LO QUE NO SE HA DICHO DE LA
EPIDEMIA DE CORONAVIRUS
Artículo publicado en el diario Público, 3 de
marzo de 2020
Hay tres dimensiones de la
propagación de la epidemia del Coronavirus (Covid[1]19)
que apenas se han citado en los mayores medios de información y que tienen, sin
embargo, una enorme importancia para poder prevenir y proteger a la población
del gran daño que este tipo de fenómenos están causando.
Una de ellas es la creciente
frecuencia de epidemias de virus. En un período relativamente corto hemos sido
testigos de varias epidemias, algunas de ellas con potencial para convertirse
en pandemias: Ébola, SARS, MERS y ahora el Coronavirus. Este crecimiento en la
frecuencia ha sido objeto de gran atención por parte de expertos en salud
pública, que en parte predijeron la epidemia actual en el año 2018. Según uno
de ellos, Peter Daszak, presidente de la EcoHealth Alliance de Nueva York, la
causa de este incremento es el aumento del contacto de los seres humanos con
animales (todos ellos portadores de virus) como resultado de muchos factores,
entre los cuales se incluyen, según Daszak, desde la agresión ecológica a la
naturaleza (con un incremento del acceso a lugares antes inhóspitos) hasta una
mayor movilidad de personas y animales a nivel mundial. La relación
personas-animales es clave, pues todas estas epidemias están causadas por virus
cuyo hábitat normal es entre los animales. Todas estas epidemias han comenzado,
pues, con virus que viven en animales y que se adaptan al ser humano. Otro
factor que contribuye a ello ha sido el escaso desarrollo de las medidas
higiénicas, tanto de los animales como de los seres humanos, lo cual explica
que todas estas epidemias se iniciaran en países en vías de desarrollo.
Ahora bien, como bien indica el
mismo Daszak en su artículo en The New York Times, “Welcome to the age of
pandemias” (28 de febrero de 2020), una de las principales causas del
crecimiento de tales epidemias ha sido que las sociedades no están preparadas
para hacerles frente, como demuestra la manera en cómo se está respondiendo a
cada una de estas epidemias. La respuesta más común es intentar encontrar
fármacos o vacunas que puedan prevenir o curar tales enfermedades, una vez
estas han aparecido (asumiendo erróneamente que se pueden producir en cuestión
de días). Cuando por fin se desarrollan, la epidemia ya se ha convertido en
pandemia. Lo que debería hacerse es producir tales vacunas antes, no después de
que ya se hubiera propagado la enfermedad. Esto es lo que no ocurre, y ahí está
el gran error. La falta de preparación para evitar que la epidemia tenga lugar.
Lo que urge hacer es desarrollar vacunas frente a los posibles virus que ya
existen en la fauna animal, para estar preparados tan pronto como aparezcan los
primeros casos. Ello, junto con la necesaria mejora de los servicios
preventivos, tanto en salud humana como animal, sería un elemento fundamental
para prevenir tales epidemias. Todas ellas han comenzado, como ya he mencionado
antes, en animales sujetos a unas condiciones escasamente higiénicas, hecho
característico de los países en vías de desarrollo. Y, de nuevo, no es por
casualidad que todas estas epidemias comiencen en estos países, los cuales
sufren condiciones de gran pobreza. Estas medidas, juntamente con el desarrollo
de nuevas vacunas preventivas y nuevos tratamientos, podrían terminar con tales
epidemias. En realidad, hoy es conocido que solo en los murciélagos hay
aproximadamente 50 virus relacionados con el Coronavirus, algunos de los cuales
podrían saltar a los seres humanos, y estos continúan siendo ignorados.
Lo cual toca la tercera
dimensión, ignorada en la descripción de tales epidemias: quién conduce y
lidera la investigación farmacéutica y clínica hoy en el mundo. Los productores
de tales sustancias (vacunas y fármacos) son las empresas farmacéuticas, en 5
su mayoría radicadas en los países ricos, que tienen como objetivo principal
optimizar sus beneficios, lo cual quiere decir que solo producen vacunas o
fármacos para enfermedades que les son rentables, según el criterio de lo que
llaman “mercados”. Y, por lo general, no se obtienen grandes beneficios de
enfermedades que afectan a sectores de la población con poca capacidad de
consumo en países pobres. Es cierto que hoy, como estamos viendo, nadie se
escapa de tales epidemias, pero para cuando llega el momento en el que se han
expandido ya es tarde para desarrollar vacunas o fármacos. La previsión no es
el punto fuerte de estas empresas, cuya rentabilidad tiene que ser inmediata
para justificar tales inversiones. La indefensión de la población mundial está
basada en el modus operandi de las empresas que controlan la producción de
estos fármacos y vacunas. En realidad, la población debería concienciarse de
que su salud y calidad de vida no pueden depender de empresas que, por
definición, no tienen como principal objetivo mantener en buen estado esa salud
y calidad de vida, sino que buscan ante todo, optimizar sus beneficios,
característica del orden (o mejor dicho, desorden) económico internacional, que
se reproduce en los mayores bloques económicos hoy existentes en el mundo, un
“orden” responsable tanto de la crisis climática como de la crisis epidémicas
que frecuentemente ocurren y que afectan primordialmente a las clases
populares, tanto de los países pobres como de los países ricos. Así de claro.
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