Marx y la
historia
El Viejo Topo
14 marzo, 2021
Marx y la
historia[1]
Estamos aquí
para discutir temas y problemas de la concepción marxista de la historia, cien
años después de la muerte de Marx. Éste no es un ritual de celebración de su
centenario, pero sí es importante que comencemos por recordar el papel único de
Marx dentro de la historiografía. Lo haré sencillamente por medio de tres
ilustraciones. La primera es autobiográfica. Cuando yo era estudiante en
Cambridge en los años treinta, muchos de los hombres y mujeres más aptos se
afiliaron al Partido Comunista. Pero como ésta era una época muy brillante en
la historia de una universidad muy distinguida, muchos de ellos estaban
profundamente influidos por los grandes nombres a cuyos pies nos sentábamos.
Allí, entre los jóvenes comunistas, solíamos decir en broma que los filósofos
comunistas eran wittgensteinianos, los economistas comunistas eran keynesianos,
los estudiantes comunistas de la literatura eran discípulos de F. R. Leavis. ¿Y
los historiadores? Eran marxistas, porque no había ningún historiador que
conociéramos en Cambridge .ni en ninguna otra parte ―y conocíamos a algunos
grandes, como Marc Bloch― que pudiera competir con Marx como maestro y como
inspiración. Mi segundo ejemplo es similar. Treinta años después, en 1969, Sir
John Hicks, ganador del premio Nobel, publicó su Teoría de la Historia
Económica. Escribió: “La mayoría de aquellos [que deseen otorgar un
lugar al curso general de la historia] usarían las categorías marxianas, o
alguna versión modificada de ellas, ya que no hay muchas versiones alternativas
disponibles. Sin embargo, sigue siendo extraordinario que cien años después
de Das Kapital […] no haya surgido mucho más”[2] Mi
tercera ilustración proviene del espléndido libro de Fernand Braudel El
capitalismo y la vida material, un libro cuyo título mismo indica un
vínculo con Marx. En ese ilustre trabajo se alude a Marx más que a ningún otro
autor, más aún que a cualquier otro autor francés. Un tributo de esta naturaleza
de un país no muy dado a subestimar a sus pensadores nacionales, es en sí
impresionante.
ESCRITOS HISTÓRICOS
Esta influencia
de Marx en la escritura de la historia no es un desarrollo evidente. Aunque el
concepto materialista de la historia es el fundamento del marxismo, y aunque
todo lo que Marx escribió está impregnado de historia, Marx mismo no escribió
mucha historia en el sentido en el que los historiadores la entienden. En este
respecto Engels fue más historiador, pues escribió más trabajos que
razonablemente podrían clasificarse como “historia” en las bibliotecas. Desde
luego Marx estudió historia y era erudito en extremo. Pero no escribió ningún
trabajo que dijera “Historia” en el título, a excepción de una serie de
artículos polémicos antizaristas que después se publicó bajo el título La
historia secreta de la diplomacia en el siglo XVIII y que es uno de sus
trabajos menos valiosos. Lo que llamamos criterios históricos de Marx consisten
casi exclusivamente de análisis políticos de acontecimientos actuales y
comentarios periodísticos, combinados con cierto trasfondo histórico. Sus
análisis políticos, como La lucha de clases en Francia y El
dieciocho brumario de Luis Bonaparte, son realmente notables. Sus
voluminosos escritos periodísticos, aunque no todos son de
igual interés, contienen análisis de la mayor relevancia ―uno piensa en sus
artículos sobre la India― y son, en todo caso, ejemplos de cómo Marx aplicó su
método a problemas concretos tanto de historia como de un periodo que desde
entonces se ha convertido en historia. Pero no fueron escritos en tanto que
historia, como la entienden las personas que se dedican al estudio del pasado.
Finalmente, el estudio que Marx hizo del capitalismo contiene una enorme
cantidad de material histórico, ilustraciones históricas y otros elementos
importantes para el historiador.
Así, el grueso
del trabajo histórico de Marx está integrado a sus escritos teóricos y
políticos. Todos ellos consideran el desarrollo histórico dentro de un marco
más o menos a largo plazo, que abarca todo el lapso del desarrollo humano.
Deben leerse en conjunto con los escritos que se centran en periodos cortos o
en problemas y temas particulares, o en la historia detallada de
acontecimientos concretos. Sin embargo, no puede encontrarse en Marx ninguna
síntesis completa del proceso del desarrollo histórico; ni tampoco puede
tratarse a El Capital como una “historia del capitalismo hasta
1867”.
Existen tres
razones, dos menores y una fundamental, por lo cual esto es así; y por qué los
historiadores marxistas no se limitan meramente a comentar a Marx sino que
llevan a cabo lo que él mismo no hizo. Primero, como sabemos, Marx tuvo una
gran dificultad para terminar sus proyectos literarios. Segundo, sus puntos de
vista continuaron evolucionando hasta su muerte, aunque sujetos a un marco
establecido “a mediados de los 1840”. Tercero, y más importante, en sus
trabajos más maduros Marx deliberadamente estudió la historia en un orden
inverso, tomando al capitalismo desarrollado como su punto de partida. “El
hombre” era la clave para la anatomía del “simio”. Desde luego, esto no es un
procedimiento antihistórico. Implica que el pasado no puede ser entendido
exclusiva o primariamente en sus propios términos: no sólo porque forma parte
de un proceso histórico, sino porque también sólo ese proceso histórico nos ha
permitido analizar y entender cosas sobre ese proceso y sobre el pasado.
Tomemos el concepto de trabajo, fundamental para el concepto
materialista de la historia. Antes del capitalismo ―o antes de Adam Smith, como
Marx lo dice más específicamente― el concepto de trabajo-en-general, a
diferencia de las clases particulares del trabajo que son cualitativamente
diferentes y no comparables, no existía. Mas si hemos de entender la historia
de la humanidad, en un sentido global, a largo plazo, como la utilización
progresiva y efectiva de la naturaleza por el hombre, entonces el concepto del
trabajo social en general resulta esencial. La posición de Marx aún es
debatible, en el sentido de que no puede decimos si un análisis futuro, basado
en el desarrollo histórico futuro, será capaz de hacer descubrimientos analíticos
comparables que permitan a los pensadores reinterpretar la historia de la
humanidad en términos de algún otro concepto analítico central. Éste es un
hueco potencial en el análisis, aun cuando no pensamos que tal futuro
desarrollo hipotético pueda abandonar la centralidad del análisis marxista del
trabajo, al me- nos respecto a ciertos aspectos obviamente cruciales de la
historia humana. No intento cuestionar a Marx, sino sencillamente mostrar que
su postura debe excluir mucho de lo que a los historiadores les interesa saber
―como algo de no inmediata relevancia para su propósito―; por ejemplo, muchos
aspectos de la transición del feudalismo al capitalismo. Éstos fueron dejados a
los marxistas posteriores, aunque es cierto que Federico Engels, siempre más
interesado en “lo que sucedió realmente”, se ocupó más de tales asuntos.
El concepto materialista de la historia
La influencia
de Marx en los historiadores, y no sólo en los historiadores marxistas, está,
sin embargo, basada tanto en su teoría general (el concepto materialista de la
historia), con sus alusiones y esbozos de la configuración general del
desarrollo histórico de la humanidad desde el comunalismo primitivo hasta el
capitalismo, cuanto en sus observaciones concretas en relación a aspectos particulares,
periodos y problemas del pasado. No quiero decir mucho acerca de estas últimas,
aun cuando han sido extremadamente influyentes y aún pueden ser muy
estimulantes e iluminadoras. El primer volumen de El Capital contiene
tres o cuatro referencias más o menos marginales acerca del protestantismo,
pero el debate acerca de la religión en general y el protestantismo en
particular, así como sobre el modo de producción capitalista, se deriva de
ellas. De manera similar, El Capital tiene una nota al pie de
página sobre Descartes en que vincula sus puntos de vista (animales como
máquinas, lo real en oposición a lo especulativo, la filosofía como medio para
dominar la naturaleza y perfeccionar la vida humana) con el “periodo de la
manufactura” y plantea la pregunta de por qué los primeros economistas
preferían a Hobbes y a Bacon como filósofos, y los posteriores a Locke. (Por su
parte, Dudley North creía que el método cartesiano había “comenzado a liberar a
la política económica de sus antiguas supersticiones”.)[3] Hacia
el año de 1890 los no-marxistas ya estaban utilizando esto para ejemplificar la
notable originalidad de Marx, y todavía hoy puede proporcionar material para un
seminario de al menos seis meses de duración. Sin embargo, no será necesario
convencer a ninguno de los asistentes a esta reunión de la genialidad de Marx o
de la gama de sus conocimientos e intereses; y debe apreciarse que muchos de
sus escritos acerca de aspectos particulares del pasado reflejan
inevitablemente el conocimiento histórico disponible en su tiempo.
Vale la pena
discutir más la concepción materialista de la historia porque hoy es punto de
controversia o de crítica no sólo de los no-marxistas y los antimarxistas, sino
también dentro del marxismo. Por generaciones fue la parte menos cuestionada
del marxismo y se le consideraba, correctamente creo yo, como su meollo.
Desarrollada en el transcurso de la crítica que Marx y Engels hicieron de la filosofía
e ideología alemanas, la concepción materialista de la historia apunta
esencialmente contra la creencia de que “las ideas, pensamientos y conceptos
producen, determinan y dominan al hombre, sus condiciones materiales y su vida
real”.[4] A
partir de 1846 este concepto permaneció casi inalterado. Puede resumírsele en
una sola frase, repetida con variantes: “No es la conciencia la que determina
la vida, sino la vida la que determina la conciencia”.[5] Ya
está elaborada en La ideología alemana:
Esta concepción
de la historia por tanto se basa en explicar el proceso real de producción empezando
por la producción material de la vida misma- y en comprender la forma de
relación conectada con y creada por este modo de producción, por ejemplo, la
sociedad civil en sus varias etapas, como la base de toda la historia;
describiéndola en su acción como Estado, y también explicando cómo todos los
distintos productos teóricos y formas de la conciencia, la religión, la
filosofía, la moralidad, etcétera, etcétera, surgen de ella, y rastreando el
proceso de su formación desde esa base; es así como todo el conjunto puede, por
supuesto, ser representado en su totalidad (y por lo tanto también las acciones
recíprocas de estos diferentes aspectos entre sí).[6] Debemos
notar de paso que para Marx y para Engels el “verdadero proceso de producción”
no es simplemente “la producción material de la vida misma”, sino algo más
amplio. Para utilizar la justa formulación de Eric Wolf, es “el complejo
conjunto establecido de relaciones mutuamente dependientes entre naturaleza,
trabajo, labor y organización social”.[7] También
debemos notar que los humanos producen tanto con las manos como con la cabeza.[8]
Esta concepción
no es historia sino una guía para ella y un programa de investigación. Citemos
nuevamente La ideología alemana:
Ahí donde
termina la especulación, donde comienza la vida real, ahí por consiguiente
empieza la verdadera ciencia positiva, la explicación de la actividad práctica,
del proceso práctico del desarrollo humano […] Cuando se describe la realidad,
la filosofía autosuficiente [die selbstiindinge Philosophie] pierde
su medio de existencia. En el mejor de los casos su lugar sólo puede ocuparlo
una suma de los resultados más generales, abstracciones que se derivan de la
observación del desarrollo histórico de los hombres. Estas abstracciones, divorciadas
de la historia real, no tienen valor alguno en sí mismas. Sólo pueden servir
para facilitar el acomodo del material histórico, para indicar la secuencia de
sus estratos independientes. Pero de ninguna manera proporcionar una receta o
un esquema, como lo hace la filosofía, para recortar nítidamente las épocas de
la historia.[9]
La formulación
más completa viene en el Prefacio de 1859 a la Contribución a la
crítica de la economía política. Debe preguntarse,
desde luego, si uno puede rechazarlo y seguir siendo marxista. Sin embargo, es
perfectamente claro que esta formulación ultraconcisa requiere de una
elaboración: la ambigüedad de sus términos ha suscitado un debate acerca del
significado preciso de “fuerzas” y “relaciones sociales” de
producción, lo que constituye la “base económica”, .la “superestructura”,
etcétera. También está perfectamente claro el principio que, debido a que los
seres humanos tienen conciencia, el concepto materialista de la historia es
la base de la explicación histórica, pero no la explicación
histórica en sí. La historia no es como la ecología: los seres humanos deciden
y piensan acerca de lo que sucede. Lo que no queda tan claro es si es determinista en
el sentido de que nos permite descubrir lo que sucederá inevitablemente, a
diferencia de los procedimientos generales de la transformación histórica. La
cuestión de la inevitabilidad histórica sólo puede resolverse de manera firme
en retrospectiva, y aun así sólo como una tautología: lo que sucedió era
inevitable porque no pasó otra cosa; por lo tanto, cualquier cosa que hubiera
podido ocurrir es de interés académico. Marx quería probar a priori que un
cierto resultado histórico, el comunismo, era el producto inevitable del
desarrollo histórico. Pero de ninguna manera parece claro que esto pueda
demostrarse a través de un análisis histórico científico. Lo que era patente
desde un principio es que el materialismo histórico no era determinismo económico: no
todos los fenómenos no-económicos de la historia pueden derivarse de fenómenos
económicos específicos, y los acontecimientos y las fechas
particulares no están determinados en este sentido. Aun los más rígidos
proponentes del materialismo histórico dedicaron largas discusiones al papel
del accidente y del individuo en la historia (Plejánov); y pese a todas las
críticas filosóficas que puedan hacerse a las formulaciones de Engels, éste fue
bastante poco ambiguo en este punto en sus últimas cartas a Bloch, Schmidt,
Starkenburg y otros. Marx mismo, en textos tan específicos como El
dieciocho brumario y en textos periodísticos de los años cincuenta, no
deja duda alguna de que su punto de vista era básicamente el mismo.
El ser y la conciencia
En realidad, el argumento crucial acerca de la concepción materialista de
la historia ha tenido que ver con la relación fundamental entre el ser social y
la conciencia. Esto se ha centrado no tanto en consideraciones filosóficas (por
ejemplo “idealismo” contra “materialismo”) o en cuestiones morales (“¿cuál es
el papel del libre albedrío y de la acción humana consciente?”, “si la
situación no está madura, ¿cómo podemos actuar?”), cuanto en problemas
empíricos de historia comparativa y antropología social. Un argumento típico
sería que es imposible distinguir las relaciones sociales de producción de las
ideas y los conceptos (por ejemplo, distinguir la base de la superestructura),
en parte porque ésta es, en sí, una distinción histórica retrospectiva, y en
parte porque las relaciones sociales de producción están estructuradas por la
cultura y por conceptos que no pueden ser reducidos a ellas. Otra objeción
sería que ya que un cierto modo de producción es compatible con n tipo
de conceptos, éstos no pueden explicarse mediante la reducción a la “base”.
Así, sabemos de sociedades que tienen la misma base material pero con
diferentes maneras de estructurar las relaciones sociales, la ideología y otros
rasgos superestructurales. Hasta este grado la visión que tienen los hombres
del universo determina las formas de su existencia social, al menos en la
medida en que éstas determinan a aquélla. Lo que designan estos puntos de vista
debe entonces analizarse de modo distinto: por ejemplo, siguiendo a
Lévi-Strauss, como un conjunto de variaciones sobre un número ilimitado de
conceptos intelectuales.
Dejemos de lado
la cuestión de si Marx abstrae de la cultura. (Mi propio punto de vista es que
en sus escritos históricos es todo lo contrario de un reduccionista económico.)
El hecho fundamental sigue siendo que el análisis de cualquier sociedad, en
cualquier momento de su desarrollo histórico, debe comenzar con el análisis de
su modo de producción: esto es decir, de a] la forma técnico-económica del
“metabolismo entre el hombre y la naturaleza” (Marx), la manera en que el
hombre se adapta a la naturaleza y la transforma a través del trabajo: y b] los
arreglos sociales por medio de los cuales el trabajo es movilizado, organizado,
distribuido. Hoy esto es así: si deseamos comprender lo que sea acerca de Gran
Bretaña o Italia a finales del siglo XX, obviamente debemos comenzar por las
transformaciones masivas de los métodos de producción que se llevaron a cabo en
los años cincuenta y sesenta. En el caso de las sociedades más primitivas, la
organización basada en el parentesco y en el sistema de ideas (del cual la
organización por parentesco es, entre otras cosas un aspecto) dependerá de si
estamos tratando con una economía basada en la recolección o en la producción
de alimentos. Por ejemplo, como lo ha señalado Wolf,[10] en
una economía basada en la recolección de alimentos los recursos están
ampliamente disponibles para cualquiera con la habilidad de obtenerlos, y en la
economía basada en la producción de alimentos (agrícola o pastoral) el acceso a
estos recursos es restringido. Debe ser definido, no sólo aquí y ahora sino a
lo largo de generaciones.
Ahora bien,
aunque el concepto de base y superestructura es esencial para definir una serie
de prioridades analíticas, la concepción materialista de la historia se
enfrenta a otra crítica más seria. Marx sostiene no sólo que el método de
producción es primario y que la superestructura debe de alguna manera
conformarse a “las distinciones esenciales entre los seres humanos” que implica
(es decir, las relaciones sociales de producción), sino también que hay una inevitable
tendencia evolutiva al desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la
sociedad y, merced a ella, a que entren en contradicción con las relaciones de
producción existentes y sus expresiones superestructurales relativamente
inflexibles, las cuales entonces tienen que ceder. Como G. A. Cohen ha
sostenido, esta tendencia evolutiva es, entonces, en el sentido más amplio,
tecnológica.
El problema no
es tanto por qué debería existir esta tendencia, ya que, a través de la
historia del mundo entero, sin lugar a dudas ha existido hasta nuestros días.
El verdadero problema está en que, evidentemente, esta tendencia no es
universal. Aunque podemos dar explicaciones sobre muchos casos de sociedades en
que no se presenta, o parece detenerse en cierto punto, esto no es suficiente.
Bien podemos postular una tendencia general a progresar de la recolección a la
producción de alimentos (donde esto no sea imposible o innecesario por razones
ecológicas), pero no podemos hacer lo mismo para los desarrollos modernos de la
tecnología y la industrialización, los cuales han conquistado el mundo desde
una, y una sola, base regional. Esto parece crear una trampa sin salida:
o bien no hay una tendencia general de desarrollo de las
fuerzas materiales de la producción de una sociedad, o a desarrollarse más allá
de cierto punto; en cuyo caso el desarrollo del capitalismo occidental debe ser
explicado sin una referencia primaria a una tendencia tan general, y la
concepción materialista de la historia sólo puede en el mejor de los casos
utilizarse para explicar un caso en especial. (Apunto de pasada que abandonar
la opinión de que los hombres están actuando constantemente de una manera que
tiende a aumentar su control sobre la naturaleza no es realista y produce
considerables complicaciones históricas y de otros tipos.) O bien existe
tal tendencia histórica general; en cuyo caso debemos explicar por qué no ha
funcionado en todas partes, o por qué en muchos casos (por ejemplo en China) ha
sido efectivamente contrarrestada con toda claridad. Parecería que tan sólo la
fuerza, la inercia o algún otro poder de la estructura social y de la
superestructura sobre la base material pudieron haber detenido el movimiento de
esa base material.
Desde mi punto
de vista esto no crea un problema insuperable para la concepción materialista
de la historia como forma de interpretación del mundo. El mismo Marx, que
estaba muy lejos de ser un pensador de una sola línea, ofreció una explicación
de por qué algunas sociedades evolucionaron desde la antigüedad clásica al
capitalismo pasando por el feudalismo y, también, por qué no lo hicieron otras
sociedades (la mayoría de las cuales pueden más o menos agruparse bajo el Modo
de Producción Asiático). Sin embargo, esto crea una dificultad muy grande para
la concepción materialista de la historia como manera de cambiar el
mundo. El meollo del argumento de Marx con respecto a esto es que la revolución
debe venir porque las fuerzas de producción han alcanzado, o deben alcanzar, un
punto en el cual son incompatibles con “el tegumento capitalista” de las
relaciones de producción. Pero, si puede demostrarse que en otras sociedades no
ha habido ninguna tendencia a crecer de las fuer- zas materiales, o bien que su
crecimiento ha sido controlado o desviado por la fuerza de la organización
social y la superestructura, o que ésta misma ha impedido el estallido de la
revolución tal como la define el Prefacio de 1859, entonces ¿por qué no ocurre
lo mismo en la sociedad burguesa? Por supuesto, sería posible y hasta
relativamente fácil formular un argumento histórico más modesto sobre la
necesidad o acaso la inevitabilidad de la transformación del capitalismo en
socialismo. Pero entonces perderíamos dos cosas que eran importantes para Karl
Marx, y ciertamente para sus seguidores (yo incluido): a] la idea de que el
triunfo del socialismo es el fin lógico de toda la evolución histórica hasta la
fecha; y b] que el socialismo marca el fin de la “prehistoria”, en el sentido
de que no puede ser ni será una sociedad «antagonista”.
Modos de producción
Esto no afecta el valor del concepto de “modo de producción”, que el
Prefacio define como “el agregado de las relaciones de producción que
constituyen la estructura económica de una sociedad y forman el modo de
producción de los medios materiales de la existencia”. Cualesquiera que sean
las relaciones de producción, y cualesquiera sean las otras funciones que
puedan tener, el modo de producción constituye la estructura que determina la
forma que tomarán el crecimiento de las fuerzas productivas y de la
distribución del excedente, y determina cómo la sociedad puede o no cambiar sus
estructuras, y cómo, en momentos adecuados, la transición a otro modo de
producción pueda llevarse o se llevará a cabo. También establece la gama de
posibilidades superestructurales. En resumen, el modo de producción es la base
para comprender la variedad de sociedades humanas y sus interacciones. Así como
sus dinámicas históricas. El modo de producción no es idéntico a una sociedad:
“la sociedad” es un sistema de relaciones humanas, o para ser más precisos, una
relación entre grupos humanos. El concepto de “modo de producción” (MDP) sirve
para identificar las fuerzas que conforman la alineación de estos grupos; lo
cual puede hacerse de varias maneras en diferentes sociedades, dentro de una
cierta gama. ¿Forman los MDP una serie de etapas evolutivas ordenadas
cronológicamente o de alguna otra manera? No parece haber mucha duda de que
Marx veía a los MDP como formando una serie en la que la creciente emancipación
del hombre de la naturaleza y su control sobre ella afectaban tanto a las
fuerzas como a las relaciones de producción. De acuerdo con este grupo de
criterios, podría pensarse que los distintos MDP están agrupados en orden
ascendente. Pero mientras es claro que algunos MDP no pueden situarse o
pensarse unos antes que otros (por ejemplo aquellos que requieren la producción
de mercancías o máquinas de vapor antes qué aquellos que no la requieren), la
lista de MDP que hizo Marx no intenta formar una cronología lineal sucesiva. De
hecho, es cuestión de observar que en todos, menos los (hipotéticos) estados
más primitivos del desarrollo humano, ha existido una variedad de MDP que
coexisten e interactúan.
Un modo de
producción abarca tanto un programa particular de producción
(una manera de producir sobre la base de una tecnología particular y la
división productiva del trabajo) como “un conjunto específico histórico de
relaciones sociales a través de las cuales se despliega el trabajo para
arrebatar energía a la naturaleza por medio de herramientas, habilidades,
organización y conocimiento”, en una cierta fase de su desarrollo, y a través
de la cual el remanente social-mente producido es circulado, distribuido y
utilizado para acumularse o para algún otro fin. Una historia marxista debe
considerar ambas funciones. Aquí está la debilidad de un libro importantísimo y
muy original del antropólogo Eric Wolf: Europa y el pueblo sin
historia. En él Wolf intenta demostrar cómo la expansión global y el
triunfo del capitalismo han afectado a las sociedades pre-capitalistas que aquél
ha integrado a su sistema mundial; y cómo el capitalismo, a su vez, ha sido
modificado y moldeado al ser empotrado, en cierto sentido, dentro de una
pluralidad de modos de producción. Éste es un libro de conexiones más que de
causas, aunque las conexiones puedan resultar esenciales para el análisis de
las causas. De manera brillante explica una forma de comprender “las
características estratégicas de […] [la] variabilidad” de diferentes
sociedades; esto es, las formas en las que podrían modificarse o no por el
contacto con el capitalismo. Incidentalmente, también nos proporciona una guía
para entender las relaciones entre los MDP y las sociedades que los contienen y
sus ideologías o “culturas”[11] Lo
que no hace ―ni de hecho intenta hacer― es explicar el movimiento de la base
material y de la división del trabajo, y por lo tanto las transformaciones de
los MDP. Wolf trabaja con tres grandes MDP o “familias” de MDP: el modo
“ordenado por el parentesco”, el modo “tributario” y el “modo capitalista”.
Pero aunque reconoce el cambio de una sociedad cazadora y recolectora de
alimentos a una sociedad productora dentro del modo “ordenado por el
parentesco”, su método “tributario” es un vasto continuo de sistemas que
incluye tanto lo que Marx llamó “feudal” como lo que llamó “asiático”. En todos
éstos, los grupos dominantes que ejercen una fuerza política y militar se
apropian de los excedentes. Hay mucho que decir sobre esta clasificación tan
amplia, tomada de Samir Amin, pero su inconveniente es que el método
“tributario” claramente incluye sociedades en muy diferentes etapas de
capacidad productiva, de los señores feudales occidentales de la Edad Media al
Imperio Chino; de economías sin ciudades a las urbanizadas. Sin embargo, el
análisis toca sólo periféricamente lo que es el problema esencial del por qué,
cómo y cuándo una variante del método tributario generó el capitalismo desarrollado.
En resumen, el
análisis de los sistemas de producción debe estar basado en el estudio de las
fuerzas materiales de producción existentes: esto es, estudio tanto de la
tecnología y de la organización como de la economía. No debemos olvidar que en
el mismo Prefacio, cuyo pasaje posterior es citado con tanta frecuencia, Marx
sostiene que la economía política es la anatomía de la sociedad civil. Sin
embargo, en un aspecto el análisis tradicional de los MDP y su transformación
aun debe desarrollarse; y el trabajo marxista reciente lo ha hecho. A menudo,
la transformación real de un modo de producción ha sido vista en términos
causales y unilineales: dentro de cada modo, se dice, existe una “contradicción
básica” que genera la dinámica y las fuerzas que llevarán a su transformación.
No está muy claro que ésta sea la visión de Marx ―a excepción del capitalismo―
y ciertamente nos conduce a grandes dificultades y a debates sin fin,
particularmente en referencia a la transición del feudalismo occidental al capitalismo.
Parece de mayor utilidad hacer las siguientes dos suposiciones. Primero, que
los elementos básicos dentro de un modo de producción que conducen a
desestabilizarlo implican la potencialidad, más que la
certeza, de la transformación, pero que, dependiendo de la estructura del
método, también establecen ciertos límites al tipo de transformación
posible. Segundo, que los mecanismos que conducen a la
transformación de un modo a otro pueden no ser exclusivamente internos de ese
modo, sino pueden surgir de la conjunción e interacción con sociedades con
diferentes estructuras. En este sentido todo desarrollo es un desarrollo mixto. En
vez de buscar únicamente las condiciones regionales específicas que llevan a la
formación de, digamos, el sistema peculiar de la antigüedad clásica en el
Mediterráneo, o de la transición del feudalismo al capitalismo dentro de los
feudos y las ciudades de Europa occidental, deberíamos observar los distintos
caminos que conducen a los cruces y encrucijadas en que se encontraron estas
regiones en cierta etapa de desarrollo.
Este
acercamiento ―que me parece cabe perfectamente dentro del espíritu de Marx, y
para el cual, si es preciso, puede encontrarse alguna autoridad textual―
facilita la explicación de la coexistencia de sociedades que progresan más en
el camino del capitalismo y aquellas que, hasta no ser penetradas y
conquistadas por él, no pudieron desarrollarse de esa manera. Pero también
centra la atención en un hecho, de que los historiadores y los capitalistas
están cada vez más conscientes: que la evolución de este sistema es en sí una
evolución mixta; que se construye sobre la base de materiales preexistentes,
utilizándolos y adaptándolos pero también siendo moldeado por ellos.
Investigaciones recientes sobre la formación y el desarrollo de las clases
trabajadoras han servido para ilustrar este punto. De hecho, una de las razones
por las que los pasados veinticinco años en la historia del mundo han sido
testigos de cambios sociales de tal profundidad, es que esos elementos pre-capitalistas,
hasta ahora partes esenciales de la operación del capitalismo, finalmente han
sido demasiado erosionados por el desarrollo capitalista para jugar el papel
vital que alguna vez ocuparon. Estoy pensando aquí, por supuesto, en la
familia.
El legado de Marx
Permítanme
ahora volver a los ejemplos de que hablaba al principio de esta charla que
ilustran la gran significación que tuvo Marx para los historiadores. Marx sigue
siendo la base esencial de cualquier estudio adecuado de la historia, porque
―hasta ahora― sólo él ha intentado formular un enfoque metodológico de la
historia como totalidad, y de concebir y explicar el proceso entero de la
evolución social humana. En este sentido es superior a Marx Weber, su único
verdadero rival como influencia teórica para los historiadores, y en muchos
aspectos un suplemento importante y correctivo. Una historia basada en Marx es
inconcebible sin adiciones weberianas, pero la historia weberiana es
inconcebible excepto en la medida en que toma a Marx, o al menos el Fragestellung marxista,
como punto de partida. Si deseamos responder la gran pregunta de toda la
historia ―principalmente, cómo, por qué y a través de qué procesos ha
evolucionado la humanidad, del hombre de las cavernas al astronauta, el
detentador de la fuerza nuclear y el ingeniero genético― sólo podemos hacerlo
formulando preguntas al estilo de Marx, aunque no aceptemos todas sus
respuestas. Lo mismo se aplica si queremos responder la segunda gran pregunta
implícita en la primera: por qué esta evolución no ha sido pareja y lineal,
sino extraordinariamente desigual y combinada. Las únicas respuestas
alternativas que han sido sugeridas formulan en términos de evolución biológica
(la sociobiología), pero son evidentemente inadecuadas. Marx no dijo la última
palabra ―todo lo contrario― pero sí la primera, y todavía estamos obligados a
continuar el discurso que él inauguró.
El tema de esta
charla es Marx y la Historia, y no es mi función anticipar aquí la discusión
acerca de cuáles son (o deberían ser) los temas más relevantes para los
historiadores marxistas de hoy. Pero no quisiera terminar sin llamar la
atención hacia dos temas que a mi parecer requieren de atención urgente. El
primero ya lo he mencionado: es el desarrollo de la naturaleza mixta o
combinada de cualquier sociedad o sistema social; su interacción con otros
sistemas y con el pasado. Es, si desean, la elaboración de la frase célebre de
Marx en el sentido de que los hombres hacen su propia historia, pero no como
ellos la eligen sino “bajo circunstancias específicas, dadas y transmitidas
desde el pasado”. La segunda es la clase y la lucha de clases. Sabemos que
ambos son conceptos esenciales para Marx, al menos en la discusión de la
historia del capitalismo, pero también sabemos que los conceptos están pobremente
definidos en sus escritos, lo cual ha originado grandes debates. Una gran parte
de la historiografía marxista tradicional no ha podido esclarecerlos, y por lo
tanto esto ha acarreado dificultades. Permítanme dar un solo ejemplo.
¿Qué es la
“revolución burguesa”? ¿Podemos pensar en una “revolución burguesa” como
“hecha” por una burguesía, como el objetivo de una lucha burguesa por el poder
contra el antiguo régimen o la clase dominante que obstaculiza el camino de la
institución de una sociedad burguesa? ¿O cuándo podemos pensar
que esto sucede así? Las críticas recientes de la interpretación marxista de
las revoluciones inglesa y francesa han sido efectivas, en gran parte porque
han demostrado que una imagen tan tradicional de la burguesía y de la revolución
burguesa es inadecuada. Deberíamos haber sabido esto. Como marxistas, o de
hecho como observadores realistas de la historia, no seguiremos a los críticos
que niegan la existencia de tales revoluciones, o niegan que las revoluciones
inglesas del siglo XVII y la revolución francesa consiguieron cambios
fundamentales y la re orientación “burguesa” de sus sociedades. Pero tendremos
que pensar con mayor precisión lo que queremos decir.
Entonces, ¿cómo
podemos resumir el impacto de Marx en la escritura de la historia cien años
después de su muerte? Podemos señalar cuatro puntos esenciales:
- La actual influencia de Marx en los países no-socialistas es
indudablemente mayor entre los historiadores de lo que lo fue durante mi
vida ―y mi memoria abarca cincuenta años― y probablemente más que nunca
desde su muerte. (La situación en países oficialmente comprometidos con
sus ideas obviamente no puede compararse.) Es necesario decir esto, porque
en Oeste momento hay un movimiento bastante generalizado de alejamiento de
Marx entre los intelectuales, particularmente en Francia y en Italia. El
hecho es que su influencia puede verse no sólo en el gran número de
historiadores que se proclaman marxistas, aunque es bastante grande, y et
número que reconocen su significación en la historia (por ejemplo Braudel
en Francia, la escuela de Bielefeld en Alemania), sino también en el
enorme número de historiadores ex marxistas, a menudo eminentes, que
sostienen el nombre de Marx ante el mundo (por ejemplo Postan). Más aún,
existen muchos elementos que, hace cincuenta años, eran manejados
principalmente por marxistas y ahora se han vuelto parte de la principal
corriente de la historia. Es cierto que esto no ha sido sólo debido a
Carlos Marx, pero probablemente el marxismo ha sido la influencia
principal en la “modernización” de la escritura de la historia
contemporánea.
- El marxismo, tal y como se escribe y discute hoy, al me- nos en la
mayoría de los países, toma a Marx como punto de partida y no como su punto
de No quiero decir que necesariamente este marxismo esté en desacuerdo con
los textos de Marx, aunque está preparado para hacerlo donde éstos están
equivocados o donde son obsoletos. Esto sucede claramente en el caso de su
visión de las sociedades orientales y del “modo de producción asiático”,
brillantes y profundas como a menudo eran sus ideas, y también respecto a
sus puntos de vista sobre las sociedades primitivas y su evolución. Como
se ha señalado en un reciente libro sobre el marxismo y la antropología
escrito por un antropólogo marxista: “El conocimiento de Marx y Engels de
las sociedades primitivas era bastante insuficiente como base para la
antropología moderna”. Tampoco quiero decir que este marxismo
necesariamente desee revisar o abandonar las líneas principales del
concepto materialista de la historia, aunque está preparado para
considerarlas críticamente donde sea necesario. Por mi parte, no deseo
abandonar la concepción materialista de la historia. Pero la historia
marxista, en sus versiones más fructíferas, ahora utiliza los métodos de
Marx más que comentar sus textos; excepto donde claramente vale la pena
comentarlos. Tratamos de hacer lo que el mismo Marx no hizo.
- Hoy la historia marxista es plural. Una sola interpretación “correcta”
no es lo que Marx nos heredó: se volvió parte de la herencia marxista,
particularmente a partir de 1930 más o menos, pero esto ya no se acepta ni
es aceptable, al menos ahí donde la gente tiene una opción en el Este
pluralismo tiene sus desventajas. Son más obvias entre quienes teorizan
acerca de la historia que entre quienes la escriben, pero son visibles aun
entre estos últimos. Sin embargo, ya sea que pensemos que estas
desventajas son más grandes o mas pequeñas que las ventajas, el pluralismo
del trabajo marxista de hoy constituye un hecho ineludible. Es más, no hay
nada malo en ello: La ciencia es un diálogo entre distintos puntos de
vista basados en un método común. Sólo deja de ser ciencia cuando no hay
un método para decidir cuál de los dos puntos de vista contendientes está
equivocado o es menos fructífero. Desafortunadamente, a menudo éste es el
caso en la historia, pero de ninguna manera sólo en la historia marxista.
- Hoy la historia marxista no está, ni puede estar, aislada del resto
del pensamiento y de la investigación histórica. Ésta es una declaración
con una perspectiva doble. Por una parte los marxistas ya no rechazan
―excepto como fuente de material básico para su trabajo― los escritos de
historiadores que no pretenden ser marxistas, o que de hecho son anti-marxistas. Si son buenos, debe tomárselas en cuenta. Esto no nos
detiene, sin embargo, para criticar o librar una batalla ideológica aun
contra los buenos historiadores que actúan como ideólogos. Por otra parte,
el marxismo ha transformado la corriente fundamental de la historia a tal
grado que a menudo hoy resulta imposible decir si un trabajo particular ha
sido escrito por un marxista o por un no– marxista, a menos que el autor
nos advierta de su posición ideológica. Esto no es causa de Me gustaría
pensar en un tiempo futuro en que nadie preguntara si los autores son
marxistas o no, porque entonces los marxistas podrían estar satisfechos
con la transformación de la historia alcanzada a través de las ideas de
Marx. Pero estamos lejos de una condición tan utópica; las luchas de
ideología y política, clase y liberación del siglo XX son tales que ni
siquiera es concebible. Para el futuro previsible, tendremos que defender
a Marx y al marxismo dentro y fuera de la historia, contra aquellos que lo
atacan con bases políticas e ideológicas. Al hacerlo, defenderemos también
la historia, y la capacidad del hombre para comprender cómo el mundo ha
llegado a ser lo que es, y cómo el hombre puede avanzar hacia un futuro
mejor.
Fuente:
Conferencia publicada en New Left Review, nº 143, 1984. Traducción
de Laura Emilia Pacheco para Cuadernos Políticos nº 48, 1986.
Notas
[1] Dictado
por el autor en la conferencia del Centenario de Marx, organizada por la
República de San Marino en 1983.
[2] J. Hicks, A Theory of Economic
History, Londres, 1969, p. 3-8.
[3] Citado
de El Capital, vol. I, Carlos Marx, Penguin Books,
Harmondsworth, 1976, p. 513.
[4] Marx,
Engels. La ideología alemana, ed. Pueblos Unidos, Buenos
Aires, 1973, p. 26.
[5] Ibid., p. 37.
[6] Ibid., p. 53.
[7] E. Wolf. Europa y el
pueblo sin historia, Berkeley, 1983, p. 74.
[8] Ibid.,
p. 75.
[9] La
ideología alemana, cit., p. 37.
[10] Wolf, op. cit., pp. 91-92.
[11] Wolf, op. cit., p. 389.