Al
igual que Assange, el australiano David McBride ha pisado la cárcel por revelar
la verdad. Hoy, la verdad está siendo sustituida por “el relato” que los
obedientes siervos del sistema confeccionan para tranquilidad de este.
Todos somos Espartaco… si
queremos serlo
El Viejo Topo
20 noviembre, 2023
Espartaco, una
película de 1960 basada en un libro escrito en secreto por el
novelista Howard Fast (incluido en la lista negra) y adaptado por el
guionista Dalton Trumbo, uno de los “10 de Hollywood” que fueron prohibidos por
su política “antiamericana” es una parábola de la resistencia y el heroísmo que
habla sin reservas de nuestros propios tiempos.
Ambos
escritores eran comunistas y víctimas del Comité de Actividades Antiamericanas
dirigida por el senador Joseph McCarthy, quien, durante la Guerra Fría,
destruyó las carreras y las vidas de aquellos con principios y lo
suficientemente valientes como para enfrentarse al fascismo
local de Estados Unidos.
«Ya no vivimos
en la tarde oscura cuando el mal se mezclaba con el bien y confundía al mundo;
ahora hay unos malvados precisos» escribió Arthur Miller
en Las brujas de Salem. En nuestros días estos malvados
son un grupo de estados liderados por Estados Unidos cuyo objetivo declarado es
el «dominio de espectro completo»: Rusia sigue
siendo odiada y China Roja temida.
Desde
Washington y Londres, la virulencia no tiene
límite. Israel, un anacronismo colonial y un perro de
ataque desatado, está armado hasta los dientes y se le
concede una impunidad histórica para que Occidente esté
tranquilo a costa de la sangre y las lágrimas de los palestinos.
Los
parlamentarios británicos que se atreven a pedir un alto el fuego en Gaza
son castigados y desterrados; la puerta de hierro de la política
bipartidista se cierra para un líder laborista
que denuncia a quienes le niegan el pan y el
agua a los niños palestinos.
En la época de
McCarthy, había pequeños espacios para la verdad. Los
disidentes,
admitidos entonces, ahora son malditos herejes; existe
un periodismo clandestino (como este sitio) en un paisaje de conformidad mendaz. Los
periodistas disidentes han sido defenestrados por la “corriente
principal” y como escribió el editor David Bowman: la tarea de los medios es
invertir la verdad y apoyar una falsa democracia, incluida
una supuesta “prensa libre”.
La
socialdemocracia se ha reducido al ancho de un papel de cigarrillo
que apenas separa las políticas de los principales
partidos. Su único compromiso
real es el culto al capitalismo neoliberal que un
relator especial de la ONU ha descrito como “el sistema que ha
empobrecido a una parte significativa de la población británica”.
La guerra hoy
es una sombra inmóvil; las guerras imperiales “para siempre” se consideran
normales. Irak, el modelo, es destruido a costa de un millón de vidas y
tres millones de desposeídos. El destructor, Blair, se enriquece y se
le adula en la conferencia anual de su partido.
Blair y su
contraparte moral, Julian Assange, viven a sólo 22 kilómetros de
distancia, el primero en una mansión… el segundo en una
celda en espera de ser extraditado al infierno.
Según un estudio
de la Universidad de Brown, desde el 11 de septiembre, casi seis millones de
hombres, mujeres y niños han sido asesinados por Estados Unidos y sus acólitos
en la “Guerra Global contra el Terrorismo”. Hoy sabemos que
se construirá un monumento en Washington en “celebración” de este
asesinato en masa; su comité está presidido por el ex presidente George W.
Bush, mentor de Blair. Mientras, Afganistán, donde comenzó esta
guerra eterna, esta arruinada por orden del presidente Biden, que
decidió robar sus reservas bancarias .
Ha habido
muchos Afganistán. El fiscal William Blum se dedicó a dar sentido a
un terrorismo de Estado que rara vez es mencionado por su
nombre. A lo largo mi vida, Estados Unidos ha derrocado o intentado
derrocar a más de 50 gobiernos, la gran mayoría democracias. Ha
interferido en elecciones en todas partes. Ha lanzado bombas
sobre la población de 30 países, la mayoría de ellos pobres e
indefensos. Ha reprimido los movimientos de liberación. Ha asesinado
o intentado asesinar a innumerables líderes.
Quizás oigo a
algunos de ustedes decir: ya basta. Mientras tanto, la Solución
Final de Gaza se transmite en vivo a millones de
personas, y podemos ver los pequeños rostros de sus
víctimas en medio de los escombros de los bombardeos. Todo este
espanto en medio de comerciales de televisión de autos y pizza. Si,
seguramente ya es suficiente .
Pero ¿cuán suficiente es la palabra
“suficiente”?
Afganistán fue
donde Occidente envió a jóvenes formados en el ritual de
“guerreros” que matan gente y lo disfrutan. Sabemos
que algunos de ellos “lo disfrutan” gracias
a las evidencias fotográficas que muestran a sociópatas
australianos del SAS, bebiendo cerveza en una prótesis de un afgano.
En Australia
ningún sociópata ha sido acusado de crímenes de guerra tales
como lanzar a un hombre por un acantilado, disparar a niños a quemarropa,
degollar a hombres para entretenerse.
David McBride,
ex abogado militar australiano, que sirvió dos veces en
Afganistán, creia que el sistema era moral y honorable. Pero,
también creía en la verdad y la lealtad. Él puede definir como
pocos las guerras de occidente. La próxima semana comparecerá ante el
tribunal de Canberra como presunto delincuente.
“Un denunciante
australiano”, explica Kieran Pender, abogado del Centro Australiano
de Derecho de Derechos Humanos, “se enfrentará a juicio por
denunciar las horrendas irregularidades de nuestros
militares. Es profundamente injusto que la primera persona procesada por
crímenes de guerra en Afganistán sea el denunciante y
no los criminales de guerra”.
McBride puede
recibir una pena de hasta 100 años por revelar el encubrimiento de los
horribles crímenes perpetrados en Afganistán. Intentó ejercer su
derecho legal como denunciante en virtud de la Ley de Divulgación de Interés
Público, que según el actual fiscal general, Mark Dreyfus: “fortalece la
protección de los denunciantes del sector público”.
Sin
embargo, el mismo Dreyfus, un ministro laborista, aprobó el
juicio contra McBride tras un enjuiciamiento
“preventivo” de cuatro años y ocho meses, desde su arresto en el
aeropuerto de Sydney: una espera que destrozó su salud y la de su familia.
Aquellos que
conocen a David y conocen la espantosa injusticia que se ha
cometido contra el se están manifestando en la calle en Bondi, cerca
de Sydney, para alentar a este hombre bueno y decente. Para ellos y para
mí, McBride es un héroe.
David McBride
se sintió ofendido por lo que encontró en los archivos que le ordenaron
inspeccionar. Allí había pruebas de crímenes y de su
encubrimiento. Pasó cientos de documentos secretos a la Australian
Broadcasting Corporation y al Sydney Morning Herald . La
policía allanó las oficinas de ABC en Sydney
mientras los periodistas observaban conmocionados, cómo la
Policía Federal confiscaba sus ordenadores.
El fiscal
general Dreyfus, autoproclamado reformador liberal, tiene el singular poder de
detener el juicio a McBride. Sin embargo su investigación sobre
la Libertad de Información revela muy poco acerca de los verdaderos
criminales de guerra, a lo sumo, es indiferencia.
No se puede
gobernar una democracia y una guerra colonial; la primera aspira a la
decencia, la otra es una forma de fascismo, independientemente
de sus pretensiones.
Los campos
de exterminio de Gaza, bombardeados hasta convertirlos en polvo por el
apartheid de Israel no son una coincidencia; en la rica pero
empobrecida Gran Bretaña se está llevando a cabo una “investigación” sobre el
asesinato a tiros por soldados británicos de 80 afganos, todos civiles,
incluido un matrimonio que dormía en su cama.
La grotesca
injusticia cometida contra David McBride proviene del mismo tipo
de injusticia que consume en la cárcel a su compatriota, Julian
Assange. Ambos son amigos míos. Siempre que los veo soy
optimista. «Tú me animas», le digo a Julian mientras levanta un puño
desafiante al final de nuestro período de visitas. «Me haces sentir
orgulloso», le digo a David en Sydney.
La valentía de
ambos nos han permitido a muchos de nosotros, que podríamos
desesperarnos, comprender el verdadero significado de la resistencia.
Necesitamos resistir si queremos impedir que dobleguen nuestra
conciencia. No podemos aceptar que se nos impida elegir la libertad y la
decencia en vez de la conformidad y la connivencia. En
esto todos podemos ser Espartaco, el líder rebelde de los
esclavos de la Roma entre los años 71 al 73 antes
de Cristo.
En la película,
protagonizada por Kirk Douglas, hay un
momento particularmente emocionante: los
romanos exigen a los hombres de Espartaco que identifiquen a su
líder porque si lo hacen serán perdonados. En lugar de eso,
cientos de sus camaradas se levantan, levantando sus puños gritando:
«¡Yo soy Espartaco!». La rebelión estaba en marcha.
Julián y David
son Espartaco. Los palestinos son Espartaco. Las personas que llenan
las calles de banderas, principios y solidaridad son Espartaco. Todos
somos Espartaco si queremos serlo.
Fuente: Observatorio de la crisis.
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