El 21 de
abril de 1841 nacía en Toledo el tipógrafo anarquista Anselmo Lorenzo, fundador
del sindicalismo revolucionario español. La suya fue una vida y una historia
grande de la tradición socialista libertaria y del movimiento obrero en su
conjunto.
Anselmo Lorenzo. Una vida grande
El Viejo Topo
21 abril, 2022
Un tanto
olvidado más allá de las referencias historiográficas de rigor, Anselmo Lorenzo
desarrolló una considerable tarea como ensayista y articulista en la que
ofreció sus reflexiones “tanto sobre los acontecimientos urgentes del momento
como sobre cuestiones filosóficas, teóricas y políticas de mayor profundidad,
la relación entre la ley y la justicia, el papel de los intelectuales de su
tiempo, el rol social y político de la mujer, el sistema de explotación
capitalista y, lógicamente, la acción y la evolución del movimiento
libertario”, y todo ello se nos presenta debidamente ordenado y contextualizado
por Francisco Madrid, autor especialista sobre Camillo Berneri, sobre el que
escribió su tesis doctoral, y quien junto con Claudio Venza, está editando un
Antología del anarquismo español (cuyo primer volumen ya está editado por la
Fundación Anselmo Lorenzo, seguramente la más activa y constante de las
diversas fundaciones ligadas al anarquismo ibérico). A título de curiosidad,
señalemos que el profesor Claudio Venza tomó parte en el acto simbólico que la
Fundació Andreu Nin organizó sobre Nin y Berneri en el marco del Palau de la
Virreina donde fue raptado el primero poco días antes del asesinato del
segundo, crimen que según ofrecía constancia Francisco Madrid, fue celebrado en
el órgano del PCI en el exilio como ejemplar al respecto de cómo “la revolución
democrática” trataba a “sus enemigos”.
No debía ser
necesario rememorar quién fue Anselmo Lorenzo (Toledo, 1841-Barcelona, 1914)
sin duda la principal figura del primer anarquismo español, desconocido
co-introductor de este movimiento en Portugal, escritor autodidacto y teórico
del anarcosindicalismo. Abad de Santillán lo describió así: “Fue una larga vida
de trabajo, equilibrada, tesonera. Por un esfuerzo notable de autodidacta,
adquirió una cultura a la que pocos militantes obreros han llegado, poniendo en
toda su obra una gran sensibilidad moral, una integridad y una dignidad
imperturbables”. De familia muy humilde, fue enviado a los 14 años a Madrid
para que aprendiera un oficio. Confiado a una familia de la ciudad, Lorenzo
comenzó a trabajar en una imprenta y pronto surgió en su interior una gran
pasión por la cultura. El mismo Lorenzo recordará: “De muchacho, al entrar en
la adolescencia, pasé una enfermedad que me duró unos cuatro años, y que más de
una vez estuvo a punto de liquidarme; siempre que podía ayudaba a mi padre en
el trabajo, y cuando no, leía; entonces leí mucho, aunque con escaso provecho;
todo lo nacional y extranjero editado a cuartillo de real la entrega pasó ante
mí, apelando a parientes, amigos, conocidos y vecinos para tener provisión
abundante de lectura”.
Su primera
intervención pública tuvo lugar en 1864, cuando su nombre aparece apoyando al
sector más socializante del partido democrático y en contra del sector burgués
liberal de Castelar. Por la misma fecha asiste a las clases del Fomento de las
Artes, y se sitúa políticamente en posiciones republicanas federales con
incrustaciones socializantes, tal como representan hombres como Fernando
Garrido y, sobre todo, Pi y Margall. Toma parte en la revolución de 1868, y sus
influencias socialistas se consolidan: “Mi iniciador en las ideas de la reforma
social fue Eugène Sue (…) Tuve ocasión de leer a Pi y Margall en sus buenos
tiempos, Cuando era un pensador revolu cionario y no había descendido a jefe de
partido… Proudhom acabó de remachar el clavo; leí casi todo lo que de él
tradujo Pi, pero lo que me impresionó más fue una obra que creo no ha sido
traducida, y que traduciría de buena gana sí hubiera editor que quisiera publicarla,
titulada De la creación del orden en la humanidad”.
Lorenzo fue de
los primeros apóstoles que recibió al diputado anarquista italiano Giuseppe
Fanelli en 1869, quien en su primera intervención como orador, dijo: “No
venimos a hablaros de república, como parece que esperabais; muchos hay que de
eso se ocupan con elocuencia superior a la nuestra y con el entusiasmo de los
que trabajan por cuenta propia, puesto que aspiran a ser los beneficiados y
usufructuarios de ella, dejándoos a vosotros, como trabajadores que sois, a la
luna de Valencia, es decir, condenados al trabajo y sometido a la explotación
capitalista, ni más ni menos que lo que sucede en la monarquía”. En 1870,
Lorenzo dirige La Solidaridad, y toma parte de la delegación
madrileña que asiste al primer Congreso de los internacionales españoles; es
elegido miembro del Consejo Federal. Un año después viaja a Portugal junto con
Morago y Mora para introducir las ideas internacionalistas en el país vecino;
allí es recibido por Eça de Queiroz y Antaro de Quintal, que además de ser los
mayores escritores portugueses del siglo XIX, fueron también entusiastas
militantes de la AIT.
En septiembre
del mismo año es elegido representante español en la Conferencia secreta de
Londres convocada por la AIT. Durante su estancia en Londres se hospedó en casa
de Karl Marx, quien le causó una honda impresión, así como sus hijas. Sin
embargo, la lucha política interna en la AIT le causa una honda decepción: “De
la semana empleada en aquella Conferencia guardo triste recuerdo. El efecto
causado en mi ánimo fue desastroso: esperaba yo ver grandes pensadores,
heroicos defensores del trabajador, entusiastas propagadores de las nuevas
ideas, precursores de aquella sociedad transformada por la Revolución en la que
se practicará la justicia y se disfrutará la felicidad, y en su lugar hallé
graves rencillas y tremendas enemistades entre los que debían de estar unidos
en una voluntad para alcanzar los mismos fines”. Decepcionado ante Marx, no lo
es mucho menos por Bakunin, y a lo largo de su trayectoria nunca llegará a
aceptar completamente el primer gran cisma internacional del movimiento obrero
organizado.
No obstante, su
inclinación hacia las tesis bakuninistas es clara y en uno de sus trabajos,
publicado entonces en La justicia social, expresa claramente
su rechazo de la tríada DiosCapital-Estado. La vuelta a España lo sitúa delante
de la inminente prohibición de la AIT, y en un mitin proclamó: “Si a la
Internacional se la declara fuera de la ley, la Internacional declarará a la ley
fuera de la razón y de la
justicia”. La
ruptura con los seguidores del Consejo Federal en su pleito con Bakunin le
situó en una posición difícil: “Una divergencia doctrinal, escribe, que en su
origen no hubiera tenido consecuencias lamentables si la pasión, falseando los
principios, no hubiera acudido a falsearla, dio lugar a que aquella
organización, que en poco tiempo llegó a ser poderosa y temible, se viniese
abajo”.
Interviene
intensamente en campañas de propaganda como miembro del Consejo Federal de la
Región Española, y luego como secretario general del mismo organismo. Intenta
superar las renci Interviene intensamente en campañas de propaganda como
miembro
del Consejo
Federal de la Región Española, y luego como secretario general del mismo
organismo. Intenta superar las renci-
llas entre las
tendencias, pero no es fácil: “Durante el corto período de dos meses en que
permanecí en Valencia como individuo del Consejo Federal sufrí mucho. Mis
compañeros me miraban con desconfianza; mi correspondencia particular con los
compañeros de Madrid que conmigo habían formado el Consejo Federal de Madrid
les inquietaba, y llegaron a abrir alguna carta mía antes de entregármela
pretextando que la habían abierto por equivocación”. Estas circunstancias
mezquinas le amargan la existencia como militante.
Anselmo viaja
por España y Francia buscando trabajo hasta que en 1874 llegó a Barcelona,
donde se sintió en un principio muy identificado con el grupo anarquista de la
ciudad (García Viñas, Farga Pellicer, Llunas, etc.) y se entregó a las tareas
militantes. Pero de nuevo afloraron las contradicciones, en particular con el
doctor García Viñas y su círculo. No obstante, su prestigio se mantiene
inalterable a pesar de las diversas acusaciones que contra él se emplean. A pesar
de todo fue expulsado de la Federación Regional Española. El mismo Lorenzo
contará: “Me quedé completamente aislado; nadie me dirigía la palabra; todos
mis amigos, puesto que no frecuentaba más amistades que la de algunos
compañeros, se apartaron de mí, y quedé reducido a un mínimo de vida
inadmisible para quien, gozando de libertad, necesitaba la amistad, la lucha,
la propaganda y la comunión humana”. A fines de 1880 abandona Barcelona para
retirarse de toda actividad revolucionaria directa. Entre 1884 y 1885 se
vinculó al grupo La Asociación, órgano de los obreros tipógrafos de
Barcelona fundado poco antes, y comenzó a escribir con regularidad en la prensa
obrera, especialmente en la de signo libertario. En 1887 tomó parte en el
congreso de la Federación de Trabajadores de la Región Española, declinando
todo ofrecimiento de ocupar cargos. Al año siguiente ingresó en la masonería,
en la que alcanzó el grado 18 y a la que se había acercado durante los años de
mayor ostracismo. Después de la explosión de la bomba en la calle de Cambios
Nuevos en 1896, fue encarcelado en el castillo de Montjuich. Al ser puesto en
libertad, se exilió a París.
De nuevo en
Barcelona, en 1898, Lorenzo pasó a colaborar con La Revista Blanca,
en la que publicó su narración breve y “ejemplar” Amoría, incluida
en la antología El cuento anarquista, efectuada por Lily Litvak, la
misma autora que analiza la vertiente novelística de Lorenzo en otro
estudio: Musa libertaria. Cuando, en 1901, Ferrer i Guardia creó la
Escuela Moderna, Lorenzo se convirtió en el director de la sección de
publicaciones, traduciendo entonces algunas de las más destacadas aportaciones
de la literatura anarquista, como lo fueron, entre otros títulos, La
gran revolución francesa, de Kropotkin, y El hombre y la tierra,
de Reclús. En 1910 ha concluido ya la segunda parte de su obra capital El
proletariado militante (existen dos ediciones, una de Alianza de 1974,
con introducción, notas y bibliografía –muy completa– de José Álvarez Junco, y
otra anterior de ZYX prologada por Juan Gómez Casas) donde conjuga los
recuerdos autobiográficos con la trascripción de
documentos
correspondientes a las primeras etapas del movimiento obrero organizado en el
Estado español. Al fallecer antes de escribir su tercera entrega, esta obra
quedó inconclusa, pero, con todo, pasó a constituir una fuente indispensable
para el conocimiento de la primera época del anarquismo español y su valor
testimonial es ya clásico. En ella se encuentran los componentes básicos del
pensamiento de Lorenzo, su confianza en el avance científico y cultural de la
humanidad, una concepción optimista y armónica de la naturaleza, deudora en
buena medida de Fourier; la crítica moral y política al poder establecido, y el
énfasis en el (presunto) antipoliticismo y la capacidad espontánea de los
trabajadores, un sueño del Ideal que resultará trágicamente desmentido por la
historia.
Esto no quiere
decir que su pensamiento no se mostrara abierto a importantes rectificaciones.
Lorenzo se manifestó, al contrario que otros anarquistas de su época, sumamente
receptivo al sindicalismo revolucionario, sobre todo desde que en 1907 se creó
la Federación local de Solidaridad Obrera. Concibe el sindicato como la
“moderna forma adoptada por los trabajadores para concertarse, defenderse y
dirigirse hacia la libertad y la igualdad”. Debe luchar contra la esclavitud
salarial –la última, dice–, contra la irracionalidad y el despilfarro
capitalista, y debe hacerlo de forma voluntaria, “sin disciplina (sumisión a un
dogma o una autoridad) ni jerarquía (escalafón de mandarines)”. Ha de evitar
toda tentación burocrática, y alcanzar un pacto inequívoco que, a título de
ejemplo, deje claros sus objetivos (“Este sindicato se propone la resistencia a
la explotación capitalista como táctica constante, y la supresión del salario
por la participación de los actuales desheredados en el patrimonio universal
como finalidad única”), y sus medios (“En el funcionamiento universal no ha de
haber delegación, ni autoridad, ni disciplina; sólo hay división del trabajo.
Miembros iguales en deberes y derechos en una asociación, aunque con la
diversidad de actitudes físicas, morales o intelectuales propias del
temperamento, de la educación, de la edad, de la cultura de cada uno,
cooperando voluntariamente a determinar propósito, y voluntaria y libremente se
distribuyen las labores comunes, manteniendo la relación necesaria para que
resulte el debido concierto”).
Al producirse
los acontecimientos de la Semana Trágica de Barcelona, la gran popularidad de
Anselmo hace que el gobierno se limite a desterrarlo durante unos meses a
Teruel. En 1912 publicó Vida anarquista, una colección de
trabajos propios. Todavía en 1914 continúa trabajando y sigue al frente de una
amplia familia con
la ayuda
inapreciable de su compañera Paca, que le sobrevivirá para fallecer en 1937,
cuando ya había cumplido los noventa años. Cuando estalla la I Guerra Mundial,
la posición de Lorenzo es rotundamente contraria: “Venza la compañía
anglo-franco-rusa o el trust alemán, nada cambiará, sino el dueño del mercado;
tras la guerra actual vendrá, no la paz, sino una tregua. Mientras no se
alteren esencialmente las instituciones causantes de la desigualdad social, en
tanto que por el monopolio de la riqueza natural y la producción haya ricos y
pobres (…) se renovará la pérfida y ruinosa paz armada, esperando la ocasión de
poner en práctica los nuevos descubrimientos científicos aplicados a la
matanza”. Al fallecer el 30 de noviembre de 1914, en su entierro “estuvieron
presentes no sólo los trabajadores sino también muchísimos intelectuales y
artistas liberales de Cataluña y representaciones de distintos puntos de
España” (Buenacasa).
Una vida y una
historia grande pues, del socialismo y del movimiento obrero en su conjunto,
para todos y todas que sepan y compartan el sentimiento de la necesidad de
recuperar lo mejor de una tradición en el sentido más amplio y “libertario”, o
sea pluralista y participativo, y no meramente el de una afiliación que puede
hacer creer, como resulta evidente en tantos casos, que por sí misma exonera de
la aplicación concreta de estos postulados. Desde este punto de vista, el autor
de esta nota no puede por menos que vislumbrar un cierto autismo ideológico en
las concepciones del compilador que, por citar sólo un par ejemplos, pasa la
esponja sobre la pertenencia de Lorenzo a la masonería, o da el certificado del
“bueno” a Bakunin en el lamentable conflicto interno que tanto contribuyó a la
división y cierre de la AIT, sin atender más que las razones de éste cuando
limita la bibliografía al tiempo que sigue en el Congreso de la Haya a dos
publicista afines como Max Nettlau y Abel Paz, dejando al margen otras
aportaciones que disienten de éstos. Sin ir más lejos: el magnífico trabajo de
Miklós Molnár, El declive de la Primera Internacional (Edicusa,
Madrid, 1974).
Fuente: Texto publicado originalmente en el nº 254 de El Viejo
Topo, de marzo de 2009.
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