Lo que sé sobre la guerra (de Ucrania)
"Lo que sé sobre la guerra, lo que he aprendido durante todos estos años, es que los responsables de los países en guerra mienten, tanto los agresores como los agredidos, porque la batalla de la información es parte de la campaña bélica", reflexiona el autor.
Lamarea.com
08 marzo 2022
No soy experto en geopolítica ni en asuntos
militares, mis conocimientos sobre el Este de Europa son limitados y, como casi
todo el mundo, ignoro cuál ha sido el detonante y cuáles los planes reales de
Putin. Claro que leo periódicos, me informo, sigo los acontecimientos. También
lo hice durante las guerras de la ex Yugoslavia, el Congo, Iraq, Afganistán,
Libia y Siria; en aquellas ocasiones, como ahora, oía a gente a mi
alrededor opinar con vehemencia, como si realmente entendiesen la situación y
viesen con claridad el camino a seguir, como si de verdad creyesen los
discursos virtuosos de nuestros gobiernos.
Pero lo que sé sobre la guerra, lo que he
aprendido durante todos estos años, es que los responsables de los
países en guerra mienten, tanto los agresores como los agredidos, porque la
batalla de la información es parte de la campaña bélica. Como mienten los
representantes de los países que apoyan a uno u otro bando. La valoración de
las operaciones contra civiles, que existen en todas las guerras, es distinta
según quién sea el agresor: los daños colaterales de unos son las matanzas
bestiales de otros, la defensa de la democracia y la paz que aquel consigue con
misiles es el atentado contra el orden internacional de quien los sufre. Y por
eso sé que los ciudadanos nunca contamos con la información necesaria para
conocer ni las causas ni las implicaciones de los conflictos bélicos.
Lo que he aprendido sobre las guerras es que el
objetivo enunciado nunca es el que de verdad se persigue; y por
supuesto he aprendido que ningún país interviene militarmente para defender la
democracia en otro; como tampoco las violaciones de mujeres de las que
fuimos ampliamente informados durante el conflicto yugoslavo era la razón de
los ataques de la OTAN. Ni importó nunca el Estado de derecho en Iraq, ni
molestaba la tiranía de Gadafi. De hecho, los mismos países supuestamente
preocupados por los derechos humanos en un país hacen alegremente negocios con
dictadores de otro.
He aprendido, claro, que las guerras se
deben a intereses geoestratégicos y económicos, y que empiezan mucho antes de
que caigan las primeras bombas. Porque antes de la primera explosión ya se
ha preparado a la opinión pública y porque durante años se ha ido abonando el
terreno para llegar a la guerra; en el caso actual podríamos hablar de las
maniobras occidentales para aislar a Rusia, o de las rusas para recuperar parte
de su influencia mundial y para ocultar la ruina del país a la que lo han
llevado los políticos corruptos que dicen defenderlo. Las guerras no
estallan repentinamente por una razón, sino que se diseñan poco a poco y se
espera al momento más oportuno para declararlas: por ejemplo, el atentado de
las torres gemelas.
También aprendí que la guerra no se acaba cuando
nos anuncian solemnemente el armisticio. Las guerras continúan, sobre todo para
la población civil, mucho después de la declaración de paz y de la imposición
de medallas y las fotografías de apretones de manos: la miseria
sobrevive a las explosiones, el dolor no se apaga con el último fuego; y el
conflicto resurge una y otra vez de forma diferente, a veces durante décadas.
Lo que sé sobre las guerras es que las llamadas
intervenciones humanitarias de Occidente son mortíferas, y que a menudo nos
retiramos del teatro de operaciones dejando instalados a nuevos clanes que se
disputan el poder ferozmente, mientras los ciudadanos siguen sufriendo como
antes.
Sé lo suficiente sobre las guerras para no escuchar las declaraciones del momento, no creerme las fotografías de satélite que demuestran esto y aquello, no confiar en las buenas intenciones ni en las grandes palabras. Por eso, sin ser un experto, etc., etc., no puedo apoyar el envío de armas a Ucrania y menos la participación directa de Europa en esa guerra. Porque no tengo ejemplos recientes que me permitan confiar ni en la buena fe ni en la eficacia de las acciones militares occidentales. Al contrario, sé que la guerra es la continuación de la diplomacia por otros medios, y que el objetivo de la diplomacia casi nunca es el bienestar de la gente.
Acoger a los refugiados, castigar económicamente
al agresor (sea cual sea) para que le salga menos rentable, aislarlo
internacionalmente, convertir en parias a los máximos responsables (sean
quienes sean, también si son nuestros supuestos aliados), juzgarlos penalmente
cuando sea posible, son las únicas acciones que podría defender con buena
conciencia. No, con buena conciencia no, porque eso es algo que hoy no nos
merecemos nadie.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario