Lev
Tolstói en pocas palabras
Por Pepe
Gutiérrez-Álvarez / KAOSENLARED ///28 de febrero de 2025
Cuando en 1901, le llegó el
rumor de que le iban a conceder el Nobel a Tolstói, su reacción fue de
indignación y declaró que entregaría el dinero a los viejos creyentes insumisos
y perseguidos por el zarismo. Hacía tiempo que el viejo conde había renunciado
a sus derechos de autor para desesperación de su esposa y el resto de la
familia, que temía perder sus prebendas. También había escrito al zar
pidiéndole que conmutara la sentencia de muerte dictada contra los asesinos de
su padre, citando el sermón de la Montaña, donde Cristo, un hombre de carne y
hueso, establece un nuevo mandato moral: “Amad a vuestros enemigos, haced el
bien a los que os odian”. Consecuente con su ideario, Tolstói se convirtió en
la conciencia moral de Rusia, en un patriarca de las letras que se desdobló en
agitador, hereje y anarquista cristiano. Defendió a los campesinos y a los
trabajadores, desdeñó la industrialización, y como un campesino más, segaba,
cuidaba personalmente sus manzanos y se avergonzaba de su patrimonio, pues
opinaba que la riqueza material es de por sí injusta y siempre acarrea podredumbre
moral.
Aunque ya desde sus
primeras letras había mostrado una intensa inquietud y un potente respeto por
los campesinos, Tolstói tomó sus ideas de la resistencia pasiva y la desobediencia
civil –que recogió en parte de Thoreau–, y que influyeron en Gandhi y después
de éste en toda la tradición pacifista que pasa por el ANC sudafricano de
Nelson Mandela, o los movimientos civiles liderados por Martin Luther King,
entre otros. Tolstói estuvo influenciado por Proudhom, al que leyó en 1857 y al
que visitó en 1862, y con el que mantuvo una relación abierta, no exenta
naturalmente de discrepancias (sobre todo en relación a la violencia
revolucionaria); con Kropotkin, con cuya biografía no deja de tener paralelismo
(así lo han hecho notar autores como Woodcock). A igual que Kropotkin, Tolstói
fue un joven aristócrata, adscrito como voluntario en el ejército ruso del
Cáucaso. Ulteriormente sufrió, durante la guerra de Crimea, una profunda crisis
moral que Ie llevará a escribir: “El Estado moderno no es más que una
conspiración para explotar a los ciudadanos, pero sobre todo para
desmoralizarlos (…) Comprendo las leyes morales y religiosas, que no son
coercitivas para nadie pero que nos llevan adelante y prometen un futuro más
armonioso; siento las leyes del arte, que siempre dan felicidad. Pero las leyes
políticas me parecen unas mentiras tan prodigiosas que no comprendo cómo una sola
de ellas puede ser mejor o peor que cualquiera de las demás (…) En adelante no
serviré jamás a gobierno alguno”.
Este hombre, al que algunos
lo calificaron como “el otro Zar” (un Zar que era recibido con flores y
guirnaldas por las calles de las ciudades rusas que visitaba), conoció una
profunda depresión después de escribir Ana Karenina (la novela más feminista
jamás escrita por un misógino integral), tras la cual le sobrevino una crisis
de conciencia que le llevó a volver la mirada hacia el hombre natural que había
conocido en el Cáucaso, a devorar las obras de Rousseau, y a buscar una nueva
vida y una nueva alternativa social. Estaba en la cumbre de su fama literaria
cuando volvió las espaldas al mundo académico, convirtió sus propiedades en
Yasnaia Poliana en una comuna de trabajo –se avergonzaba de pertenecer a una
familia que nunca había tenido callos en las manos– y de educación,
intentando desarrollar un sistema educativo natural y abierto, muy en la línea
de William Goodwin. Redescubrió de nuevo los Evangelios, a los que despojó de
su parte más milagrosa para alcanzar lo que consideraba una ley de oro para la
conducta. En torno a sus principios de desobediencia civil y no violencia, se
desarrollará un debate dentro del movimiento libertario, en el que Tolstói era
profundamente admirado incluso por aquellos que veían en su pacifismo un
peligroso obstáculo para una revolución inevitablemente violenta.
De hecho, ya durante la
guerra de Crimea, en la que Tolstói tomó parte en su calidad de oficial en un
regimiento de artillería, lamenta –en especial durante el sitio de Sebastopol–
los horrores de una violencia que, en última instancia, es desencadenada por
el poder político. Pero lo que le impresiona mucho más aún, demostrándole
hasta qué punto el Estado reposa sobre el empleo de una violencia tanto más
inadmisible cuanto que se manifiesta en frío, es una ejecución pública a la que
asiste en París, en 1857; en adelante, la guillotina le parece ser el símbolo
del Estado. Especialmente durante la segunda parte de su vida, que se inicia en
1874 con una crisis de conciencia cuyas distintas fases él mismo ha descrito
en Mi confesión, Tolstói no deja de acusar al Estado y a todas las formas de
que se reviste el poder estatal. Hacia el fin de su vida declara: “Considero a
todos los gobiernos, y no sólo al gobierno ruso, como unas instituciones
complicadas, santificadas por la tradición y la costumbre para que puedan
cometer por la fuerza y de modo impune los crímenes más indignantes. Y pienso
que los esfuerzos de quienes desean mejorar nuestra vida social deberían
consistir en libertarse ellos mismos de los gobiernos nacionales, cuya
malignidad y en particular su futilidad se vuelve cada vez más visibles en la
hora actual”
Desde su cristianismo
laico, Tolstói condena la violencia, provenga de donde provenga. Sin embargo,
establece una diferencia entre la violencia ejercida por el Estado, a la que
estima enteramente maligna porque es deliberada y porque tiende a pervertir la
razón, y la violencia del furor popular que no es para él sino parcialmente
maligna, porque nace de la ignorancia. La violencia puede ser combatida tan
sólo por el amor, no por el amor egoísta que, efímero y perecedero, desaparece
con nosotros y no podría dar un valor absoluto a la vida, sino por el amor
altruista que es el motor de toda la vida y cuya acción se prolonga hasta la
muerte. Inspirado en un cristianismo renovado, ceñido a la estricta observación
de la ley del amor, Tolstói se atiene a los cinco mandamientos del Sermón de la
montaña, que ordenan a los hombres no dejarse arrebatar por la ira, no
cometer adulterio, no hacer juramentos, no resistir al mal mediante el mal y no
ser enemigo de nadie. La “no resistencia al mal a través de la violencia” es la
que Tolstói considera ley fundamental de la vida humana. Jesús ha dicho: “No
resistas al malvado.” Tolstói comenta: “No resistas al malvado significa no
resistas jamás, es decir, no opongas jamás la violencia o, dicho de otro modo,
no hagas jamás algo que sea contrario al amor.” No es ésta una actitud pasiva
que consistiría en sufrir el mal sin reaccionar; por el contrario, según
Tolstói, es la única manera de poner fin al encadenamiento fatal de la
violencia. El ejercicio de la “no violencia”, por lo demás, es menos
recomendado a los oprimidos que a sus amos, “a cualquier hombre –precisa Tolstói–
y por consecuencia a aquellos que detentan el poder, e incluso a éstos muy en
particular”.
Se puede hablar de un
anarquismo cristiano de León Tolstói. Es decir, de un anarquismo que resulta
de la incompatibilidad profunda entre el amor cristiano y la violencia estatal,
formulado de la manera más luminosa en el ensayo de título significativo El
reino de Dios está en nosotros (1893). Así como el cristianismo se apoderó del
Imperio Romano ignorando su poder político, todo hombre que interroga a su
conciencia y sigue la ley del amor, por este hecho se aparta de los apremios
humillantes y degradantes del Estado; la acción moral y el perfeccionamiento
de sí mismo se revelan, a fin de cuentas, más eficaces contra la amenaza permanente
del poder político que toda contraviolencia, toda revolución política o social.
“Los socialistas, los comunistas y los anarquistas con sus bombas, sus motines
y sus revoluciones no son tan temidos por los gobiernos como esos individuos
dispersos en distintos países que, todos, justifican sus rechazos remitiéndose
a una sola y misma doctrina familiar. Cada gobierno sabe de qué manera y con
qué medios defenderse de los revolucionarios y dispone de lo necesario para
hacerlo; por ende, no teme a esos enemigos exteriores. ¿Pero qué pueden hacer
los gobiernos contra aquellos que muestran la inutilidad, el carácter superfluo
y la nocividad de todos los gobiernos y que, en lugar de entrar en conflicto
con ellos, se contentan con mostrar que no tienen necesidad de ellos, que
pueden prescindir de los gobiernos y que, por este motivo, no están dispuestos
a entrar en su juego?
En su opinión, los
revolucionarios (en general, nunca se interesó por sus diferencias, aunque
también es cierto que los describe con precisión y respeto en Resurrección)
dicen: “La organización gubernamental es mala en lo que se refiere a esto y a
aquello.” Pero el cristiano dice: “Yo ignoro todo acerca de la organización gubernamental,
o en qué medida es buena o mala, y por esta causa no deseo derribarla, pero,
por esa misma razón, no deseo soportarla. Y no sólo no lo deseo, sino que no
puedo, porque lo que ella me pide va en contra de mi conciencia”. Y añade: “…
todas las obligaciones impuestas por el Estado están en contra de la conciencia
de un cristiano: el juramento de fidelidad, los impuestos, los procedimientos
legales y el servicio militar. Y el poder entero del gobierno reposa sobre
esas mismas obligaciones.”
La no violencia predicada
por Tolstói, cuyos distintos rechazos, en especial el de no vestir el uniforme
militar, no constituyen sino el envés negativo de un modo de vida que él cree
conforme a las enseñanzas del cristianismo primitivo, ha dado nacimiento, a comienzos
del siglo XX, a un cierto número de colonias tolstoyanas, dispersadas a través
del mundo. En cuanto a la “secta” de los dujobors, por entero entregados a la
práctica del amor cristiano, y a formas de vida natural conforme a la
interpretación que Tolstói había dado de él, pudo, gracias a la ayuda
financiera de este último, huir de las persecuciones motivadas en particular
por su pacifismo integral e instalarse en Canadá. Los anarquistas objetores de
conciencia, cuyo número era bastante considerable en los países anglosajones,
invocan a Tolstói; durante la segunda guerra mundial, unos pacifistas
ingleses se reagrupan así en las colonias neotolstoianas. La no violencia
recobra por fin una nueva juventud gracias al movimiento ecologista activo,
bajo formas no violentas variadas, con el Estado nuclear cuya violencia
tradicional se encuentra multiplicada hasta el infinito por el inmenso poder de
destrucción de la que dispone en el presente en razón de sus enemigos
exteriores, pero con vistas a emplearlo asimismo contra sus propios ciudadanos.
Aunque se ha tratado de
diferenciar entre el Tolstói novelista y el “predicador”, lo cierto es que
sigue siendo tan admirado desde un ángulo como desde el otro. Aunque con muchos
problemas y contradicciones, se puede decir que el pacifismo que proponía no ha
permanecido como un fenómeno marginal; ha obtenido triunfos brillantes gracias
a la acción emancipadora de Mahatma Gandhi y de Martin Luther King, discípulos
ambos a la vez de Henry David Thoreau y de Lev Tolstói. Sus propias muertes
dan testimonio de la victoria final de la no violencia sobre el terror;
asesinados por unos fanáticos, no han dejado de obrar, merced a la veneración
de que son objeto, en favor de la liberación de sus respectivos pueblos. Con la
no cooperación con los ingleses, Mahatma Gandhi contribuyó poderosamente a
liberar a la India del yugo colonial; mediante el hecho de no respetar las
leyes y costumbres raciales, Martin Luther King condujo a los negros de los Estados
Unidos hacia un reconocimiento de sus derechos cívicos. En lo que concierne muy
particularmente a Tolstói, cuya inmensa autoridad moral fue respetada incluso
por la Rusia zarista, hasta el punto de que jamás fue inquietado aunque su pacifismo
integral y su defensa incondicional de la objeción de conciencia podrían
haberle valido persecuciones judiciales…
Cien años después de su
muerte, la obra “grande” de Tolstói sigue siendo reeditada (además en nuevas
traducciones y en versiones completas, algo que antes raramente se hizo), en
tanto que su obra “pequeña” fue admirada por autores como Maupassant, Chejov y
Hemingway, que sabían de estas cosas. Pero también se está revalidando su
aporte de anarquista cristiano o de cristiano anarquista, ya que en ambos ismos
fue igualmente herético. Como cristiano fue excomulgado por la Iglesia
ortodoxa, y como anarquista fue reconocido por Kropotkin, casi su alma gemela,
pero acabó siendo repudiado por aquellos que creían que los grandes ideales
solamente podrían imponerse por la acción liberadora de las masas. De todo ello
se ha discutido y se discutirá, pero de lo que no hay duda es que la vigencia
del profeta es perceptible en muchas cuestiones presentes: el rechazo del
capitalismo y del militarismo, en el aprecio de la “buena vida” y del amor a
las cosas, en la defensa del trabajo honesto y bien hecho, la defensa de los
animales, y un largo etcétera de cuestiones sobre las que Tolstói dejó una
cascada de escritos que merecen ser recuperados y leídos a la luz de nuestro
tiempo.
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