Los precios de los alimentos van en rápido aumento,aparentemente como consecuencia de la guerra de Rusia y Ucrania. Sin embargo, esta no es la principal causa de la crisis alimentaria global en ciernes, que viene determinada por otros factores.
Guerra y alimentos
El Viejo Topo
29 marzo, 2022
Los precios de
los alimentos van en rápido aumento, aparentemente como consecuencia de la
guerra de Rusia y Ucrania. Grave impacto para muchas poblaciones, que expone la
vulnerabilidad global en que nos coloca el sistema agroalimentario industrial
dominado por corporaciones trasnacionales.
Según fuentes
de Naciones Unidas estamos al borde una nueva crisis global por altos precios
de los alimentos y hambrunas, como efecto dominó del encarecimiento de los
combustibles, las restricciones de exportaciones de fertilizantes sintéticos de
los que Rusia es un productor principal, así como de trigo, maíz y aceite de
girasol desde Rusia y Ucrania. Entre ambos países representan 28 por ciento de
las exportaciones mundiales de trigo.
Paradójicamente,
el principal importador de trigo del mundo es Egipto, que es parte del centro
de origen del cultivo, al igual que Turquía, otro de los mayores importadores.
Egipto importa más de 60 por ciento del trigo que consume, 80 por ciento desde
Rusia y Ucrania ahora suspendidas por la guerra. México, centro de origen del
maíz, es el principal importador global de maíz, fundamentalmente por una
demanda de grandes industrias pecuarias, en su mayoría trasnacionales.
No se trata de
falta de condiciones para la producción de estos dos cultivos para abastecer el
consumo humano, sino de estrategias corporativas cuya meta es la ganancia, no
la seguridad alimentaria, en el marco de políticas nacionales e internacionales
que facilitan y permiten tales tropelías (https://bit.ly/3uqPN3X).
Aunque los
porcentajes de importación en algunos países son altos –como los nombrados y
otros en Medio Oriente y África (norte, países subsaharianos y cuerno de
África) y algunos asiáticos, haciendo a esos países muy vulnerables–, en
realidad las exportaciones son un porcentaje menor de la producción global de
trigo y maíz. El trigo, el maíz y el arroz, principales cereales base de la
alimentación en el mundo, se producen a nivel nacional entre 75 y 90 por
ciento. En el volumen de producción mundial, lo que Ucrania exporta de trigo es
cerca de 3 por ciento y menos de maíz. En el caso de las exportaciones rusas,
se trata de 4.5 por ciento para el trigo y de 0.5 por ciento para el maíz (https://www.csm4cfs.org/).
No obstante y
pese a que no escasea, porque aún se están comercializando las cosechas de la
estación pasada, en el último mes el trigo aumentó 35 por ciento ante la
especulación por supuestas incertidumbres. Por tanto, el volumen de las
exportaciones no explica por sí mismo el vertiginoso aumento del precio de los
alimentos. Sí lo hace la convergencia de factores, fundamentalmente la
especulación –escudada en las guerras– de las trasnacionales de agronegocios,
desde las de insumos en campo (semillas, agrotóxicos y fertilizantes), a las de
distribución, comercio de cereales, procesamiento y ventas al consumidor.
Estas empresas
aprovechan la coyuntura para subir precios arbitrariamente y avanzar con
medidas que agregan impactos negativos. Por un lado, presionan por abrir más
tierras a grandes extensiones de cultivos industriales, en desmedro de
ecosistemas naturales, zonas de pastoreo campesino y otros usos no
industriales, así como usar intensivamente tierras que están en barbecho (en
descanso para regeneración después de cosechas). Estados Unidos relajó las
restricciones federales al respecto y países europeos lo consideran.
Para esas
tierras, las trasnacionales de agronegocios alegan que se deben usar cultivos
transgénicos y con alto uso de insumos agrotóxicos y ante la eventual falta de
fertilizantes sintéticos, avizoran uso de microbios modificados genéticamente.
El cabildeo de las empresas de forrajes para cría industrial de animales logró
que desde este 24 de marzo España y Portugal abrieran la importación de
cultivos transgénicos desde Argentina, algo que hasta ahora estaba prohibido en
Europa.
En esos dos
países, tal como en México, las importaciones de maíz y soya no son para la
población, sino mayoritariamente para forrajes industriales destinados a la cría
animal a gran escala, que se podría hacer en forma decentralizada y basada en
otros piensos. Ahora, con la excusa del futuro desabasto por la guerra en
Ucrania, aumenta la presión para que Europa se abra también a la importación de
trigo transgénico desde Argentina.
Todas las
medidas que propone la industria y consideran EU y Europa implican una grave
vuelta atrás en los límites de uso de plaguicidas en cultivos y de residuos de
agrotóxicos y transgénicos en alimentos.
Raj Patel,
analista de la industria alimentaria y autor del libro Obesos y
famélicos, plantea que el aumento de precios de los alimentos en curso
afectará sobre todo a las poblaciones del sur global y marginados en el norte
global, por la convergencia de impactos de las 4 C: Covid, conflictos,
cambio climático y capitalismo (https://bit.ly/3JKdM4G).
No es la guerra
en Ucrania –terrible en sí misma por las muertes y devastación que conlleva– la
principal causa de la crisis alimentaria global en ciernes, sino su
convergencia con el sistema alimentario agroindustrial y los intereses de las
trasnacionales que lo controlan, causantes de caos climático, obesidad,
pandemias y enfermedades de la gente y el planeta. Existen alternativas que
requieren urgente apoyo y más ahora, basadas en la agroecología campesina para
la soberanía alimentaria.
Artículo publicado originalmente en La Jornada.
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