La guerra como salida al
problema de la sobreacumulación capitalista
DIARIO OCTUBRE 7 mayo 2, 2024
Ya Karl Marx tuvo claro que la sociedad burguesa sería capaz de destruir capital con la intención de comenzar un nuevo proceso de acumulación capitalista.
No es nada original decir que la guerra es la salida natural de la crisis
económica del capitalismo. Ya Karl Marx tuvo claro que la sociedad burguesa
sería capaz de destruir capital con la intención de comenzar un nuevo proceso
de acumulación capitalista. No es solo una cuestión de conquista de mercados;
al fin y al cabo, esto es una consecuencia de la guerra desde siempre, el
llamado “botín de guerra”.
Para entender
la guerra en este “mundo civilizado” del capitalismo con sus “democracias” y
“lecciones morales” hay que profundizar en las raíces económicas del mismo y su
funcionamiento, algo que Marx y Engels desentrañaron con su crítica a la
economía política y que Lenin profundizó y actualizó con su comprensión del
imperialismo.
Quienes nos
aferramos a las posiciones revolucionarias porque entendemos que es la única
opción capaz de cambiar el devenir de violencia, destrucción y penuria que
aguarda a la humanidad, tenemos que contribuir a la transmisión del
conocimiento y análisis de los elementos que subyacen a la guerra. Solo así
podremos frenar la barbarie a que nos conduce este sistema agónico. No nos vale
con un pacifismo ignorante y utópico. Obviar las causas es someternos a las
consecuencias.
Por ello, y
ante la improbable cuestión de un derrumbe sistémico, que, sin una intervención
exógena, se llevaría a cabo por sí mismo, debemos actuar desde la defensa de
los pueblos, del planeta ante la irracional violencia del Capital al final de
sus días. Esa intervención está condicionada a entender los mecanismos últimos
de salvaguarda del capitalismo y lo que podría ser su máxima: “Sin mi, nadie”.
Guerra y crisis
Hay quienes
defienden que tras cada crisis del Capital, una guerra asoma por el horizonte.
Por ejemplo, la Guerra del Golfo, como expresión de la crisis de los años 90 a
92. En este mismo marco temporal, las guerras de Yugoslavia.
Otro ejemplo lo
podemos encontrar con la invasión de Afganistán por la OTAN capitaneada por
Estados Unidos desde 2001 o la agresión a Irak de 2003. La economía de Estados
Unidos entró oficialmente en recesión en el mes de marzo de 2001.
Es complejo
establecer esta relación entre guerra y crisis porque los conflictos bélicos no
están sincronizados con los periodos recesivos, sino que son consecuencia de
ellos. También es posible que se solapen periodos recesivos con conflictos que
se alargan o varios conflictos en un mismo ciclo.
Resulta más
sencillo y claro vincular las grandes guerras con las grandes crisis. Así,
Michael Roberts defiende la existencia de depresiones económicas y las define
como “el momento en que una economía tiene un crecimiento muy por debajo de
su índice de producción previo (total y per cápita) y por debajo de su
media a largo plazo. (La Larga Depresión)
Siguiendo esta
idea, junto con alguna concreción más que menciona el autor, a lo largo de la
historia del capitalismo, han existido tres grandes depresiones económicas. Una
a finales del siglo XIX, otra a mediados del siglo XX, desde 1929 hasta 1939 y
la denominada Gran Recesión que se inicia en 2008 y en la que todavía estamos
instalados.
En estos
periodos de depresión, la lucha de clases se exacerba. El malestar social
provoca una respuesta movilizadora de las capas populares y el Capital se torna
más agresivo, violento y destructivo. El fascismo y la guerra imperialista son
su reacción última. Su balón de oxígeno.
“La
depresión del siglo XIX provocó una rivalidad imperialista que acabó llevando a
la Primera Guerra Mundial. La Gran Depresión de los años 30 condujo al auge del
nazismo en Europa, a la revolución y la contrarrevolución en España, al
militarismo en Japón…” ( Michael Roberts)
Ello provocó
una nueva guerra mundial en la que solo con el sacrificio heroico del Ejército
Rojo, el pueblo Soviético (logro silenciado y tergiversado por el revisionismo
histórico anticomunista) y la resistencia del resto de pueblos, se pudo
derrotar el avance del fascismo, que siempre latente, pasó a la retaguardia de
un capitalismo que, una vez finalizada la guerra, abrió una nueva fase de
acumulación, gracias a la desvalorización de los capitales, incluyendo el
efecto de su propia destrucción física.
La “Edad de
Oro” del capitalismo se abrió paso hasta mediados de los años 60. A partir
de esta década, unos variados elementos contratendenciales han posibilitado
salvar del derrumbe a un capitalismo cada vez más agónico que en breves
periodos ha conseguido revertir la tendencia a la caída de la tasa de ganancia
y tomar algo de aire.
Sin embargo, el
año 2008 supuso un punto de inflexión. El momento en el que tras muchas
décadas, una nueva depresión económica se abría camino tras la crisis. Una, que
ni la cuarta revolución industrial, ni la Covid, ni lógicamente, todas las
políticas monetarias, ni las ingentes cantidades inyectadas a los monopolios
mediante el robo y el expolio a las rentas del trabajo que supone la deuda, ha
sabido revertir y que conduce de nuevo, al único escenario que puede salvar
otra vez al capitalismo: la Guerra.
Los países
europeos casi han duplicado sus importaciones de armas entre 2014 y 2018, así
como entre 2019 y 2023. Sus compras se dispararon un 94 % durante ese periodo,
según un estudio del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación
de la Paz (SIPRI)
Los ciclos
económicos
Para entender
en profundidad la relación entre la crisis económica y la guerra, es necesario
adentrarse en las profundidades de los mecanismos de un sistema que sumido en
sus contradicciones, como una cuenta atrás, lleva la autodestrucción programada
desde su origen.
El desarrollo
(mantenimiento) del capitalismo exige una “reproducción a escala ampliada”.
Esto es posible solo incrementando la productividad constantemente, lo que se
realiza preferentemente aumentando la eficiencia tecnológica de las máquinas y
los equipos que en manos del trabajo forman el capital productivo de las
empresas.
El problema del
incremento de la productividad (más mercancías en el mismo tiempo), es, que en
lugar de incrementar el valor de cada unidad, lo disminuye, con lo que precisa
en el nuevo ciclo, producir más todavía para compensar esa desvalorización. Al
final, y de forma progresiva, la relación de capital constante (maquinaria,
edificios, materias primas…) con el capital variable (mano de obra) aumenta,
perdiendo paulatinamente la capacidad de generar nuevo “valor”, algo que solo
la fuerza de trabajo de obreros y obreras consigue.
Esto devenga en
sobreacumulación y la tasa de ganancia (porcentaje de retorno de la inversión)
disminuye tanto que lastra la masa de ganancia (cantidad total ganada). Se
paraliza la inversión, puesto que no garantiza más beneficio y se produce así
una crisis.
Durante las
crisis, las mercancías no encuentran “salida”, el valor no se realiza con la
venta, se interrumpe el proceso de circulación. Las compras y las ventas están
inmovilizadas y el capital se inactiva y permanece ocioso. Las empresas más
débiles se arruinan, aumenta el desempleo y el “ejército de reserva”. Como
efecto, la fuerza de trabajo se paga por debajo del valor. Las empresas
victoriosas absorben o compran a las quebradas a precio de saldo. La
centralización de capitales se acelera y se preparan las condiciones de un
nuevo ciclo de acumulación, gracias a que los capitales devaluados, paralizados
o destruidos hacen bajar la relación capital constante/capital variable, con lo
que la tasa de ganancia aumenta y así la masa de beneficio incita a la
inversión de nuevo. Hasta la siguiente fase recesiva que será más devastadora
que la siguiente.
“Gran parte
del capital nominal de las empresas, es decir, del valor de cambio del capital
existente, queda destruida para siempre, aunque esta destrucción, puesto que no
afecta al valor de uso, pueda alimentar la nueva reproducción. Es en estos
momentos cuando el que dispone de liquidez se enriquece a costa de los
capitalistas industriales.” (Marx. El Capital T. III)
Hay momentos en
la historia en que esta vía de escape no es posible, que la devaluación de
capitales por la propia crisis, por una conjunción de factores, no es
suficiente para iniciar un nuevo proceso de acumulación.
Algunos
pronosticaron el fin de la Gran Depresión en 2014, otros tras la salida de la
Covid, pero los datos arrojados desde 2019, la inflación tras la reapertura de
los mercados, la contracción del comercio mundial … nos indican otra cosa. Por
ello, es necesario una destrucción de grandes dimensiones que haga borrón y
cuenta nueva.
¿Qué intereses
se esconden tras la guerra?
El capitalismo
nace “chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza
hasta los pies” (K. Marx) y morirá de la misma manera a la vista de
una actualidad que avanza día tras día hacia un belicismo manifiesto, cerrando
así un círculo de violencia, terror y destrucción.
Acertadamente,
Engels en la obra Anti-Dühring, apunta que “el poder, la violencia, no
es más que un medio, mientras que la ventaja económica es el fin”.
La industria
armamentística
En muchas
ocasiones se argumenta que el incremento del militarismo, de los gastos en
armas por parte de los estados es en sí misma, la razón fundamental de la
escalada bélica y causante de la guerra. Un “lobby” económico con poder
suficiente como para enriquecerse y a la vez, estimular la actividad económica
y generar riqueza.
Es cierto que,
en una primera instancia, la industria del armamento, es capaz de generar
mercancías que no solo incorporan el valor encerrado en las máquinas y materias
primas que utiliza, sino que, además, a través de la explotación de las obreras
y obreros, genera un plusvalor que ayuda al proceso de acumulación.
Además, junto
con la industria propiamente encargada de la creación de armamento aparecen
otras complementarias o accesorias que deben proveer de insumos a esta
industria. En ellas, también se genera plusvalor puesto que están en la esfera
de la actividad productiva.
El total del
gasto militar mundial creció un 0,7 % en términos reales en 2021, y superó los
dos billones de dólares según Stockholm International Peace Research Institute
(SIPRI). Con la guerra de la OTAN en Ucrania contra Rusia, el genocidio al
pueblo palestino, la escalada bélica en Oriente Próximo y las perspectivas de
nuevos frentes (Sahel, Pacífico …), la inversión está asegurada, porque depende
de una ganancia que los estados occidentales han decidido prescribir.
Sin embargo,
hablamos de una industria altamente tecnificada. Es decir, el elevado grado de
automatismo implica una baja relación de mano de obra con respecto a otras
ramas de actividad. Un conocido estudio realizado en 2007 por Robert Pollin y
Heidi Garrett-Peltier, del Departamento de Economía de la Universidad de
Massachussets comparó la repercusión en el empleo de la industria militar vs.
otras industrias. Concluyó que una inversión en el sector sanitario o en la rehabilitación
de viviendas generaría un 50 % más de puestos de trabajo que el sector militar.
Si se realizara en el sector educativo o en el transporte público serían más
del doble.
Teniendo en
cuenta la fecha del estudio y la rápida incorporación tecnológica al sector,
debemos entender que el incremento del capital constante frente al variable, en
esta rama industrial debe ser más que notable.
Estos mismos
recursos destinados a otro tipo de industria (infraestructura,
agroalimentación…) generaría un mayor plusvalor. Pero el capitalismo no se
plantea el bienestar de la mayoría social ni cubrir sus necesidades. Tampoco su
bien corporativo o de clase. En el capitalismo se da una lucha fratricida entre
capitalistas individuales para apropiarse de forma privada del plusvalor
socialmente generado.
Otro elemento a
considerar es que las principales empresas productoras de armas están
distribuidas geográficamente de forma desigual. Esto implica una trasferencia
de riqueza de los países consumidores a los productores. El militarismo solo
enriquece a la facción más rica del capitalismo y empobrece a la más débil.
Además, la
producción de armas no se incorpora nuevamente en el siguiente ciclo de
producción, ni como medio de producción ni de subsistencia para la clase trabajadora.
Con ello,
debemos concluir que la industria armamentística genera un enriquecimiento
rápido a determinados capitalistas individuales, pero el conjunto del sistema
se resiente y a la larga hace bajar la tasa de beneficio y acelera la
sobreacumulación de capitales. Es decir, no soluciona el problema “global” del
capitalismo.
Valor de uso
vs. valor de las armas
Ante la crisis
pertinaz, la que hace peligrar la subsistencia del propio sistema, el
capitalismo se debe “olvidar temporalmente” de los valores de las mercancías
producidas en esta rama económica y se aferra a su valor de uso como único
elemento que puede revertir su camino al derrumbe: la destrucción a través de
la guerra. Esa es la usabilidad del armamento.
La apropiación
o desposesión de riqueza, la conquista territorial, la rapiña de materias
primas o energía; el aseguramiento, control de infraestructuras y rutas
comerciales o destrucción de la competencia y la reconstrucción, la conquista
de nuevos mercados… Todo esto genera un alivio a la imposibilidad de
valorización del capital que es, sin duda, el problema central con que se
enfrenta el capitalismo a lo largo de su historia y que con el avance del
tiempo y ciclo tras ciclo, se va evidenciando cada vez más.
El imperialismo
se expresa así, en su faceta más violenta, la de la guerra al servicio de la
acumulación de capital. Y en última instancia la destrucción de Capital para
que el ciclo pueda reiniciarse de nuevo.
Es fundamental
recordar que el capitalismo, en sus entrañas, en su ADN, lleva la barbarie por
bandera. Que en estos momentos en los que la humanidad se juega su propia
supervivencia y la del planeta, es vital, hacer un esfuerzo por entender que la
Guerra, no es algo consustancial al ser humano, sino que forma parte de
intereses particulares, a veces complejos y ocultos.
Actualmente, no
es posible la dicotomía “guerra sí” o “guerra no” dentro del capitalismo. La
guerra es una necesidad vital y como tal, acontecerá. No existen más que dos
caminos: el de la connivencia con un sistema que agoniza y se torna cada vez
más violento o el de la ruptura buscando vías emancipatorias para la humanidad
entera, la apuesta al Negro futuro del capitalismo frente al Rojo de la razón,
la humanidad y la vida.
FUENTE: unidadylucha.es
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