Un estudio reciente de 77 científicos concluyó que dentro de un año o menos, las mutaciones del virus harán que la primera generación de vacunas sea ineficaz. Esto será tanto más probable cuanto más tiempo se tarde en vacunar a la población mundial.
La vacuna es un bien público mundial
El Viejo Topo
13 abril, 2021
Hay un cierto
consenso en torno a que la pandemia actual permanecerá con nosotros durante
mucho tiempo. Vamos a entrar en un periodo de pandemia intermitente cuyas
características precisas todavía están por definirse. El juego entre nuestro sistema
inmunitario y las mutaciones del virus no tiene reglas muy claras. Tendremos
que vivir con la inseguridad, por dramáticos que sean los avances de las
ciencias biomédicas contemporáneas. Sabemos pocas cosas con seguridad.
Sabemos que la
recurrencia de pandemias está relacionada con el modelo de desarrollo y de
consumo dominante, con los cambios climáticos asociados a este, con la
contaminación de los mares y los ríos y con la deforestación de los bosques.
Sabemos que la fase aguda de esta pandemia (posibilidad de contaminación grave)
solo terminará cuando entre el 60% y el 70% de la población mundial esté
inmunizada. Sabemos que esta tarea se ve obstaculizada por el agravamiento de
las desigualdades sociales dentro de cada país y entre los distintos países,
combinado con el hecho de que la gran industria farmacéutica (Big Pharma)
no quiere renunciar a los derechos de patente sobre las vacunas. Las vacunas ya
se consideran el nuevo oro líquido, sucediendo al oro líquido del siglo XX, el
petróleo.
Sabemos que las
políticas de Estado, la cohesión política en torno a la pandemia y el
comportamiento de la ciudadanía son decisivos. El mayor o menor éxito depende
de la combinación entre vigilancia epidemiológica, reducción del contagio a
través de confinamientos, eficacia de la retaguardia hospitalaria, mejor
conocimiento público sobre la pandemia y atención a vulnerabilidades
especiales. Los errores, las negligencias e incluso los propósitos necrófilos
por parte de algunos líderes políticos han dado lugar a formas de políticas de
muerte por vía sanitaria que llamamos darwinismo social: la eliminación de
grupos sociales desechables porque son viejos, porque son pobres o porque son
discriminados por razones étnico-raciales o religiosas.
Por último,
sabemos que el mundo europeo (y norteamericano) mostró en esta pandemia la
misma arrogancia con la que ha tratado al mundo no europeo durante los últimos
cinco siglos. Como cree que el mejor conocimiento técnico-científico proviene
del mundo occidental, no ha querido aprender de la forma en que otros países
del Sur Global han lidiado con epidemias y, específicamente, con este virus.
Mucho antes de que los europeos se dieran cuenta de la importancia de la
mascarilla, los chinos ya la consideraban de uso obligatorio. Por otro lado,
debido a una mezcla tóxica de prejuicios y presiones de los lobbies al
servicio de las grandes compañías farmacéuticas occidentales, la Unión Europea
(UE), Estados Unidos y Canadá han recurrido exclusivamente a las vacunas
producidas por estas empresas, con consecuencias por ahora impredecibles.
Además de todo
esto, sabemos que existe una guerra geoestratégica vacunal muy mal disfrazada
por llamamientos vacíos al bienestar y a la salud de la población mundial.
Según la revista Nature del pasado 30 de marzo, el mundo
necesita once mil millones de dosis de vacunas (sobre la base de dos dosis por
persona) para lograr la inmunidad de grupo a escala mundial. Hasta finales de
febrero, se confirmaron pedidos de unos 8.600 millones de dosis, de los cuales
6.000 millones estaban destinadas a los países ricos del Norte Global. Esto
significa que los países empobrecidos, que representan el 80% de la población
mundial, tendrán acceso a menos de una tercera parte de las vacunas
disponibles. Esta injusticia vacunal es particularmente perversa porque, dada
la comunicación global que caracteriza nuestro tiempo, nadie estará
verdaderamente protegido hasta que el mundo entero esté protegido. Además,
cuanto más se tarde en lograr la inmunidad de grupo a escala global, mayor será
la probabilidad de que las mutaciones del virus se vuelvan más peligrosas para
la salud y más resistentes a las vacunas disponibles.
Un estudio
reciente, que reunió a 77 científicos de varios países del mundo, concluyó que
dentro de un año o menos, las mutaciones del virus harán que la primera
generación de vacunas sea ineficaz. Esto será tanto más probable cuanto más
tiempo se tarde en vacunar a la población mundial. Ahora, según los cálculos de
la People’s Vaccine Alliance, al ritmo actual, solo el 10% de
la población de los países más pobres se vacunará a finales del próximo año.
Más retrasos se traducirán en una mayor proliferación de noticias falsas, la
infodemia, como la llama la OMS, que ha sido particularmente destructiva en
África.
Existe consenso
hoy en que una de las medidas más eficaces será la suspensión temporal de los
derechos de propiedad intelectual sobre las patentes de vacunas para la Covid
por parte de las grandes empresas farmacéuticas. Esta suspensión haría que la
producción de vacunas fuera más global, más rápida y más barata. Y así, más
rápidamente, se lograría la inmunidad de grupo global. Además de la justicia
sanitaria que permitiría esta suspensión, existen otras buenas razones para
defenderla. Por un lado, los derechos de patente se crearon para estimular la
competencia en tiempos normales. Los tiempos de pandemia son tiempos
excepcionales que, en lugar de competencia y rivalidad, requieren convergencia
y solidaridad. Por otro lado, las empresas farmacéuticas ya se han embolsado
miles de millones de euros de dinero público a título de financiamiento para
fomentar la investigación y el desarrollo más rápido de vacunas. Además,
existen precedentes de suspensión de patentes, no solo en el caso de
retrovirales para el control del VIH / sida, sino también en el caso de la
penicilina durante la Segunda Guerra Mundial. Si estuviéramos en una guerra
convencional, la producción y distribución de armas ciertamente no quedarían
bajo el control de las empresas privadas que las producen. El Estado
ciertamente intervendría. No estamos en una guerra convencional, pero los daños
que la pandemia hace a la vida y al bienestar de las poblaciones pueden
resultar similares (casi tres millones de muertos hasta la fecha).
No es de
extrañar, por tanto, que ahora exista una vasta coalición mundial de
organizaciones no gubernamentales, Estados y agencias de la ONU a favor del
reconocimiento de la vacuna (y de la salud en general) como un bien público y
no como un negocio, y la consecuente suspensión temporal de los derechos de
patente. Mucho más allá de las vacunas, este movimiento global incide en la
lucha por el acceso de todos a la salud y por la transparencia y el control
público de los fondos públicos involucrados en la producción de medicamentos y
de vacunas. A su vez, unos cien países, encabezados por India y Sudáfrica, ya
han solicitado a la Organización Mundial del Comercio que suspenda los derechos
de patente relacionados con las vacunas. Entre estos países no se encuentran
los países del Norte Global. Por ello, la iniciativa de la Organización Mundial
de la Salud de garantizar el acceso global a la vacuna (COVAX) está destinada
al fracaso.
No olvidemos
que, según datos del Corporate Europe Observatory, la Big
Pharma gasta entre 15 y 17 millones de euros al año para presionar las
decisiones de la Unión Europea, y que la industria farmacéutica en su conjunto
cuenta con 175 cabilderos en Bruselas trabajando para el mismo propósito. La
escandalosa falta de transparencia en los contratos de vacunas es el resultado
de esta presión. Si Portugal quisiera dar distinción y verdadera solidaridad
cosmopolita a la actual presidencia del Consejo de la Unión Europea, tendría
aquí un buen tema de protagonismo. Tanto más si otro portugués, el secretario
general de la ONU, acaba de hacer un llamamiento para considerar la salud como
un bien público mundial.
Todo apunta a que, en este ámbito como en otros, la UE seguirá renunciando a cualquier responsabilidad global. Con la intención de permanecer pegada a las políticas globales de Estados Unidos, en este caso puede ser superada por el propio EE. UU. La administración Biden está considerando suspender la patente de una tecnología relevante para las vacunas desarrollada en 2016 por el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas.
Fuente: «Alainet«.
No hay comentarios:
Publicar un comentario