Los niños de Chernóbil en Cuba: una historia no contada (II)
Diario octubre / junio 24, 2019
Fidel con niña de Chernóbil en Tarará. Foto: Archivo
personal del equipo médico cubano.
Maribel Acosta
Damas.— En marzo de 1990 llega a Cuba el primer grupo de
niños y niñas de las áreas afectadas por la explosión del cuarto reactor de la
Central Electronuclear en Chernóbil. Ya en julio de ese mismo año, con
el trabajo voluntario de miles de cubanos, en el balneario de Tarará se habían
recuperado casi todas las instalaciones para el recibimiento masivo de niñas y
niños de Rusia, Bielorrusia y Ucrania.
Desde un primer
momento, el Ministerio de Salud Pública de Cuba rectoró y dirigió el programa y
se involucraron todas las instituciones de salud y centros de investigaciones
de la capital, dadas la magnitud y complejidad de este y el difícil periodo que
comenzaba para Cuba luego de la desaparición del Campo Socialista y la
desintegración de la URSS en 1991. Toda la sociedad, de uno u otro
modo se involucró en voluntariado que contaba con traductores, profesionales de
disímiles sectores y el propio sistema de educación cubano.
Por ejemplo, el
Ministerio de Comunicaciones garantizaba la comunicación telefónica de los
niños y niñas con sus familiares en sus países; el Ministerio de Transporte apoyaba en el traslado
de los pacientes hacia los hospitales, centros médicos y excursiones como parte
de su rehabilitación psicológica. En coordinación con el Ministerio de Cultura se organizaban actividades
culturales en Tarará que llevaran alegría a los niños y niñas que vivían allí.
Los países
involucrados garantizaban la transportación aérea hacia Cuba, el resto de la
atención la asumió Cuba gratuitamente.
El Dr. Julio Medina, médico del programa desde su
fundación y Director entre 1998 y 2011. Foto Maribel Acosta/ Cubaperiodistas.
El Dr. Julio
Medina, parte del equipo del programa médico desde su inicio y su director a
partir de 1998, afirma que en medio de estas condiciones el programa fue
sostenible gracias al sistema político que permitía movilizar recursos y
organizarlos, a la fortaleza del sistema de salud cubano y a la inmensa
humanidad de los profesionales de la salud de la Isla, quienes compartieron
su atención a los niños y niñas cubanos junto a los de Chernóbil, en las mismas
salas de los hospitales de la capital.
A lo largo del
tiempo el programa fue evolucionando en lo que hoy llamaríamos distintas
etapas. Como parte de la primera etapa, hasta el año 1992, los pacientes eran
comunes a los tres países. A partir de esa fecha fue disminuyendo el número de
niñas y niños rusos y bielorrusos y se mantuvieron de manera masiva las niñas y
niños ucranianos.
Durante los
primeros diez años unas 2 mil personas entre niños, niñas y sus acompañantes
estaban de forma permanente en Tarará, con un elevado nivel de ocupación; los recuperados regresaban a sus países y otros llegaban a Cuba. En esa
primera etapa los vuelos a La Habana se realizaban de forma conjunta pagados
por fondos internacionales de ayuda humanitaria a las víctimas de Chernóbil y
otras gestiones internacionales.
Sin embargo,
más tarde, fueron complejizándose las posibilidades de transportación aérea y
hubo que empezar a traer niños y niñas por los vuelos regulares, lo que hizo
más difícil su llegada. Así, Cuba organiza con el gobierno ucraniano cuotas de
unos 600 niños y niñas que se correspondieran con sus posibilidades de
transportación y la preparación de la infraestructura necesaria en Tarará.
Esta es la
etapa calificada como la más difícil del programa, que significó su diseño e
implementación, la atención a los niños y niñas más enfermos y a sus
familiares; que también recibieron ayuda médica. Es la etapa de experimentación en el campo científico y médico y por
supuesto de aprendizaje y sistematización de los resultados que se iban
alcanzando para su posterior análisis y presentación ante convenciones
internacionales que dieran cuenta de los resultados del trabajo médico y
científico realizado.
Un paso a una
segunda etapa del programa puede considerarse como lo que el Dr. Julio
Medina expone como la solución alcanzada para garantizar el seguimiento del
programa en Cuba con la apertura de un programa médico similar en Ucrania en el
año 1998, en un sanatorio en Crimea. Ahí se desarrolló el trabajo conjunto
entre especialistas cubanos y ucranianos que dieron atención médica y de ese
modo se paleaban las limitaciones de la transportación aérea.
Tarará y Crimea
se mantuvieron hasta la conclusión del programa humanitario en el año
2011. Esto contribuyó a lo largo de los años al fortalecimiento del
sistema de salud ucraniano y al manejo más eficaz en su población del impacto
del accidente nuclear. También, a finales de los 90, en esta nueva etapa,
comienzan a desarrollarse alternativas de tratamiento en el Instituto de
Hematología de Kiev; y la colaboración entre la Isla y Ucrania favorece la
atención de pacientes en ambos escenarios a partir de la experiencia obtenida
en Cuba, lo investigado conjuntamente y la aplicación de los protocolos
internacionales de atención médica en estos casos.
El programa
continuó hasta 2011, en la última etapa, con menos pacientes en la Isla,
teniendo en cuenta la concentración masiva y el esfuerzo de los dos primeros
periodos. Se consolidaron prácticas médicas y científicas que
representaron un esfuerzo de miles de profesionales cubanos: se tradujeron al
idioma español textos y referencias relacionadas con el tema, de gran utilidad
en la medición de las radiaciones y sus interpretaciones posteriores.
El Centro de
Protección e Higiene de las Radiaciones de Cuba desde el propio año 1990
desarrolló estudios dosimétricos y biomédicos para evaluar el impacto del
accidente, de gran beneficio para conocer los niveles de contaminación, estimar
las dosis de irradiación y su influencia en tiroides, así como dar seguimiento
a las patologías derivadas de la contaminación en las localidades de
procedencia. Los profesionales de este centro de investigaciones aún
conservan en sus archivos tanto los equipos y aditamentos utilizados (algunos
de elaboración propia) como los registros originales de sus
investigaciones.
Ello ayudó a crear
una importante base de datos, considerada por expertos internacionales como
única de su tipo en el mundo y que convierte al estudio realizado en Cuba como
una de las fuentes más reconocidas para la evaluación del impacto radiológico
del accidente de Chernóbil.
Por otro lado,
el programa no solo constituyó una experiencia médica y científica sino humana
y de simbiosis cultural: los niños y niñas con largas estadías en Cuba seguían
con sus clases, se estimuló la confraternización entre los niños y niñas de
Cuba y de Ucrania en bailes, juegos, excursiones, comidas y costumbres de un
lado y de otro. Tradiciones de la Isla como la celebración de los quince años a
las adolescentes cubanas, se practicaron también con las adolescentes de
Chernóbil, y cada una de ellas que cumplía quince años en Cuba, tenía su fiesta
de homenaje.
Los testimonios
de muchos profesionales cubanos y pacientes que vivieron largamente en la Isla
y otros que se quedaron a vivir para siempre en Cuba son de gran trascendencia
para conocer la dimensión del programa humanitario. Sus historias son también
voces de Chernóbil.
Niños de Chernóbil, en imágenes
Niño Chernobil en Tarará. Foto: Archivo Equipo médico.
Niños de Chernóbil en Tarará. Foto: Archivo equipo
médico.
Celebración de la fiesta por los quince años de un
grupo de niñas de Chernóbil en Cuba. Foto: Juventud Rebelde.
Niños de Chernóbil en Tarará durante una actividad
deportiva. Foto: Archivo del equipo médico.
Equipo médico cubano-ucraniano en Ucrania. Foto:
Archivo personal de equipo médico
Equipamiento de medición de radiaciones. Foto:
Archivo del Centro de Protección e Higiene de las Radiaciones de Cuba
Medición de Radiaciones. Foto: Archivo Centro de
Protección e Higiene de las radiaciones de Cuba
Sábana medición radiaciones de 1993. Foto: Archivo
Centro de Protección e Higiene de las Radiaciones de Cuba.
Impacto del programa en prensa ucraniana. Foto: Archivo
personal equipo médico cubano
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