El 2022 será un año de especial sensibilidad política en China, con la celebración del XX Congreso del Partido Comunista. Nadie sabe cuánto quiere permanecer Xi en el poder. La aprobación del plan quinquenal sugiere un horizonte de salida en 2032.
El año clave de Xi Jinping
El Viejo Topo
26 enero, 2022
El 2022 será un
año de especial sensibilidad política en China. La razón directa es la
celebración del XX Congreso del Partido Comunista (PCCh), previsto para otoño.
Y su clave de bóveda, la continuidad o no de Xi Jinping y en qué condiciones,
al frente del país.
Recuérdese que
Xi asumió el liderazgo del PCCh en 2012 en un relevo “modélico” protagonizado
por su antecesor Hu Jintao, quien le cedió desde el primer momento las tres
jefaturas del poder (Partido, Ejército y Estado), algo poco común. Desde
entonces, la institucionalidad diseñada por Deng Xiaoping para establecer un
procedimiento ordenado de sucesión, ha volado por los aires. Se diría que poco
rastro queda de la dirección colectiva, la designación cruzada de líderes, el
límite de los dos mandatos y hasta titubea la regla de edad (67 continúa, 68 se
jubila).
La expectativa
de recuperación del mandato vitalicio en un contexto de acusado retorno del
culto a la personalidad es objeto de debate y aunque Xi cuenta con muchas
posibilidades de continuar, se ignora la magnitud de las condiciones que deberá
aceptar para ello. Se avizoran, por tanto, meses de constante tira y afloja
entre diferentes facciones y clanes que convergerán en una decisión final en la
habitual cumbre de verano de Beidahe, a las afueras de la capital china. A
partir de ahora, la secuencia de nombramientos en el aparato central y
territorial, ya afecten al Partido o las instituciones estatales, pueden
expresar el balance de la contienda.
A lo largo de
sus dos mandatos, Xi Jinping, con el ariete de la lucha contra la corrupción,
ha logrado acrecentar la base de su poder y erosionar la de sus rivales, en
especial la enorme red de apoyo construida por Jiang Zemin (1989-2002). Buen
reflejo de ello es la temprana consideración como “núcleo” de la dirección
(2016) en un proceso ascendente que reiteradamente le equipara con Mao Zedong.
En esa trayectoria, no menos importante es la formulación de un “pensamiento”
propio, a la altura del carismático Mao, que hoy cifra en su “socialismo con
peculiaridades chinas de la nueva era”. El mecanismo abreviador de tan larga
denominación, que debe consumarse en el XX Congreso como “pensamiento de Xi
Jinping”, será un señuelo más de su destacado status, sin rival en el aparato. De
esta forma, aun afirmándose más como continuador de la teoría de Deng que de
Mao en su concepción sistémica, Xi superará, al menos formalmente, al primero
en la jerarquía ideológica.
En la sexta
sesión plenaria del Comité Central del PCCh celebrada en noviembre último, Xi
hizo honor a la tradición “wen” y “shi” (vocablos referidos, respectivamente, a
la literatura y la historia) de la política china, mostrando su permanencia y
relevancia en los tiempos modernos a pesar de su largo periplo dinástico. Es en
ella que la actual generación de líderes aspira a establecer un sistema de
gobierno que refleje una vía singular para asegurar el orden y el bienestar
social, la preocupación confuciana por excelencia según han ameritado
emperadores, mandarines y comandantes militares desde los tiempos antiguos. Ese
es, a fin de cuentas, el hilo conductor de la resolución sobre los 100 años de
historia del PCCh cuyo contenido, sin embargo, aporta escasas novedades
sustanciales. Al inventariar, una tras otra, sus innovaciones y bondades, se
vehicula más como un alegato de alcance sobre la naturaleza, desarrollo y
perspectivas del pensamiento de Xi, quizá para acallar a quienes cuestionan su
carácter rupturista con el maoísmo o el denguismo.
En el PCCh de
Xi Jinping, la preocupación por establecer una historia estándar para conectar
las diversas etapas de la evolución contemporánea china es parte de la
reconexión con Confucio. Este referente le proporciona al Partido una mejor
defensa de su legitimidad al incardinarle en la memoria filosófico-colectiva
del país, dando continuidad a todo su pasado.
El poder (y
más) en juego
En ese juego de
poder y discursivo, la prioridad para Xi Jinping tiene dos manifestaciones
principales. De una parte, el énfasis en la lealtad, una insistencia
característica de su mandato; de otra, la conformidad de la masa militante y
burocrática con su orientación política. Poco a poco, el xiísmo gana terreno
como influencia en los ámbitos esenciales de la política china, desde la
economía a la diplomacia, el estado de derecho o la ecología. Ocupando
ideológicamente dichos espacios se sitúa cada vez más cerca de lograr la
glorificación de su “pensamiento”, un objetivo que asentará su poder en mayor
magnitud.
Tras cumplir
los dos mandatos de rigor, las posibilidades de que Xi abandone el cargo se
antojan remotas. No hay preparado un relevo, que se truncó con la
defenestración de Sun Zhengcai (ex jefe del Partido en Chongqing condenado a
cadena perpetua en 2018 por corrupción) y la no incorporación de Hu Chunhua al
Comité Permanente del Buró Político en 2017. Ambos habían sido señalados como
el tándem que protagonizaría el relevo de Xi y del primer ministro Li Keqiang.
La conformación
del nuevo Buró Político y, sobre todo, de su Comité Permanente a resultas del
XX Congreso anticipa un severo pulso que más allá de los intereses fraccionales
en juego, debe dilucidar la naturaleza de la propuesta estratégica del PCCh en
un tema clave, la sucesión en el liderazgo. En efecto, Xi ha insistido mucho en
la mejora de la gobernanza y en el respeto a las reglas como fundamento del
ejercicio del poder y de la estabilidad; en paralelo, sin embargo, él mismo se
ha encargado de dinamitar las existentes sin ofrecer una alternativa que aleje
el fantasma de las turbulencias que acompañan la primacía del principio de
autoridad personal sobre la institucionalidad.
¿Quién puede
trastocar sus planes? En sus dos mandatos, a la par que ampliado su base de
poder, Xi también se ha granjeado no pocos enemigos. La lucha anticorrupción ha
dejado muchos damnificados. En las elites económicas crecidas al abrigo del
Partido, su insistencia en el sometimiento (ya sea promoviendo un nuevo marco
legal o a través de la exigencia de prosperidad común) ha levantado ampollas.
Asimismo, no está claro que el ejército cierre filas con él. Su reforma militar
de 2016, la mayor desde los tiempos de Mao, y sus promociones han dejado un
sabor agridulce. Quienes alientan un cambio de rumbo, ya sea para recuperar las
esencias del denguismo o para retomar el camino de liberalización trazado en el
documento “China 2030” (auspiciado por el Banco Mundial en 2012) apadrinado por
Li Keqiang, saben que esta puede ser su última oportunidad. Casar todas esas
expresiones de malestar no es nada fácil y de darse el caso, la espiral de
inestabilidad estaría servida, una situación en la que todos ellos también
podrían perder.
Nadie sabe a
ciencia cierta cuánto quiere permanecer Xi en el poder. Puede ser un solo
mandato más o puede que dos o tres. La aprobación del vigente plan quinquenal,
uniéndola a la “Visión 2035” sugiere un horizonte de 15 años. Entonces, en
2032, Xi tendría 82 años, los mismos que tendrá Joe Biden al finalizar su actual
mandato.
Por razones
exclusivas de edad, atendiendo a la regla de “67 sube-68 baja”, en el próximo
Comité Permanente, la cumbre del poder chino, podrían acompañarle el primer
ministro Li Keqiang, Wang Yang (presidente de la Conferencia Consultiva), Wang
Huning, o Zhao Leji (responsable de la lucha contra la corrupción). Li, con dos
mandatos ya a sus espaldas, no es probable que siga y su sucesor natural sería
el viceprimer ministro Hu Chunhua, próximo como el mismo Li a Hu Jintao.
Tampoco se descarta que Wang Yang, de la misma cuerda, asuma el cargo. El
ideólogo Wang Huning podría pasar a presidir la Asamblea Popular Nacional,
convirtiéndose así en el número tres del país. En la antesala figuran Chen
Min´er (que asumió la jefatura del Partido en Chongqing tras la caída de Sun
Zhengcai) y Li Qiang, jefe del Partido en Shanghái, los dos próximos a Xi. El
rostro del equipo es importante para reconocer a los sucesores, de haberlos. Su
número podría mantenerse en 7 o reducirse y hasta ampliarse en función de los
acomodos necesarios a realizar. Li Zhanshu (72) y Han Zheng (68) se jubilarían.
La tríada del
poder en China nos remite a la secretaría general del Partido, la presidencia
de la Comisión Militar Central y la presidencia del país. Xi, como Hu Jintao o
Jiang Zemin, detenta ahora los tres y podría optar por dejar alguno de estos
cargos, quizá no de forma inmediata pero si a medio plazo. La posibilidad, no
obstante, se antoja poco verosímil a la vista del ingente esfuerzo desarrollado
para centralizar el poder a todos los niveles, el del país en el Partido y el
del Partido en él mismo. Hoy por hoy, esa evolución se enfatiza como la
principal garantía para transitar los tiempos difíciles que esperan a China en
virtud tanto de las delicadas transiciones internas (económica, tecnológica…)
como del agravamiento de las tensiones exteriores (con EEUU pero también con
otros actores que paulatinamente se suman a la pugna estratégica). No hay mejor
patrón, dicen sus valedores.
Publicado en el Observatorio de la Política China.
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