Guerra
comunicativa: El relato dominante como otro frente de batalla de la Guerra de
Ucrania
18 de abril de 2022 / Por Todo
Por Hacer
Si bien hay algo de lo que no andamos escasas en el siglo XXI, es de saturación de información. El periodismo ha tendido a convertirse en puro marketing para envolver un caramelo envenenado. La búsqueda de sensacionalismo, de morbo social, del relato personalizado de confortable digestión, la microhistoria, y la tendencia a convertir en meme toda información, han conseguido hacer de la crítica informativa una pieza de ajedrez fundamental completamente eliminada. La proliferación de informaciones debido al crecimiento de las redes sociales, han convertido escenarios bélicos como la Guerra en Ucrania en un campo de batalla de fake news que, como misiles, pretenden generar un relato dominante donde es muy complicado introducir una vía de antibelicismo activo, de apoyo mutuo militante y una voz contra la violencia del imperialismo.
No todas las guerras
importan mediáticamente lo mismo
Los medios de
comunicación han estado antes (la guerra en realidad comenzó en el 2014) y
durante este conflicto actual intoxicando mediáticamente, y se han expuesto las
contradicciones de estos grandes medios sobre el tratamiento informativo de
este conflicto bélico respecto de otros anteriores. Tanto en su lenguaje
comunicativo, como en las sanciones sociales y culturales contra Rusia, o el
tratamiento a las personas refugiadas a diferencia de otras guerras. Y es que
el lema No a la Guerra, actualmente llega muy tarde a este
conflicto y desprovisto de contenido. A veces, incluso los colectivos sociales,
plataformas anticapitalistas o algunas individualidades a la izquierda, vemos
que nos acercamos a la información con una mirada muy panfletarista. No tenemos
que estar completamente de acuerdo con lo mencionado en un texto como si se
tratase de un catecismo, ni tampoco rechazar sistemáticamente noticias de
grupos activistas sobre el propio terreno y que quieren dotarnos de ciertas
claves de contexto. Es interesante revisar otras estrategias comunicativas y
textos en otras latitudes, como la Red Antimilitarista de América
Latina y el Caribe, o un comunicado de las zapatistas del
sureste mexicano sobre el conflicto en Ucrania; una apuesta por
poner un poco de cordura sobre la guerra.
Numerosas guerras o agresiones militares de la pasada década (actualmente están activos una veintena de conflictos abiertos ante el olvido de la comunidad internacional, principalmente en África y en Asia), no han ocupado de manera tan enérgica tanto espacio mediático como la actual Guerra en Ucrania. Obviamente este hecho no solo esconde una hipocresía moral que a estas alturas es demasiado evidente, sino que atesora motivos de carácter estratégico, geopolítico e ideológico en el bloque internacional de la OTAN, del que forma parte el propio Estado español, alineado con la Unión Europea y EEUU. Sin ir más lejos, la industria armamentística española vendió más de 2.800 € millones en armas a los países involucrados en la guerra de Yemen, pero eso poco importaba. Actualmente los medios de comunicación han lanzado una campaña sensacionalista, que lejos de tener como objetivo informar convenientemente, ha continuado la estela marcada en estos últimos años respecto de la situación bélica creada en Ucrania y que supusieron el germen del conflicto, su invisibilización sistemática.
Estos intereses muchas
veces no son solo materiales, y no se pueden reducir a cuestiones energéticas o
mercados concretos, sino a múltiples factores; y por supuesto, también son un
pulso geopolítico a muchos niveles contradictorios y complejos entre sí, y que
hacen complicado sintetizarlos. En un mundo multipolar como el que vivimos ya
no podemos hablar de bloques ideológicos enfrentados como en tiempos de la
Guerra Fría del siglo pasado, sino de diversas versiones distintas de
imperialismo y autoritarismo, bajo el marco de un mismo sistema económico
neoliberal. Ese sensacionalismo del que hablamos reduce los conflictos armados
a historias individuales, y sin embargo, algunos periodistas que cubren
conflictos bélicos nos advierten que no hay nada más colectivo que una guerra,
y hay que situarlos en la historia y en el análisis geopolítico. Además, con
toda esta intoxicación mediática actual, se pone de relieve la dificultad con
la que en el futuro nos encontraremos para construir una digna memoria del
conflicto y la violencia bélica.
Algunos periodistas,
que a día de hoy trabajan como freelance, se exponen a enormes
peligros. Se ha reportado la muerte de al menos cinco
periodistas en Ucrania, y 35 heridos por el conflicto bélico. En el
Estado español lleva semanas denunciándose el caso del periodista vasco Pablo González, detenido
en la frontera polaca, y acusado de espionaje por este país. Las
investigaciones de su detención han sido en colaboración con los servicios de
inteligencia ucranianos, y el CNI español, que llegó a interrogar a su familia
en Euskadi. Este periodista ha sido incomunicado en una prisión de Polonia,
exigiéndose al Estado español tome cartas en el asunto y permita que se
entreviste con su familia y con su abogado libremente. Un caso represivo al
periodismo que vulnera hasta 18 artículos de la Carta de Derechos Fundamentales
de la propia Unión Europea. Por otro lado, se han puesto sobre la mesa algunos
debates que ya estaban sentenciados previamente y dirigidos, como el de
la censura a medios rusos como Sputnik o Russian
Today, así como la excepcionalidad en Facebook de enaltecer apoyos y
violencias si son dirigidas contra objetivos rusos. El incremento de
la rusofobia y la
profundización del cliché de lo ruso como el enemigo, ha alcanzado peligrosas
líneas rojas.
La guerra permanente
que el capitalismo alimenta
La propaganda, la
diplomacia, las acusaciones cruzadas, los bulos… son otra manera de hacer la
guerra. Algunas plataformas como Newtral (periodismo
tecnológico y verificación de fake news), Maldito Bulo (periodismo
para que no te la cuelen), o Al Descubierto (medio
especializado en desenmascarar la ultraderecha), han venido haciendo una
intensa labor en el sentido de destapar fake news. También
desde Descifrando la Guerra, plataforma
especializada en conflictos internacionales y geopolítica, han tratado de poner
luz sobre la desinformación de la Guerra en Ucrania. Estas informaciones con
fines propagandísticos son un factor determinante para legitimar socialmente
ciertas políticas de restricción de libertades colectivas o dar pasos adelante
en el incremento generalizado de los presupuestos militares, como está pasando
en todos los países de la Unión Europea respecto de la OTAN, organización que
debería haberse disuelto hace ya varias décadas.
Esta guerra comunicativa no es selectiva, es una guerra que va dirigida a todo el mundo, pues anula nuestra capacidad de sensibilizarnos, esas informaciones deciden por nosotras lo que debemos pensar o de qué manera debemos sentir. Se fomenta una infantilización de las personas civiles que sufren esas violencias, les tratamos de marionetas como los trata el poder. No sabemos gestionar la rabia que supone hacia dónde dirigir la resistencia sin apoyar estructuras oligárquicas y autoritarias a un lado u otro de la trinchera; y es difícil porque la guerra en el mundo capitalista es eso, apoyar la barbarie. La guerra permanente, mencionada recientemente en una publicación de Daniel Treviño, hace referencia a un concepto real, y es que el propio capitalismo genera explícitamente guerras, y narra su relato sobre ellas. Un conflicto entre intereses privados e intereses colectivos. Este conflicto en Ucrania lo han relatado como algo genuino, inesperado y aparecido de la nada, obviando los muchos niveles de autoritarismo y guerra previa de intereses privados y sesgados. De esta manera se justifica el conflicto y lleva a una reducir a los sujetos en liza en buenos o malos, y el discurso a un mero enfrentamiento entre ideologías morales. Y no está vacío de ideología, por supuesto, pero responde a cuestiones económicas y a intereses materiales de dominadores que desean seguir dominando, y los vencidos siempre somos las poblaciones. La mejor representación de esto es ver a mandatarios enemigos ante una mesa escenificando un teatro de tregua, mientras sus ejércitos privados, compuestos por máquinas de matar, que algún día fueron jóvenes expuestos a violencias sociales, están coordinadamente educados para matar al enemigo.
Sumarse a la
resistencia no solamente es empuñar un arma, eso es quizá la respuesta fácil,
matar al de enfrente, sobre todo cuando las armas llevan la huella del
autoritarismo ruso o del imperialismo de la OTAN. Hay quienes se
suben al carro del relato de las guerras como conflictos genuinos desprovistos
de contexto y acciones previas que llevan a esa enajenación militarista. Hay
quienes denunciamos día tras día la guerra permanente del capital contra los
pueblos de todo el mundo. Una tercera vía es necesaria, no solamente en lo político,
también en lo intelectual y sensiblemente, que confronte los discursos
hegemónicos.
El miedo instaurado
sobre guerra nuclear, es un miedo con el que juegan, porque es el perfecto
aliado de la irracionalidad y del estado de shock que el capitalismo necesita.
Por ello mismo, se necesita de cierta frialdad mental sin inconsciencia para
tratar de separar el grano de la paja. No todas las guerras valen lo mismo, ni
todos los muertos, ni todas las personas refugiadas, y esa es la conclusión de
un relato escrito desde la clase dominante para continuar controlando la
narrativa de lo que podemos conocer. Se evidencia nuevamente, igual que como
con la pandemia del Covid-19, quién tienen el control sobre los relatos; y si
nos roban la capacidad de crear narrativa de la realidad, nos roban todo.
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