El ataque a una base
rusa de detección de ataques nucleares ha pasado casi inadvertido por parte de
la opinión pública occidental. Pero se trata de un asunto serio, no tanto por
las consecuencias reales del ataque, sino por lo que se puede esconder tras él.
La lógica de la escalada
El Viejo Topo
7 junio, 2024
Hay algunas
noticias, con implicaciones potencialmente devastadoras, que han sido
sustancialmente pasadas por alto en los últimos días. El 24 de mayo, misiles
de origen desconocido (o al menos declarado desconocido) impactaron en el
sistema de radar ruso de Voronezh, cerca de Armavir, en la región de
Krasnodar, entre los mares Negro y Caspio.
Es uno de los
diez radares de alta frecuencia que tienen la función específica de
identificar ataques nucleares estratégicos a larga distancia.
Son
instalaciones colosales, extremadamente sensibles y extremadamente costosas, y
forman parte del aparato de disuasión nuclear ruso.
Según el
documento emitido en junio de 2020 titulado «Principios fundamentales de la
política estatal de la Federación de Rusia sobre disuasión nuclear”, Rusia
define muy claramente las condiciones en las que una respuesta nuclear
estratégica puede ser posible; en el artículo 19 encontramos:
“Las
condiciones que especifican la posibilidad del uso de armas nucleares por parte
de la Federación de Rusia son las siguientes:
”a) llegada de
datos fiables sobre el lanzamiento de misiles balísticos contra el territorio
de la Federación de Rusia y/o sus aliados;
”b) uso de
armas nucleares u otros tipos de armas de destrucción masiva por parte de un
adversario contra la Federación de Rusia y/o sus aliados;
”c) Ataque
del adversario contra sitios militares de la Federación de Rusia, cuya
interrupción comprometiría las acciones de respuesta de las fuerzas nucleares;
”d) agresión
contra la Federación de Rusia con el uso de armas convencionales cuando esté
en peligro la existencia misma del Estado”.
El apartado c)
corresponde precisamente a lo que acaba de suceder, es decir, al ataque al
radar de Armavir.
Es importante
entender que un ataque de este tipo no debería tener importancia militar para
el conflicto ruso-ucraniano, al menos si realmente tiene lugar con intercambios
limitados al territorio ruso y ucraniano. El territorio ucraniano está
ampliamente custodiado por otros sistemas de corto alcance. Sin embargo,
podría tener cierta relevancia si se produjera un ataque a Crimea con misiles
de largo alcance por parte de países de la OTAN, porque los posibles daños
limitan la detección temprana del sistema de defensa ruso en la zona sur de la
Federación (aquella en la que, por cierto, hay submarinos nucleares
estadounidenses estacionados).
Ahora bien, lo
que en mi opinión merece una reflexión es la Lógica de la Escalada.
Está claro,
como lo dejó claro públicamente el ex director de la agencia espacial rusa
Roscosmos, que un ataque de este tipo sólo podría haberse llevado a cabo con
los sistemas de misiles y tecnologías más avanzados de la OTAN.
La verdadera
pregunta ahora es: ¿cuál es el significado de tal ataque?
Me temo que la
respuesta es tan sencilla como preocupante. Los dirigentes de la OTAN
obviamente saben que han cruzado una línea roja explícitamente definida como
causa potencial de una respuesta nuclear. Saben también que, a pesar de la
propaganda sobre la locura de Putin, el presidente ruso es extremadamente
equilibrado y racional, y que no quiere iniciar un conflicto nuclear en el que
todos –Rusia incluida– saldrían gravemente perjudicados, si no extinguidos.
Por tanto, el
cálculo de la OTAN probablemente pueda expresarse en los siguientes términos:
“Cruzamos una
línea roja y demostramos que sabemos que el adversario no responderá en forma
nuclear; al hacerlo, demostramos el carácter ilusorio de sus amenazas de
disuasión nuclear y socavamos su credibilidad. También lo empujamos a alguna
‘reacción desagradable’ hacia Ucrania, que puede desacreditarlo aún más”.
Este cálculo
puede ser correcto.
Sin embargo, aquí nos enfrentamos a un juego sutil y muy peligroso de
expectativas mutuas.
La razón por la que un ataque al sistema estratégico de detección de
amenazas nucleares se equipara, en la lista de posibles respuestas, con un
ataque nuclear, es que una vez que el sistema de radar ha sido cegado en una
zona, ésta se vuelve vulnerable a ataques nucleares incapacitantes (desde los
años 70 se estudia la doctrina del «ataque preventivo», es decir, ataques que
paralizan la capacidad de respuesta nuclear del país afectado).
Ahora, ante un
punto ciego, una reducción significativa en la capacidad de detectar amenazas
de misiles de largo alcance y su naturaleza, la posibilidad de que un ataque
convencional sea interpretado como un «ataque preventivo» crece
exponencialmente. El enemigo fuerte puede medir con precisión sus respuestas,
el enemigo debilitado puede perder esta capacidad y prepararse para una
respuesta dando por sentado el peor de los casos.
A todo esto hay
que añadir otra ambigüedad creada por las definiciones actuales en torno a la
naturaleza de las armas utilizables. Las llamadas «armas nucleares tácticas»
se consideran parte del arsenal ordinario y por tanto, formalmente, su uso no
significaría el inicio de una «guerra nuclear». Pero en realidad no es posible
evaluar con precisión, y mucho menos en los rápidos tiempos de decisión que
se producirían, si un arma nuclear debe considerarse táctica o estratégica,
si su potencial debe considerarse «limitado» o no. Esta situación crea un «deslizamiento»
muy peligroso que puede llevar del miedo a un ataque estratégico a una
respuesta nuclear táctica para la disuasión, desencadenando rápidamente un
conflicto ilimitado, incluso si nadie lo quiere.
Fuente: l’AntiDiplomatico
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