Occidente ha contribuido a
crear las condiciones que obligan a iraquíes, iraníes y sirios a cruzar el
Canal de la Mancha
Por Patrick Cockburn
Rebelion / Mundo
10/12/2021
Fuentes: Counterpunch [Foto: Restos de botes cerca de Calais, Francia (Gareth Fuller/PA Wire/dpa)]
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Más que ningún
otro gobierno en la historia de Gran Bretaña, este es un gobierno que piensa en
términos de eslóganes y titulares,
y la última prueba de ello es la insensatez de sus propuestas para impedir que
personas desesperadas atraviesen el Canal en botes abarrotados y la imposibilidad
de llevarlas a la práctica.
El primer
ministro Boris Johnson y la secretaria de Estado de Interior Priti Patel deben
sus carreras políticas a explotar la xenofobia, de modo que era de esperar que
fracasaran al hacer frente a un problema complejo como es el de las personas
migrantes que cruzan el Canal, un problema que requiere la cooperación
internacional.
Hasta para los
pésimos parámetros de los últimos años sería cómica la forma que tienen Johnson
y Patel de huir de la realidad, si el resultado no fuera tan trágico. Las
propuestas hechas por Johnson en
una carta abierta al presidente francés Macron incluyen
fantasías como que empresas de seguridad británicas patrullen junto con
gendarmes franceses las 125 millas de las playas francesas. ¿Qué país del mundo
permitiría semejante merma de su soberanía? Esta idea está a la altura de la
muy criticada sugerencia de Patel de embestir suavemente a las frágiles
embarcaciones atestadas de gente, que se desinflan al toque de un alfiler, con
el fin hacerlas volver a Francia.
Aquellos
gobiernos que carecen de una política práctica con frecuencia echan mano a
“declarar la guerra” a algún malvado ente (en este caso, traficantes de
personas) al que se puede culpar de todo. Un buen ejemplo de ello es la “guerra
contra las drogas” declarada por el presidente Nixon hace medio siglo, que tuvo
unas tristemente célebres consecuencias vanas y autodestructivas.
La última
fórmula mágica es destruir el “modelo de negocio” de los traficantes de
personas, a quienes al mismo tiempo se califica de panda de gánsteres asesinos,
pero a los que en cierto modo se puede presionar tan fácilmente como si fueran
propietarios de pizzerías con amenazas incumplibles de castigos terribles.
Como ocurre en
el caso de la heroína y la cocaína, esa política no va a funcionar porque la
demanda de lo que proporcionan los criminales (en un caso drogas, en otro
instalarse ilegalmente en otro país) es demasiado alta y la recompensa para
quienes lo suministran demasiado grande.
Puede que una
concepción grandilocuente de la ley y el orden impresione a la opinión pública,
pero de un modo u otro la oferta siempre estará ahí. Hay muchas cosas que
afectan al precio de las drogas duras en Gran Bretaña, pero no es una de ellas
la muy publicitada acción policial.
A pesar de la
exhaustiva cobertura que hacen los medios de comunicación de las personas que
atraviesan el Canal en botes, todavía se desconoce qué les hace vender sus
últimas posesiones, pagar una enorme cantidad de dinero a unos gánsteres y
abandonar sus hogares. A todas luces un motivo fundamental es que no ven futuro
en sus propios países, pero las razones por las que es tan alta la demanda de
los servicios de traficantes de personas son mucho más complicadas.
La identidad de
las 27 personas que se ahogaron al naufragar su pequeña embarcación el
miércoles nos da una idea de qué ha fallado. Según otros emigrantes, muchas
procedían de la ciudad de Ranya, en la región del Kurdistán al norte de Irak.
Entre las otras víctimas que han sido identificadas había un hombre y una mujer
kurdos, ambos de Siria, dos hombres yemeníes, uno kurdo de Irán y dos hombres
iraquíes, aunque no se sabe si eran kurdos o árabes.
Predominan las
personas kurdas iraquíes, sirias e iraníes porque la población kurda ha sido la
principal perdedora en las guerras de la franja norte de Oriente Próximo. Se
aclamó a la población kurda por haber sido una aliada valiente contra el ISIS
hasta que este fue derrotado definitivamente en 2019 y esta población fue
abandonada a merced de sus muchos enemigos.
Un informe de
la ONU calculaba esta semana que para finales de 2021 habrán muerto 377.000
personas yemeníes en la olvidada guerra de Yemen, organizada por Arabia Saudí y
respaldada por Occidente, unas 150.000 en los combates y el resto por el hambre
que provoca este conflicto.
Muchas de las
personas que integran la actual oleada de migrantes que llegan al Canal de la
Mancha proceden de cuatro países (Afganistán, Irán, Irak y Siria) que han sido
testigo de feroces conflictos militares y todavía sufren sus consecuencias. Es
correcto afirmar que Occidente desempeñó un papel fundamental a la hora de
llevar la guerra a estos países y no puede eludir la responsabilidad que tiene
de los desastres que son consecuencia de ella. Pero la denuncia de la
intervención exterior ignora el hecho de que la naturaleza de la guerra en
Oriente Próximo ha cambiado en los últimos 30 años y eso ha provocado un tipo
diferente de huida en masa. Por consiguiente, se suele discutir sobre unas
premisas falsas el debate en Gran Bretaña acerca de si las personas que
solicitan asilo son o no auténticos refugiados que huyen de la violencia y la
persecución o bien son emigrantes económicos que buscan un mejor nivel de vida.
Puede que esa
actitud tuviera cierta validez hace 30 años, pero hoy no, porque se han
entremezclado la guerra militar y la económica. Lo vi por primera vez en la
década de 1990, cuando Estados Unidos y sus aliados llevaron a la ONU a imponer
a Irak unas duras sanciones, equivalentes a un bloqueo económico, después de
que Saddam Hussein invadiera Kuwait. El embargo duró 13 años, no contribuyó
nada a quitar a Husséin del poder, pero devastó completamente la economía y la
sociedad iraquíes, que hasta el día de hoy nunca se han recuperado del todo.
La situación
afectó a los kurdos del norte tanto como al resto de la probación del país, a
pesar de que eran enemigos acérrimos de Husséin. En la década de1990 visité un
pueblo no muy lejos de Ranya (que, según se informó, es de donde eran
originarias muchas de las personas que murieron en el Canal esta semana), cuyos
habitantes solo podían ganar dinero desactivando unas minas saltarinas
especialmente peligrosas, llamadas Valmara, que infestan la zona y vendiendo
los explosivos que había en su interior por una miseria. Muchos habían perdido
las manos o los pies en los campos de minas.
Irán ha sido
durante mucho tiempo el blanco de la guerra económica, que desencadenó Donald
Trump durante su presidencia cuando rescindió el acuerdo nuclear con Irán que
había firmado Barack Obama. Las sanciones no lograron en absoluto obligar a los
dirigentes iraníes a negociar, pero empobrecieron a la población iraní corriente
y en particular a la población kurda iraní.
Siria ha estado
sometida a sanciones desde que se produjo el primer levantamiento contra Bashar
al-Assad hace 10 años, aunque el año pasado Trump las endureció para romper
todas las relaciones comerciales con este país. Lo hizo amparándose en la
llamada Caesar Civilian Protection Act [Ley César de Protección de Civiles] que
no hizo nada para proteger a la población civil, pero provocó el colapso de la
moneda siria y generó desnutrición, no solo en las zonas controladas por el
gobierno, sino en la controlada por la oposición en torno a Idlib, en los
enclaves controlados por los turcos y en la región kurda al noreste de Siria.
La guerra
militar y la económica van ahora unidas, de modo que ya no tienen sentido diferenciar
entre personas migrantes por motivos económicos y refugiadas políticas que
huyen de las acciones militares. Ambas son personas refugiadas a las que
diferentes tipos de guerra han expulsado de sus hogares. Con todo, en Occidente
hay poca conciencia de que si se destroza la economía de un país, muchas de las
personas que habitan en él pueden acabar a tu puerta o pueden morir tratando de
llegar a ella.
A Washington le
funciona particularmente bien la guerra económica en Oriente Próximo porque los
millones de personas que desplaza se dirigen a Europa y no a Estados Unidos. No
parece que los europeos lo hayan asumido.
¿Qué se puede
hacer para detener o revertir este éxodo? Hay que reconocer la trascendencia de
la relación entre sanciones económicas y migración forzada. Hay que considerar
el embargo una de las armas de guerra más crueles, un arma que ataca a la
población civil y la convierte en refugiada.
Patrick Cockburn es autor de War in the Age of Trump, Verso.
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