martes, 21 de noviembre de 2023

Enfrentar a la ultraderecha que viene

 


Enfrentar a la ultraderecha que viene


José Luis Carretero Miramar

KAOSENLARED

21.11.2023 

La ultraderecha avanza en todas partes. Lo hemos visto claramente estas últimas semanas, marcadas en nuestro país por las manifestaciones recurrentes de grupos fascistas que han teñido de violencia las calles de Madrid. También podemos verlo en la victoria electoral del ultraliberal Javier Milei en Argentina o en la paralización del proceso constituyente chileno tras la emergencia del Partido Republicano de José Antonio Kast.

La ultraderecha avanza y la izquierda parece incapaz de hacerle frente. La constitución de grandes frentes electorales democráticos ha conseguido algunos éxitos en Brasil o Polonia, pero ha sido al precio de una alianza inestable con sectores centristas y conservadores que impide profundizar las transformaciones sociales y económicas necesarias para alejar a los “pardos” de su base social, más amplia de lo que los pensadores de la izquierda institucional están dispuestos a reconocer.

La gran incógnita del momento es hacia donde basculará la derecha conservadora tradicional, que se ha repartido el poder mediante mecanismos de turnos parlamentarios con el progresismo en la mayoría de los países occidentales desde la Segunda Guerra Mundial. Aunque los sectores más civilizados de la derecha parecen dispuestos a participar en frentes democráticos que hagan frente al populismo (como en el caso de Polonia), lo cierto es que, en la mayoría de los casos, la hegemonía discursiva y cultural de la derecha ha caído en manos de los medios de ultraderecha. La derecha se está radicalizando y los ultras parecen los grandes ganadores de la “batalla de las ideas” en el seno del conservadurismo, como estamos viendo en España o Argentina. Para la supervivencia del sistema parlamentario va a ser decisiva la elección política que la derecha tradicional haga en los próximos años: o con los frentes democráticos, o con el vértigo dictatorial de los ultras.

Los ultras cuentan con recursos y amplia financiación. Las redes transnacionales del trumpismo funcionan a todo gas. El “dinero oscuro” de los magnates de los combustibles fósiles o de los lobbys del fundamentalismo religioso riega generosamente a las organizaciones ultras, que se han expandido a todos los ámbitos sociales. Además, su directa cercanía a importantes conglomerados de medios de comunicación (como Fox News en Estados Unidos, o el grupo empresarial construido alrededor de Julio Ariza en España) les está otorgando una enervante centralidad a la hora de publicitar sus discursos. La ultraderecha se ha tomado en serio la “batalla de las ideas” desde hace décadas y se ha embarcado en una persistente estrategia “metapolítica”, como la calificó Alain de Benoist, ideólogo de la “Nueva Derecha” francesa, consistente en difundir y expandir todo tipo de discursos que puedan contribuir a cambiar la trama cultural de la sociedad.

Pero hay algo más. Algo que no debemos olvidar en nuestros análisis, so pena de incapacitarnos para entender lo que está ocurriendo en nuestras sociedades. La ultraderecha, como siempre, responde directamente a los intereses de las élites, a su deseo de desregulación económica, a su afán patriotero con el que se trata de invisibilizar los conflictos de clase, a su impulso a la jerarquización y el autoritarismo, que blinda sus posiciones de poder. Pero también responde a las ansiedades de otros sectores sociales, provenientes de fragmentos de la “clase media” en descomposición. Son estos últimos sectores los que le dan esa pátina “popular” y “rupturista” que parece acompañarla. Hay un “vértigo plebeyo” en la nueva ultraderecha. Pero ¿qué tipo de plebe responde a esta llamada de las élites?

La descomposición de lo que Emmanuel Rodríguez llama “el efecto clase media” por obra de las medidas económicas neoliberales de las últimas décadas ha sido persistente y cada vez más profunda. La “clase media” (un atado heterogéneo de posiciones productivas que se han vinculado al discurso modernizador y parlamentarista desde la emergencia del keynesianismo) expulsa cada vez más fragmentos en dirección a la precariedad y la vulnerabilidad. Desde la crisis del 2008, y aun más tras los confinamientos provocados por la pandemia, sectores enteros de la “clase media” han perdido toda estabilidad económica y vital. Nos lo cuenta Andrés Ruggeri, para el caso de Argentina: monotributistas (trabajadores autónomos en España), minipymes, trabajadores “en negro”, personal eventual de las administraciones públicas…Un amplio magma social se ha encontrado, de la noche a la mañana, en una posición comprometida.

Gran parte de los sectores vulnerables tiene acceso a ayudas, menguantes y limitadas, pero normalmente vinculadas con la existencia de gobiernos democráticos o de izquierdas. Gran parte de la clase trabajadora tiene una vinculación cultural heredada con las ideas de izquierda y la organización sindical o partidaria, lo que le permite tener un “suelo” de condiciones de vida o una plataforma para expresar su creciente enojo. Pero muchos de los fragmentos que las medidas neoliberales han expulsado de la “clase media” se corresponden con sectores ajenos a toda tradición sindical, a todo discurso totalizador, a toda visión cultural de izquierdas y, además, ven a la izquierda como una amalgama elitista de gente que jamás les ha considerado cercanos. Estos sectores expresan su rabia y su soledad, su vértigo y su ansiedad, buscando una salida abrupta, una ruptura, una cesura con el mundo social que parece haberles abandonado.

Ahí aparecen los medios de la ultraderecha, alimentados por los sectores ultramontanos de las élites. Construyen un discurso que expresa esa rabia y ese hastío. Mientras las élites cincelan el nuevo sentido común, los sectores empobrecidos sin tradiciones de lucha, anómicos y sin capacidad de construir un discurso propio, les dotan de un paraguas “popular”, una textura “de masas”.

Es fácil entender el fascismo como una ideología “de señoritos”, fundamentalmente anti-obrera. El franquismo tuvo mucho de eso, más allá de la insistente ensoñación de algunos sectores del falangismo con la “revolución pendiente”. Pero lo cierto es que el nuevo fascismo tiene detrás una amplia alianza de clases, lo que lo transforma en enormemente peligroso.

Hacer frente al nuevo fascismo precisa de una estrategia que aleje a la izquierda de toda tendencia al fatalismo y al elitismo, que son dos caras de una misma moneda: la pasividad. Hace falta un nuevo vitalismo revolucionario, combinado con una perspectiva “de masas”, claramente popular y pedagógica. Y tener en muy en cuenta dos aspectos centrales de la realidad política futura, que pueden resultar contradictorios si no encontramos la manera de cohonestarlos.

El primero de ellos: van a ser necesaria una amplia alianza social en defensa de la democracia y los derechos civiles básicos. Y eso implica pactar con sectores conservadores, centristas y liberales, no hegemonizados por la ultraderecha, así como trabajar conjuntamente en ocasiones con socialdemócratas y progresistas dudosos, con gentes que sólo buscan presencia institucional o una carrera política profesional.

El segundo de ellos: para que ese frente pueda abatir la base social de la ultraderecha, secando las fuentes populares de que se alimenta, va a ser necesario también retejer la trama histórica de la clase obrera. Reconstruir los puentes entre la gente del trabajo, ya sea migrante, subcontratada, formalmente autónoma, trabajadora industrial clásica o ya pertenezca a las nuevas formas de trabajar en que se están precarizando los numerosos fragmentos que el neoliberalismo ha expulsado del “efecto clase media”. Hay que reconstruir la clase en un momento en que la clase es más plural, diversa y contradictoria que nunca. Sólo una trama obrera reconstituida (da igual si es con otro nombre) puede dotar de la masividad popular y el espíritu plebeyo necesarios para profundizar transformaciones que dejen a la ultraderecha sin su actual caladero social.

Es un trabajo arduo y sin garantías de triunfo. Es el trabajo que nos toca hacer en este momento. Es nuestro legado para las próximas décadas. En los próximos años veremos de qué está hecha cada una de las personas que nos rodean. Y la humanidad, después de muchos sobresaltos y sufrimientos, como siempre, vencerá.

 

Por José Luis Carretero Miramar para Kaosenlared

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