lunes, 11 de marzo de 2024

La infame hipocresía de los “valores” burgueses

 

La infame hipocresía de los “valores” burgueses

 

DIARIO OCTUBRE / marzo 10, 2024


Por más que se procure envolver a la clase obrera con la idea de que vivimos de la manera más lógica posible, la putrefacción del capitalismo nos lleva inevitablemente al desgaste. Por más que se nos deshumanice no dejamos de ser humanos, y nuestras necesidades no se cambiarán por otras que se puedan satisfacer en una dinámica de explotación. Reflejo de esto es el aumento del número de suicidios.

En su afán por dominar el mercado, la burguesía que nos exprime solo ve en nosotros productores de usar y tirar que deben salir rentables. Deben obtener ganancia robando el fruto de nuestro trabajo en detrimento de nuestro propio bienestar, ya que los capitalistas tienen ese derecho, y de ahí se justifica como un mal necesario todo lo que de ello emana.

Nuestras vidas giran en torno al hecho de que somos mano de obra que debe producir todo lo que hay en la sociedad, pero el producto no nos pertenece ni somos directores de tales creaciones, sino que van destinadas al beneficio de unos parásitos; obtenemos en cambio alrededor de lo necesario para cubrir nuestras necesidades fisiológicas para poder seguir trabajando para una minoría. Y conscientes de que en cualquier momento se puede prescindir de nosotros, debemos tener cuidado al gastar la más que injusta retribución. Este hecho, junto con la anarquía de la producción, hace que cada vez seamos más incapaces de consumir todas esas mercancías que van acumulándose y que anuncian avalanchas llamadas crisis. Entonces se profundiza en las medidas que buscan reducción de costes, alguna ventaja sobre los competidores y saneamiento de las deudas; todo ello recortando en servicios, transfiriendo dinero público a los grandes empresarios, despidiendo a trabajadores, ofreciendo trabajo precario, extendiendo el salario mínimo… Y en esos momentos en que se manifiesta claramente la fragilidad y la mentira del capitalismo, recibimos ese mensaje que, en realidad, nos ha llegado siempre: hay que adaptarse, callarse, apretar el cinturón y sobrevivir como podamos, porque las cosas están mal.

¿En qué se traduce? No importan las necesidades humanas, sino el mercado; el lucro del parásito. Siempre se nos presenta, y se nos ha presentado, el sufrimiento como algo inherente al día a día. El trabajo debe ser un duro sacrificio para poder sobrevivir, y el miedo al despido nos debe motivar. Si no tenemos suficiente dinero se nos puede arrebatar la vivienda, negar el acceso al alimento, el trasporte se vuelve un lujo, la ropa un gasto innecesario y el ocio una locura. Si nos formamos, debe ir encaminado a introducirnos en un trabajo con el que nos incorporaremos al gris sacrificio colectivo. Hay que tener cuidado con el agotamiento y la tristeza; procurar aguantar o disimular, puesto que debemos estar siempre preparados para nuestra ofrenda diaria al capital. La pura voluntad debe ser nuestro motor; si no somos “la mejor versión” de nosotros mismos significa que “no nos estamos esforzando”, y por tanto falla nuestra voluntad; no nos estamos adaptando bien. Necesitamos relacionarnos con los demás, pero siendo conscientes de que nuestro tiempo se dedicará, en primer lugar, al sacrificio asalariado y a las obligaciones que derivan de nuestra supervivencia. Necesitamos información y cultura, pero a pesar de los conocimientos y avances científicos, nos llegan mentiras y se fomenta la interpretación errónea de la realidad. Y así un largo etcétera.

¿Pero no nos dicen que lo importante es la salud? ¿no nos cuentan que se prioriza el bienestar de las personas? ¿no son los que se llenan la boca con “los derechos humanos” los que imponen la dinámica descrita más arriba? De hecho, la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice que tenemos derecho a un salario digno, lo cual significa que se defiende el trabajo asalariado; es decir, se defiende el criminal sistema capitalista y, por tanto, todos los males que de ahí emanan y que son contrarios al humanismo, priorizando el derecho a dominar que otorga la propiedad privada de los medios de producción. Las necesidades son secundarias y la clase obrera solo tiene el derecho a la vida si puede pagarlo mientras está sometida al capital.

Marx señalaba que la relación de las leyes económicas con la moral es arbitraria, ocasional y, por ello, acientífica: la oposición entre Economía Política y moral es solo una apariencia y no tal oposición. La Economía Política se limita a expresar a su manera las leyes morales. La burguesía, de manera idealista, nos vende unos valores que se derrumban ante la realidad que vivimos. Delante de lo que nos hace humanos debe ir siempre el interés de la clase dominante, y alrededor de ello ha de orbitar todo lo que en nuestras vidas acontece. Somos humanos con “derecho a la vida” hasta que llegamos a la línea que marcan las relaciones de producción capitalistas; es entonces cuando tiene lugar eso que llamamos “chocar con la realidad”. Incluso cuando tenemos un par de días libres, unas vacaciones o sencillamente un buen día de ocio, decimos, al finalizar, esa famosa frase: ahora de vuelta a “la realidad”.

España es el país con mayor consumo legal de benzodiacepinas del mundo, y es menester entender que no es más que un síntoma que deriva de un sistema podrido en el que, sin conciencia de clase y sin organización, la clase obrera cree que solo le queda buscar el alivio, y más si tenemos en cuenta que ni siquiera contamos con la atención adecuada en los servicios sanitarios. Al no poder concebir que es posible transformar la realidad, y que los problemas no se deben a dificultades individuales y aisladas, sino que se deben a la estructura económica y nacen de la explotación humana, reina la resignación y las lagunas que se tienen a la hora de explicar la realidad se rellenan con sesgos; la ideología burguesa está presente en cada momento y hueco de nuestras vidas. De hecho, está demostrado que pensar de manera irracional afecta a la salud mental. Nuestra percepción chocará con interpretaciones erróneas de la información que procesamos, y no seremos conscientes de que no estamos entendiendo el mundo que nos rodea, aunque creamos que sí, y por tanto será fuente de frustración constante. No se puede encontrar solución a los problemas que no se comprenden; he ahí el éxito de la burguesía (que procura que eso sea así) en la batalla ideológica.

La pobreza va en aumento, por más que el Gobierno de “izquierdas” diga que se ha conformado para mejorar la vida de “la gente”, ya que esa gente a la que le mejora la vida es la burguesía. La carga que supone no poder cubrir las necesidades afecta seriamente a la salud, y junto con la falacia de que cada uno obtiene lo que consigue con su esfuerzo, el agotamiento está servido. Emplear las energías en la supervivencia y en estar alerta preocupados constantemente tampoco deja tiempo para relaciones sociales, el ocio y un descanso adecuado, y puede llevar al desgaste. Todo ello fomenta la búsqueda de alivio ante la hostilidad que presenta la vida del desposeído. En lo que respecta a los jóvenes y destacando sobre todo a los menores, también víctimas de la situación que se vive en los hogares, se refugian cada vez más en contenidos de internet que ofrecen ideología burguesa en su forma más tóxica.

Por otro lado, el trabajo también es cada vez más inestable y precario. Este hecho no hace más que acrecentar la inseguridad en el presente y en el futuro, lo cual empeora también la salud mental, que se ve continuamente asediada por las relaciones de producción capitalistas. La psicoterapia, si bien solo es una ayuda individual para ser funcional en la dinámica enfermiza de la explotación, siempre es más recomendable que un fármaco, y puede suponer un apoyo importante para las personas que necesitan aliviar su sufrimiento, teniendo la posibilidad de generar, al menos, pequeños cambios para gestionarse mejor. Sin embargo, a pesar de que se promueve la idea de cuidar la salud mental, su importancia, la necesidad de acudir a un profesional, etc, una vez más nos encontramos con que esos consejos, que pueden sonar a responsabilidad y conciencia por parte del sistema, chocan una vez más con la realidad: muchos no pueden acudir por falta de recursos. No solo eso, sino que tras esos paréntesis en que lacayos de la burguesía de todos los colores fingen preocuparse y ofrecen parches, a veces inalcanzables, el criminal sistema capitalista, causa de nuestros males, sigue arrasando con nuestras vidas y nuestros consejeros no hacen nada por detenerlo, ni por ayudarnos a identificar al enemigo.

El único camino es aquel que nos garantiza la satisfacción de las necesidades humanas en todos los ámbitos y un desarrollo constante, sin parásitos ni competencia. Un sistema en el que los trabajadores ven que el fruto de su trabajo se destina a una sociedad hecha por y para ellos; es decir, donde obtienen lo que les corresponde.

Para hacernos una pequeña idea, hay estudios que muestran que dotar de recursos materiales tiene un impacto positivo en nuestro estado de salud y el ánimo. Tener mayor acceso a aquello que necesitamos, evidentemente, nos da mayor sensación de seguridad y por ello se alivian los problemas de ansiedad, pues ésta no es más que un estado de alerta ante aquello que interpretamos como un peligro (como ocurre al percibir que carecemos de cosas básicas). Por otro lado, se conoce que con el apoyo social en todo tipo de situaciones, ya sea en un contexto cotidiano o ante problemas como enfermedades crónicas, o durante el tratamiento de las adicciones, tienen lugar mejoras significativas. Es decir, tener la posibilidad de ser tenidos en cuenta, así como un espacio en el que importamos, nos aporta vitalidad.

Debemos tener claro que un sistema plagado de contradicciones, que exprime nuestras vidas y nos roba el fruto de nuestro trabajo, solo puede ofrecer sufrimiento. Los suicidios son una consecuencia inevitable de la más completa deshumanización. No se trata de no querer vivir, sino de sentir que no se es capaz; no son más que asesinatos, pues prevalece la búsqueda de beneficio sobre la vida humana, aplaste a quien aplaste. Se conocen las causas, pero la burguesía no se detiene. A pesar de que la ciencia demuestra continuamente que la forma en que nos obliga a vivir este sistema es enfermiza y destructiva, observamos que la barbarie no cesa y, de hecho, es cada vez mayor. La descomposición del capitalismo va acompañada de mayor manipulación a la clase obrera, para generar así mayor división, aislamiento e individualismo. También se acompaña de mayor miseria, y el desgaste que esto genera no solo afecta a la salud, sino que aumenta la probabilidad de asumir como cierta la mentira de que no hay solución. Al aumentar también la desesperación somos más vulnerables ante una explicación engañosa.

La grave situación que vivimos no cambiará de mano de los políticos, pues son puestos en los sillones por y para la burguesía. Tampoco surgirá el cambio de manifestaciones espontáneas que solo alcanzan a exigir modificaciones superficiales. Solo la clase obrera es capaz de transformar la realidad, pero para ello debe librarse de los explotadores; de los criminales que han acumulado enormes cantidades de poder a costa de nuestro trabajo y sufrimiento. El principio de dicha transformación comienza con la organización de los trabajadores, cuyo poder nacerá de la unión de todas las luchas apuntando hacia la raíz común, que no es más que este sistema de explotación humana. No podemos seguir permitiendo que jueguen con nuestras vidas y nos traten como si éstas no tuvieran ningún valor, más allá de la ganancia que podamos generar. La criminal burguesía es la que debería vivir reprimida. Es hora de constituir un Frente Único del Pueblo que nos permita luchar de verdad por nuestra máxima aspiración: el socialismo.

Comisión de propaganda del CC del PCOE

FUENTE: pcoe.net

 *++

No hay comentarios: