sábado, 12 de marzo de 2022

Lo que sé sobre la guerra (de Ucrania)

 

Lo que sé sobre la guerra (de Ucrania)

"Lo que sé sobre la guerra, lo que he aprendido durante todos estos años, es que los responsables de los países en guerra mienten, tanto los agresores como los agredidos, porque la batalla de la información es parte de la campaña bélica", reflexiona el autor.


José Ovejero

Lamarea.com

08 marzo 2022 


No soy experto en geopolítica ni en asuntos militares, mis conocimientos sobre el Este de Europa son limitados y, como casi todo el mundo, ignoro cuál ha sido el detonante y cuáles los planes reales de Putin. Claro que leo periódicos, me informo, sigo los acontecimientos. También lo hice durante las guerras de la ex Yugoslavia, el Congo, Iraq, Afganistán, Libia y Siria; en aquellas ocasiones, como ahora, oía a gente a mi alrededor opinar con vehemencia, como si realmente entendiesen la situación y viesen con claridad el camino a seguir, como si de verdad creyesen los discursos virtuosos de nuestros gobiernos.

Pero lo que sé sobre la guerra, lo que he aprendido durante todos estos años, es que los responsables de los países en guerra mienten, tanto los agresores como los agredidos, porque la batalla de la información es parte de la campaña bélica. Como mienten los representantes de los países que apoyan a uno u otro bando. La valoración de las operaciones contra civiles, que existen en todas las guerras, es distinta según quién sea el agresor: los daños colaterales de unos son las matanzas bestiales de otros, la defensa de la democracia y la paz que aquel consigue con misiles es el atentado contra el orden internacional de quien los sufre. Y por eso sé que los ciudadanos nunca contamos con la información necesaria para conocer ni las causas ni las implicaciones de los conflictos bélicos.

Lo que he aprendido sobre las guerras es que el objetivo enunciado nunca es el que de verdad se persigue; y por supuesto he aprendido que ningún país interviene militarmente para defender la democracia en otro; como tampoco las violaciones de mujeres de las que fuimos ampliamente informados durante el conflicto yugoslavo era la razón de los ataques de la OTAN. Ni importó nunca el Estado de derecho en Iraq, ni molestaba la tiranía de Gadafi. De hecho, los mismos países supuestamente preocupados por los derechos humanos en un país hacen alegremente negocios con dictadores de otro.

He aprendido, claro, que las guerras se deben a intereses geoestratégicos y económicos, y que empiezan mucho antes de que caigan las primeras bombas. Porque antes de la primera explosión ya se ha preparado a la opinión pública y porque durante años se ha ido abonando el terreno para llegar a la guerra; en el caso actual podríamos hablar de las maniobras occidentales para aislar a Rusia, o de las rusas para recuperar parte de su influencia mundial y para ocultar la ruina del país a la que lo han llevado los políticos corruptos que dicen defenderlo. Las guerras no estallan repentinamente por una razón, sino que se diseñan poco a poco y se espera al momento más oportuno para declararlas: por ejemplo, el atentado de las torres gemelas. 

También aprendí que la guerra no se acaba cuando nos anuncian solemnemente el armisticio. Las guerras continúan, sobre todo para la población civil, mucho después de la declaración de paz y de la imposición de medallas y las fotografías de apretones de manos: la miseria sobrevive a las explosiones, el dolor no se apaga con el último fuego; y el conflicto resurge una y otra vez de forma diferente, a veces durante décadas.

Lo que sé sobre las guerras es que las llamadas intervenciones humanitarias de Occidente son mortíferas, y que a menudo nos retiramos del teatro de operaciones dejando instalados a nuevos clanes que se disputan el poder ferozmente, mientras los ciudadanos siguen sufriendo como antes.

Sé lo suficiente sobre las guerras para no escuchar las declaraciones del momento, no creerme las fotografías de satélite que demuestran esto y aquello, no confiar en las buenas intenciones ni en las grandes palabras. Por eso, sin ser un experto, etc., etc., no puedo apoyar el envío de armas a Ucrania y menos la participación directa de Europa en esa guerra. Porque no tengo ejemplos recientes que me permitan confiar ni en la buena fe ni en la eficacia de las acciones militares occidentales. Al contrario, sé que la guerra es la continuación de la diplomacia por otros medios, y que el objetivo de la diplomacia casi nunca es el bienestar de la gente.

Acoger a los refugiados, castigar económicamente al agresor (sea cual sea) para que le salga menos rentable, aislarlo internacionalmente, convertir en parias a los máximos responsables (sean quienes sean, también si son nuestros supuestos aliados), juzgarlos penalmente cuando sea posible, son las únicas acciones que podría defender con buena conciencia. No, con buena conciencia no, porque eso es algo que hoy no nos merecemos nadie.  

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