Hay genealogías
que es mejor ignorar u ocultar si es que uno quiere pasearse con la frente
alta. La de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, es una de
ellas.
Tras las huellas de los esclavistas españoles
El Viejo Topo
17 septiembre, 2023
José Antonio
Primo de Rivera descendía de una saga de militares por vía paterna. No solo su
padre, Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, alcanzaría el grado de capitán
general en el ejército español, sino que antes lo había alcanzado su tío abuelo
Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, quien fuera capitán general de Filipinas
en dos ocasiones (1880-1883 y 1897-1898). Resultan menos conocidos, sin
embargo, sus ascendentes familiares por vía materna.
Unos
ascendentes que relacionan estrechamente al fundador y líder principal de
Falange Española con el mundo colonial español, en Cuba, y que lo vinculan,
además, por una doble vía. La madre de José Antonio fue Casilda Sáenz de
Heredia y Suárez Argudín y era hija, a su vez, de Gregorio Sáenz de Heredia y
Tejada, que según apunta el historiador Alejandro Quiroga fue el último alcalde
español de La Habana, en 1898, justo antes de la cesión de la soberanía de Cuba
a los Estados Unidos. Por otro lado, la abuela materna del fundador de Falange,
Ángela Suárez Argudín y Ramírez de Arellano, había nacido en la capital cubana
en el seno de una riquísima familia de empresarios vinculados al mundo del
azúcar, al tráfico ilegal de africanos esclavizados y a la explotación de mano
de obra esclava.
Entre los
antepasados directos de José Antonio Primo de Rivera cabe destacar a su
bisabuelo, el traficante de esclavos José Antonio Suárez Argudín, a quien el
historiador cubano Manuel Moreno Fraginals definió en su día como uno “de los
primeros contrabandistas negreros del mundo”. Tal vez a José Antonio Primo de
Rivera le bautizaron precisamente como José Antonio en recuerdo de aquel
bisabuelo negrero enriquecido en Cuba.
Nacido en
Avilés, en 1799, José Antonio Suárez Argudín García-Barbosa emigró en su
juventud a La Habana, en 1816, para trabajar en una tienda de ropas que un tío
abuelo suyo llamado Miguel Galán tenía en la capital cubana. Dejó al poco
tiempo aquel trabajo para convertirse en empleado del empresario segoviano
Gabriel Lombillo Herce, a quien Fernando VII convirtió, en 1829, en primer
marqués de Lombillo. Fue entonces y de la mano de su nuevo jefe cuando el
bisabuelo de José Antonio Primo de Rivera se inició en el “odioso comercio” de
personas esclavizadas. Tuvo, sin duda, un buen maestro. Consta fehacientemente
que Lombillo despachó, desde La Habana, al menos 14 expediciones negreras
sucesivas, entre 1813 y 1820, a las costas de África. Lo hizo en seis buques
diferentes, todos de su propiedad, que permitieron desembarcar en aquellos
siete años en la capital cubana un total de 4.286 cautivos africanos vivos.
Según apuntó el
historiador cubano Moreno Fraginals en su monumental obra El Ingenio,
Gabriel Lombillo aparece en 1820, año en que se ilegalizó el comercio de
esclavos hacia Cuba, como “el séptimo negrero de la época”. Y añade, a
continuación: “Asociado a José Antonio Suárez Argudín, desarrolla una febril
actividad importadora de negros, que se incrementa en la etapa de contrabando.
Posiblemente ellos dos, junto a Joaquín Gómez, constituyen el más importante
triunvirato del contrabando de negros de la década de 1820”.
En La Habana se
empezó pronto a rumorear sobre los amoríos secretos entre el joven Suárez
Argudín y la esposa de su jefe, Teresa Ramírez de Arellano. Lo cierto es que en
1830 Gabriel Lombillo falleció envenenado y las sospechas se dirigieron
enseguida al bisabuelo de Primo de Rivera, quien pasó un tiempo en la cárcel,
acusado de aquella muerte. Las investigaciones no permitieron, sin embargo,
encontrar pruebas de su autoría y finalmente el juez lo dejó en libertad.
El hecho de que
Suárez Argudín se casara poco después con la viuda de Lombillo alimentó, aún
más si cabe, las sospechas de que ambos habían planeado y ejecutado la muerte
de aquel rico empresario. Por eso, un hermano del difunto seguía intentando,
aun cinco años después de la muerte del primer conde de Casa Lombillo, que se
mantuviera la acusación contra los dos sospechosos de su muerte. No tuvo éxito.
A pesar de los
rumores y acusaciones, aquel matrimonio con la viuda de Lombillo permitió a
Suárez Argudín aumentar notable y rápidamente su fortuna y su estatus social.
Pudo dedicarse, de entrada, a gestionar aquellas fincas que habían sido del
conde de Lombillo y que, por herencia, pasaron a ser propiedad de su esposa o
de los hijos que Teresa había tenido con el difunto empresario. Así sucedió con
el ingenio azucarero San Gabriel, ubicado en el partido de San Diego Núñez. Más
aún, el empresario asturiano se dedicó a partir de entonces a comprar y
fomentar nuevas fincas cafetaleras y, sobre todo, azucareras, a título
individual.
Así, a la
altura de 1860, Suárez Argudín era el propietario de al menos un cafetal
(llamado Rotunda y ubicado cerca de Artemisa) y de tres ingenios azucareros,
equipados los tres con modernas máquinas de vapor y situados en la región
occidental de Cuba. Se trata de los ingenios Santa Teresa (de 241 hectáreas de
extensión), San Juan Bautista (de 295 hectáreas) y Angelita, llamado así en
honor de su única hija (de 671 hectáreas).
Todavía 15 años
después, el bisabuelo de José Antonio Primo de Rivera mantenía en propiedad
aquellas tres haciendas de producción de caña de azúcar. En el antiguo ingenio
Santa Teresa (renombrado como Nueva Teresa), ubicado en la jurisdicción de
Bahía Honda, trabajaban, en 1877, 188 esclavos, 21 culíes chinos y 121
trabajadores “alquilados y libres” mientras que la dotación del ingenio
Angelita, ubicado en la jurisdicción de Cienfuegos, la componían 95 personas
esclavizadas. Según fuentes fiscales, en un solo año, en 1877, el propietario
de aquellas tres fincas había obtenido de su explotación un producto líquido
total de 116.366 pesos fuertes (equivalentes a 581.830 pesetas, en la España
peninsular). Una verdadera fortuna. De una de aquellas haciendas nos dice
Moreno Fraginals que su dueño “hizo de su ingenio Angelita, de Cienfuegos, un
importante centro de cría” de niños y niñas hijos de esclavas, destinados a
convertirse también en futuros esclavos. Al estilo de una granja.
Mientras tanto,
el bisabuelo asturiano de Primo de Rivera no había dejado de dedicarse al
tráfico de africanos esclavizados, una actividad que era ilegal desde 1821 pero
que se mantuvo, en Cuba, hasta 1867. Todavía en agosto de 1855, el cónsul
británico en La Habana denunció ante el capitán general de la isla la reciente
llegada de un velero con 510 cautivos africanos, señalando los nombres de
quienes habían organizado aquella expedición y destacando, entre ellos,
precisamente a Suárez Argudín. Una denuncia que, ante la inacción de las
autoridades cubanas, la diplomacia británica acabó trasladando, meses después,
al Ministerio de Estado, en Madrid, con nulos resultados.
Tanto la
presión británica como el contexto político en el mundo occidental hacían cada
vez más difícil la actividad de los traficantes de esclavos en Cuba. Mientras
tanto, la economía agroexportadora de la isla no dejaba de requerir brazos y
más brazos para seguir produciendo más y más azúcar. Surgieron entonces
diferentes iniciativas para allegar colonos supuestamente libres a trabajar en
los campos cubanos. La Real Junta de Fomento promovió, por ejemplo, la llegada
de culíes chinos (fueron
casi 125.000 los que arribaron a Cuba entre 1847 y 1874) mientras que diversos
particulares impulsaron, en paralelo, otras iniciativas.
Uno de ellos
fue el bisabuelo de José Antonio Primo de Rivera, quien planteó, a partir de
1853, la idea de organizar legalmente la llegada de “inmigrantes africanos” a
Cuba. Esbozó y publicó en La Habana en 1855 un primer y breve folleto
titulado Proyecto o representación respetuosa sobre inmigración
africana, dirigido al capitán general de Cuba, y realizó además gestiones
en Londres para convencer a las autoridades británicas de la bondad de su
proyecto. La negativa de los gobernantes españoles y británicos a dar por bueno
su plan le llevó a formular con más detalle su propuesta, ampliando sus
horizontes y buscando nuevos aliados. Fue así como en 1860 publicó, también en
La Habana, un extenso folleto titulado Proyecto de inmigración africana
para las islas de Cuba, Puerto Rico y el imperio del Brasil, a sus respectivos
gobiernos. Un proyecto que él lideraba y que contaba con la implicación
directa de un paisano suyo, el asturiano Luciano Fernández Perdones, así como
del portugués Manuel Basilio da Cunha Reis.
Este último fue
uno de los últimos grandes negreros de Brasil y optó por trasladar su
residencia desde Rio de Janeiro a Nueva York, en la década de 1850, tras el
cese del tráfico de esclavos hacia la antigua colonia portuguesa. Antes había
vivido unos años en Angola. Desde Manhattan, Da Cunha Reis se mantuvo como uno
de los grandes comerciantes negreros del Atlántico en aquellos años 1850,
proveyendo de africanos esclavizados a los hacendados cubanos, como bien
explica John Harris en su libro The Last Slave Ships. No hay que
descartar que las relaciones entre Manuel Basilio da Cunha Reis y José A.
Suárez Argudín se hubieran tejido, precisamente, por su previa asociación en la
trata ilegal con destino a Cuba.
De su
matrimonio con el asturiano José Antonio Suárez Argudín, la cubana Teresa
Ramírez de Arellano alumbró un hijo (llamado José Antonio, como su padre) y una
hija (Ángela). El primogénito, José Antonio Suárez Argudín y Ramírez de
Arellano, tío abuelo de José Antonio Primo de Rivera, se casaría en La Habana en
1860 con Francisca María del Valle Iznaga. Un hermano de Francisca María, José
María del Valle Iznaga, es bisabuelo tanto de las hermanas Ana y Loyola de
Palacio del Valle Lersundi, dirigentes del PP de Aznar, como del periodista y
actual eurodiputado de Vox Hermann Tertsch del Valle Lersundi. Los tres son,
por lo tanto, primos lejanos de José Antonio Primo de Rivera.
Cabe señalar
que Amadeo I otorgó, en 1872, el título de marqués de casa Argudín al tío
abuelo del fundador de Falange Española. Poco tiempo pudo disfrutar, sin
embargo, de su dignidad nobiliaria pues José Antonio Suárez Argudín y Ramírez
de Arellano fue asesinado en La Habana cuatro años después, en el marco de un
sonado litigio cuyo principal protagonista era su padre. En palabras, nuevamente,
de Manuel Moreno Fraginals: “Su vida se cierra con la mayor quiebra fraudulenta
que conociera Cuba, que origina dos atentados contra su vida y el asesinato de
su hijo del mismo nombre y apellido, ya transformado en marqués de Casa
Argudín. El victimario, Sánchez Iznaga, era uno de los más ricos propietarios
azucareros de Cuba”. Y concluye: “La historia real de estos dos negreros supera
al más truculento folletín de la época”. Cobra aquí sentido la frase atribuida
a Balzac según la cual “detrás de toda gran fortuna siempre hay un crimen”. O
dos o tres, podríamos añadir.
La otra hija de
Suárez Argudín, Ángela Suárez Argudín y Ramírez de Arellano, abuela materna de
José Antonio Primo de Rivera, nació en La Habana en 1839 y se casó en la misma
ciudad en 1864 con el riojano Gregorio Sáenz de Heredia, que le llevaba 20
años. Ambos fueron los padres de Casilda Sáenz de Heredia y Suárez Argudín, la
cual se casó a su vez, en Madrid en 1902, con el militar Miguel Primo de Rivera
y Orbaneja. Hay que tener en cuenta que el futuro dictador no fue el primer
militar que optó por casarse con una rica cubana. O americana, en general. El
general Francisco Serrano, quien acabaría siendo Alteza Real y Regente de
España entre 1869 y 1871, se había casado en 1850 con la cubana Antonia
Domínguez Borrell, que era nieta del hacendado José Mariano Borrell Padrón,
cuyo ingenio Guaimaro había realizado, en 1827, la zafra más alta del mundo en
su época. Era sobrina además del primer conde de Casa Brunet, propietario del
ingenio San Carlos.
Domingo Dulce,
capitán general de Cuba, se casó por su parte en Madrid en 1867 con Elena
Martín de Medina, condesa viuda de Santovenia y propietaria del ingenio
Australia. Por otro lado, el general Joan Prim se había casado en 1856 en París
con la joven y rica mexicana Francisca Agüero González. En sus matrimonios y a
su descendencia, ellas aportaban sus notables capitales, acumulados en tierras
americanas. Y uso la palabra “capital” en plural y en un doble sentido, tanto
crematístico como social. Fueron esos capitales los que les permitieron
después, a su regreso a España, ascender económica y socialmente. Sin la previa
experiencia cubana, ni los Sáenz de Heredia ni los Suárez Argudín habrían
alcanzado el estatus económico y social que llegaron a acreditar tras su
retorno a la península. Un estatus que legaron, después, a sus descendientes,
como, por ejemplo, a José Antonio Primo de Rivera o a su primo hermano, el
cineasta José Luis Sáenz de Heredia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario