país. Y fueron familias sionistas las que lo hicieron. Repito, además, que una porción importante del sionismo en EE.UU. no es judío, sino protestante o de algunas de las otras divisiones-sectas del cristianismo, como las evangelistas. Sus intereses convergieron con los de otros sionistas para perpetuar las condiciones geoestratégicas que impulsaron al imperio británico a mantener aquel enclave en el corazón de tierras árabes.

Por último, ¿por qué crees que el imperialismo angloamericano, en relación simbiótica con el sionismo, pretende legitimarse atribuyéndose conceptos como “democracia”, “derechos” y “libre mercado”?

—Porque son los propios de la propaganda imperial-capitalista para dominar el mundo. En un primer momento de la expansión colonial europea se utilizaba la evangelización como excusa, en el siglo XIX fue el “progreso” o la “civilización” del resto del mundo (el “libre mercado” lo proclamó Inglaterra una vez había eliminado por las armas la competencia industrial de la India y de Egipto, por ejemplo). Ya en el XX se utilizó el “desarrollo” para esos fines. La “democracia” y los “derechos” son apropiaciones supraestructurales del capitalismo (particularmente del avanzado o primigenio) efectuadas sobre los motivos de las luchas de clase históricas que lograron al menos el reconocimiento o exhibición formal de tales conceptos, y cierto desarrollo de los mismos en la fase keynesiana del capitalismo. Hoy perduran como “supraestructura” encubridora o legitimadora, según se quiera apreciar, pero cada vez con menos sustancia, dado el retroceso de las luchas sociales. Cuando éstas ceden, el modo de producción capitalista vuelve a su connatural autoritarismo, imprimiendo más crudamente su dictadura de clase.

Hemos de tener en cuenta que el capitalismo puede compaginarse con cierta democracia en la esfera de la circulación o venta de mercancías (donde los clientes puedan “elegir” entre las opciones que les marca la competencia –tanto de mercancías físicas como electorales–). En cambio, no se puede permitir ninguna democracia en la esfera de la producción, donde los trabajadores tienen que obedecer lo que les manden quienes se apropiaron de los medios de producción de la sociedad.

Gracias por tus respuestas, Andrés. Seguiremos de cerca tu trabajo. 

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